La amistad de Jesús

jueves, 23 de mayo de 2019
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23/05/2019 –

La catequesis en un minuto

Jueves de la V semana de Pascua
Jesús dijo a sus discípulos:
«Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor.
Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»

San Juan 15,9-11.

Así como Jesús renovó y mejoró muchas cosas –comenzando por el vino de Canaá, siguiendo por las relaciones sociales y terminando por un nuevo tipo de Alianza con Dios (adorando en espíritu y en verdad)-, también estableció un nuevo tipo de amistad. Humanamente no es posible ser amigos de todos, en Jesús sí es posible. Y es una novedad inmensamente novedosa y como para saltar de alegría, un tesoro escondido en el campo del cristianismo que no siempre ha sido explotado.
Para cultivar una amistad se requiere poder celebrarla, y la celebración requiere estar en los momentos importantes del otro y también extenderse a lo largo del tiempo en algunos ritos repetidos y que se vuelven una especie de “clásicos cotidianos”.

Esta exigencia propia –paradójicamente- de “lo gratuito”, impide que uno tenga un millón de amigos. No podrá estar en todas las ocasiones especiales ni tampoco sostener una “gozosa rutina” con todos.

Pues bien, la buena noticia es que en Jesús sí se puede. O más bien cómo Él puede, porque ser Dios es justamente (y quizás sólo) eso: poder ser Amigo de todos, al cultivar esta amistad especial que nos brinda el Señor se vuelve fecunda de manera sorprendente esa gracia que ya está presente en la amistad humana: podemos sentirnos “amigos de los amigos de nuestros amigos”.
Una de las gracias más significativas de la amistad es la que se da con los amigos de los amigos. Es como un testimonio interno del grado de amistad que existe con otro (si el otro es amigo, amigo-amigo o amigo-amigo-amigo. El que es amigo-amigo-amigo de mi amigo no puede ser sólo “conocido” mío.

Esta clave es la que nos da Jesús para formar su Iglesia –y nuestras iglesias centradas en torno a un carisma y misión especial, tenemos que resignificar nuestras relaciones en términos de amistad con Él, que es Amigo-Amigo-Amigo, que nos nos brinda la Amistad Mayor, la del que da la vida por sus amigos.

Cada uno tiene que repensar su relación con Dios y con el prójimo desde su vivencia de amistad.

Será distinta en cada uno pero en todos será la más honda. Y esto aún siendo pecadores. Porque, como dice Aristóteles, hay amistad en torno a distintos fines: en la utilidad, en el placer y en la virtud. Son amigos los que buscan el poder y la diversión y los que viven una misión común. Lo que tiene la amistad en torno a lo honesto, al Bien por sí mismo deseado y gozado, es que no corre el riesgo de decaer, como les pasa a las otras, las que se dan tan simpáticamente, y como una flor en el lodo, en torno al dinero o al placer.

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