La vida cristiana: una lucha contra el mal

viernes, 10 de julio de 2020
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10/07/2020 – En el Evangelio de hoy Mateo 10, 17-23, Jesús nos dice “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas”. Vayan a anunciar el nuevo mundo pero hagánlo con amor y ternura.

Pero,  ¿cómo? ¿Dios nos manda a la boca del lobo? ¡No! Dios sabe que cada vez que superamos una situación díficil, una crisis, Él está a nuestro lado alentándonos y comunicándonos que podemos vencer. Las dificultades van a estar presentes, pero “ánimo” nos dice el Señor “yo estoy a tu lado”.

Anímate a ir hacia adelante a pesar de las dificultades.

 

Jesús dijo a sus apóstoles: “Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas. Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes. El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre.”

San Mateo 10,16-23

 

 

 

 

La vida cristiana es precisamente una lucha contra el mal

 La vida de Jesús ha sido una lucha. Él ha venido a vencer el mal, a vencer al príncipe de este mundo, a vencer al demonio. Y la lucha contra el demonio la debe afrontar cada cristiano. El demonio ha tentado a Jesús muchas veces y Jesús ha sentido en su vida las tentaciones como también las persecuciones. De este modo, también nosotros somos tentados, también nosotros somos objeto del ataque del demonio, porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que nosotros seamos discípulos de Jesús. ¿Y cómo hace el espíritu del mal para alejarnos del camino de Jesús con su tentación? La tentación del demonio tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer en las trampas. ¿Cómo hace el demonio para alejarnos del camino de Jesús? La tentación comienza levemente, pero crece: siempre crece. Segundo, crece y contagia a otro, se transmite a otro, intenta ser comunitaria. Y al final, para tranquilizar el alma, se justifica. Crece, contagia y se justifica”.

La primera tentación de Jesús casi parece una seducción: el diablo dice a Jesús de tirarse desde el Templo y así, afirma el tentador, “todos dirán: ‘eh aquí el Mesías’. Es lo mismo que ha hecho con Adán y Eva: Es la seducción. El diablo casi habla como si fuera un maestro espiritual. Y cuando es rechazado, entonces crece: crece y se vuelve más fuerte. Jesús lo dice en el Evangelio de Lucas: cuando el demonio es rechazado, gira y busca algunos compañeros y con esta banda, vuelve. Por tanto, crece también involucrando a otros. Y así ha sucedido con Jesús, el demonio involucra a sus enemigos. Y lo que parecía un hilo de agua, un pequeño hilo de agua, tranquilo, se convierte en marea. De esta forma, el Santo Padre ha observado que cuando Jesús predica en la Sinagoga, enseguida sus enemigos lo menosprecian diciendo: “pero, ¡este es el hijo de José, el carpintero, el hijo de María! ¡Nunca ha ido a la universidad! ¿Pero con qué autoridad habla?

Tenemos una tentación que crece: crece y contagia a otros. Pensemos en un chismorreo, por ejemplo: yo tengo un poco de envidia de esa persona, de esa otra, y primero tengo envidia dentro, solo, y es necesario compartirla y va a otra persona y dice: ‘¿Pero tú has visto a esa persona?’… y busca crecer y contagia a otro y a otro… Pero este es el mecanismo del chismorreo y ¡todos nosotros hemos sido tentados de chismorrear! Esta es una tentación cotidiana. Pero comienza así, suavemente, como el hilo del agua. Crece por contagio y al final se justifica.

Estemos atentos cuando en nuestro corazón, sintamos algo que terminará por destruir a las personas. Estemos atentos porque si no paramos a tiempo ese hilo de agua, cuando crezca y contagie será una marea que solamente nos llevará a justificar el mal.

Paz en el combate

Uno de los aspectos dominantes del combate espiritual es la lucha en el plano de los pensamientos. Luchar significa a menudo oponer, a los pensamientos que provienen de nuestro propio espíritu del ambiente que nos rodea, o aún, a veces, del enemigo y que nos llevan a la confusión, al temor, al desaliento, otros pensamientos que puedan reconfortarnos y restablecernos en la paz. Frente a este combate, “feliz el hombre que con tales flechas ha llenado su aljaba” (Salmo 127,5), con esas flechas que son los buenos pensamientos, es decir, con esas convicciones sólidas basadas en la fe, que nutren la inteligencia y fortifican el corazón en el momento de la prueba.

Entre estas flechas en la mano del guerrero, una de las afirmaciones de la fe que debe vivir siempre dentro de nosotros es que todas las razones que tenemos para perder la paz son malas razones.

Esta convicción no puede fundamentarse sobre consideraciones humanas. No puede ser más que una certidumbre de la fe, fundada sobre la Palabra de Dios. Jesús nos ha dicho que ella no descansa sobre las razones del mundo: “Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo…” (Jn 14,27).

Si buscamos la paz como la da el mundo, si esperamos nuestra paz de las razones del mundo, de los motivos que, según la mentalidad del ambiente que nos rodea, necesitamos para estar en paz, es seguro que no estaremos jamás en paz, o que ésta será extremadamente frágil y de corta duración.

Para nosotros creyentes, la razón esencial en virtud de la cual podemos estar siempre en paz no proviene del mundo. “Mi realeza no procede de este mundo” (Jn 18,36). Nace de la confianza en la Palabra de Jesús.

Cuando el Señor afirma que nos deja la paz, que nos da su paz, esta palabra tiene la misma fuerza creadora que la que hizo surgir de la nada el cielo y la tierra, el mismo peso que la palabra que calmó la tempestad, la que curó a los enfermos y resucitó a los muertos. Porque Jesús nos dice, y dos veces seguidas, que nos da su paz, creemos que esta paz nunca nos es quitada. “Porque Dios no se arrepiente de su llamado ni de sus dones” (Rm 11,29). Somos nosotros quienes no sabemos siempre acogerlos ni conservarlos. Porque, muy a menudo, nos falta la fe…

“Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo. Yo he vencido al mundo” (jn 16,33). Siempre podemos permanecer en paz en Jesús, porque Él ha vencido al mundo, porque ha resucitado de entre los muertos. Por su muerte ha vencido a la muerte, ha anulado la sentencia de condena que pesaba sobre nosotros. Ha manifestado la benevolencia de Dios para con nosotros. Y, “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?… ¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rm 8,31-35).