La alegría de Dios sos vos

jueves, 26 de julio de 2007
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Tu Dios está en medio de ti. Es un poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti. Te renueva por su amor y baila por ti con grito de alegría como en una fiesta.

Sofonías 3, 17 – 18

Nosotros creemos en un Dios que es alegría. Y podemos hablar sinceramente del ideal de la alegría, porque creemos en un Dios que es alegre, alegre.

Cualquier relación entre nosotros de cariño, pero que esté privada de fiesta, de dinamismo, no tiene fuerza suficiente como para sostener la vida.

Eso mismo puede suceder si a nuestra imagen de Dios, le falta la alegría.

Si, debe haber en nosotros paz, cariño, pero no puede sustentarse en el tiempo la paz, el cariño, si no hay una alegría honda; profunda, que nos habite.

Dios se alegra por vos, y también se alegra por mi, se alegra por nosotros. Y se alegra en nosotros. Somos la alegría y el gozo de Dios.

Él es vida pura, sin límites. Es intensidad inagotable. Él es alegría. Y esa alegría infinita se prolonga en la tierra cuando derrama su vida en nosotros.

Hay momentos en la vida donde la alegría no toma solamente la boca, tomo el rostro. Éste se ilumina. Y vos te das cuenta de que hay luminosidad dentro de vos que expresa esa transfiguración de tu persona. Compartí esos gozos, esas alegrías. En un momento en donde la Vida te dio una caricia tan sanante y tan transformadora.

Lo único que nos pide Dios es que no bajemos los brazos, que no nos tome la tristeza, el desánimo, la angustia, la desesperación, sino que nos abramos a su estar allí cerca. Amigo, cercano, compañero de camino.

Es el Dios que baila, dice la Palabra. Grita de alegría, como quien lo hace mientras festeja con los amigos.

La Biblia, muestra este rostro de Dios muchas veces. Con esa alegría incontenible, desbordante, con la que decía recién el texto de Sofonías. Dios baila, grita, cuando puede salvarnos. Cuando puede recuperarnos. Cuando le damos un espacio, y le permitimos que nos libere.

Vale la pena releer con el corazón, que Dios ¡salta, grita! Da vueltas de alegría.

Por vos y por mí. Por nosotros. Dios está contento de vernos esta mañana, despertar a la vida, se sonríe, y busca que nos contagiemos de su alegría. El evangelio da testimonio de esto. Jesús, el buen pastor, al recuperar la oveja perdida, la pone sobre sus hombros (Lc. 15, 5) y lleno de alegría…Después dice la Palabra que “por éste que se ha recuperado, para el Reino de Dios, hay fiesta en el Cielo”.

Nosotros creemos en la sinceridad de Dios cuando dice, “sos precioso a mis ojos, sos estimado para mí, yo te amo”.

Nuestro Dios por una decisión libre, procede de ese corazón suyo amante, perfecto, ha querido lamentarse por ese rechazo, y anhelar nuestra amistad.

“Si volvieras a mi, volverías a ser alegre” (Jeremías 4, 1) Es el Padre que todas las mañanas se levantaba para ver si el hijo que se había perdido, buscando otros caminos, anticipando su herencia, vuelve.

Y cuando lo ve de lejos, no duda, no cree que es un espejismo. No cree que es una fantasía, no cree que es la proyección de su deseo. Ve realmente que su amor atrajo al hijo, y se encuentra en ese amor, lleno de gozo y alegría. Y prepara la fiesta. Porque ese hijo estaba muerto, y ahora ha vuelto a la vida. Estaba perdido y ha sido encontrado. Tráiganle sandalias para los pies, pónganle un anillo, vestido nuevo, maten el cabrito que tenemos, hagamos una fiesta. Celebremos. Es el Padre.

Es Dios el Padre que celebra tu retorno. Tu vuelta. Tu deseo y tu anhelo de encaminar y reencaminar tu vida.

Yo estoy seguro que en este momento hay algunos que venían con la carga en el corazón de la pesadumbre, de días y días, de angustia, de nostalgia, de melancolía, de tristezas, de esas que nos embargan el alma, y no nos dejan mirar con claridad el futuro.

Estoy seguro que este don, de la Palabra de Dios compartida, este don de Dios alegre, ha ido como poniéndote en un lugar distinto.

¿De qué lugares el Señor te va sacando mientras, nos comparte este rostro suyo, transfigurado y alegre?

Si nosotros le decimos que si, al Dios que todas las mañanas toca la puerta de nuestra casa para despertarnos, empieza la fiesta. El día en que nosotros logremos vencer nuestras resistencias, nos aflojemos, renunciemos a nuestros miedos y nos dejemos tomar por el Padre, ese día la paz y el gozo, que tanto buscamos en lo más profundo de nuestro ser, late con el deseo de encontrarse con eso que, le pertenece, aun en medio de problemas y preocupaciones, comienza a ser, y marca el rumbo.

Cuando no nos quedan otras cosas en las que podamos apoyarnos, cuando los gozos terrenos se nos escapen como arena, el deseo defraudado ya no se deja engañar tan fácilmente, entonces, cuando nos hemos desilusionado, nos cuidamos de darle a este mundo un valor absoluto, y percibimos que sólo en la alegría de Dios hay verdadera plenitud, y comenzaremos a percibir que no hay muchos otros grandes motivos, donde poder asentar la vida.

O en todo caso, todo el resto que motiva nuestra vida, que da sentido a nuestra existencia, en ese lugar empieza como a encontrarse todo.

En Dios.

Es una invitación que Dios nos hace.

El anhelo interior que es ese verdadero encuentro de amor, que ya ha comenzado, es al mismo tiempo una invitación a la alegría intensa.

Es el llamado que nos recuerda que nuestras fibras más íntimas, no fueron creadas para la tristeza. Hemos sido creados para la alegría.

Es el Amor de Dios el que despierta el júbilo de sentimientos, profundamente arraigados en nosotros.

Hace falta fijar nuestra mirada en la fuente misma de toda alegría. En el sentido último de nuestra vida. Dios. Que ha querido ofrecernos, darnos, entregarnos, el gozo sin límites.

María, en este sentido, es un ejemplo. La alegría se hace en ella canto.

“Porque Dios ha mirado la humildad, la sencillez de su servidora”

María alegre. Canta la grandeza del Señor. Y su espíritu se estremece de gozo en Dios su salvador. Y lo hace desde la pregunta: “¿Cómo puede ser esto?” El desconcierto.

Va a ser la Madre de Dios, sin intervención de José. La absoluta certeza del don maravilloso de la presencia de Dios, que la llena de paz, y le permite cantar en medio de la incertidumbre, que Dios la ha colmado.

Es su bendición cuando se ha sentido elegida, ha respondido a esta elección de DIOS con generosidad. “Hágase en mi según lo que has dicho”.

Ojala esta actitud mariana, esta actitud de María, gane hoy nuestro corazón. Y hoy podamos como soltarnos de adentro.

Que sea como vos quieras. Que no me aferre más a los que yo creo, sino que me aferre a lo que vos me pedís, y que crea.

Dios te viene queriendo decir hace tiempo algo. Y tiene que ver con tu vida. Te lo quiere decir de tantas formas. Te lo ha dicho de tantas maneras, Y tal vez sea tu oído interior el que no termina de aflojarse para escucharlo.

Te invito a que pienses en todo este tiempo; ¿Qué te ha venido a decir Dios?

Que puedas en todo caso entregarte a este decir de Dios con la actitud de María. Que se cumpla en mi lo que quieras. Dios habla claro. Y vos sabés que Dios te quiere hablar no sólo claro sino también profundo. En la profundidad de tu corazón. Que razones con claridad la voz de Dios y que en ese mismo lugar, brote por la gracia de Dios, tu generosidad, acompañada por María, que le hace decir, a esta propuesta divina, que se haga como quieras. Que se cumpla en mi también tu voluntad.