La siembra del Señor

miércoles, 29 de enero de 2020
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29/01/2020 – “En  aquel  tiempo,  Jesús se puso  a enseñar  otra vez junto  al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla.

Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»

Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»

Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.

Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que, por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.”»

Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.”

San Marcos 4, 1-20

Algunas veces, hay textos de la Palabra de Dios que, después de leerlos, la mejor explicación o catequesis es hacer silencio y, “La Parábola del Sembrador” es una de estos textos.

Pero en el Evangelio es el mismo Jesús quien detiene a explicar lo que nos quiere decir esta parábola. Sería bueno, una vez que escuchemos o leamos este relato podamos quedarnos en silencio reflexionar y contemplar como Dios, que es el sembrador, ha cultivado tantas semillas, de diversas formas, de múltiples maneras. El Señor nos llena de semillas de posibilidades.

La única forma de meternos hacia el interior de esta Palabra de Dios es sintiendo que somos el terreno y preguntándonos “¿cómo es mi terreno en este momento de mi vida?”.

El corazón del hombre que es esta tierra donde están sembrados los carismas, los dones, las posibilidades que Dios nos da, no es uno para siempre. No es que somos siempre “piedra”, o siempre “tierra buena”, o siempre “tierra con espinas”. Sucede que, a veces, en la vida, por alguna crisis, duelo o sufrimiento fuimos espinas, en otras circunstancias fuimos piedra y a veces tierra buena.

Todos sabemos de qué tierra estamos hechos y qué semillas estamos dispuestos a dejar crecer en nuestra vida… Y el que tenga oídos para oír, que oiga. Mejor aún, que escuche ¡claro! y que haga realidad en su vida y en su entorno lo escuchado. Si no son palabras, que no semillas, que se lleva el viento

Jesús es el sembrador, las semillas son su mensaje, la tierra somos cada uno de nosotros. Después está la capacidad de acogida, de recepción de la tierra esponjosa o no por parte de cada uno.

La experiencia nos dice que lo más valioso es escuchar atentamente, pensarlo y no pocas veces, guardar silencio, y esperar el momento oportuno de hacer realidad el crecimiento de la semilla/palabra de Dios. Por eso resulta tan complicada la predicación: porque lo que oímos significan más de una cosa. Jesús lo sabía y por eso es tan prolijo en la explicación de la parábola.

Después de escucharle, la actitud está en nuestro interior, en la capacidad receptiva de nuestro templo interior, donde queremos que Dios habite y apoye nuestra fe y dé sentido a cuanto somos y hacemos.

 

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