La oración el corazón del cambio

lunes, 24 de febrero de 2020
image_pdfimage_print

 

24/02/2020 – “Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron con un grupo de gente a su alrededor, y algunos maestros de la Ley discutían con ellos. La gente quedó sorprendida al ver a Jesús, y corrieron a saludarlo. El les preguntó: «¿Sobre qué discutían ustedes con ellos?». Y uno del gentío le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu mudo. 18. En cualquier momento el espíritu se apodera de él, lo tira al suelo y el niño echa espuma por la boca, rechina los dientes y se queda rígido. Les pedí a tus discípulos que echaran ese espíritu, pero no pudieron.» Les respondió: «¡Qué generación tan incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho.»  Y se lo llevaron. Apenas vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al muchacho; cayó al suelo y se revolcaba echando espuma por la boca.  Entonces Jesús preguntó al padre: «¿Desde cuándo le pasa esto?» Le contestó: «Desde niño. Y muchas veces el espíritu lo lanza al fuego y al agua para matarlo. Por eso, si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos.»  Jesús le dijo: «¿Por qué dices “si puedes”? Todo es posible para el que cree.» Al instante el padre gritó: «Creo, ¡pero ayuda mi poca fe!» Cuando Jesús vio que se amontonaba la gente, dijo al espíritu malo: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo ordeno: sal del muchacho y no vuelvas a entrar en él.» El espíritu malo gritó y sacudió violentamente al niño; después, dando un terrible chillido, se fue. El muchacho quedó como muerto, tanto que muchos decían que estaba muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano y le ayudó a levantarse, y el muchacho se puso de pie.  Ya dentro de casa, sus discípulos le preguntaron en privado: «¿Por qué no pudimos expulsar nosotros a ese espíritu?» Y él les respondió: «Esta clase de demonios no puede echarse sino mediante la oración»” .

Marcos 9,14-19

Cuando se habla de lo secreto, silencioso de la oración se refiere al corazón que no es el intimismo reservado a un sentimiento religioso vago donde nadie tiene acceso. El intimismo es ese estilo de oración donde nos clausuramos yo y nadie más.

No es la oración del corazón la oración del intimismo. Esa no es la oración del corazón, sino que el corazón es el centro de la vida donde todos los planos vinculares de la vida confluyen. Rezar con el corazón incluye a uno, el trabajo, la historia, el contexto, los vínculos y la oración se abre a todos los planes de nuestra vida. Cerramos para abrirnos a ese mundo amplio al que pertenecemos. Al cerrar la puerta aparecen los rostros de todos los que forman parte de nuestra vida con sus llantos y sus esperanzas, sus búsquedas y sus dificultades. Nada de nuestra vida, que incluye a nuestros hermanos, se oculta de Dios.

La oración del corazón en lo secreto se abre a todos los planos y dimensiones de la existencia. No es una oración que clausura es una oración que abre. Cerramos la puerta para entrar en ese mundo amplio lleno de vida. Lejos está la oración del corazón de cortar con todo. Cerrar no es encerrarse sino ahondar en la profundidad de lo relacional donde se gesta la vida. Nada de nuestra vida le resulta desconocido a Dios.

Si le resulta desconocido a uno, reconocerse a si mismo desde ésta dimensión de interioridad vincular. Uno se desconoce pero Dios no desconoce lo profundo de nuestro corazón. Es desde ahí donde los vínculos que se establecen en todos los planes de nuestra vida adquieren nuevo sentido. Cuando en fe atraviesa nuestro corazón los rostros y la historia de dolor, de alegría de los que comparten su vida con nosotros, la presencia del Espíritu Santo que reza en nosotros se hace presencia transformadora de la vida.

La oración es para transformar la vida si es oración del corazón. Desde la oración de corazón nos lanzamos a mejores relaciones con los demás. Es que los otros no son extraños en la oración. Forman parte de ella al formar parte de nuestro vínculos cordiales, es decir de corazón. Entiéndase vitales. La vida es la que aparece en la oración. Cerrar la puerta no es ir a un lugar de muerte No es elegir un sarcófago. Cerrar la puerta para orar es encontrarnos con los vínculos más hondos que forman y pueblan nuestra existencia allí en el corazón.

Él está a la puerta y llama, y si le abrimos entra con nosotros a compartir con todos los rostros que forman parte de lo nuestro.

“Yo he escuchado el clamor de mi pueblo, por eso te digo: ponete en marcha con mi pueblo” y ahí Dios le pide a Moisés que los saque del trabajo esclavo, de la angustia y de la desesperanza. Porque Dios escuchó, y Él no tiene oídos sordos. Para los orantes, para los que oramos el clamor popular forma parte de nuestro vínculo con Él. Desde la oración del corazón nos lanzamos a mejores relaciones con los demás. El que ora es un puente, lleva a Dios las preocupaciones de los hombres, y a ellos los sentires de Dios.

El orante se pone en marcha, es peregrino y por eso cerrar la puerta no es encerrarse ni clausurarse. Se descubre peregrinando mientras en lo más profundo de su ser guarda vínculo con todo lo más profundamente humano y a la vez lo divino. El orante es vitalmente un testigo de la eternidad en el tiempo y un testigo del tiempo en el cielo. Es un puente y es un vínculo. Oremos con el corazón y seamos testigos de los mejores tiempos que son los que Dios quiere para su pueblo.

 

Catequesis completa