La prisa en el servicio

miércoles, 7 de septiembre de 2016
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enseñar

07/09/2016 – En esta Catequesis tomamos las enseñanzas, anécdotas e historias contadas por la propia Madre Teresa de Calcuta, que nos revelará su prisa por el anuncio del evangelio.

 

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».Y el Ángel se alejó.

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Lc 1, 26-39

La solicitud de María

La presencia de Cristo es siempre creativa de un amor que se da, porque Él lo aprendió de su Padre. “Mi Padre y yo somos uno… Los amo como mi Padre me ha amado”.

Decía Madre Teresa: Salir inmediatamente, caminar a buen paso, sin lentitud. A menudo hay personas que se ríen de mí porque siempre ando deprisa. Yo les digo: También nuestra Señora daba siempre esa impresión, de tener prisa.
Conocen el episodio de aquel personaje del evangelio. Era grande, muy grande, porque tal se creía. Tanto que no podía ver a Jesús. Hasta que un día se percató de que era muy pequeño. ¿Y qué hizo? ¿Qué hubiera hecho un chiquillo? Trepó a un árbol. Se volvió niño e hizo lo que un niño hubiera hecho. Creyó ser pequeño, se dio cuenta de que lo era. ¿Qué hizo Jesús? Se acercó al árbol. Se apartó para ello de los demás, se acercó a él y le dijo:
-Baja. Mira que tengo prisa. Ven pronto. Hoy me iré a alojar en tu casa.

 

La fe es un don

La palabra “prisa” tiene para nosotros un sentido maravilloso cuando recibimos a Jesús en la santa comunión.

El ansia de correr a compartirlo con los demás debería llegar a quemarnos. Debería henchirnos del amor profundo e íntimo de Cristo y del anhelo de darlo a los demás. En la India me preguntaron en cierta ocasión gentes del gobierno: “¿No es verdad que le gustaría convertirnos a todos al cristianismo?”. 

Yo le contesté: Por supuesto, me gustaría compartir con ustedes el tesoro que yo poseo, pero no puedo hacerlo. Sólo puedo orar por ustedes y pedir que puedan tener el coraje de recibirlo.

La fe es un regalo de Dios. Ese gran regalo de Dios nos lo da Él en la santa comunión para saciar nuestra hambre, porque hemos sido creados a su imagen.

 

Morir con una gran sonrisa

Recuerdo una vez que recogí a un hombre de una alcantarilla. Salvo su cara, el resto de su cuerpo era toda una llaga. Lo llevé a nuestra casa. (Tenemos un hogar en las proximidades del templo de la diosa Kalí, la diosa del terror y de la destrucción. Nuestro hogar está al lado mismo del templo).
¿Qué creéis que murmuró aquel hombre? Lo siguiente: “He vivido por las calles como un animal, pero voy a morir como un ángel, rodeado de amor y de cuidados”.

A las tres horas (no habíamos tenido tiempo más que de darle un baño, lavarlo y ponerlo en la cama) expiró, con una hermosa sonrisa dibujada en su rostro y una entrada para presentar a San Pedro (san Pedro no franqueará para nadie las puertas del cielo, salvo que se le presente la oportuna entrada).

Nosotras nos limitamos a darle una bendición especial por la que le fueran perdonados sus pecados, cualesquiera pecados hubiera cometido, y él pudo disponerse para contemplar el rostro de Dios por toda la eternidad. No evidenció la menor queja, protesta, temor. Murió con mucha paz.

Y esa paz es un signo del cielo, de la presencia de Dios que está cerca. Nosotros también, de prisa, necesitamos salir al encuentro de muchas realidades que nos están demandando.

 

Las lecciones de los pobres

Tanto si uno es cristiano como si no lo es, está viva en cada ser humano una conciencia natural. Yo tengo trato con miles de seres no cristianos, y también en ellos se advierte la presencia de una conciencia muy viva.

Jamás temais amar, y amar hasta que duela. De manera especial cultivad un tierno amor por el niño, tanto por el ya nacido como por el todavía no.

Sentid un gran cuidado hacia el niño todavía no nacido, de suerte que cuando venga al mundo pueda darse cuenta de que es querido.

Es posible que aún no sea capaz de articular palabras, pero de la manera como lo acogemos, del cuidado que le prestamos, de cómo nos ocupamos de él, el niño se encuentra en condiciones de experimentar toda la ternura de nuestro amor.

Y de los pobres podemos darnos cuenta de que en esto ellos son unos maestros excelentes para nosotros.
Hay algunas cosas muy hermosas que podemos aprender de los pobres. Cosas, de verdad, muy hermosas.
Y de manera especial de aquellos pobres que no tienen nada, que pasan hambre, que están enfermos, que pasan totalmente desapercibidos para los demás, pero que se tienen el uno al otro.

Debemos orar para comprender esas cosas tan hermosas. Debemos orar, puesto que Jesús se convirtió en pan de vida para satisfacer nuestra hambre de Dios.

En cada uno existe un hambre tremenda de Dios, a pesar de las apariencias. Jesús se hizo pan de vida para satisfacer esta hambre y para asegurarse de que comprendemos este amor que Él nos tiene. Él tiene también hambre de nuestro amor. Él se hace hambriento: el hambriento. Lo dijo: -Tuve hambre, y me disteis de comer.

Mensajeros del amor y de la bondad de Dios

Pido que cada uno de ustedes pueda crecer en la semejanza de Cristo mediante la oración y las pequeñas obras de misericordia y de amor, en primer lugar en el seno de nuestras familias y a continuación entre sus vecinos, en el barrio, en la ciudad donde viven y en el mundo entero.

De esta manera compartirán el espíritu de nuestra Congregación de las Misioneras de la Caridad, convirtiéndose ustedes también en heraldos del amor y de la bondad de Dios.

Todos hemos de ser colaboradores auténticos de Cristo, haciéndolo todo por Cristo, que es pobre, y por los pobres, que son Cristo, con un corazón humilde y generoso. Tomemos la resolución de ser todo amor por Jesús en el mundo. La de dejarnos amar por Él y que Él ame a los demás por medio de nosotros.

La resolución, asimismo, de estar de tal manera a su disposición que pueda servirse de nosotros sin tener que pedir nuestro parecer previamente.

 

El sentimiento de no ser amados

No olvidemos que el amor, para poder sobrevivir, tiene que nutrirse de sacrificios. Las palabras de Jesús “Ámense unos a otros como yo los he amado” no solo deben constituir una luz, sino una llama que interiormente nos consume.

En el servicio de las necesidades de los pobres, los colaboradores de Cristo deberían prestar una atención especial a los que no se sienten amados y que se ven privados de amor. Porque la peor de las enfermedades es el sentimiento de no ser deseados, de no ser amados, de sentirse abandonados por todos.

El pecado peor es la falta de amor y de caridad, la tremenda indiferencia hacia los que se encuentran al margen del sistema social, de los que están sometidos a la explotación, a la corrupción, a la necesidad, a la enfermedad. 

Hagamos lo posible para que los pobres, viéndonos a nosotros, se sientan atraídos hacia Cristo y que lo inviten a sus hogares y al interior de sus vidas. Y que los enfermos y sufrientes puedan encontrar en nosotros ángeles de consuelo y bondad.

 

El sufrimiento es un don de Dios

Seamos todos un único corazón lleno de amor, de suerte que podamos esparcir santidad y bondad. La santidad no es un lujo de unos pocos, sino que todos estamos llamados a ser santos.

Creo que la santidad ha de ser la única cosa capaz de superar el pecado, así como todas las tristezas y sufrimientos de los seres humanos, empezando por nosotros mismos.

También nosotros tenemos que sufrir, pero el sufrimiento es un regalo de Dios si sabemos servirnos de él correctamente. La cruz es inseparable de nuestras vidas, así que demos gracias a Dios por ella.

Dios ama al mundo por nuestro medio. El mundo parece empeñado en trocar a Dios en una reliquia del pasado; pero ustedes, mediante el amor, la pureza de sus vidas y su bondad, demuestren al mundo que Dios es muy actual. Queridos amigos, conviertan su amor por Dios en gestos concretos de vida, sin olvidar jamás que lo que cuenta no es lo que hacen, sino lo que son y el amor que ponen en lo que realizan. Y amen a Dios y unos a otros con amor indiviso.

 

Padre Javier Soteras