La confianza que lo atrae

martes, 14 de septiembre de 2021
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14/09/2021 – Esta Roca es el Señor, que se deja ganar por nuestra confianza, y entonces “se pone la justicia por coraza y sobre su cabeza el casco de la salvación; se viste con la ropa de la venganza y se envuelve con el manto de su celo” (Is 59, 17). “Con nosotros está el Señor nuestro Dios, para ayudarnos y pelear nuestras batallas” (2 Cro 32, 8). Y así se realiza lo que dice la Palabra: “Desde el cielo combatieron las estrellas” (Jos 5, 20). El Señor lo promete a los que confían sin reservas: “Ustedes cantarán como en la noche sagrada de la fiesta, y habrá alegría en los corazones, como cuando se avanza al son de la flauta para ir a la montaña del Señor, hacia la Roca de Israel. El Señor hará oír su voz majestuosa y mostrará su brazo que se descarga” (Is 30, 29-30). Él “los salva porque confiaron en él” (Sal 37, 40). Por lo tanto, “en la serenidad y la confianza está la fuerza de ustedes” (Is 30, 15). Y yo “me mantengo en paz y en silencio como un niño en el regazo de su madre. Mi deseo no supera el de un niño. Espere Israel en el Señor” (Sal 131, 2-3). La confianza en Dios es una gran alabanza, porque significa que realmente creemos que él existe, que él está, que creemos en su amor y en su poder. Por eso, el solo hecho de confiar en el Señor es alabarlo. Es más, esa confianza es el cauce que le permite al Señor entrar con todo su poder en nuestras vidas, y muchas veces es la falta de una confianza verdadera lo que no le permite actuar para ayudarnos, protegernos y sostenernos. Por eso, no nos conviene ser desconfiados, o confiar demasiado en nuestras propias capacidades. Porque así con quedamos solos con nuestras propias fuerzas y nos quedamos sin el poder divino.

Cuando tenemos esa confianza en el corazón, estamos alabando en silencio, le estamos diciendo al Señor que de verdad creemos en Él, en su presencia, en su amistad, en su ayuda, aunque parezca que todo se cae. Pero es mejor todavía si le expresamos esa confianza que brota del corazón, si se lo decimos. Por supuesto, si en realidad no confiamos en él, nuestras palabras serían vacías y mentirosas. Es bueno dejarse estimular por lo que dice la Palabra de Dios para dejarse llevar por una confianza sin límites. La confianza también nos permite ser completamente sinceros ante el Señor, y expresarle nuestras ansiedades, nuestros cansancios, aun nuestros reclamos: “Señor, ¿cuánto tiempo vas a tolerarlo?” (Sal 35, 17). “Tú eres mi ayuda y mi libertador ¡No tardes Dios mío!” (Sal 40, 18). “No seas sordo a mi llanto” (Sal 39, 13). “Me refugio en ti Señor, que nunca tenga que avergonzarme” (Sal 71, 1). “No te olvides para siempre de los pobres. Ten presente tu alianza” (Sal 74, 19-20). Sin embargo, después de expresarle todo lo que perturba nuestro corazón, aceptamos con serenidad y seguridad la realidad que nos toca enfrentar, lo que sea, y finalmente le decimos: “Yo espero en ti Señor” (Sal 38, 16).

Una maestra de la confianza es santa Teresita de Lisieux. Ella nos ayuda a distinguir una confianza falsa de la confianza verdadera y real que nos puede sostener. Recordemos y meditemos algunas expresiones suyas: “No puedo apoyarme en nada para tener confianza. Se prueba una paz tan grande cuando uno es absolutamente pobre, cuando cuenta sólo con el buen Dios”. “Cuiden bien su confianza. Él da sus dones en la medida de nuestra confianza”. “Pensar en algo doloroso que nos puede ocurrir en el futuro es no tener confianza. Todo se puede soportar de momento a momento”. Con estas frases Teresita me recuerda que el Señor ama mi confianza sin límites. Esa confianza permite entregarse y vivir el presente sin que se prolonguen el temor y la angustia por posibles peligros futuros, porque puedo decir con certeza que “el Señor me librará” (2 Tim 4, 18). O con las palabras del Salmo: “Aunque estalle una guerra contra mí no perderé la confianza… Por eso tengo erguida mi cabeza frente al enemigo que me hostiga” (Sal 27, 3.6). Pase lo que pase, esa confianza me hará salir adelante. Entonces hay que sostener la confianza total y nunca declararse vencido aunque todo parezca perdido. Dejarse abrumar por la tristeza y el miedo es un camino del poder del mal, del cual tenemos que huir. Nunca caigamos en esos brazos malignos que nos llevan a desconfiar del Señor: “Resistan al demonio y él se alejará de ustedes” (St 4, 7).