La oración del corazón

miércoles, 17 de junio de 2020
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17/06/2020 – En el Evangelio de hoy, San Mateo 6,1-6.16-18, se nos invita a ir a lo secreto del corazón para amar y servir a los más pobres y los que más sufren.

En este tiempo, lo secreto de la humanidad está marcado por el dolor y el sufrimiento que ha salido a la luz como consecuencia de la pandemia que nos ha dejado al descubierto. Queremos que cada secreto del corazón humano y de la humanidad aparezca y suba la cielo, queremos hacernos eco desde nuestro acto orante en comunión con los que más estan sufriendo.

Pensá en una situación de dolor, injusticia, que hoy despierte en vos la necesidad de expresarse al cielo como súplica. Que sea desde nosotros y en comunión con otros, para que la mirada de Dios se deposite en el corazón de la humanidad.

 

Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

San Mateo 6,1-6.16-18.

 

 

 

 

La esencia de la oración del corazón consiste en estar con el espíritu y el corazón unidos, en presencia de Dios. Si la oración fuera un simple ejercicio de la razón, pronto caeríamos en debates interiores con Dios, inútiles e irrelevantes. Si en cambio, la oración sólo incluyera a nuestro corazón, llegaríamos pronto a la opinión de que la buena oración consiste en los buenos sentimientos. Pero la oración del corazón propiamente dicha, unifica el espíritu y el corazón en la intimidad del amor de Dios.

Ésta es la oración a la que se refería el peregrino ruso que expresa así, a su modo conmovedoramente ingenuo, la profunda sabiduría de los maestros espirituales de su tiempo. En las palabras: “Señor Jesucristo, ten misericordia de mí” tenemos ante nosotros una formula breve y eficaz de cualquier oración. Se dirige a Jesús, al Hijo de Dios que ha vivido para nosotros, que sido muerto y resucitado. La oración lo proclama como el Cristo, el Ungido, el Mesías a quien esperamos; lo nombra nuestro Señor, el Señor de todo nuestro ser con cuerpo, espíritu, alma, pensamientos, sentimientos y acciones; y demuestra nuestra profunda relación con Él, desde el reconocimiento de nuestra propensión al pecado y el humilde ruego de su perdón, de su gloria, de su misericordia, de su amor, de su ternura.

La oración del corazón está allí, para guiar a los cristianos que, en la actualidad, buscan un camino que los lleve al encuentro personal con Dios. Más que nunca nos sentimos como extraños en este tren que es el mundo, que avanza y se modifica velozmente. Pero a pesar de ello no queremos escapar de este mundo. Deseamos, en cambio, pertenecer por completo, sin hundirnos en sus mareas tormentosas. Queremos estar despiertos y abiertos a todo lo que sucede a nuestro alrededor, sin que ninguna fractura interior nos paralice. Queremos avanzar con los ojos abiertos a través de este valle de lágrimas, sin perder la relación con Dios que nos llama hacia una tierra nueva. Queremos tener un corazón abierto para todos los encontramos en nuestro camino y piden por un refugio acogedor aun cuando ellos también están firmemente arraigados en el amor íntimo de nuestro Dios.

La oración del corazón nos ofrece una oportunidad para ello. Es como un arroyo susurrante que continúa fluyendo bajo las numerosas olas de la cotidianeidad y que nos abre a la posibilidad de vivir en el mundo sin ser del mundo, y, en medio de nuestro estado de soledad, extendernos hacia nuestro Dios.

Cristo en nosotros

El primer requisito para la oración del corazón consiste en pensar sólo en Dios. Es decir, debemos alejar de nosotros todas las dispersiones, todas nuestras inquietudes, preocupaciones y temores, y colmar el espíritu únicamente con Dios. La oración de Jesús, así como todas las demás formas de oración, debe servir para vaciar cuidadosamente nuestro espíritu de todo lo que no es Dios, para otorgárselo a Él y sólo a Él.

Pero esto no es todo. Nuestra oración se convierte en una oración del corazón cuando ubicamos en el centro de nuestro ser interior el espacio liberado, el espacio vacío al cual puede descender y en cual puede desvanecerse nuestro espíritu colmado por Dios, donde abandonamos la diferencia entre el pensamiento y el sentimiento, el saber y la experiencia, las ideas y las emociones, y donde Dios puede ser nuestro anfitrión. “El reino de Dios está entre ustedes”, dijo Jesús ( Lc 17,21). La oración del corazón toma en serio estas palabras. Si alejamos todos los pensamientos de nuestra mente y todas las experiencias de nuestro corazón, podremos preparar un sitio en el centro, en la profundidad de nuestro ser, para Dios, que quiere vivir en nosotros. Entonces podemos decir con San Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,20). Luego podemos percatarnos de que no somos nosotros quienes rezamos, sino el Espíritu de Dios que reza en nosotros.

 

Tabor y Getsemaní

Rezar no es en absoluto dulce y fácil. Como expresión de nuestro mayo amor, la oración no nos libera del dolor. Por el contrario, nos conduce, mucho más, a la profundidad de la pena, ya que nuestro amor a Dios es el amor hacia un Dios sufriente. Y nuestro ingreso a la protección amorosa de Dios es un ingreso a la protección en la cual toda persona humana es abrazada por la compasión divina. En la medida en que nuestra oración se haya convertido en un rezo del corazón, amaremos más y sufriremos más, veremos más luz y más oscuridad, más gracia y más pecado, más de Dios y más de los hombres. En la medida en que descendamos en nuestro corazón y desde allí nos dirijamos a Dios, la soledad podrá hablarle a la soledad, la profundidad a la profundidad y el corazón al corazón. Allí, el amor y el dolor están uno junto al otro.

Jesús invitó en dos oportunidades a sus amigos más íntimos, Pedro, Santiago y Juan, a rezar en forma muy íntima con él. La primera vez los condujo a la cima del monte Tabor. Allí vieron resplandecer su rostro como el sol, y sus vestidos blancos como la luz (Mt 17,2). La segunda vez los llevó al Huerto de Getsemaní, donde su rostro estaba colmado de temores y su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra (Lc 22,44).

La oración de nuestro corazón nos conduce tanto a al Tabor como al Getsemaní. Si hemos visto a Dios en su gloria, también lo veremos en su debilidad, y si hemos sentido el espasmo de su humillación, también experimentaremos la belleza de su transfiguración.