La presencia de Jesús aleja nuestros propios demonios

viernes, 31 de julio de 2009
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En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a un mudo que estaba endemoniado, el demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar, la multitud admirada comentaba: Jamás se vio nada igual en Israel, pero los fariseos decían: él expulsa los demonios por obra del poder del príncipe de los demonios.  Jesús recorría toda la ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud tuvo compasión porque estaban fatigados y abatidos como ovejas que no tienen pastor, entonces dijo a los discípulos, la cosecha es abundante pero los trabajadores son pocos, rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.

Mateo 9; 32 – 38

Un primer punto para nuestro encuentro, un exorcismo necesario para este tiempo.

La mayoría de los males que nos aquejan están vinculados a la incapacidad de ponerle palabra a lo que nos pasa, es decir, de no poder descifrar y hacer inteligible el conflicto y por lo tanto su resolución.

Es en parte la tarea terapéutica de la Palabra, ésta, la de Jesús, que comienza a incorporar al mundo de la comunicación a uno que no podía poner palabras a lo que le ocurría. Jesús expulsa al demonio de la incomunicación e incorpora al mundo al ámbito de lo comprensible, al ámbito de la palabra al que estaba aislado, marginado, lejos de la posibilidad de sumarse a la sociedad de aquel tiempo.

En el nuestro, en un mundo de comunicación, el nivel de la incomunicación y del desencuentro por falta de liberación de la palabra inteligible de lo que nos pasa, es un serio problema. Nunca el mundo ha tenido tantos medios para comunicarse y nunca ha estado tan fuertemente incomunicado. A nosotros nos toca repetir de algún modo el exorcismo de incomunicación, y un camino posible es el de la escucha empática, hacer un proceso de liberación de la incomunicación a través del aprendizaje de la escucha para que la palabra adquiera nuevo sentido y desde ella podamos encontrar respuesta a lo que aparece tan oscuro e indescifrable.

Una madre compartía su experiencia con su hija menor, hace unos años una de nuestras hijas me pidió que saliera a jugar con ella a un juego donde la pelota estaba atada a un poste, me pidió que me sentara y la mirara mientras le pegaba una y otra vez a la pelota que a su vez se envolvía en el poste con la cuerda que la ataba a este.

Después de verla pegar varias veces a la pelota que se enrollaba, le pregunté que parte tomaría yo en el juego y ella me dijo: oh! Mamá, ninguna decía ella, cada vez que la pelota se enrollaba en el poste tu dirás muy bien, muy bien. Este es el lugar de la escucha empática, el de acompañar la otra persona y celebrar junto con ella el hecho que pueda comenzar a sacar desde adentro lo que tiene escondido, en este juego el triunfo era enrollar la pelota con la cuerda mientras que en el escuchar empático, el triunfo significa empezar a desarrollar el relato y sacarlo a la superficie, es decir, poner palabra a lo que aparentemente no tiene sentido.

En forma mas detallada tendríamos que analizar cómo acompañar sin interferir al que tiene algo para decir y no sabe cómo decirlo. Cómo acompañar y ayudarle a la persona a auto comprenderse y a liberarse un poco del peso que siente en lo mas profundo de su ser, hay un valor profundamente terapéutico en poder pensar en voz alta y compartir el problema con quien está escuc