La llena de Gracia

lunes, 19 de mayo de 2008
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Junto a la Cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás, y María Magdalena.  Jesús, al ver a su madre, y junto a ella al discípulo a quien tanto amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.  Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”.  Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya.

Juan 19, 25 – 27

Ayer recordábamos, cuando el Señor saluda a María. En aquél acontecimiento tan importante. La anunciación, que Dios le hace a través de su arcángel Gabriel a María. Para la misión más importante de la historia que es; la redención del mundo. Que tiene como momentos. Que un primer momento es, el de la historia. De la promesa y de la historia del Padre, de preparar y hacer caminar a un pueblo. Siempre, ocultamente. Como ese Dios secreto en Espíritu, ha ido obrando a lo lago de todo el Antiguo Testamento. Toda la historia de la salvación ha sido, una preparación para la llegada del cumplimiento de la promesa del Padre. Y recién allí se haría manifiesto el Espíritu Santo.

¡Qué increíble! Como a lo largo de tantos años, el Espíritu está siempre. Porque Dios es uno. Es uno el Padre, uno el Espíritu y uno el Hijo. Un solo Dios. Una naturaleza, una sustancia divina. Y tres identidades. Cada uno una persona. Sin embargo viven el ser en la unidad.

Este misterio tan profundo que nosotros no podemos develar con la razón, es que no tiene la lógica de nuestro pensamiento. Es la obra de Dios. El hacer de Dios que se nos va manifestando de a poco. Y que en el Hijo, nos permite encontrar un camino, para este conocimiento y esta comprensión.

Y desde Dios iluminados con la fe, vamos a aprender a mirar la historia, mirar la vida, todo lo que Dios ha hecho y a descubrir la acción de su Gracia. Y a percibir su estilo. Su modo. Y a solidarizarnos con Él. Hasta dejarnos transformar en el hijo. La historia de la salvación, es el proceso del descubrimiento, de la revelación de Dios al hombre. Es el proceso de una madurez. De una tensión que llega hasta la plenitud de los tiempos. Para que como dice Gálatas, 4; 4, cuando habiendo llegado la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley. Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo eterno, se manifiesta para soplar el Espíritu y hacer obrar así, ese Neuma divino en nuestros corazones, y que sea el gran pulsor, el gran protagonista, en la nueva etapa de la historia de la salvación. La etapa del Evangelio.

Y la etapa de la Iglesia. El tiempo de la Iglesia. El tiempo de preparación para el pueblo sobrenatural, fue el tiempo en que la ley fue el eje de toda una comunidad que avanza en el descubrimiento y en la búsqueda, del cumplimiento de la Promesa. Pero viene la era de la Gracia como habla Pablo, y llega Jesús en medio de nosotros. Y llega por la acción del Espíritu. El Espíritu Santo. ¿Y cómo obró el Espíritu Santo? Maravillosamente. Maravillosamente.

Dios le habla a María, en aquella “Alégrate, llena de Gracia”. Pero fíjense ustedes que saludo. No podía decirle nada mejor Dios a una criatura. ¿Por qué decir esto el Señor? ¿Mentiría el Señor?

¿Qué quiso decir cuando la reconoció llena de gracia, a través de la palabra de su Ángel, su enviado directo, el anunciador de los grandes misterios de la salvación? ¿Qué quería decir cuando decía, alégrate, llena de Gracia?.

Dice el Catecismo que María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra del Hijo y del Espíritu Santo en al plenitud de los tiempos. Por primera vez, en el designio de Salvación, y porque su Espíritu la ha preparado; el Padre encuentra la morada en donde su Hijo, y su Espíritu, pueden habitar entre los hombres.

Por ello, los más bellos textos sobre la Sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María. María es cantada y representada en la liturgia como el trono de la Sabiduría. En ella comienzan a manifestarse las maravillas de Dios, que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia.

Por eso, quizás, como decía el Catecismo podemos reconocer esta expresión “llena de Gracia”. Es decir, sin mal, sin injusticia. ¿Cómo es un ser humano que no está herido por la mentira, por la envidia, por la soberbia? ¿Cómo es? No existe en este mundo. Nosotros no somos carentes del pecado, nosotros estamos heridos.

A veces me pongo a pensar ¿Cómo habrá sido ella? ¿Cómo habrá vivido esa presencia de Dios en María? Si a veces uno, que es un pobre desgraciado, con una historia tremenda, a veces de pecado, de errores, de egoísmos, de búsqueda de sí mismo, tanto tiempo, no? Hasta que el Señor no te voltea el caballo como a Pablo, no te das cuenta de poder obrar según el querer de Dios. Y cuando te dedicas a eso, cómo Dios va transformando cuántas cosas buenas, cuánta libertad encuentra Dios. Lo que habrá sido en María…

Con razón ella va a llegar a decir esas palabras: “de aquí en adelante, las generaciones me llamarán feliz, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí”. Qué grande. No hay obra más grande que la de la Gracia.

Esto es lo primero que quiero compartir en este día. En este día que, mirando a María y al Espíritu reposando en ella, el poder del Altísimo cubriéndola con su sombra y el Espíritu obrando el plan del Padre en ella. ¿Cómo obra el Espíritu en ella? Obra en la disponibilidad, obra en la fidelidad de Dios a su pueblo.

María es ella, pero no es sólo ella. Es ella y su pueblo. María es, no simplemente una representación nominal o intelectual, de todo un mundo que espera ser rescatado, sino que es ese mundo ya liberado, ya participando de la plenitud de la Gracia del Cielo. Pero que en lo temporal necesita, según el plan de Dios esta expresión tan clara y definida de la obra de Dios, que se llama María.

Si en nosotros Dios puede pulsar tantas cosas buenas, lo que habrá sido María. Yo ahora comprendo, cuando me pongo a meditar, por qué María es una figura tan discreta, tan desapercibida. Y los grandes hombres de Dios, cuando más viven el Misterio de Dios, más se encuentran con el Señor, más necesitan huir del protagonismo, más buscan obrar interiormente para Dios. Porque necesitan de la seguridad, ni del reconocimiento, ni del aplauso humano. Sino que toda su vida está, no simplemente desde ellos, encauzada a Dios sino que Dios los ha cautivado de una manera que ellos no necesitan. Es más evitan todas las vanidades, porque no quieren que nada de ellos quede fuera del plan de Dios.

Ahora me pongo a pensar y entiendo más profundamente por qué María es una figura tan discreta, sin embargo tan eficaz. Si recordamos el hecho de las “bodas de Caná”, podemos contemplar un momento de la eficacia de esa presencia tan discreta, como alguien más. Que se sabe quién es porque es hija de fulano y de fulana, pero nadie sabe qué pasa en el misterio de su corazón. Y allí con esa presencia discreta, pero eficaz.

Y es como que más de Dios, más dejar obrar a Dios. Menos desgaste, menos pulsión de nuestra parte, menos esfuerzo, más obra la Gracia. Cómo habrá obrado el Espíritu en ella. Que admiro, en este sentido, la humildad de María.

Yo me imagino el Espíritu Santo nadando con esa libertad, todo desnudo, lleno de sonrisas y felicidad, en ese pequeño mar que se hizo dilatado y grandote. Que Dios fue dilatando hasta ser el gran corazón de la humanidad, la Virgen, Madre de todos los hombres. Eso es lo que provocó el Espíritu en ella. No sólo la Encarnación, por la aceptación de María, para lo cual también tuvo que ser asistida con la Gracia del Espíritu Santo. Gracia que ya estaba anidando en plenitud en su corazón, pero que no dejaba de crecer en ella.

Más que la vida de Dios en María, cómo es María en la vida de Dios. Me gusta más hablar así, saber dar vuelta la ecuación. Porque me parece que cada vez va siendo más cierto aquello de Pablo, “en Él somos, nos movemos y existimos”. María vive en el Misterio de Dios, y su corazón está lleno de la Gracia. Pero también sus gestos, su vida, su amor. Y qué grande la fidelidad de María. No puede ser de otra manera. Porque María tiene necesidad de dar un Sí que permanezca. Porque hubo un no que rechazó al autor de todo, Dios, un no que desalojó el amor de Dios del mundo creado, un no que lo puso al hombre de espaldas, y que hirió la psique, el corazón, los afectos, la libertad, la búsqueda, la relación de todos los seres humanos.

Necesitamos de esa fidelidad de María, de ese Sí permanente y sostenido. Que sólo se hace posible, fidelidad que es posible sólo por la acción del Espíritu. Sólo la llena de Gracia.

Que no es la santidad, ni es Dios, ni es un ser extraterrestre. Es una persona humana, María, es una mujer. Y es esposa, y mamá. Como todas las esposas y mamás, y mujer como todas las mujeres. Sin el pecado, liberada del pecado, en orden a la maternidad. Con la vocación de construir y reconstruir la historia. Por su vientre espiritual nace la historia, de su seno virginal nace el hombre nuevo. Quiera o no quiera un cristiano, no nace para Dios, sino por el don de la Gracia, que está llenando perfectamente su corazón esa Gracia. Y esa Gracia pasa también a todos los hijos.

Por eso la fidelidad de María tan grande. No es un deber, no es un esfuerzo. Es una grata manera de vivir la fidelidad de María.

Los dones del Espíritu Santo, que en la Sagrada Escritura, quedan como definidos, y que la Iglesia rescata y los organiza en la catequesis y en la teología.

Pone esos 7 dones: don de inteligencia, don de sabiduría, don de ciencia, don de consejo.  Esos cuatro dones que corresponden más a la parte de la inteligencia, en lo humano. Esa inteligencia que además está esclarecida por la fe. Sobre ese don de la inteligencia, esclarecida por la fe, viene el don de la inteligencia, que nos permite tener una particular penetración en la Verdad.

María es buscadora de la Verdad.  Realizadora de la Verdad.  La que vive en la Verdad.  La que vive serenamente el plan de Dios. Lo que El le pidió. Es la que dijo; que se haga como vos quieras.

Si no hay una acción del Espíritu allí; dones del Espíritu que actúan, ¿Cómo podría María vivir así?

Esos siete dones, a pleno en el corazón de María, creciendo. Tocando y activando permanentemente la actitud atenta de María, hacia la Voluntad del Padre. Don de inteligencia. Don de sacudiría; don de ciencia y don de consejo. Y aquellos otros tres dones, que afectan más a nuestra sensibilidad y a nuestra voluntad.  El don de la piedad, el don de la fortaleza, y el don del temo de Dios.

Yo digo, María ha vivido en plenitud estos dones, y como habrá sido la fe de María. Qué impresionante que una personita tan sencilla, tan como cualquiera, pueda llegar un ser humano, a límites tan insospechados. Que lógicamente sólo en Dios podremos comprender, hasta donde pudo dilatar Dios, la capacidad de María, y la continuará manifestando esa dilatación que hizo, a lo largo de la historia.

Sólo Dios puede hacer cosas así. Y cuánto podrá hacer en mi vida de Gracia. A mi que soy un luchador, que quiero seguir a Jesús en serio. Que quiero amar, vivir. Que quiero realizar un proyecto de vida que fue pensado desde toda la eternidad para mí. No solamente un proyecto que yo elegí, o un capricho personal. Sino algo mucho más ambicioso. Animarme a vivir más allá de mis fuerzas. Más allá de mis límites. De mis posibilidades y seguridades.

Mirar a María para aprender a vivir de la fe. ¡Cuánto querrá hacer el Señor en mi!