La manera de mejorar el mundo

jueves, 16 de noviembre de 2006
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En aquellos días María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno. Isabel llena del Espíritu Santo exclamó:- Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿Quién soy para que la madre de mi Señor venga a mi a visitarme?. Apenas oí tu saludo el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá todo lo que te fue enunciado por parte del Señor.
Lucas 1, 39 – 45

Cuando nosotros nos disponemos a la oración del Rosario tomándolo entre nuestras manos y abrazándolo con la Cruz, que abre y cierra la oración del Rosario, es como si con ella, la Cruz (que es el primer signo que marca nuestra vida de cristianos con el bautismo), estuviéramos con la llave en la mano para abrir la puerta que trae la alegría del corazón.

La Cruz, dice Juan Pablo II, en Rosarium Virginae Marie, es lo primero que nos encontramos cuando nos ponemos a orar el Rosario. El Rosario está entrando en el crucifijo, que abre y cierra el proceso de esta oración tan amada. “La más amada por mi”, ha dicho Juan Pablo II. Y de hecho, tenemos más de una fotografía del Pontífice de rodillas frente a una imagen de la Virgen, orando con profundidad el misterio del Rosario o los misterios que se encierran en el Rosario. La Cruz, es la llave que nos abre que nos abre al gozo y la alegría que se encierran en cada uno de los misterios que contemplamos cuando oramos el Rosario, en Cristo Crucificado y Resucitado. Esa es la Cruz, está la vida y la oración de todos y de cada uno de nosotros.

De hecho Jesús ha dicho:-“Cuando yo sea elevado en lo alto,(se refiere esto al misterio de la Pascua y de la Cruz), atraeré a todos hacia Mí”. Por eso un Rosario sin Cruz, sólo con las cuentas, es un Rosario al que le falta el centro mismo que da sentido a su oración. La Cruz es el lugar culmen de la Redención.

El Rosario iniciado con la señal de la Cruz, y terminado con la misma señal, nos abre a esta experiencia de gozo y de felicidad que supone, como lo muestra hoy el evangelio que acabamos de compartir, la visita que María nos hace, proclamándonos la Buena Noticia desde cada uno de los misterios del Rosario que contemplamos con ella. Y nosotros sentimos en el corazón el decirle, como un eco que se repite incansablemente, “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”.La oración de Isabel toma cuerpo en cada Ave María que oramos porque el gozo y la alegría que nos trae María, impregna el corazón de tal manera que no hay dolor, no hay dificultad, no hay pesadumbre, no hay preocupación que no se disipe, que no se desvanezca, que no desaparezca de nuestro horizonte para que nos gane aquel encuentro gozoso, que se repite hoy, como hace 2000 años cada vez que un hijo de Dios como Isabel se encuentra con María que llega a su casa.

“El niño saltó de gozo en mi seno cuando escuché tu saludo”, y eso podemos decir cada vez que con María nos encontramos en la oración del Rosario, dejándonos abrir a los misterios que se esconden detrás del misterios central, el Pascual, de la presencia de su Hijo, a quien ella viene a proclamar como buena Noticia en todos y en cada uno de los misterios.

En el Rosario se repite una y otra vez este encuentro de María e Isabel, de María con vos, de Maria conmigo, de María con los que nos reunimos a orar el Rosario. Un encuentro que es tan gozoso que el niño que va en el vientre de Isabel, salta de gozo y alegría. Un encuentro tan gozoso, que uno se imagina aquello como un lugar lleno de luz y el vientre de Isabel ya por salir a dar a luz. Uno se imagina aquel encuentro que se extiende con el canto de María en el Magníficat, como un canto de gozo y alegría que no puede para y que brota de la presencia que no puede parar y que brota de la presencia de Dios que hace grandes maravillas entre los humildes y los sencillos.

Te invito, una vez más, a renovar tu oración del Rosario. Y de hacerlo abrazando primero el misterio que encierra todos los misterios, la Cruz que está al principio y al final del Rosario, para que con ella abras la puerta como una llave que te conduce al anuncio y a la Buena Noticia de Jesús que llena de gozo tu corazón.

La alegría cristiana es una alegría que vino para quedarse. Es una alegría que vino para instalarse en medio de nosotros para poner morada en medio de nosotros, para invadir todos y cada uno de los ambientes en los que nos movemos y nos hacemos presentes. Nada mejor como modo de evangelización que un cristiano feliz. De hecho, así lo expresaba tan claramente San francisco de Sales: “un santo triste es un triste santo”. Hacen falta santos alegres, santos felices, santos que iluminen y llenen de gozo el corazón de los hermanos con la sola presencia suya. Esto es loa que María hace cuando visita a Isabel. Cuando va a la casa de su prima, la presencia de María instala la alegría de tal manera en el corazón en el corazón de Isabel, que el niño salta de alegría. Y ella misma la bendice como la madre del Señor, movida por el Espíritu Santo. La alegría cristiana viene con María.

Y nosotros como testigos del Evangelio de Jesucristo, nos unimos profundamente a la Madre en la oración del Rosario para testimoniar con gozo y con alegría la presencia de la Salvación.

Ayer tuve la experiencia hermosísima de encontrarme en la fundación Soles: 60 jóvenes voluntarios, todos jóvenes y algunas personas mayores que escuchan la Radio y algunos jóvenes que también escuchan la Radio nos invitaron para participar del año de vida de la casa que acoge familiares de los niños que en el Hospital de Niños de Córdoba padecen de problemas oncológicos. Realmente soles, soles de alegría, de solidaridad, de servicio, de entrega, soles de búsqueda de sueños, de gritos que le dicen al mundo es posible un mundo distinto.

Jóvenes universitarios presididos por Celeste, una joven también pronta a recibirse de médica, que entrega con otros su vida para que éstos que ven amenazada su vida desde la infancia encuentren en el cariño, en el amor, en la compasión, un gesto que les ayude a seguir esperando en al vida y a seguir luchando por la vida. De este tipo de testimonios estamos hablando. Del testimonio que no es un testimonio devocional solamente, sino el testimonio donde se juega la vida y donde la vida se sostiene para dar vida más a los que la necesitan. Realmente una experiencia llena de gozo.

El día anterior habíamos estado reflexionando con un amigo sacerdote la complejidad del mundo juvenil. Y ayer me encontré con la simplicidad del mundo juvenil, y con la alegría de este mundo y con la capacidad de amar que hay en los jóvenes. Qué riqueza de vida se escondía en todo lo que allí se compartía en el día de ayer. Con la delicadeza de cada gesto de recibirte y anotarte, de darte la bienvenida, de preguntarte de dónde conocía la fundación. De una mesa servida, tendida. Seguí con actos, discursos, celebraciones, brindis, una obra de teatros, un coro. Y todo esto que hace falta cuando nos reunimos para que de verdad la alegría vaya impregnando el corazón de inmundo que se ve amenazado y el signo de la muerte y la ausencia de la paz.

Hoy deseo, decía Juan Pablo II, confiar en la eficacia de la oración del Rosario, con el gozo y la alegría que él trae, a la causa de la paz en el mundo y en la familia. Las dificultades que presenta, decía Juan Pablo II, el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio, nos induce a pensar que sólo una intervención de lo Alto, capaz de orientar los corazones de quienes viven situaciones conflictivas, y de quienes dirigen los destinos de los mundos, de las naciones puede hacer esperar un futuro menos oscuro. Antes, ha dicho el Papa, la Iglesia ha visto siempre en esta oración una particular eficacia, confiando las causas más difíciles a la intercesión comunitaria y la práctica constante de esta oración.

La Paz. La Paz que vino a quedarse. Con la alegría es la que nos regala, entre otras cosas, y entre otros dones, esta oración tan amada y tan querida. La oración del Rosario.

La oración del Rosario lo llena de gozo y de alegría y también lo compromete en la caridad.

Tal vez sea, dice Juan Pablo II, porque Ave María tras Ave María serena y meditativamente, proclamada y orada, nos va como disponiendo el corazón al encuentro con aquel, que lo reconoce la Palabra de Dios, en Ef. 2,14, como el Príncipe de la Paz. Es esta oración además pacificadora, llena de caridad y promueve a la capacidad. Si uno reza el Rosario como una verdadera oración de meditación y de contemplación, nos favorece al encuentro con Cristo en sus misterios y muestra también en el camino de la vida el rostro de Jesús en los hermano. Especialmente en los que más sufren.

Decía el Papa, cómo se podría considerar en el misterio de gozo, el misterio del niño recién nacido, un Belén sin sentir el profundo deseo de acoger, defender y promover la vida haciéndose uno cargo del sufrimiento de los niños en todo el mundo?¿Cómo podrían surgir los pasos del Cristo revelador en los misterios de la Cruz, sin proponerse el testimonio de sus bienaventuranzas en la vida de cada día? ¿Y cómo contemplar a Cristo cargado con la Cruz crucificado sin sentir la necesidad de hacerse sus Cireneos en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría en fin, contemplar la Gloria, decía Juan Pablo II, de Cristo resucitado? ¿Y a María coronada como reina, sin sentir el deseo de hacer de este mundo uno más hermoso? Un mundo más justo, más cercano al proyecto de Dios. En definitiva, mientras, decía el Papa, el Rosario nos hace contemplar a Cristo, nos hace también constructores de la Paz en el mundo. Por este carácter de petición insistente y comunitaria en sintonía con la iniciativa y la incansable voz de Jesús que nos dice: “oren, oren sin desfallecer. Oren y recen”. Nosotros estamos llamados a eso; a orar en la batalla hasta el final, conseguir la Paz. La buena batalla, el buen combate.

Cuando Radio María pone 4 rosarios, en cada uno de los horarios de la radios va distribuyendo la oración y la súplica lo hace, no con una actitud devocional, lo hace en el convencimiento absoluto de que la oración del pueblo de Dios unidos en un mismo sentido, da fuerza nueva al mundo venida del Cielo, que se abre para bendecir a los que sufren, a los que esperan, a los que están perdidos. Es Gracia que por la comunión de los Santos, llega a los que están en la oscuridad, al los que sienten que la vida ya no tiene sentido ni sabor. Cuando nosotros oramos, además de recibir infinitos beneficios personales, nosotros por estar en comunión con el pueblo de Dios en la comunión de los Santos, desde la oración permitirnos, más cuando rezamos en multitud, como ocurre con la Radio, de que las gracias lleguen hasta donde no nos podemos imaginar.

Cuántas personas sencillamente, a través de la oración sencilla, confiada que hacemos por medio de la Radio, reciben Gracias y bendiciones. Cuando lleguemos el Cielo. Cuando Dios nos diga a través de esta sencilla súplica tuya, Yo a éste que estaba deprimido lo puse de pie, a aquel que estaba enfermo lo asistí con el consuelo, y aquel otro que había perdido luz en el camino le regalé ese rayito que hacía falta en ese momento para que encontrara nuevamente el sendero.

¿Te das cuenta el valor que tiene el hecho de que estemos juntos haciendo esta maravillosa obra que el Señor nos confía? No dejes de acompañarnos. No dejes de hacerlo, como muchos y de hecho, lo están haciendo con su oración en el Jericó, es esa red maravillosa, de intercesión sólo por los motivos de esta obra y también con su aporte económico.

Ojalá los dones que el Señor ha ofrecido y derramado en las Catequesis en torno al Rosario y particularmente esto que hemos hecho mención, el don de la Paz, el don de la Alegría y el don de la Caridad, colmen tu corazón con la maravilla de una presencia renovada de Jesús en el corazón de cada uno de los misterios, que con Ella contemplamos.

Padre Javier Soteras