La fuerza de la vida venció la muerte

sábado, 11 de abril de 2020
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11/04/2020 – Comenzamos nuestro tercer día de retiro de Pascua radial:

 

 

“Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?» Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas. pero él les dijo: «No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como él se lo había dicho». Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo”.

Marcos 16,1-8

 

 

 

Signos para dejarse sorprender

Las mujeres comienzan su peregrinar el domingo de madrugada, después de que Jesús ha muerto, después de haber atravesado todo un sábado en vigilia pensando quién nos va a correr la piedra del sepulcro. El primer signo es que la piedra ya está corrida. El segundo, entran al sepulcro y el cuerpo de Jesús no está allí, ellas piensan que se lo han llevado.

Tercer signo un ángel les dice: “¿A quién buscan, a Jesús?. Ha resucitado, no está aquí. No busquen entre los muertos al que está vivo”. Cuarto signo, salen temerosas de allí con semejante anuncio y, en la delicadeza de su amor, Jesús se les presenta para llenarlas de gozo y de consuelo. Su temor se disipa, las invita a alegrarse, a apartarse del miedo.

Quinta sorpresa, pone a las mujeres en camino “vayan a decir a mis hermanos que en Galilea me verán”. La Pascua es una gran noticia llena de matices, llena de colores a los que somos invitados a abrirnos, saliendo del lugar conocido para ir a aquel lugar no sabido, el desconocido.

La Pascua es una invitación a habituarnos a lo nuevo. Solemos decir a esto o aquello ya estoy acostumbrado, suele ser lo que ya hemos caminado, lo sabido, en lo que nos repetimos, lo rutinario, lo que se nos ha hecho callo, carne. La Pascua es una sorpresa que viene a abrirnos de aquél lugar conocido, donde nos repetimos donde la vida se nos ha hecho una costumbre.

Es vida nueva la Pascua, no es vida ya sabida, es vida que hay que aprender a reconocer. Nos va llevando de una alegría a la otra, con serenidad y con confianza somos invitados a las sorpresas pascuales, como las mujeres nos dejemos llevar por la Pascua de Jesús.

 

“La gran noticia de Jesús, alégrense”.

Cuando uno es sorprendido por una noticia suele decir, no sé que decir, ese no sé que decir se traduce también por un no saber qué hacer, no saber qué contestar, no saber como agradecer, es más hasta corporalmente uno puede decir que está como “incómodo”. Jesús conoce la incomodidad que genera lo que está sucediendo.

La incomodidad de haber ido hasta aquel lugar con un pensamiento, quién nos correrá la piedra y la piedra está corrida. La gran sorpresa que incomoda, que no sabe qué hacer ante la noticia de que el cuerpo allí no está, la incomodidad, es decir la falta de orden ya establecido que genera el hecho de recibir la noticia: “No lo busquen aquí, está vivo”, ¿cómo que está vivo, y dónde está vivo?.

Todo es como una gran incomodidad, por una gran sorpresa, la sorpresa de lo nuevo. La mejor respuesta desde dónde ubicarse para no perderse entre lo que nos sorprende, es la alegría. La mejor manera de responder al hecho de ser sorprendidos y desacomodados por la sorpresa es alegrarse. Y por eso Jesús sale al encuentro de las mujeres sorprendidas por todo lo que está ocurriendo, incomodadas por todo lo que está aconteciendo, bajo el signo del temor y sin saber que hacer, diciéndoles “Alégrense”, sencillamente alégrense.

En Evangelli Gaudim el Papa Francisco nos dice que la alegría se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).
En las mujeres se ve claro el brote de luz que fue apareciendo en medio de sus tristezas, del desconsuelo, del desencanto, de la falta de horizonte y poco a poco este brote de luz se hizo pleno en alegría con la presencia de Jesús Resucitado. Fueron haciendo un aprendizaje de la alegría.

“Alégrense” es la palabra de Jesús y, más que un mandato es una palabra creadora. Dejemos que esta palabra, “Alégrense”, vaya como calando hondo, dejando que el Señor la pronuncie de muchas maneras, en aquellos lugares dónde necesitamos que resuene como palabra llena de esperanza, de fortaleza, como palabra que nos invita a la lucha con la confianza de saber que el triunfo está asegurado, como palabra que consuela en el dolor, como palabra que se hace mensaje para los hermanos que la necesitan.

“Alégrense”, alégrense dice Jesús.. La vida de la Pascua es vida que pacifica y vida que moviliza. La Pascua trae paz, por una sola razón, la muerte como lo más inquietante para la vida ha sido vencida.

Esto no puede callarse, esto tiene que decirse y, por eso la Pascua se hace movilidad en el anuncio. No hay lugar para la tristeza, no hay lugar para la angustia, no hay lugar para la oscuridad, ha desaparecido la sombra, tal vez si algo de sombra, oscuridad o tristeza, angustia o desesperación formaba parte de nuestra convivencia de todos los días y el lugar desde donde estábamos parados para sostenernos en lo cotidiano, ahora somos sorprendidos porque todo esto ya no está.

El Papa Francisco nos dice al respecto Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Y así el bien tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla.

No busquemos entre los muertos al que está vivo, no busquemos más la tristeza como el lugar desde dónde la angustia, como el lugar desde dónde la desesperación, como el lugar desde dónde vivir. Es la alegría, es la Pascua de Jesús la que nos sorprende y la que nos invita a vivir en una clave nueva. Alegrémonos desde el Señor, dejemos que su alegría resucitada colme nuestros corazones y vaya ganando en camino discipular nuestro corazón lo vaya habituando a moverse en este sentido.

Hagamos un aprendizaje sereno, constante, discipular, vayamos desaprendiendo lo que no es alegría y dejemos que sólo la alegría sea nuestro gran mensaje en nuestro modo de estar parado en la vida y enfrentar todo lo que de angustia y tristeza se presenta en el mundo que nos la quiere robar.

“Alégrense” es el mensaje de Jesús. “no se inquieten, no tengan miedo”. Ellas iban temblorosas, dice la palabra, ante el anuncio que habían recibido, no sabían que hacer, estaban sorprendidas, de sorpresa tras sorpresa, habían sido como sacadas de aquel lugar con las que estaban habituadas a enfrentarse a la muerte misma, también a la del Maestro. Ahora la muerte ha sido vencida, y la única manera de ubicarse frente a esto es alegrándose. “Alégrense” es el mensaje de Jesús, más que un mandato es una palabra creadora.

“Galilea, el lugar de la Pascua”

Las mujeres reciben un mandato por parte de Jesús, “díganle a los discípulos que vayan a Galilea que allí me verán”, antes han recibido otro, “no busquen entre los muertos al que está vivo”. Galilea y el lugar de los muertos como dos contrapuntos, el lugar de los muertos es el sepulcro, Galilea es el lugar de la vida. No busquemos entre los muertos al que está vivo.

Busquemos al que está vivo entre los que están vivos en Galilea. Galilea es el lugar de lo habitual, de lo cotidiano, de lo de todos los días. Busquemos entonces al que está vivo entre los amigos, entre los compañeros de la facultad, entre los vecinos, entre los familiares. Cristo vive en cada acontecimiento cotidiano hay presencia de resurrección, aún en los lugares de más dolor, de más sufrimientos.

Cristo ha resucitado. No hay lugar para la muerte, es decir, no hay lugar para todo aquello que trae mensaje de muerte, la queja, el recuerdo desagradable, la melancolía de un tiempo que fue, que pasó y ya no está, la poca esperanza frente al tiempo nuevo que vendrá, no hay lugar. Galilea es el lugar de la vida, porque Galilea representa lo cotidiano, es el hábitat primero de la comunidad. Galilea es el lugar donde Jesús compartió con ellos y les dice “vayan allí donde nos encontramos y donde nos seguiremos encontrando”.

“Yo me voy” dice Jesús, pero al mismo tiempo me quedo para siempre con ustedes. “vuelvo al Padre y me quedo con ustedes, ustedes vienen conmigo, donde Yo esté estarán también mis discípulos”. Ahora todo lugar cotidiano es experiencia, vivencia de eternidad. Galilea, tu Galilea, tu lugar sencillo, tu cocina, tu patio, tu facultad, tu noviazgo, ahí donde te encontras entre tus amigos, tu escritorio donde te sentas a estudiar es tu Galilea. Jesús está resucitado. No busquemos en otro lugar, busquemos entre nuestras cosas, entre los que están vivos al que está vivo. Jesús no está entre los muertos, Jesús está vivo.

Todo lugar de vida es lugar de resurrección. No busque entre los muertos al que está vivo. Esta es la gran noticia que nos hace salir de nosotros mismos. Esa salida de nosotros mismos desde la experiencia de la vida de Jesús que ha vencido la muerte es fruto de un gran amor que puede más que todo, es lo que nos hace salir al encuentro del que está vivo entre los vivos, el apartarnos de la muerte es el amor que ha vencido. Es la experiencia del amor de Jesús que ha vencido.