La ira divina y la humana

viernes, 2 de julio de 2021
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02/07/2021 –  En el “Diálogo de hermanos”, el padre Javier Soteras y el rabino Marcelo Polakoff abordaron el tema de la ira. Todo comenzó en el libro de los Números en el capítulo 20, versículos 11 y 12: “Enseguida Moisés levantó su mano y golpeó la roca dos veces con la vara y el agua brotó a chorros. Así que toda la comunidad y sus animales bebieron hasta saciarse. Sin embargo, el Señor les dijo a Moisés y a Aarón: Puesto que no confiaron lo suficiente en mí para demostrar mi santidad a los israelitas, ustedes no los llevarán a la tierra que les doy”. Y comenzó expresando Polakoff: “Este texto está cerca de la llegada del pueblo de Israel a la Tierra Prometida, después de casi 40 años en el desierto. Este enojo de Dios es semejante a lo que ocurrió en el inicio de este periplo, es lo que llamamos un texto reflejo. En ese pasaje es cuando Dios le pidió a Moisés que le pegue con su vara a la roca para que salga agua y pueda darle de beber al pueblo sediento”.

Y luego el rabino reflexionó sobre este texto de Números 20. “En cambio, ¿por qué Dios se enoja aquí? Es por qué el Señor le dijo que primero le hablara a la roca, cosa que Moisés no hizo. Y eso significa que no santificó el momento. Y no solo eso, Moisés trató al pueblo de rebelde y por eso a Aarón y a él se les prohíbe ingresar en la Tierra Prometida. Dios quería que Moisés hubiera madurado después de casi 40 años, que primero hablara con la roca y con su gente, pero, quizás por su vejez e impaciencia, no lo hizo”.

El padre Soteras declaró que “si hay algo que permaneció intachable en esos 40 años en el desierto fue la fidelidad del pueblo, de su pueblo. Quizás por eso Dios se enoja con Moisés, monta en cólera. Dios le había dado la capacidad de ingresar a la Tierra Prometida desde la amistad que habían trabado durante tantos años pero Moisés fue duro y perdió el rumbo. Dios es palabra y promesa, y por eso ingresará luego con su pueblo a la Tierra Prometida, pero el tozudo Moisés lo dejará afuera, como a Aarón. Es parte del obrar misterioso del Señor”.

Marcelo agregó que “Maimónides fue un filósofo español, de origen cordobés, que vivió en el siglo 12. Él decía que en temas de carácter se recomienda siempre ir por la línea media, para buscar el equilibrio. El enojo es un mal cargo y hay que distanciarse de él. La vida de un ser irascible no es vida, esta es otra enseñanza antigua de nuestra tradición. Sin embargo un padre debe aparentar enojo para educar a sus hijos, pero con un corazón manso y tranquilo. La ira descontrolada es peligrosa, siempre termina de manera violenta. Aunque cntrolar el enojo es algo complicado”.

Tenemos que ser autodisciplinados para superar la ira. Pero cierta agresividad es propia del ser humano, es como una sana rebeldía. Es la reacción que nos permite superar los obstáculos. Santo Tomás de Aquino dice que la magnanimidad y la capacidad de resistencia ante el mal recibido es lo que nos permite superar y dominar la ira. La agresividad permanente puede convertirse en depresión, esto es riesgoso. El papa Francisco pidió “lío” a los jóvenes argentinos en Brasil en el año 2013. Pero esto hay que interpretarlo bien. El papa le ha dicho a los empresarios argentinos que dejen de poner la plata en paraísos fiscales y la pongan en inversión y trabajo. Si las cosas siguen como están y no revertimos el escenario, si no operamos con un buen “lío”, nada va a cambiar. Esto es un acto revulsivo, generar cambios positivos. Tal vez eso sea la ira de Dios”, especificó Javier.

Finalmente Polakoff propuso que “el enojo ante la injusticia debería ser el motor del inconformismo, es algo muy sano. Aquí pienso en que tengan lugar los inconformistas y que los que están conformes y cómodos no lo estén tanto”. Los psicólogas aseguran que las consecuencias de una ira prolongada son estrés, ansiedad y hasta depresión. Y las formas de superar la ira consisten en expresarse en forma asertiva sobre las preocupaciones y necesidades, en forma clara y directa, sin lastimar a otros o sin tratar de manipularlos, respirar profundamente, modificar la forma de pensar o hacer una reestructuración cognitiva.