La dimensión teológica y filosófica del trabajo

viernes, 2 de noviembre de 2018
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02/11/2018 – En el penúltimo programa del ciclo 2018, el padre Alejandro Nicola habló del valor del trabajo. “Una de las cosas que surge sobre este tema es decir ´tengo que trabajar para poder comprar las cosas básicas que necesito`. Es decir, el trabajo es indispensable para la sobrevivencia humana. Pero hay otro nivel del trabajo que tiene que ver con el desarrollo de los pueblos. De esta forma se van desarrollando potencias Y se suma a todo esto un tercer nivel de tipo teológico y filosófico que contempla la dignificación de cada persona a través del trabajo”, resumió el sacerdote cordobés.

Luego compartió un texto de san Gregorio de Nisa tomado de sus homilías sobre el Padre Nuestro. Aquí esta ese texto de uno de los grandes Padres de la Iglesia sobre el trabajo:

“De ahí que digamos a Dios: danos el pan, no los placeres y riquezas, no los vestidos de púrpura recamados de flores, no los adornos de oro, no las piedras brillantes, no la vajilla de plata, no la abundancia de tierras, no el mando de los ejércitos, no la dirección de guerras y naciones, no rebaños de caballos y bueyes ni grandes muchedumbres de otros animales, no abundancia de esclavos, ni la ostentación o pompa, no estelas de ni cuadros, no vestidos de seda, no audiciones de música ni otra cosa por el estilo, por las que se distare el alma de pensar en las cosas divinas y más excelentes. No, solamente pedimos el pan.

Aquí hay una gran filosofía. ¿Qué nos encierra esta pequeña palabra? No parece sino que con voz clara está gritando a los que entienden: Basta ya, ¡oH hombre! de derramarnos por lo vano con nuestros deseos, basta ya de multiplicar contra ustedes mismos los motivos de trabajos. Poco es lo que deben dar a su naturaleza. Si miran la necesidad, sólo le deben una sola cosa moderada y fácil de adquirir. ¿Por que te te obligas con tantas deudas? ¿Por que tantos tributos? Todo para que ese cobrador de impuestos de tu vientre se goce y se deleite cuando sólo se le debe un pedazo de pan que restaure lo que el falta al cuerpo. No des lugar a la serpiente que quiere infiltrarse hasta lo más profundo de ti. Permanece en lo necesario. Sea norma de tu vida reparar, por cosas obvias y fáciles de obtener, el desgaste y las deficiencias de tu cuerpo. Ten cuidado que se puede infiltrar así la avaricia en tu vida. Para que nada de esto te suceda, el Señor circunscribe la vida a la provisión de pan, y no busca otro condimento que el que procura o compone la naturaleza. Y este es la buena conciencia, que endulza el pan por el hecho de haberlo ganado justamente. Mas si quieres también que goce el sentido del gusto, tu condimento sea el hambre, no echando hartazgo sino que antecedan más bien a tu comida los sudores que dice la palabra divina: “Con sudor y trabajo comerás tu pan”.

Di más bien: De ti viene mi vida, de ti vengan también los medios para vivir. Dame tu el pan, es decir haz que me lo gane justamente, con mi trabajo alcance la comida que necesito. Sólo puedes pensar que ha sido oída tu oración si tu opulencia no es a costa de bienes ajenos, si tus rentas no proceden de lágrimas de otros, si al llenarte tú, otro no tuvo que pasar hambre. El pan de Dios, es sobre todo, el fruto de la justicia, la espiga de la paz, sin mezcla ni mancha de cizaña”.

Más adelante, el padre Nicola indicó que hay que contemplar sobre el tema del trabajo lo que aportó san Juan Crisóstomo en una homilía del siglo VI sobre Priscila y Aquila. Es la siguiente:

“Nosotros, empero, que no llegamos a la suela del zapato a San Pablo (que era tejedor de tiendas de campaña) nos avergonzamos de lo que él se enorgullecía. Pecamos diariamente, no nos convertimos, huimos empero de vivir de nuestro justo trabajo, como cosa vergonzosa que nos pone en ridículo. El que se avergüence, avergüéncese del pecado, de ofender a Dios, de hacer algo inconveniente, pero de un oficio, de un trabajo manual hay que jactarse y tenerlo a mucha honra. De este modo, ocupándonos en el trabajo manual, fácilmente echaremos de nuestro espíritu el mal pensamiento, tendremos con que socorrer a los necesitados, no tendremos que llamar a puertas ajenas.

Tenemos justamente manos para ayudarnos a nosotros mismo y contribuir en todo lo que podemos al sustento de los corporalmente impedidos. Porque si hay alguien que aun estando sano vive ocioso, es más desgraciado que los que sufren por la fiebre: los que no trabajan porque están enfermos tienen perdón y se les tiene compasión; pero los holgazanes , que deshonran la buena salud de su cuerpo, son con razón aborrecidos por todos, pues infringen las leyes de Dios, son peste en la mesa de los enfermos y corrompen más y más su propia alma. Es que no hay nada que no sea destruido por la ociosidad. Así el agua estancada se corrompe, pero la que corre y se desparrama por mil arroyos conserva su propia virtud”.