“La fortaleza no es de la barca, sino de quien la conduce”

viernes, 10 de septiembre de 2021
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10/09/2021 – Seguimos transitando el Año Jubilar Ignaciano, en memoria de la conversión de San Ignacio de Loyola y junto al padre Ángel Rossi, sacerdote jesuita, cada viernes reflexionamos en torno a nuestro propio camino de conversión.

En su autobiografía, Ignacio relata el momento en que debe volver en barco y en el puerto habían dos: uno de gran porte y otro mas frágil y pequeño. Aunque deseaba hacerlo en el más grande no pudo, por falta de dinero, por lo que no tuvo más opción que subir al mas pequeño y endeble. Y el santo cuenta que, en medio de la travesía, se desata una gran tormenta pero, aún con muchas dificultades, logran mantenerse a flote y llegar a destino; mientras que, al pasar,  pudieron observar que el barco grande y fuerte había naufragado.

“Esto nos deja una enseñanza para el corazón -señaló el padre Ángel-: esa barca es nuestro corazón y es frágil. El desafío no es que la barca sea fuerte, porque nunca tendrá la fuerza suficiente para las tempestades que nos tocan vivir. No es la fortaleza de la barca, sino de quien la conduce.”

San Agustín decía: “Señor, no te pido que me saques de la tormenta sino que conduzcas la barca”

Finalmente, el padre Rossi nos compartió un bello texto de San Bernardo dedicado a María, la estrella del mar:

«¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María!

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.

Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.

Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.

Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.

No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara”.