La fe en Jesús conduce a la autenticidad

lunes, 13 de diciembre de 2021
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12/12/2021 – En Mateo 21, 23-27 aparece Jesús confrontando con los fariseos que son una corriente nacionalista de rigor religioso que intenta detentar para sí el auténtico mensaje de la ley. Jesús dice “esto tan exagerado me huele mal, es más bien una actitud hipócrita, de apariencia”. Falta de autenticidad y de autoridad es lo que prima en estas personas.

“Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?». Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?». Ellos se hacían este razonamiento: «Si respondemos: «Del cielo», él nos dirá: «Entonces, ¿por qué no creyeron en él?». Y si decimos: «De los hombres», debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta». Por eso respondieron a Jesús: «No sabemos». El, por su parte, les respondió: «Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto».

Mateo 21,23-27

 

 

 

Los fariseos son nacionalistas y rigoristas religiosos que se consideran el verdadero Israel y que entre sí se dan el nombre de amigos, los haberim, y también de piadosos, los hasidim, que son los observantes fieles de la Ley de las tradiciones de los padres.

Estos dice Jesús: los fariseos son hipócritas; es decir, fingen. Ese es el sentido etimológico de la palabra que proviene del latín tardío hypocrisis y del griego π?κρισις (hypokrisis), que significan “actuar” o “fingir”. Jesús les está diciendo que su pretendida y depurada religiosidad es apariencia de verdad, no es real, es fingida, es carente de autenticidad. Todo esto le trae a Jesús una serie de problemas y enfrentamientos. Ellos le preguntarán a Jesús, ¿de dónde viene tu autoridad?

La autoridad de Jesús muestra la contracara de la hipócrita forma de encarnar la autoridad que tienen los fariseos. ¿Que es la autenticidad? Un primer modo de entender la autenticidad es en sentido vitalista, la expresión absolutamente espontánea del mundo interior, la liberación de cualquier represión. Hay hoy escuelas psicológicas y educativas que sostienen tal idea de autenticidad: el dar curso libre a todos los impulsos instintivos para liberar a la persona y que sea ella misma. Lo contrario, es sinónimo de falseamiento y frustración según estas escuelas.

El otro modo de entender la autenticidad es siempre con referencia a la esencia espiritual del hombre. En este sentido, la autenticidad es un ideal a conquistar de acuerdo con la imagen del hombre integral que la razón y la fe dibujan en la conciencia.

Entendida en este último sentido, la autenticidad no puede menos de comprender las tres dimensiones fundamentales de la expresión humana: voluntad, pensamiento y sentimiento. Autenticidad de la voluntad mediante la identificación con el propio fin; del pensamiento mediante la convicción y del sentimiento mediante los conceptos de jerarquía, compatibilidad y resonancia interior.

Jesús nos cuestiona con su autoridad y nos invita a quitarnos las apariencias para encontrarnos con nuestra verdad más cruda y caminar por el camino de la autenticidad.

Vivir como pensamos para no terminar pensando como vivimos

Para poder hablar de «autenticidad» es obligado diferenciarla del término «sinceridad» con el que generalmente se le suele identificar. Por paradójico que pudiera parecer a primera vista, no es lo mismo sinceridad que autenticidad. Se puede ser sincero pero no auténtico. La autenticidad va mucho más allá, tiene mayor profundidad es de rango superior. Sinceridad es la adecuación entre lo que se piensa o se siente y, lo que se dice. Autenticidad es la adecuación entre lo que se piensa, se dice y se hace y lo que se debe hacer. En definitiva, sólo seré auténtico cuando lo que piense, sienta y diga corresponda a la realidad de mí compromiso.

No pocos de nosotros pensamos que por ser sinceros y decir lo que pensamos ya somos auténticos, pero sólo lo seremos de verdad en la medida en que la conducta responda a la llamada de los valores. Es en esa «llamada de los valores» donde se juega el compromiso.

La neurosis, el trastorno psíquico y mental, la escisión de la persona se instala allí donde hay una ruptura entre el «ser» y el «deber ser». Escasea tanto la autenticidad y es un valor tan cotizado como raro, especialmente en los tiempos que corren porque por un lado va la conducta y por otro los ideales. ¿Se puede vivir sin ideales? No. Todos necesitamos esa guía interior que se apoya en la interiorización de una guía de valores que nos sirva como punto de referencia de la conducta.

La mayor parte de los problemas que aquejan al hombre de hoy están motivados porque no se tiene un cuadro de referencia interno, una filosofía de la vida, un ideal, un compromiso que vaya en la misma línea de nuestra conducta habitual.

En definitiva, se trata de llevar a la realidad de nuestra vida diaria aquel principio de la moral personalista que dice: «Hemos de acostumbramos a vivir como pensamos, pues de lo contrario, acabaremos por pensar como vivimos.»

 

Educar en la verdad

Hace más de dos milenios, Ciro, Rey de Babilonia, afirmaba que “lo más importante que se debe aprender en la vida es decir siempre la verdad». Decir la verdad es el camino más seguro para llegar a ser auténticos, para que se dé una completa coherencia entre nuestras palabras y nuestras acciones. Es éste un valor imprescindible que hemos de cultivar todos los educadores. No daremos un solo paso en nuestro quehacer educativo, si el educando percibe doblez, falsedad o fingimiento en lo que decimos o en lo que hacemos.
Cuando decimos y/o hacemos lo contrario de lo que pensamos, abrimos un abismo entre nosotros y la parte más noble que nos sustenta, nuestra propia «mismidad», entre nosotros y entre aquellos que confiaban hallar en nuestra conducta un modelo para cincelar su propio «deber ser», su cuadro de referencia interno. Recordemos siempre que la sinceridad es el alma de todo diálogo. Decir siempre la verdad, enseñarla y exigirla a los hijos desde los primeros años es importante, entre otras razones, porque la autenticidad educa por sí misma, motiva, convence e impulsa a las acciones nobles, a 1a responsabilidad, al buen entendimiento, al diálogo y a la convivencia pacífica.
No es posible referimos a la autenticidad sin que la memoria nos aporte al instante la ya clásica frase de R. Guardini: «Educamos más por lo que somos y hacemos que por lo que decimos… ». Será nuestro ejemplo constante de autenticidad, de coherencia entre nuestras palabras, nuestras acciones y esa «guía interior» que dé sentido y valor a nuestra vida, quien contagie a nuestros educandos a ser defensores de la verdad, a encontrar su motivo, su razón para vivir, su ideal.