La autoridad como fruto de la coherencia de vida

martes, 3 de septiembre de 2019
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Catequesis en un minuto

03/09/2019 – Martes de la vigésima segunda semana del tiempo ordinario

“Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados. Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad. En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza; «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios». Pero Jesús lo increpó, diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos. sin hacerle ningún daño. El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: «¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!». Y su fama se extendía por todas partes en aquella región”.

Lc 4,31-37

El Evangelio de hoy nos dice que Jesús hablaba con autoridad, es evidente que no se trata de la autoridad “formal” que puede tener uno por el puesto que ocupa o el cargo, sino la autoridad que tiene una persona cuando en su vida existe una unidad total, una coherencia entre lo que dice y lo que vive.

El Papa Juan Pablo II decía que la misión que tenemos como cristianos es proclamar el Evangelio con la Palabra, pero sobre todo con la coherencia de vida. Sólo así serán testigos creíbles de la esperanza cristiana y podrán difundirla a todos.

Nos podemos preguntar qué es la coherencia. Una primera aproximación la encontramos en el diccionario: «Conexión, relación o unión de unas cosas con otras». Al aplicar esta definición a la vida cristiana nos referimos principalmente a esa conexión, relación o unión que debe existir entre fe y vida, entre aquello que creemos -el Señor Jesús y su Evangelio- y el modo como vivimos en lo cotidiano. En esta coherencia está el secreto de la santidad, a la que Dios nos llama a cada uno de nosotros, en nuestro propio estado de vida. Por ello es tan importante que de la fe en la mente y en el corazón pasemos a la fe en la acción.

Coherencia entre fe y vida
Un cristiano coherente es aquél que sostiene con sus obras lo que cree y afirma de palabra. No hay diferencia entre lo uno y lo otro. Se descubre en él o en ella una estrecha unidad entre la fe que profesa con sus labios, la fe acogida en su mente y corazón, y su conducta en la vida cotidiana: su fe pasa a la acción, se muestra y evidencia por sus actos. Así los principios tomados del Evangelio orientan su conducta y su pensamiento cristiano, su piedad y afectos, y se reflejan en la acción práctica. Esta coherencia la vive no sólo cuando las cosas se le presentan “fáciles”, sino también cuando es puesto a prueba.

Un cristiano incoherente con su fe y condición de bautizado, en cambio, es aquél cuyas obras contradicen abiertamente lo que sostiene con sus palabras, lo que dice creer y lo que en su corazón anhela en lo más profundo de su ser. Es, por ejemplo, aquél que dice: “soy creyente, pero no practicante”, es decir, lo que llamamos un “agnóstico funcional”, un bautizado que -aunque a veces va a Misa y reza algo de vez en cuando- actúa del mismo modo como lo hace un hombre que no cree en Dios, que no conoce la fe.

Incoherentes somos también nosotros, quienes nos hemos encontrado con el Señor Jesús y nos esforzamos por llevar una vida cristiana seria, cuando negamos con nuestras obras las enseñanzas del Evangelio, cuando no hacemos lo que a otros predicamos o exigimos. ¡Ciertamente todos, más o menos, tenemos algo de incoherentes…!

 

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