La Palabra que da vida

viernes, 27 de julio de 2018
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27/07/2018 – En el Evangelio de hoy Jesús habla de una semilla que cae o no en la tierra. Su crecimiento depende del lugar en que cae; es posible que sea impedida hasta el punto de no dar fruto, como acontece en las tres primeras categorías de terreno: “el camino” (lugar duro por el paso de los hombres y de los animales), “el terreno pedregoso” (formado por rocas), “los abrojos” (terreno cubierto de espinas). Sin embargo, la que cae sobre “tierra buena” da un fruto excelente .

 

Catequesis en un minuto

 

“18. Escuchen ahora la parábola del sembrador: 19. Cuando uno oye la palabra del Reino y no la interioriza, viene el Maligno y le arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Ahí tienen lo que cayó a lo largo del camino. 20. La semilla que cayó en terreno pedregoso, es aquel que oye la Palabra y en seguida la recibe con alegría. 21. En él, sin embargo, no hay raíces, y no dura más que una temporada. Apenas sobreviene alguna contrariedad o persecución por causa de la Palabra, inmediatamente se viene abajo. 22. La semilla que cayó entre cardos, es aquel que oye la Palabra, pero luego las preocupaciones de esta vida y los encantos de las riquezas ahogan esta palabra, y al final no produce fruto. 23. La semilla que cayó en tierra buena, es aquel que oye la Palabra y la comprende. Este ciertamente dará fruto y producirá cien, sesenta o treinta veces más.»”

Mateo 13, 18-23

 

El pan nuestro de cada día es la palabra, que se hizo carne y se instaló para quedarse con nosotros. Es en esta palabra donde encontramos vida. Esta palabra ha sido pronunciada, dice la carta a los Hebreos, por los profetas. En otro tiempo.

Ahora, en este tiempo, habló por medio del Hijo, la Palabra misma. El Hijo de Dios es la Palabra.

¿Cómo es la presencia cercana de la Palabra en lo nuestro?

Es una presencia silenciosa que se logra captar cuando verdaderamente aplacamos el corazón y nos disponemos, después de un tiempo de serenar nuestra inquietud interior, pensamientos, sentimientos, respiración, agitación, preocupaciones; nos disponemos a recibirla y a escucharla. En la Biblia, pero también viva y presente en el hermano. La Palabra que se mueve con libertad, que corre por en medio de nosotros y que se hace presente en los acontecimientos de la historia, de la propia historia. En la historia familiar, en la que acontece en lo de todos los días. En los signos de los tiempos. Vamos auscultando, descubriendo, en lo más profundo el mensaje de la Palabra.
Shamá Israel. Una y otra vez lo dice Dios a su pueblo: “Escuchame pueblo mío”.

Ese escuchar es meterse dentro del misterio. Recibir a la palabra que se mueve con libertad en medio de nosotros. Es dejarnos llevar por ella. Y meternos en ella para que nos conduzca con la vida que trae la Palabra.

Hay que ponernos a escucharla, entenderla, o sencillamente antes recibirla. No racionalizarla. Establecer vínculo con la Palabra de Dios, que es una Persona que habla; es Jesús la Palabra. Es esa Persona en medio de nosotros. Que cuando nos disponemos en la oración a recibirla, o cuando nos reunimos en su nombre, cuando estamos atentos a su presencia, se manifiesta. Es luz. Es pan, es vida. Yo soy el Pan de Vida, dice la Palabra. Yo soy la luz del mundo. Yo soy la vida del mundo.

¿Cómo introducirla? Podría ser la pregunta. ¿Cómo hacer esto en mi casa? Cuando los míos no van a misa, no les interesa, están en otra cosa. Es que no hay que introducirla, está. ¡¿Cómo entrar en ella?! Es la pregunta. No. ¿Cómo ella entra en casa?

No es que yo le hago un lugar, está, porque es señorío el de la Palabra. Y toma posesión de lo que le pertenece. Y tu casa, tu familia, tu matrimonio, le pertenece. La pregunta es ¿Cómo hago para recibir su Presencia? ¿Para captar que está en medio de nosotros? ¿Cómo hago para favorecer su manifestación, para permitir que aparezca? La Palabra de vida que está en medio y puso su morada en medio de nosotros.

Catequesis completa