La verdadera alegría

lunes, 25 de marzo de 2019
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El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.
Pero el Ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido.
Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús;
él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”.
María dijo al Ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”.
El Ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios.
También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes,
porque no hay nada imposible para Dios”.
María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. Y el Ángel se alejó.

Lc. 1,26-38.

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). Estas son las palabras —citadas por el evangelista Lucas— con las que el arcángel Gabriel se dirige a María. A primera vista el término chaîre, «alégrate», parece un saludo normal, usual en el ámbito griego; pero esta palabra, si se lee sobre el trasfondo de la tradición bíblica, adquiere un significado mucho más profundo. Este mismo término está presente cuatro veces en la versión griega del Antiguo Testamento y siempre como anuncio de alegría por la venida del Mesías (cf. Sof 3, 14; Jl 2, 21; Zac 9, 9; Lam 4, 21). El saludo del ángel a María es, por lo tanto, una invitación a la alegría, a una alegría profunda, que anuncia el final de la tristeza que existe en el mundo ante el límite de la vida, el sufrimiento, la muerte, la maldad, la oscuridad del mal que parece ofuscar la luz de la bondad divina. Es un saludo que marca el inicio del Evangelio, de la Buena Nueva.

Pero, ¿por qué se invita a María a alegrarse de este modo? La respuesta se encuentra en la segunda parte del saludo: «El Señor está contigo». También aquí para comprender bien el sentido de la expresión, debemos recurrir al Antiguo Testamento. En el Libro de Sofonías encontramos esta expresión «Alégrate, hija de Sión. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti… El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador» (3, 14-17). En estas palabras hay una doble promesa hecha a Israel, a la hija de Sión: Dios vendrá como salvador y establecerá su morada precisamente en medio de su pueblo, en el seno de la hija de Sión. En el diálogo entre el ángel y María se realiza exactamente esta promesa: María se identifica con el pueblo al que Dios tomó como esposa, es realmente la Hija de Sión en persona; en ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios, en ella establece su morada el Dios viviente.