La esperanza de los cristianos

lunes, 7 de agosto de 2006
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Y porque somos sus colaboradores, los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. Porque Él nos dice en la Escritura: En el momento favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí. Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación. En cuanto a nosotros, no damos a nadie ninguna ocasión de escándalo, para que no se desprestigie nuestro ministerio. Al contrario, siempre nos comportamos como corresponde a ministros de Dios, con una gran constancia: en las tribulaciones, en las adversidades, en las angustias, al soportar los golpes, en la cárcel, en las revueltas, en las fatigas, en la falta de sueño, en el hambre. Nosotros obramos con integridad, con inteligencia, con paciencia, con benignidad, con docilidad al Espíritu Santo, con un amor sincero, con la palabra de verdad, con el poder de Dios; usando las armas ofensivas y defensivas de la justicia; sea que nos encontramos en la gloria, o que estemos humillados; que gocemos de buena o de mala fama; que seamos considerados como impostores, cuando en realidad somos sinceros; como desconocidos, cuando nos conocen muy bien; como moribundos, cuando estamos llenos de vida; como castigados, aunque estamos ilesos; como tristes, aunque estamos siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como gente que no tiene nada, aunque lo poseemos todo.
2 Corintios 6, 1 – 10
Este texto se abre en nuestros corazones como un canto de esperanza, en las palabras de un Pablo que reconoce la obra redentora de Dios y actúa a través del ministerio apostólico, y que en sí misma va abriendo caminos para que otros puedan recibir del testimonio apostólico en Jesús, la fuerza que los impulse a sostenerse a ellos mismos en la lucha.

Por eso Pablo se pone en medio, no porque se elija a si mismo como ejemplo, sino porque es evidente que en medio de las persecuciones, de las luchas, de las cárceles, los viajes, el hambre y la fatiga, la obra es del Espíritu.

En el Espíritu somos ministros de Dios, dice Pablo, para sostenerlos a ustedes también en la esperanza, este es el mensaje que Pablo envía, proponiéndolo hoy como el día en el que lo podemos recibir como gracia de salvación, como dice la Palabra , “en el día de la salvación te escuché”.

Hoy es el día de la salvación, hoy es el día para sembrar en nuestro corazón la gracia de la esperanza que nos hace mirar hacia adelante confiando en que Dios hará realidad las promesas que ha puesto en nuestro interior, vinculándonos a las promesas de Dios, a las primicias con las que Dios despierta en algunos momentos de la vida nuestro corazón, y nos hace soñar con un futuro que responde a su plan, a su proyecto, que después por distintos motivos nosotros hemos ido abandonando en el camino, dejándonos llevar por nuestras debilidades, sin ser fieles a aquello mismo que Dios nos indica como modo de alcanzar las promesas.

Hoy el Señor nos quiere renovar en nuestro interior para que desde las promesas de Dios, en la expectativa de su realización, crezcamos en el don de la esperanza.

¿Cómo se distingue una promesa de Dios?, se distingue la promesa de Dios porque en ella está contenido un camino que se abre hacia delante, que rompe con la rutina, que termina con el aburrimiento, que no deja lugar al bostezo, que nos abre a andar y a caminar detrás de lo que se hace como una guía para el camino, esos son los proyectos de Dios para nuestra vida. Identificar cuales son y a partir de allí ajustar toda nuestra vida y todo nuestro quehacer según esa llamada que el Señor pone en nuestro interior y que en definitiva es para la misión.

La promesa de Dios, la que ha puesto en plena realización en nuestra vida, en el proyecto que nos ha revelado en el estado de vida al que nos llama y en el que nos quiere, en el lugar donde nos invita a la misión y al servicio, es para la gloria suya, también para nuestra santidad.

Por eso hoy nos preguntamos ¿cómo está mi proyecto de vida?, ¿cuál es el lugar que hoy en la vida de la familia ocupa mi rol de padre, de madre, de esposo, de esposa?, ¿cómo y de qué manera estoy construyendo el proyecto de vida consagrada al que el Señor me llama?, ¿de qué forma, yo, como joven, voy construyendo desde la vocación que recibí, el llamado al servicio de la sociedad, responsablemente en mi estudio, en mi trabajo, aquello desde donde Dios me invita a ser de testimonio?. ¿lo soy realmente?, y si lo soy, ¿desde donde lo soy?, ¿desde donde me hago testigo, luz para mis hermanos, canto de esperanza para otros, que también, igual que yo, en medio de luchas van debatiéndose en su existencia por alcanzar la plenitud, la felicidad y la alegría que supone el vivir como hijos de Dios?.

A esto invita Pablo cuando nos presenta todas las dificultades por las que él ha ido atravesando a lo largo de su ministerio, y sin embargo, como en todas y en cada una de ellas obrando el Espíritu Santo, él se ha constituido con nosotros apóstol de los que lo han acompañado en el camino convirtiéndose en testigo de un canto de esperanza.

A la esperanza somos llamados, a ella somos invitados, es el mensaje que el mundo de hoy está esperando. Por sobre todo es lo que nuestro corazón anhela, poder encontrar hacia delante un rumbo, un sentido, un camino al cual hacernos, recuperando lo que hemos perdido de orientación en nuestra vida, que está siempre fundado en las promesas que Dios nos hace, las primicias con las que Dios despierta en algunos momentos de la vida nuestro corazón, llamándonos a vivir según su plan, su designio.

El Papa Juan Pablo II habla acerca de la esperanza, y retoma la expresión de Pablo VI, dice allí Juan Pablo: “el hombre contemporáneo cree más de los testigos de la esperanza que de los maestros, cree más en la experiencia que en la doctrina, el hombre de hoy cree más en la vida y en los hechos que en las teorías”. Llamados verdaderamente a reflejar el rostro esperanzador de Jesús en el corazón de los hermanos, lo haremos cuando, de verdad, en nuestro interior, hayamos hecho pacto de amor y de alianza con las promesas que Dios puso en nuestro interior.

Hay alegrías que duran unos momentos y otras que permanecen en el alma, estas últimas, las que permanecen en el alma, las que no dejan lugar a ningún tipo de mezcla con nada que venga a opacar su fuerza, son las que construyen el mensaje de la esperanza y donde se fundamenta nuestro proyecto de vida, tiene que ver con los vínculos, sobre todo en el ámbito de la vida de la familia, de la vida de la comunidad, allí, en medio del pueblo, Dios revela el proyecto de vida, tiene que ver con el misterio de la alianza que Dios establece con nosotros en el lugar donde estamos.

En esos lugares donde compartimos la vida con otros y los vínculos se hacen fuertes en el Señor, allí están las primicias con las que Dios va llegando con su mensaje de proyecto de vida para nosotros.

Sería muy bueno que podamos sembrar a nuestro alrededor un montón de alegrías profundas en el corazón, donde el Señor te despertó a la vida de todos los días, no a esta vida del latido del corazón, cuando sentimos que tenemos pulso, sino a la vida que es mucho mas que eso, vida que se siente desde adentro con el deseo, con las ganas de vivir, esta que Dios sembró en el corazón de tu familia, de tu comunidad, donde te hizo realmente feliz. Hay circunstancias, hechos, momentos, donde vos pudiste descubrir que la vida es un canto de alegría, desde el sencillo hecho de compartir la mesa familiar a el nacimiento de alguien, a un paso importante en la vida de alguien de la familia o en la tuya propia, que te hizo sentir que la vida realmente era para pervivida en plenitud, con intensidad.

Allí están como escondidas las promesas que Dios tiene para el futuro nuestro, desde donde podemos ir recuperando la esperanza si es que por allí en algún lugar la hemos perdido. Te invito a compartir aquellas alegrías que valgan la pena ser compartidas, en las alegrías profundas de la vida familiar, de la vida comunitaria, también en esas que se despiertan en el silencio del corazón cuando uno se encuentra con el valor de la vida y con un sentido para la vida, allí está la posibilidad de seguir sembrando por otro lado la esperanza, para que se multiplique y gane el corazón de todos los que nos rodean.

El testigo cristiano de la esperanza no solo lo dice, sino que se involucra con lo que dice, se compromete personalmente con aquello que afirma. Ser testigo de la esperanza no es dar una buena lección, no es enseñar una sabiduría puramente humana, es mucho mas que esto, es anunciar la gozosa experiencia de una presencia viva en nuestro propio corazón, de algunas alegrías profundas que marcaron nuestra existencia y que nos hacen sonreír, que nos sostienen en medio de las luchas, y nos permiten estar de pie aún cuando haya circunstancias en las que tropezamos.

El testigo cristiano de la esperanza habla de algo que atesora en lo profundo de su corazón, da de lo que se ha hecho sustancia en su alma, encendiendo el corazón del vecino sin disminuir la propia esperanza. Por eso decimos que nos abrimos al compartir, porque en las alegrías hondas y profundas donde se cimenta nuestra esperanza de que lo vivido en el pasado será sin duda una realidad en el futuro, mientras vamos luchando aquí, en nuestro presente cotidiano, sabemos que nuestro destino no es otro que el de la alegría.

¿Lo anunciamos con palabras?, si, pero lo palpamos en nosotros, en nuestra familia, en la comunidad, en el trabajo, allí estamos llamados a transparentar este don maravilloso. Gestos, alegría y serenidad en el dolor y en la prueba, la capacidad de amar en las dificultades, la respuesta ante la ofensa, marcada por el signo de la reconciliación y el perdón, el respeto por los demás, la caridad especialmente para con los pobres, la oración personal, donde involucramos a todos y donde el dolor ajeno resulta como propio, en profunda comunión con la compasión de Jesús, con ese Señor que sintoniza con el dolor y la alegría de los demás. En ese espíritu estamos invitados a sembrar esperanza por todas partes.

Nosotros nos distinguimos, por ser cristianos, de este testimonio, testimonio de la desmesura del Evangelio, la desmesura del Evangelio que es siempre el amor a los mas pequeños, es la búsqueda incesante que supone del que se perdió, la misericordia de la ternura, del papá con el hijo pródigo, del compartir lo que se tiene, poco o mucho, del perdonar setenta veces siete, y sin condiciones, de echar una vez mas las redes cuando todo ya parece inútil, la desmesura que supone el ofrecer los poquitos panes y peces para los que Dios quiera, de sembrar especialmente, aunque gran parte de lo sembrado caiga al borde del camino, del acompañar dos kilómetros al que nos pidió que lo hiciéramos por dos cuadras, la desmesura que supone el bajarnos del caballo para dar la mano al que está tirado en la puerta de la ciudad y llevarlo hasta la posada, y preguntar por él a la vuelta, cubriendo los gastos nosotros, el agacharnos y lavar los pies de los heridos, de los que Dios puso al lado nuestro, la desmesura que supone vivir con una sola túnica y un solo par de sandalias, el dar la vida por los amigos.

Allí se construye, allí se fortalece el don de la esperanza que Dios pone en nuestro corazón, en la capacidad de abrirnos a la desmesura del amor con la que Él nos invita a construir un proyecto de vida respondiendo con desmesura de amor a la propuesta de la vida de todos los días. No está en guardarla a la vida como se acrecienta en nosotros la alegría y la esperanza, sino en saberla dar a mano llena.

Hay mucha mas alegría en el dar que en el recibir, Dios es desmesurado en este sentido, a esa desmesura nos invita en este momento.

El profeta Elías cansado del camino se tiró a dormir, pero a este hombre desesperado Dios no lo deja solo, no lo abandona. Dice la Palabra : “un ángel lo tocó y le dijo: levántate y come, miró y vio su cabeza que estaba en una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua, comió, bebió, y volvió a acostarse. Volvió por segunda vez el ángel de Yahvé, lo tocó y le dijo: levántate y come, porque todavía te queda un largo camino, se levantó el profeta, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, del Horeb”.

Juan Pablo II, entre todas las cosas ricas que nos ha dejado, nos invita también a nosotros a levantarnos, y nos dice: “levántate tu que estás desilusionado, levántate tu que ya no tienes esperanza, levántate tu que te has acostumbrado a una vida gris y que ya no crees que se pueda conseguir nada nuevo, levántate tu que has olvidado la capacidad de maravillarte, levántate tu que has perdido la confianza de llamarlo a Dios por su nombre: papá, levántate tu que sufres, levántate tu, a quien la vida parece haberle negado mucho, levántate cuando te sientas excluido, abandonado, marginado, levántate porque Cristo te ama y tiene reservada para ti una inesperada posibilidad de realización y solidaridad, levántate y tu voz podrá dar gracias para siempre”.

Esa actitud del profeta de que ya nada vale la pena nos hace entrar en un discurso determinista de fatalidad, ¿para que seguir caminando?, es lo mismo que decir ¿para que seguir viviendo?, eso que nos gana el corazón como una tristeza inmensa se apodera de nosotros y nos opaca la mirada a partir de un fracaso, de una experiencia dolorosa, eso de querer morir, de no querer seguir viviendo, eso que nos gana a veces el corazón en algunas etapas del camino de la vida.

Pero hay otra manera de desesperanza que es menos descarada que la del profeta que se abandona a la muerte y que tiene que ver con ese aire entristecido y quejumbroso, como el de los discípulos en Emaús, no nos tiramos del camino, ni salimos de él, seguimos caminando, pero pateando piedritas, arrastrando la vida, amargados, chinchudos crónicos, como los llama el Padre Rossi, haciendo todo en una atmósfera de “ufaaa”, como un “ufa” existencial. “Ufa” al levantarme, “ufa” al trabajo, “ufa” a la gente, “ufa” a la vida, “ufa” a todo.

Un “ufa” grande identifica nuestra vida en este modo escéptico de vida, con un pesimismo instalado que nos hace incapaces de alegrarnos por nada, y vivir sospechando de todo y de todos, todos resultan enemigos mientras no prueben lo contrario.

El Señor con gran delicadeza pregunta, como lo preguntó a los discípulos de Emaús: “¿de qué hablaban por el camino?”, cuando en realidad lo mas lógico hubiera sido preguntarles y preguntarnos ¿a dónde vamos con esa cara?, ¿quién los mandó a irse para otro lado?, ellos se estaban yendo a Emaús y van a ese lugar, y se van de ese modo porque no tienen nada en que esperar.

Somos herejes afectivos. Hay una cierta herejía en el cristianismo que se expresa en la ausencia de alegría, que no es otra cosa que la ausencia de esperanza. Cuando decimos con nuestro semblante, con nuestro rostro, con nuestra actitud de caminar y de pararnos frente a la vida, que solo vale el soportar, el sobrellevar, el aguantar, mas que el cantarla, que el celebrarla, alabarla y bendecirla.

Podemos ser nosotros de esos que en un momento de la vida, por que no en esta etapa de la vida nos sentimos así, como que la arrastramos, mas que llevarla con grandeza, con entereza, con decisión, con expectativas de un tiempo mejor.

El Señor nos invita no solo a levantarnos y a ponernos de pie sino de verdad a mirar hacia delante y a descubrir en el hacia delante un camino claro por donde seguir avanzando. Si te resulta que lo claro del camino no te da mas que para vivir el hoy, solo por hoy viví en la claridad que suponen las 24 horas del día que tienen una agenda mas que suculenta si estás atento a cada detalle de lo que la vida hoy te ofrece, y a partir de allí disponete a terminarla sabiendo que el tranco que das hoy en la vida abre un camino que mañana será distinto. Si no se ve demasiado hoy si se ve, son 24 horas las que corren en el día de hoy como para que lo vivas en plenitud y en alegría.

A veces tenemos que enfrentarnos con la esperanza enferma de algunos, con idea de echarse así en el camino, de decir basta, se terminó la historia, no camino mas, actitudes como la de Elías, que se echa a dormir y en el sueño piensa que le va a pasar la vida vaya a saber por donde y no va a tener que enfrentarse con las penas y los dolores que la vida ofrece, cuando en realidad la esperanza no se contradice con el dolor, y la alegría tampoco.

La esperanza cristiana, como Pablo la presenta hoy convive con el dolor, el sufrimiento, la pena, esos sentimientos están allí junto a la esperanza y la esperanza convive con ellos porque para nosotros la muerte bajo todas sus formas ha sido vencida y vamos venciendo en el camino de la vida, todas y cada una de las muertes con las que nos encontramos en la lucha cotidiana, este es nuestro canto, esta es nuestra alabanza, es el modo como decimos con el rostro resplandeciendo en gozo, que de verdad Dios puede, puede mucho mas allá de lo que nosotros le creemos tantas veces.

Por eso decile hoy que le creés, aunque te salga el “te creo, Señor” sin mucha fuerza, decile que le creés que Él puede, decíselo de todo corazón, y expresale el convencimiento que va ganando tu corazón poco a poco, mientras le vas diciendo: “creo que vos podés sacarme de la tristeza que me generan est, esta y aquella situación, creo que vos podés con esta situación que me parece dura, difícil, casi inalcanzable, pero creo que con vos lo puedo Señor, te creo, te creo a vos que me invitás a recorrer estos días y me invitás a iniciar esta nuevo período con el espíritu con el que vos me asistís, te creo, realmente te creo, Jesús.

Para no ser herejes afectivos, hombres y mujeres que con el semblante triste como los discípulos de Emaús, no hacemos mas que patear piedritas por el camino, con la cabeza demasiado gacha y sin la mirada puesta en un horizonte que hable de un camino posible, necesitamos levantarnos, no dejes pasar mas tiempo, el mundo de hoy necesita mucho de esta esperanza del creyente.