La Palabra que da vida

jueves, 28 de junio de 2018
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28/06/2018 – En el Evangelio de hoy, el evangelista Mateo nos indica que nuestra vida puede estar construida sobre roca o sobre arena, dependiendo de nuestro vínculo con la Palabra de Dios: si escuchamos y cumplimos el mensaje que Ella nos deja o no.

Catequesis en un minuto

Así dijo Jesús a sus discípulos: “No son los que me dicen: ¡Señor, Señor! los que entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor!. ¿Acaso no profetizamos en tu nombre?. ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu nombre?. Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí ustedes los que hacen el mal”. Así todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos, sacudieron la casa, pero ésta no se derrumbó, porque estaba construida sobre la roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos, sacudieron la casa, ésta se derrumbó, y su ruina fue grande”. Cuando Jesús terminó de decir estas palabras la multitud estaba asombrada de sus enseñanzas, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los escribas.

 

Mateo 7, 21-29

 

Hay palabras de amor que son transformantes por su propio mensaje. Hay palabras que son palabras de amor. Hay palabras que son huecas. Hay palabras que son palabras sabias. Las palabras de los ancianos, hay que aprender a escucharlas con un oído que se hace a la sabiduría. Hay palabras que las decimos al pasar. Que no tienen tanta importancia. Hay palabras que son sinceras. Que son de corazón.

Hay palabras que esconden mentiras. Cuantos discursos de promesas hemos recibido en estos días, y sabemos que en el fondo, no son palabras sinceras, sino que tienen que ver con un voto, con una adhesión. A un tiempo, a un momento. Que después cambian. Que no tienen consistencia, que son tan volátiles como los acuerdos y desacuerdos que ocurren en el mundo de la política. Donde más que todo es posible, todo vale.

Hay palabras sin sentido; hay palabras que llenan la vida. Que no son grandes discursos. O acaso no llena la vida oír al niño decir, por primera ves al papá, papá. Papá no dice más que dos sílabas. Pa-pá, y le cambió la vida al hombre cuando escuchó esa primera vez decirle a su hijo papá.

Palabras y palabras. Hay palabras que entristecen, palabras que conmocionan. Palabras que llenan el corazón. Hay palabras que lo vacían al corazón.

Hay una Palabra que edifica. Que construye sólidamente. Es Dios, la Palabra, el Verbo; que se ha hecho carne, que nos invita a valorar, a resignificar nuestro lenguaje. El verbal y el corporal. El de los silencios. Nos invita a la silenciosa escucha con un oído atento capas de dejarnos llevar por su fuerza. Y por su presencia edificante.

La Palabra viene a nacer en medio de nosotros, y se hace luz en la oscuridad. La Palabra es entregada como pan de vida, y todo el que la come no tendrá más hambre. La Palabra se ofrece en la Cruz, se entrega, muere. La Palabra resucita y la Vida ha vencido a la muerte, como el discurso más terrible que cierne sobre la humanidad.

Es la capacidad de prevenir la que nos regala hoy Jesús, cuando nos dice atención, “que vendrán tiempos donde van a ser sacudidos, estén bien parados”. Y la manera de estar bien parados es hacernos a las palabras que nos llenan el corazón de vida. Y vincularnos a ellas, y rumiarlas, gustarlas y buscar la manera de darle curso para que se expresen libremente. Para resignificar toda nuestra existencia a la luz de su presencia.

Detrás de cada palabra está una persona que se ha dado a conocer a sí mismo, detrás de cada palabra de vida, digo. Está una persona que se ha dado a conocer a sí mismo, como la Palabra. Y no es otro que el mismo Dios, el Verbo de Dios hecho carne. Y que se ha quedado entre nosotros.

Detrás de cada palabra de vida hay una semilla del Verbo, hay una semilla de vida que la ha sembrado el Verbo. Lo dice así el Evangelio, “el sembrador salió a sembrar, y esparció la Semilla por todas partes”. Esta semilla, que es la Palabra, son las palabras que han llegado a nosotros. Las trabajamos bien, las regamos bien, le dejamos que les dé el sol, para que produzcan mucho fruto en nosotros. Eso lo da la reflexión, la meditación. Lo ofrece la aplicación de la Palabra a lo concreto. Lo da el silencio, como capacidad de escucha de la Palabra, para ser puesta en el lugar justo, en el momento adecuado.

Si nosotros tuviéramos conciencia cuánto bien hacemos con la palabra. Y cuánto bien nos hace encontrar en la Palabra el sentido a lo que no tiene sentido. La luz en medio de las sombras. La Palabra, realmente es como un cincel en la mano de un artesano.

Tenemos que aprender al uso de la Palabra. Y no se aprende con elocuencia de grandes discursos, que están en boca sólo de algunos grandes genios, sino que está en la mano de todo aquel que entendió que la Palabra se instaló y se quedó. Y que en su quedar se vino a iluminarlo todo. Particularmente la propia vida. Desde allí invitarnos a dar vida en Ella.

Es alimento la Palabra. Realmente es alimento. Puede faltarnos otro alimento, pero este alimento no puede faltar. Te invito a que sigamos compartiendo.

 

 

Catequesis completa