La desolación en la oración

martes, 15 de mayo de 2007
image_pdfimage_print
Pero ahora nos rechazaste y humillaste: dejaste de salir con nuestro ejército, nos hiciste retroceder ante el enemigo y nuestros adversarios nos saquearon.

Nos entregaste como ovejas al matadero y nos dispersaste entre las naciones; vendiste a tu pueblo por nada, nos sacaste gran provecho de su venta.

Nos expusiste a la burla de nuestros vecinos, a la risa y el escarnio de los que nos rodean; hiciste proverbial nuestra desgracia y los pueblos nos hacen gestos de sarcasmo.

Mi oprobio está siempre ante mí y mi rostro se cubre de vergüenza, por los gritos de desprecio y los insultos, por el enemigo sediento de venganza.
                                                                                                                                                                 Salmo 44 (43), 10 – 17

La meditación de este Salmo nos puede introducir en este aspecto de la oración que San Ignacio de Loyola describe muy claramente cuando habla de las reglas de discernimiento espiritual.

La desolación tiene un cuadro de movimiento que le da identidad dramática a este Salmo, por una parte la fe y la confianza de Israel que se basa en las grandezas y en la gesta de Dios en la historia, eso lo podemos descubrir ya en los versos 2 al verso 9: “Nuestros padres nos lo contaron y por eso llegó a nuestros oídos la obra que hiciste antiguamente con tus propias manos cuando ellos vivían”, ora el salmista.

Pero ahora este pueblo se siente abandonado, son los versos que compartimos, “Ahora nos rechazas y nos humillas y dejaste de salir con nuestro ejército” rezan los que siguen este Salmo.

Más adelante por mas que se examina no se encuentra que haya falta alguna contra una obligación de la alianza, entonces no se entiende por qué este abandono de Dios, “y todo esto nos ha sobrevenido sin que nos hayamos olvidado de ti, sin que hayamos olvidado tu alianza” reza el verso 18 al final.

Por último, el cuarto movimiento de la oración sálmica dice que él recurre en nombre de la alianza al mismo amor de Dios que ha descubierto en su historia pasada, es decir vuelve y confía en el Dios que puede verdaderamente transformar, “Por tu causa nos dan muerte sin cesar y nos tratan como ovejas que van al matadero, despierta Señor, porqué duermes, levántate, no nos rechaces para siempre, porqué ocultas tu rostro y te olvidas de nuestra desgracia y opresión, estamos hundidos en el polvo, nuestro cuerpo está pegado a la tierra, levántate, ven a socorrernos, líbranos por tu misericordia”, es decir, cierra la oración con esta última expresión como la abrió invocando la grandeza, la misericordia y la fidelidad de Dios, el único que puede verdaderamente sacarnos de las situaciones en las que nos sentimos mas agobiados, oprimidos, sin sentido, como apartados de Dios y de todos aunque rodeados de todo y asqueados de todo.

Son estados de ánimo por los que atraviesa nuestro corazón en el camino y que es necesario poder expresarlo, el Salmo lo dice con mucho realismo, utiliza una expresión existencial muy fuerte que habla de este sentido de angustia, del sinsentido nauseabundo, de asco de estar mordiendo el polvo siendo rechazados por todos, apartados de todos, sin valor de nada, el recuerdo de los días antiguos que toca el verso 33 se trasmite de padres a hijos y  en “Tu solo Dios mío y Rey mío decidías las victorias” se reconoce que el único que puede sacar al que atraviesa por este estado interior y exterior que viene todo junto, es Dios que libera, es Dios que vence y que puede por encima de toda opresión, de todo sentimiento de angustia, de tristeza, de toda situación de tiniebla y de sin sentido.

“Tu obras victoria”, que bueno poder decírselo hoy al Señor en el comienzo de la jornada cuando en el corazón tenés una preocupación que te pesa, un sentimiento que te angustia, una vivencia interior de agobio, cuando percibís dentro tuyo que todo ha perdido valor, color, sentido, forma, donde sentís que verdaderamente vivir o morir están tan cerca que no te importa casi ya vivir y que la muerte de algún modo interiormente ya ha ganado una batalla en tu corazón.

Has sido hecho para la vida y la vida en abundancia, no te dejes ganar por los sentimientos que aplastan y que borran de tu rostro la alegría y el gozo, en todo caso desde ese lugar de opresión, de tristeza, de angustia, de sinsentido, entregate a Dios como hace el salmista, confiando solo en su misericordia, “Por tu misericordia, por tu fidelidad, por tu bondad” porque confío que vos vencés en medio de las sombras y de las tinieblas me entrego y espero.

El Salmo 44 (43) presenta ese estado interior por el que atravesamos en distintos momentos de la vida del seguimiento, de la vida con mayúscula que es Jesús, es también lo que ocurre en todo corazón humano mas allá de esta conciencia de estar detrás del que es verdaderamente el camino de la vida al sentir la lejanía de Dios, la desolación, la aridez, la sequedad, como se la quiera llamar, de repente nos gana el silencio, desaparece de nuestra vida la plenitud, se experimenta un cierto descontento, desagrado y poco falta para que se llegue a dudar de todo, incluso del amor de los que tenemos al lado y para los que creemos también en el amor que Dios nos tiene.

Esta es la experiencia de Israel que refleja este estado de desolación interior que muchas veces tenemos aun cuando nos ponemos delante de Dios y cuando lo buscamos de todo corazón y sinceramente, si Dios se ha alejado ¿es porque hemos pecado contra Él?, Israel se lo pregunta, “Hemos revisado nuestra vida y sin embargo no encontramos haber fallado contra tu alianza”, aun así no debemos desesperar, si Dios se ha alejado ¿es porque hemos pecado contra Él?, no necesariamente.

Sin embargo esta es la primera causa por la que Ignacio de Loyola describe la desolación, el motivo de estar así como estamos, dice Ignacio cuando habla de este estado interior, es porque somos tibios, perezosos, negligentes en nuestro ejercicio espiritual, está hablando de un ejercitante pero lo mismo vale en lo que hace a la infidelidad en la vida, en las cosas ordinarias fuera de lo que son los ejercicios espirituales.

Es por nuestras faltas que se aleja la consolación espiritual en nosotros y sentimos la sequedad, la aridez, el desgano, el agobio, estamos vivios porque nos pellizcamos a la mañana cuando nos despertamos y decimos, ah sí, me duele, pero interiormente estamos como muertos, pero aun así no debemos desesperar.

Si nuestra conducta determinara necesariamente la conducta de Dios, el Señor no sería Él, Dios no condiciona su amor, su presencia, su fidelidad a cómo nos portamos nosotros, Dios permanece fiel, está ahí, “Estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre yo comparto con él”, y la presencia del Señor en los momentos de mayor agobio y tristeza verdaderamente es un agua fresca que calma la sed después de andar por el desierto de la vida sin probar ni una sola gota de agua.

Es esa sensación que tenemos de descanso, de reposo, de encuentro, de abrazo amoroso de un Dios que toma nuestra herida, nuestro dolor y se hace uno con nosotros en ese lugar donde nosotros no soportamos mas la vida.

Dios nos enseña a sobrellevar la carga y el peso de nuestros desvaríos con grandeza y con entereza, entendemos existencialmente, que realmente solo el que carga consigo mismo puede ir detrás de Jesús y vivir la plenitud del reino porque Dios nos habilita para eso, no porque podamos con nuestra fuerza.

¿Qué hay que hacer cuando estamos así tirados, cuando sentimos que nadie nos ama ni se preocupa por nosotros, cuando objetivamente no se puede terminar de decir cómo es que sentimos, qué hacer con ese estado interior?, mantener la paciencia y la calma, no desesperar es clave, Él es nuestro dueño y nuestro Señor, Dios permite esto para darnos verdadero conocimiento, no en la cabeza sino en el corazón, grabado a fuego que para que sintamos interiormente la gracia de su presencia en nosotros, para que sintamos su amor intenso en las lágrimas que brotan del corazón.

Pero su presencia no depende de nosotros sino de Él, por eso a veces esta desolación no encuentra una causa justificada como posiblemente le pasa a Israel cuando dice “Hemos revisado nuestra vida y no hemos encontrado ni una falla respecto a tu alianza, porqué pasamos por aquí”, porque Dios es el que rescata, Dios es el que da la vida, el que da verdadero sentido.

A veces este estado de desolación interior ocurre por aquello que compartíamos acerca de que Dios nos muestra así que no podemos ser tan negligentes, tan perezosos, tan vagos, tan poco afecto a sus cosas, y entonces Dios nos hace morder el polvo de nuestro propio error pero otras veces ocurre porque Dios lo permite.

En los dos casos Dios dice lo mismo:  “Yo soy Dios, mantengo mi fidelidad, estoy a tu lado y soy Dios, el que da la consolación, no es tu devoción, tu ejercicio intenso de caridad soy yo”, esto Dios lo permite, dice Ignacio, para que a la hora de buscar consolación no pongamos nido en otro lugar sino que descubramos que es solamente Él, que no nos atribuyamos a nosotros, ni a las circunstancias, ni a la devoción, ni a otras manifestaciones la consolación espiritual sino solo a Él, a Dios.

Y aun añade otro concepto, que no depende de nuestra tibieza ni negligencia el probarnos de cuanto somos capaces y cuanto nos alargamos en su servicio y alabanza sin pensar tanto en el estipendio de consolación y gracia concedida, Dios lo permite a esto para purificarnos, para purificar nuestra intención.

En ese sentido podríamos decir Dios prueba, como dice Teresa de Jesús, no porque Dios no sepa hasta dónde nos da la vida ni cómo vamos a reaccionar, sino para que nosotros caigamos en la cuenta de hasta dónde nos da la vida y busquemos mas al Señor de la vida.

Dios sabe hasta dónde damos, “Tu me sondeas y me conoces, sabes cuando me acuesto y me levanto, antes que llegue el pensamiento a mí tu ya lo sabes y la palabra de mi boca tu ya la conoces, me rodeas por dentro y por fuera”.

Nada se le pasa a Dios, ¿por qué permite entonces que seamos probados en este estado de ánimo?, primero porque así nos educa y nos hace saber que no es cualquier modo en el que podemos vivir, que hay una vida ordenada en Él, que es la que nos da verdadera felicidad, que no es a la bartola mi opción, hoy esto, mañana aquello.

No da lo mismo vivir sin Dios, paganamente, ausente de Dios.  Mi vida se parece a la vida del mundo, entendido el mundo como el que esta vacío de Dios, y entonces vivo con los criterios del mundo.

Si vivo con los criterios del mundo entonces lo que gana mi corazón, lo que toma mi alma son los sentimientos que nacen de esas cisternas secas donde creo que puedo beber y lo único que hago es perderme sin poder sacar nada, en todo caso me va chupando el corazón, la vida.

Nuestra posibilidad de encontrarnos con el Señor nace de experimentar en carne propia lo que es estar lejos de Dios, es la expresión del hijo pródigo que agarró la herencia y se fue por allá a gastarla en algún lado y después de sufrir hambre se dijo así mismo, qué hago acá rodeado de la mugre, comiendo las bellotas de los cerdos, volveré a la casa de mi padre porque en la casa de mi padre ni los jornaleros de él viven en el estado en el que yo vivo, le diré Padre pequé contra el cielo y contra ti, yo no merezco ser tu hijo.

Y el padre lo trata desde su lugar, no desde donde el hijo viene sino desde su corazón, no desde el lugar donde el hijo estuvo, el hijo quisiera que el padre lo trate como él estuvo, por eso juega al arrepentimiento y quiere esconderse detrás de la culpa y el que justifica es el padre, su fidelidad y su amor. Preparó una fiesta, armó otra historia, mostró otro horizonte y así lo sacó del lugar de la mugre donde se encontraba.

Así nos trata Dios y así quiere Dios que a veces experimentemos el morder el polvo, y muchas veces ese estado interior de desolación, de tristeza y de angustia nace de este lugar, de no haber hecho las cosas como deberían haber sido, de haber vivido no como hijo de Dios, sino como hijos de este mundo y las diferencias son claras.

Hace falta pasar por esta experiencia para poder terminar de valorar de qué se trata el camino de Dios y diferenciar de lo otro.

Cuando uno bebió de un agua y de otra termina de entender dónde está la riqueza, el discernimiento siempre surge de la experiencia, por eso es que también la tribulación, la caída, el pecado y la desolación es educativa, nos ayuda a entenderlo a Dios y a acercarnos a Él, dejemos que nos muerda por dentro, como dice Ignacio, el deseo de la vuelta y no demoremos en volver a Dios.

San Ignacio recomienda que en el momento de la desolación hay que trabajar para estar en paciencia, la paciencia es contraria a la dejadez, a ese sentimiento de arrastre que tenemos por la vida, el sentir que nos vamos arrastrando mas que caminando, mas que andar de pie, pasa cuando estamos así porque arrastramos los pies en el caminar, o arrastramos la cara, los brazos, el cuerpo, es la actitud de arrastre, son las dejaciones con las que el mal espíritu nos gana el corazón.

Pensá que serás consolado dentro de poco tiempo con el auxilio divino, que dice Ignacio, siempre viene, nos queda siempre el consuelo, aunque no lo sientas.

Para salir al cruce de la desolación, y así lo expresa él en la sexta regla, hay que saber qué que hacer cuando estamos así, debemos estar tranquilos, lo peor que nos puede pasar es desesperarnos cuando estamos desolados, quedate tranquilo, sé paciente, como quien le hace frente a la situación y se anima a ir recuperando lo perdido, lo olvidado, lo dejado con humildad y sabiendo que Dios está, que Dios no abandona, aunque no sientas que está, porque justamente el alejarte de él hizo que no lo veas, que no lo sientas, que no lo gustes, es mas, probablemente hasta sientas cierta náusea, o asco, puede llegar hasta esto la situación de desolación.

En cualquier caso, ante la desolación, incluso cuando es por nuestra tibieza, debemos tener paciencia, saber que aprovecha mucho el intenso mudarnos contra lo que nos desola interiormente y nunca hacer mudanza, estar firme y constante en los propósitos determinados en lo que hace a lo fundante en nuestra vida.

En cierto modo hay que mudarse, hay que salir de ese estado de interioridad, de agobio, de tristeza, para eso canto, rezo, tengo un acto de piedad, de caridad, una actitud penitencial, una ofrenda, aun lo que me cuesta en ese estado te lo entrego, a pesar de que me lo gané por mi propia negligencia, por no haberte guardado en mi interior ni haber vivido en tu presencia, esto que me duele y así como estoy te lo ofrezco porque nada mejor que un corazón contrito y humillado para Dios.

Una de las peores tentaciones que el enemigo nos pone en el corazón es la desesperación, el mal espíritu nos hace desesperar por nuestras faltas y cuando pensamos que nada tiene remedio, peor, nada tiene solución, yo soy así, entonces me empiezo a identificar con lo que no está bien y hasta me empiezo a justificar, que es el próximo paso.

La autojustificación, se que lo que hago no está bien, mi actitud me hace sentir mal pero el mal espíritu, en su mentira, en su escondite, busca meter dentro mío, desde la sombra, un discurso de justificación, yo soy así, es mi historia, fue mi educación, fueron los dolores y golpes que recibí en la vida, la culpa la tienen los otros, mi padre, mi madre, mi tía, mi compañero de trabajo y empezamos a repartir, no me hago cargo de mí mismo y hasta que no me haga cargo de mí por mas que otros hayan colaborado realmente para que esté como estoy, nada justifica que yo no haya intentado vivir de una manera mejor, a no ser de que esté muy deteriorado.

Pero aun si así fuera, hay ayuda para encontrar caminos donde yo no encuentro caminos, en este sentido hay que mudarse, pero en otro sentido no hay que mudarse, hay que permanecer donde uno está, aun cuando sienta la contradicción de mi vida que profesa una cosa y es otra, como a veces nos ocurre.

San Ignacio pide que el que está en desolación trabaje para estar en paciencia y piense que pronto será consolado, poniendo siempre la diligencia en contra de la desolación, entonces si estoy triste, agobiado o hundido, canto, alabo, pero no lo siento, y claro, si estás desolado no lo vas a sentir, igual cantá, bendecí, alabá a Dios, vos dirás estoy desolado, no quiero orar, con más razón rezá oración vocal, volvé a las oraciones de la infancia, el Padre Nuestro, el Ave María, es que no me siento bien, pero… justamente por eso hay que aplicar el remedio, para volver.

Seguro tu espíritu pronto será consolado, no se trata de apretar el botón de la consolación, hago tal actitud piadosa, tengo ese gesto de comprensión, de caridad, de penitencia y mágicamente me viene el don de sentirme espectacular, se fueron las tentaciones, no, no funciona así, el presto puede llevarle un año a uno, un mes o puede que uno retome rápidamente el camino y sienta fervor en Dios, pero puede que Dios cuando estoy volviendo me haga experimentar verdaderamente su ausencia para que mi vuelta sea de verdad y no yendo y volviendo como quien entra y sale porque sabe que el Padre es bueno, fiel, misericordioso.

La gracia de la consolación viene de Dios, y a veces Dios en nuestra vuelta se demora para verdaderamente educarnos y enseñarnos a reconocer que solo Él es el que la da, ni aun mi propio ejercicio por estar consolado, utilizando la diligencia de los medios que hacen falta para poner mi ánimo en tónica.

Él es el que da el consuelo, pero cuidado, porque también en esto hay que andar despacito con respecto de la consolación, despacito porque la actitud que debemos tener frente a la consolación es también de discernimiento, por eso cuando recibo consuelo, con calma, con serenidad, el tentador también sabe tentar espiritualmente y poner consolaciones espirituales.

Cuando no se encarna, cuando no se compromete con la vida, cuando no termina de arraigar en un cambio de la historia se transforma casi como en un narcótico evasivo de la realidad, si no se ve en la vida no es cierto, parece que fuera pero no es, ahí el mal espíritu está molestando…