La vocación a la santidad es para todos los cristianos

lunes, 30 de abril de 2007
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Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada uno por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado a todas las suyas va delante de ellas. Las ovejas la siguen porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño sino que huirán de él porque no conocen su voz”.  Jesús les hizo esta comparación pero ellos no comprendieron lo que les quería decir, entonces prosiguió: “Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas, todos aquellos que han venido antes de mi son ladrones y asaltantes pero las ovejas no los han escuchado. Yo soy la Puerta. El que entra por mi se salvará. Podrá entrar y salir y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir, pero yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia”.

Juan 10, 1 – 10

Ayer celebramos la jornada mundial de oración por las Vocaciones. Fue un día muy especial de oración en éste domingo que llamamos del “Buen Pastor”. Los cristianos, cuando nos reunimos en la liturgia para celebrar nuestra fe, a través de ella hacemos presente nuestras necesidades. Una de las cosas más lindas que recordamos es esa oración que nos pide Jesús que hagamos con tanto cariño cuando El nos dice con esas palabras tan afectuosas, tan llenas de ternura: “Rueguen al dueño de los sembrados que envíen trabajadores para lo cosecha porque la mies es mucha pero los trabajadores son pocos”.

Decíamos ayer en ésta Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, y como el Evangelio de hoy también tiene que ver con el de ayer, vamos a tomar las palabras del Santo Padre, que hablemos de las vocaciones, de la vocación a la vida consagrada, y como debe ser nuestra vocación como bautizados. Los animados por el Espíritu de Dios hemos de querer hacer los deseos de Dios, y, como decíamos antes: “Rueguen al dueño de los sembrados que envíen trabajadores para la cosecha porque la mies es mucha y los trabajadores son pocos”.

Creo que hay que orar. Es un tiempo particularmente difícil para la vida consagrada, y muy particularmente para la vida sacerdotal. En muchos seminarios ha venido disminuyendo el número de las vocaciones porque lógicamente el mundo en el que se desenvuelve la vida espiritual de los cristianos es un mundo novedoso en el que hay mucho sometimiento, mucha esclavitud, está la propuesta de la cultura de la muerte en donde el “hedonismo” pasa a ser como el alma de toda forma de vivir, de toda existencia, y como eso es una falsedad, lógicamente los frutos se van viendo. Las personas, los jóvenes van perdiendo ese sentido de la trascendencia, ese sentido del servicio, ellos maman también la mezquindad de nosotros los adultos, un mundo mezquino, especulador, donde lo importante es el poder, el tener, donde unos pocos “amarrocan” y en donde una gran mayoría van quedando mostrando la “hilachita”.

Siempre en el mundo hay unos pocos que les gusta amasar el “poder”, el placer de ser alguien. En realidad no es más el poder que la posibilidad de dar un servicio pero de hecho pasa a ser una forma de esclavitud, pero los que esclavizan son esclavos a su vez. Lógicamente uno siempre da lo que tiene adentro, esa es la tristeza en el mundo, y eso van mamando los muchachos, van mamando nuestras ambiciones desmedidas.

A veces lo que le proponemos a la muchachada es una sociedad muy superficial en donde la mentira pasa a ser la picardía, la avivada, la capacidad de desenvolverse y de ser inteligente en la vida, la mentira, y eso está mal porque es contra la dignidad humana. Y ¿cómo se sabe que es contra la dignidad humana?, ¿qué me importa si yo ahora estoy bien y voy hacia adelante? Exactamente ese es el estilo que se va generando, el de la indiferencia, el del descompromiso para los demás. Es difícil encontrar una vida que se consagra desinteresadamente a Dios y a los demás en la Iglesia, en el seguimiento de cerca a Cristo en este ámbito, con este estilo de vida, con este humor, con este oxígeno que vamos respirando. Pues yo digo que hace falta mucho volver a trabajar por las vocaciones sacerdotales y religiosas pero el planteamiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas de alguna manera nos hacen también un planteamiento sobre nuestra vida cristiana en general.

El Espíritu Santo es el gran autor del seguimiento cristiano en el sentimiento de Cristo. Para vivir como Cristo necesitamos del Espíritu Santo. Recibimos la Palabra con un corazón abierto para que el Espíritu obre en nuestros corazones.

“Jesús, Puerta y Pastor del rebaño, tu nos mantienes seguros en el aprisco de tu verdad, al resguardo del padre de la mentira y de sus falsos profetas que sin embargo a veces logran entrar por algún hueco o saltando la pirca, pero como sus voces suenan muy distinto de la tuya Señor, Jesús, Voz del Padre, que siempre sepamos cerrar los oídos a cualquier otra voz, que seamos inteligentes y desconfiemos del palabrerío dulzón y de la falsas promesas porque sólo tu tienes Palabras de Vida Eterna, sólo tu Palabra es la Verdad y la Luz de nuestros ojos y lo que tu dices se cumple”.   

En esta jornada, el papa Benito nos decía: “La Jornada mundial por las vocaciones de cada año ofrece una buena oportunidad para subrayar la importancia de las vocaciones en la vida y en la misión de la Iglesia e intensificar la oración para que aumenten en número y en calidad. Para la próxima jornada propongo a la atención de todo el pueblo de Dios éste tema, nunca más actual, la vocación al servicio de la Iglesia comunión. El año pasado al comenzar un nuevo ciclo de la catequesis en las audiencias generales de los miércoles, dedicado a la relación entre Cristo y la Iglesia señalé que la primera comunidad cristiana se constituyó en su núcleo originario cuando algunos pescadores de Galilea, habiendo encontrado a Jesús, se dejaron cautivar por su mirada y por su voz y acogieron su apremiante invitación: “Síganme y los haré pescadores de hombres”.

En realidad Dios siempre ha escogido a algunas personas para colaborar de manera más directa con El en la realización de Su plan de salvación. En el Antiguo Testamento al comienzo llamó a Abraham para formar un gran pueblo y luego a Moisés para librar de la esclavitud a Egipto. Designó después a otros personajes, especialmente a los profetas para defender y mantener viva la alianza con su pueblo. En el Nuevo Testamento Jesús, el Mesías prometido, invitó personalmente a los apóstoles a estar con El y compartir su misión. Como dice la Palabra, los eligió para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar. En la Última Cena, confiándoles el encargo de perpetuar el memorial de Su Muerte y Resurrección hasta su glorioso retorno al final de los tiempos, dirigió por ellos, al Padre, ésta ardiente invocación: “Les he dado a conocer quién eres y continuaré dándote a conocer, para que el amor con que me amaste pueda estar también en ellos y yo mismo esté con ellos. La misión de la Iglesia se funda, por tanto, en una íntima y fiel comunión con Dios”.

 “El cuidado de las vocaciones, dice el Papa, exige por tanto una constante educación para escuchar la voz de Dios, como hizo Elí que ayudó a Samuel a captar lo que Dios le pedía y a realizarlo con prontitud: “Habla Señor que tu siervo escucha” decía Samuel. La escucha dócil y fiel sólo puede darse en un clima de íntima comunión con Dios, y esto se realiza ante todo en la oración”.

Hace poco tiempo recordábamos, y hoy lo volvemos a recordar porque me parece tan importante, hacia la Quinta conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en el Documento del Concejo Episcopal Latinoamericano hacia la Quinta Conferencia: “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan vida”, bajo la Palabra “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” dice en el número 45: “El discípulo es alguien que ha recibido al Señor lleno de estupor. Como en Belén, con María, José y los pastores, han acogido al Hijo de Dios que se ha hecho pequeño y servidor de todos, se ha acercado a su vida y ha entrado en ella. Por eso vive contemplando su rostro, asombrado por la venida de Dios a este mundo como Hermano y Salvador con las obras de las cuales es testigo y por el Don que no se había a atrevido a Soñar, participar de su vida y recibirlo como la sabiduría y la paz.

Aún viendo el espectáculo de nuestro tiempo, las formas dominantes de la cultura que nosotros gustamos en llamar “cultura de la muerte” no por desprecio sino porque su núcleo positivo, su conciencia, su dedicación, es a proponer algo que va de espaldas al Plan de Dios, pero el Señor, que es la Inteligencia Eterna, sabe como tener presencia con sus gérmenes de vida en medio de una cultura de la muerte. En el mundo, por más propuestas diferentes en el Plan de Dios que hagamos, el Señor se las va a ingeniar para estar presenta y para realizar su obra. Siempre la obra en el mundo es como una gran parábola del dueño que siembra el trigo y se encuentra también con la cizaña.

El campo en el que Dios cultiva sus proyectos y realizaciones es el corazón del hombre, es el mundo en el que el hombre se desarrolla, es el mundo en el que el hombre se pone de espaldas a Dios, pero será siempre trigo y cizaña, nunca es trigo puro.

Muchas veces quizás tenemos la concepción de que para hacer cosas necesitamos tener los ámbitos apropiados y yo, cada día, me voy dando cuenta que lo que más hace falta para que Dios obre es creer en El. Por eso creo que hay que cultivar, como dice el Papa, la oración para la escucha, educar el oído, realmente este tiempo es un tiempo que reclama preferentemente nuestra capacidad de escucha. Recordábamos en éste documento anteriormente a Karl Rahner, decía que en el siglo XXI el cristiano, o bien será un místico, o no será.

Es la necesidad de adquirir una capacidad de entrar en la comunión con Dios y la de escuchar. En el número 49 de este documento se dice que: “La elección y llamada de Cristo pide oídos de discípulo y cita a Isaías en el capítulo 50, 4 Oídos atentos para escuchar y prontos para obedecer. Es realmente un desafío para el hombre moderno, para este tiempo, para nosotros hoy, revivir esta dimensión de discipulado para la escucha que nos mantenga atentos y disponibles y la escucha que nos haga prontos para obedecer. Esto significa que vamos aprendiendo a aceptar la propuesta de Dios y que creyendo en ella damos nuestra libertad, nuestro asentimiento, incorporándonos nosotros en el proyecto de Dios.

Cuando obedecemos a Dios por la escucha aprendemos a recibirlo en nuestros corazones, pero más que recibir y hacer propios los deseos de Dios, que tiene eso quizás un lenguaje para ser comprendido humanamente, pero en realidad el misterio es que nosotros estamos incorporados al plan de amor de Dios. La obediencia no es algo que se agrega para cambiar algo interior nuestro, sacando nuestro proyecto de vida y poner el proyecto de Dios, que es cierto por un lado, pero lo profundo del misterio cristiano es que me despierto a la conciencia de que Dios me ha elegido, me ha llamado y me ha hecho partícipe de su plan de salvación, de su designio de amor, de su proyecto. Por eso el discernimiento vocacional supone un trabajo en la vida espiritual y la vida espiritual reclama particularmente en éste tiempo una educación para la mística, empieza por un discipulado en la escucha y para despertar la prontitud en la obediencia al proyecto de Dios”.

Esto es lo que hemos de cultivar como cristianos en este tiempo dando una respuesta fiel a los llamados del Espíritu. ¿Como vivir la fidelidad en éste tiempo? Cultivando una espiritualidad de la escucha, ciertamente.

Me gusta como el evangelista Juan, en la Palabra dice “El guardián les abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir. Cuando la ha sacado a todas las suyas va delante de ellas y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño sino que huirán de El porque no conocen su voz”. Quiero asociar éstas palabras con el gran relato del acontecer después de la resurrección del Señor cuando están pescando.

“Un poco desilusionados los apóstoles se van a pescar” dice la Palabra, Pedro dice Yo me voy a pescar, nosotros también dicen los discípulos, participaban de la misma vivencia, así es que se van con Pedro y tampoco pescaron nada y aparece el Señor en la orilla pidiéndole si no tiene algún pescado. “Tiren la red a la derecha”, cuando la primera vez que el Señor se le sube en la barca a Pedro. Cuando Pedro ha dicho: no hemos sacado nada en toda la noche pero si Tú lo dices, dice Pedro, echaremos las redes en tu Nombre. Y así es como termina Pedro diciéndole aquellas Palabras al Señor: “Aléjate de mi porque soy un pecador”. Ahora el Señor, después de la resurrección el Señor vuelve a repetir el gesto. Me parece que la memoria también sirve.

El recordar los hechos de fidelidad también es parte de la escucha. Es parte de despertar esa docilidad, no te olvides que yo estuve, estoy y estaré en tu historia. La Palabra de Jesús antes de la ascensión, “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. Es acostumbrarse al estilo de Dios, adquirir el olfato para captar a Dios, por eso tomé este texto para recordar después de la resurrección en donde El Señor le pide que tiren la red a la derecha y se les llena de peces.

El que dice “es el Señor” es Juan, Pedro ni se había dado cuenta. Absorto por la pesca, ocupado por la tarea, fruto de esa obediencia, no se da cuenta que es el Señor. Esa es un poco la resultante, o la figura diría yo, que nos permite comprender cómo ha de ser la vida espiritual en éste tiempo. Tenemos que conectar con Dios, Dios está vivo en la historia y creo que el trabajo de la vida espiritual, particularmente con los jóvenes, debe ser en educar esta disposición en la escucha, es e adquirir la fisonomía interior del Señor, tener memoria de las acciones de Dios en nuestra vida puede ayudar, cómo Dios me acompañó, el mismo hecho se repite y el Señor está presente allí. Juan tiene la sensibilidad de Dios, tiene la capacidad de darse cuenta del proceder, ha comprendido el estilo de Jesús.

Entonces yo creo que, cultivar esta espiritualidad de la escucha, y quiero insistir en esto, porque yo puedo rezar mucho, puedo tener muchas ideas de la tarea cristiana, puedo tener una gran capacidad de servicio, de evangelización, pero la escucha de Dios, sintonizar, poner el oído atento, eso sería educar en la fe, en nuestro tiempo sería agudizar el oído para percibir las voces de Dios.

Ese hábito, es capacidad de comprender como es el timbre de voz del Señor en los acontecimientos nos permitirá descubrirlo en esos acontecimientos nuevos, ese Dios que estará presente, que se irá manifestando indicándonos el camino, la escucha. Cuando hablamos de las vocaciones a la vida consagrada, vocaciones que son necesarias, llamados que son necesarios sí, pero el Señor llama al hombre, a la persona humana. San Agustín decía, como recordábamos tantas veces, “Ayúdate y Dios te ayudará”. Dios no va a hacer todo. O, en todo caso, Dios hace todo en el hombre que hace todo lo que puede. No es un acto de magia, no es una intervención súper poderosa en la que Dios aplasta y anula a la persona y la mete en un camino y le dice “vos por acá”. Dios llama, es una elección libre el llamado.

Dios siempre llama. No oramos para que Dios llame, oramos para que seamos capaces de una sensibilidad frente al llamado de Dios, que agudicemos el oído, por eso, orar por las vocaciones a la vida consagrada significará también para nosotros trabajar de una manera adecuada, “Ora et Labora” diría san Benito. Orar y enseñar a escuchar, enseñar a poner el oído al pulso de Dios en la historia. Cuando la persona adquiere esa fisonomía interior, esa capacidad de escucha, de entrar en contacto con la voz de Dios se hace parte de su rebaño, entonces podrá ir por donde el Señor le indique.

La experiencia de la comunión es un ámbito donde surgen y se desarrollan las vocaciones. Decíamos: “Somos un pueblo y ovejas de su rebaño, sirvan al Señor con alegría”. Yo creo que la manera mejor de promover la vida cristiana y el seguimiento de Jesús es la alegría de los cristianos. Ver como vivimos la vocación de cristianos, como nos transformamos en un instrumento mediador para ayudar a aquellos que están llamados a seguir a Jesús más de cerca, sabiendo que todos los hombres están llamados al conocimiento de la verdad, que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Cómo he de vivir yo, o como estoy viviendo yo, de tal manera que mi vida sea un instrumento de atracción que ayude a esa seducción que el Señor quiere ejercer sobre todos, para la salvación y sobre algunos para una identificación con El como Sacerdote, Profeta y Pastor; Cristo, cabeza de la comunidad. Quizás la falta de alegría, la falta de entusiasmo, la falta de creatividad en mi vida espiritual, en mi vida cristiana, esta postura individual en la que me voy sometiendo, quizás es un impedimento para la promoción de las vocaciones. Entonces, pensar en las vocaciones a la vida consagrada, en el llamado que el Señor, nos hace a orar para que no nos falten vocaciones a la vida consagrada, supone también un planteamiento de nuestra vida espiritual, de nuestro estilo de vida cristiana. No convencemos a nadie si nosotros no estamos convencidos. Como dice el refrán, un santo triste es un triste santo, y eso es lo que le pasa muchas veces a nuestra vida cristiana, una vida deslucida, sin fervor, sin entusiasmo.

El Papa Juan Pablo nos dice que hay que vivir el presente con pasión, que es todo lo contrario a la mediocridad, que hay que quemar las velas, que hay que vivir en caliente, o en frío, porque a los tibios los vomitará de su boca. Al Señor le gusta esa definición: “O juntan conmigo o desparraman”.

No es el discípulo quien escoge al maestro, siempre ha sido Jesús el que ha llamado al discípulo y lo ha invitado a seguirlo. La primera experiencia del discípulo consiste en el llamado personal que le hace Jesús. Esta es la novedad del cristianismo, no es un Dios que se hace, que se inventa según una necesidad espiritual, de un Dios que se proyecta según la religiosidad del hombre sino un Dios preexistente que se acerca para impresionar, para llenar de estupor al discípulo al que llama. Cuando una persona recibe un llamado ese llamado es esencialmente un llamado al discipulado y siempre es una iniciativa, es, como dice Juan: “Dios nos llamó primero”.

Consiste entonces, la primera experiencia del discípulo, en el llamado personal que le hace Jesús y en la voluntad de seguirle que nace en él y que lo mueve a dar su respuesta creyente y amorosa, que lo lleva a configurarse con El. No es simplemente un escuchar, no es simplemente un hacer cosas conforme, obras buenas, honestas, obras que se acuerdan, actividades bondadosas, sino que es una cuestión de vida, del ser íntimo de la persona. El llamado que hace Dios es un llamado a la configuración con Cristo para que todo en El encuentre su razón y su plenitud. El es la razón y la plenitud de aquél que llena todas las cosas dirá La Palabra. Y ésta respuesta del discípulo lo vincula inmediatamente a una comunidad de fieles en la que discierne luego cuál es su misión en la Iglesia y en la sociedad. El llamado siempre fue una experiencia de comunión. El llamado es para una experiencia de comunión.

Esto es fuerte para nosotros, en la experiencia de un mundo individual, materialista y relativista, donde puntualmente yo establezco mis normas morales, yo soy el que decido, el que elige. La propuesta es, por eso, a ser un contemplativo, es decir un hombre discípulo, una persona que escucha un llamado, se identifica con ese que llama que es Cristo y esa identificación también tiene una misión. La misión es una experiencia de comunión, por eso el Papa va a decir que el cuidado de las vocaciones exige por tanto una constante educación para escuchar la voz de Dios, como hizo Elí que ayudó a Samuel a captar lo que Dios le pedía y a realizarlo con prontitud.

La escucha dócil y fiel sólo puede darse en un clima de íntima comunión con Dios que se realiza ante todo en la oración, y esto es fundamental. Por eso, crear es importante crear el clima para la oración.

Y a pesar de todas las propuestas de la cultura, es que parece tan importante en este tiempo, vivir la experiencia de la vida consagrada como un Don de Dios. Esta experiencia es un Don, no es que tenemos que pedir permiso para vivir una consagración en el mundo o que tenemos que ir de perfil bajo, escondiéndonos, llenos de vergüenza, hemos de vivir la alegría de nuestra vocación cristiana y particularmente la alegría de nuestra consagración a Dios, pues es la mejor manera, viviendo la alegría de la vocación, despertamos el deseo, la inquietud, la contemplación de la maravilla del otro, es una manera de despertar, de hacer reaccionar a las personas para que comprendan el valor del mundo interior de la persona.

El valor de la vida interior, el valor de un corazón que está llamado, alguien importantísimo. No hay ninguna que esté llamada a algo pasajero y superficial. Todos los llamados de Dios son importantes, y son importantes para la vida, por eso han de despertase a la escucha de Dios en el testimonio de la alegre vida cristiana de muchos cristianos.

Volviendo a las palabras del Santo Evangelio de Juan, “El llama a cada una por su nombre, las hace salir, cuando ha sacado a todas las suyas va delante de ellas y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Los padres son los primeros forjadores del destino de sus hijos, forjan su destino, no porque le dan lo que tienen que hacer en la vida sino porque le dan su testimonio, porque crean el ambiente.

Yo quiero decirle también a todos los adultos, a los papás sobretodo, que muchas veces se sienten derrotados por el tema de los hijos, que los hijos no los escuchan, que parece que tiene otra cultura diferente a la de ellos, ustedes no dejen de ser lo que son, de creer lo que creen y de vivir lo que creen que tienen que vivir. Los valores siempre son una fortaleza y tarde o temprano esas cosas son tenidas en cuenta.

Por eso es tan importante cuando los papás dialogan con sus hijos desde que son chicos. Hay que hablar con los niños, sentarse, conversar, “perder” tiempo. Esas cosas marcan, a veces no son grandes cosas, crear los espacios, encontrar un pequeño momento de atención más personalizada con los niños, es el ir adelante que dice del Buen Pastor. Las ovejas van detrás, los chicos van detrás de los padres.

El que entra por mí se salvará. Podrá entrar y salir y encontrará su alimento”.