La vocación, una voz de Dios para toda persona

lunes, 2 de julio de 2007
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Viendo Jesús que lo rodeaba una multitud de gente mandó que lo llevaran a la otra orilla. Se le acercó un maestro de la ley y le dijo: “Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas”. Jesús le dijo: “Los zorros tienen sus guaridas, los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Otro de sus discípulos le dijo: “Señor, deja primero que vaya a enterrar a mi padre”. Jesús le dijo: “Sígueme, deja que los muertos entierren a sus muertos”.

Lucas 9, 57 – 61

Comenzamos  dando gracias al Señor por esta hermosa oportunidad de vivir esta semana. Nos hemos levantado para proyectar nuestro trabajo dando gracias a Dios porque estamos aquí, estamos vivos, estamos acá con toda la oportunidad de abrazar nuestro mundo, de consagrarlo, de transformarlo, de darle nuestro cariño, nuestra capacidad, y además de mirarlo junto con otros, de compartir la mirada, de pensar, de soñar nuestro mundo. Levantarnos para soñar nuestro mundo, quererlo, apacentarlo, para proyectarlo, para no sólo pedirle a nuestro mundo que crezca sino para nosotros animarnos a crecer con él. Y nos hacemos una pregunta: ¿qué tenemos que hacer, acelerar o parar un poco?.

Frente a este mundo, esta semana, ¿conviene, que nos apuremos o quizás descubrir la lentitud y la calma? o quizás ambas cosas. Como dijera Napoleón: “Anda despacio que estoy apurado”.

Y no hay ninguna duda que hay que hacer unas aclaraciones, unas especificaciones para poder entender y conjugar estas dos realidades que parecen opuestas, contrarias y enemigas. Celeridad y Mansedumbre: ¿cómo conjugar esas dos cosas? Es como recordábamos el otro día en el Evangelio cuando Jesús decía a sus discípulos: “Tienen que ser mansos como las palomas pero astutos como la serpiente”.

Nosotros los cristianos nos movemos normalmente por esa experiencia maravillosa de saber que Dios es el que nos llama, entonces nosotros interpretamos que hay una urgencia en esto del Reino de Dios, en esto de entender la vida desde el Reino de Dios, sabernos parte de una realización, de un proyecto, y que hay algo interior que urge, que pulsa, hay algo que mueve interiormente, eso de estar buscando es nuestra agilidad, pero tiene esta agilidad la sabiduría de “casarse” con la mansedumbre.

También tiene otro modo de llamarse la mansedumbre que es el de “calma”. Así comenzamos la semana, urgidos pero en calma. Y a veces uno se pregunta a cerca de matrimonios en los que los miembros son tan diferentes. Celeridad y Calma.

Quizás sería es bueno traer a colación aquella pulseada que tuvieron el sol y el viento. “Cuando iba un gauchito abrigadito con su ponchito por el medio del campo y el viento le juega una apuesta al sol a ver quien le saca más rápido el poncho al gaucho. El viento comenzó a soplar rabiosamente, sacó toda la tormenta que había en su corazón y el gauchito se aferró más a su poncho y el viento no se lo pudo arrancar. El viento se cansó de soplar y aunque estaba lleno de violencia no le pudo sacar el poncho al gaucho. Luego le tocó el turno al sol que comenzó despacito a calentar al gauchito y el gaucho solito se sacó el poncho. Ganó la pulseada la tranquilidad y la paciencia del sol.

Y compartiendo, como siempre que podemos, alguna reflexión de Anselm Grüm en el libro “No olvides lo mejor, una inspiración para cada día” : “¿Celeridad o calma? Según un refrán turco el diablo inventó la prisa. Nuestros años están gastados por el estrés permanente. También nuestras almas padecen daños y sufren por el trajín, por la presión sin compasión de la economía de tiempo. Si todo debe marchar más rápidamente, si durante el proceso laboral uno quisiera ahorrar cada minuto, si no se permiten más las pausas, si todo debe acelerarse aún más, entonces es necesario el contrapeso, descubrir la lentitud. Entonces queda mucho por redescubrir a través de la lentitud y la calma. En lugar de aceleración necesitaríamos desaceleración”. Esto es sabiduría.

“Había una vez un hombre a quien ver su propia sombra lo contrariaba tanto y era tan infeliz de sus propios pasos que decidió dejarlos atrás. Se dijo a sí mismo: “simplemente me alejo de ellos”. De tal modo se levantó y se fue, pero cada vez que apoyaba un pie y daba un paso su sombra fácilmente lo seguía. Entonces se dijo: debo caminar más rápido. Caminó entonces más y más rápido. Caminó hasta caer muerto de cansancio. Si simplemente hubiera caminado hasta la sombra de un árbol el se habría desecho de su sombra y si se hubiera sentado no hubiera habido más pasos, pero no se le ocurrió. A mucha gente no se le ocurre hoy en día la idea de sentarse a la sombra de un árbol, prefieren como el hombre de la historia, escaparse, pero quien escapa de su sombra camina hasta morir, nunca logra la calma.

A veces huimos de nuestra sombra, huimos de algo que nos molesta. Es muy difícil disparase de uno mismo. Ciertamente que la tentación de aturdirse y de sumergirse en el estrépito de tantas circunstancias que nos rodean y nos reclaman y de un mundo vertiginoso, lleno de ansiedades, de insatisfacciones, un mundo que nos quiere hacer creer que quizás todo es necesario ya, ahora, es un mundo que no valora mi persona, pero es un mundo que no está adentro mío, que no valora mi persona evidentemente.

Las propias valoraciones nacen de adentro, es uno el que se tiene que querer, pensarse, soñarse, reconocerse en la historia que tiene, reconocer un gran proceso maravilloso, y los que tienen la gracia de la fe reconocer como Dios estuvo acompañando todo ese proceso, toda esa historia. No hay que huir de las sombras, son nuestras, somos nosotros, nunca podremos huir de nosotros. Podemos dedicar un tiempo de nuestra vida a vivir estrepitosamente, enfermizamente, quizás corriendo detrás de todo lo que creemos es importante y olvidándonos de nosotros.

Es como aquél que lleno de angustia toma el vaso de vino para olvidarse. Sólo puede olvidarse ese rato, pero más se ahonda la en la tristeza, en el vacío de sí mismo, más se angustia cuando se recupera la calma. Cuando se recupera la calma se vuelve a tomar conciencia pero ahora con más peso y con más culpa, con más insatisfacción, porque huir no es sino una manera de profundizar nuestros fracasos.

Quizás el gran secreto para vencer el miedo a las sombras y esas ganas de disparar de sí mismo es darle el sentido a la vida de uno, es encontrar el rumbo, el norte, es saber que hay una vocación, un llamado. Vamos a hablar un poquito ahora de la vocación, no está demás hablar de ello, el evangelio nos lo propone para el día de hoy y quiero asociarlo también con el texto del fin de semana, el libro de Reyes y también de Lucas. Hoy es Mateo que toma una parte de lo que hablaba Lucas ayer.

Es lindo, a veces tenemos nuestras fuerzas, nuestras energías, nuestras opciones, llevados por los miedos, tenemos miedos de nosotros mismos, pero en realidad el miedo más profundo que a veces tiene el hombre de nuestro tiempo es el vértigo de pensar en entregar la vida a algo que valga la pena, algo más allá de sí mismo, algo en lo cuál tenga que escuchar y obedecer. El hombre tiene una profunda necesidad todavía en esta etapa de la historia, de sentirse a sí mismo, sentir que vale, que puede solo, que decide todo en su vida, y tiene miedo que le digan por dónde tiene que ir la vida.

Es uno de los problemas que constatamos en la realidad, yo lo percibo como sacerdote, como pastor de almas. Uno de los fenómenos de la vida en estos tiempos es justamente esa tremenda incapacidad para entender la vida desde un concepto del destino, un concepto del llamado a una vocación a la plenitud, a un miedo a entregarlo todo, de saber que tiene que ajustarse, que tiene que poner toda su vida en un carril apuntando hacia un norte. Saber que hay un llamado, empezar por esa vocecita, escuchar una voz que puede ser violenta, como un grito, que puede ser un gemido desgarrador, o puede ser una voz suave y dulce. Es el llamado, es la vocación que Dios nos da.

Toda persona viene a este mundo con una misión, por tanto recibe un llamado para realizar una misión, no es que sea capaz de hacer la misión solo, nadie puede hacer su tarea solo, todos necesitamos empezando porque se nos descubra cuál es el lugar que hemos de ocupar, en qué hemos de consagrar nuestra vida, a qué hemos de dedicar nuestro tiempo, nuestro corazón, nuestra inteligencia, en qué hemos de proyectar nuestras energías, en qué sentido ha de crecer nuestra vida, hacia dónde debe estar tendida. La vocación, una voz de Dios para toda persona.

Y entonces, a todos aquellos que tienen una profunda necesidad de decir “Yo quiero elegir lo que quiero en la vida”, ayudémoslos en el camino, digámosle la Buena Nueva a las personas que tienen ganas de vivir en serio, y a todas las personas, también a aquellas que tienen que vivir más profundamente que se paren, que es necesario parar, es necesario la calma, disponer la humanidad también.

Desde la humanidad hay una capacidad de escucha necesaria que hay que desarrollar así uno puede entender la vida, pero también es un paso previo para que Dios hable, porque si Dios no puede ser escuchado en la calma, tendrá que ser escuchado en la tormenta. No lleguemos a la tormenta, tratemos de trabajar nuestra calma porque allí ciertamente vamos a encontrar la voz de Dios que es simple, sencilla, clara, orientadora, y aparte Dios cuando habla dice clarito las cosas y te dice: “Te quiero para esto, te necesito en esto, te invito a esto”, es siempre una invitación respetuosa, es un llamado profundamente respetuoso. Dios ama entrañablemente el don de tu libertad.

Tú con tu libertad quieres sentir que tu vales, que tu puedes, que tu no necesitan que te digan lo que tienes que hacer, pero tu libertad está mal encarada desde ese enfoque. Ese no es el enfoque de la libertad. La libertad en la persona es para recibir un llamado y para decir sí a una misión que trasciende lo que la libertad puede querer y poder por sí misma. Es siempre la vocación algo más allá, algo sublime, algo que me estira y me lleva hasta la eternidad, me lleva hasta Dios.

Ciertamente Jesús sabía descansar. Descansar no simplemente como quién está agotado sino como quién era capaz de reposar. Es tan importante tomarse el tiempo para estar debajo de la sombra de un espacio de tiempo. Porque el tiempo es como los árboles. Hay tiempos que son como los árboles frondosos. A veces uno necesita de esos árboles frondosos, esos ombúes enormes que dan lugar para acomodarse, tirarse en él y arriba como un paraguas, lleno de hojas, frondoso, tupido.

En él anidan los pájaros. Las aves nos enseñan que hay que descansar en los árboles, aprovechar la sombra de sus copas. A veces necesitamos los espacios de silencio para poder reacomodar, reentender, repensar, descubrir, escuchar. Quizás puedo estar viviendo un “no sé para qué me levanté hoy” o sé para que pero estoy tan ansioso, tan desesperado, tan nervioso, tan insatisfecho, estoy viviendo con una intensidad que no controlo, una ansiedad, una insatisfacción que no se que me pasa, que no puedo dominar esto y quizás puedas hacer otra cosa que te ayude a calmar eso.

Quizás no puedas manejar esos impulsos, esa fuerza de vivir que no controlas y te hace daño, que te pone agresivo, insatisfecho, que te pone incómodo, violento. Es locura que estás viviendo. Quizás lo que tengas que hacer no sea controlar eso sino tomar una pequeña decisión: sentarte debajo de un gran árbol, de un buen espacio de tiempo para orar y escuchar.

La necesidad de vivir urgidos, pero desde la experiencia de la calma, sugiere la idea de la paz del corazón, y sugiere también la disposición, la maduración, la agudización, despertar a la capacidad de escuchar. Esta palabra escuchar es muy sabrosa, no la queremos cansar ni gastar, pero sí queremos ejercerla.

No se gasta el pensamiento de hablar de la escucha si lo ejercemos. Si lo ejercemos lo descubrimos, tiene mucho de misterio, tiene mucha profundidad, tiene mucho de Dios. Ya sabemos todos el refrán popular: “Dios nos dio una boca para hablar y dos oídos para escuchar”. Y los obispos nos decían, en la preparación en Aparecida, que esta elección que es la vocación en el sentido de la vida es lo que puede dar rumbo a toda la vida.

Una persona, cuando elige lo que quiere en la vida, es como que ordena el resto de sus componentes, de su organismo espiritual, biológico, afectivo, todo se ordena, su sexualidad adquiere el rumbo de su vocación, su inteligencia se encauza dentro de su vocación, sus energías, sus afectos, la capacidad de amor, de entrega. La vocación es fundamental.

Primero hay que decir que toda persona está llamada a una forma de vida y que hay claras formas de vidas, fundamentales, que las vivimos con acentos, con propiedades, con características específicas, desde lo personal o desde aquello en lo que nos involucramos. Hay muchas maneras de involucrarse en un sentido de la vida. Las vidas no se agotan en tres formas de vocación. Puede haber dos o tres líneas grandes gruesas si hablamos de la familia, de la vida consagrada o de la soltería, del que vive solo la vida pero con un sentido de entrega, con una especie de experiencia celibataria, pero que descubre un valor espiritual en su vida y que por tanto puede dar sentido a todas sus energías.

Mucha gente cree que si uno se consagra a Dios o es “soltero” no desarrolla su sexualidad, o es insatisfecho, yo les puedo asegurar que el que dice eso no entiende nada. La persona encuentra el sentido de su sexualidad, de sus afectos, de su inteligencia y de todo su cuerpo, de su ser, de la administración de su tiempo, del modo de encarar la vida cuando encuentra una vocación. Para eso hay que tener y desarrollar el sentido de la escucha.

Decían los obispos: “La elección y llamada de Cristo pide oídos de discípulos y hace la referencia al capítulo 50 de Isaías, es decir “oídos atentos para escuchar y prontos para obedecer” en una sociedad como la nuestra, en donde las consignas más ruidosas van en la dirección opuesta a escuchar y obedecer, demasiado claro y demasiado concreto y real es lo que escuchamos recién.

En una sociedad como la nuestra, esta es nuestra cultura, una sociedad donde las consignas más ruidosas van en una dirección opuesta a escuchar y obedecer, por eso quizás hay una gran esquizofrenia, porque no hay escucha ni obediencia.

El llamado de Cristo en nuestra sociedad es una invitación a centrar toda nuestra atención en El, dicen los padres, y a pedirle como Samuel. “Habla Señor que tu siervo escucha”. Qué hermoso desafío. ¿Cómo podríamos plantear esta semana?, en clave de escucha. Qué les parece si nos animamos a proponernos este propósito para la catequesis de esta semana. Juntos como María en la escucha.

Desarrollar la escucha profunda en nuestros corazones para percibir la llamada que nos invita a seguirlo. Es una llamada a seguirlo. No es una llamada a plantarnos, a instalar nuestras raíces de la existencia, a darle sentido a nuestra vida. El desafío es más profundo, a eso también tenés que dejarlo. Nos preguntamos ¿cómo voy a dar lo que no tengo, como voy a dar una respuesta si no tengo seguridad de mi mismo?

Despreocúpate de ti mismo, escucha que en una de esas la vida tiene más de regalo que de conquista, que es muy posible.

A veces uno no sabe lo que le pasa, es verdad, pero esa vida que tiene una tristeza también tiene un llamado, porque a veces la tristeza también puede ser una manera en la que Dios nos hable para despertar nuestra pequeñez, nuestra humildad, comprender que no podemos solos, que no nos entendemos, que necesitamos una palabra de alguien o de escuchar, orar, enfrentarnos también a nosotros mismos para no dejarnos vencer por esa soledad y esa tristeza. El desafío de vivir es animarse a ver cuál es el sentido de la vida todos los días.

Yo hoy me levanté para ser sacerdote, para consagrar el mundo, para celebrar la eucaristía, para interceder, para amar, para servir, para vivir con gratitud, con alegría, para dar lo mejor de mí, para saber que no puedo vivir sin Jesús, para eso me desperté hoy. 

 

Viendo Jesús que lo rodeaba una multitud de gente mandó que lo llevaran a la otra orilla. Se le acercó un maestro de la ley y le dijo: “Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas”. Jesús le dijo: “Los zorros tienen sus guaridas, los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Otro de sus discípulos le dijo: “Señor, deja primero que vaya a enterrar a mi padre”. Jesús le dijo: “Sígueme, deja que los muertos entierren a sus muertos”.

 

En este evangelio de hoy tenemos la presentación de esto que es el llamado de Jesús, o es el deseo de algunos de seguir a Jesús. Al segundo se ve que el Señor lo había llamado, pero al primero no. Muchas veces nos encontramos con gente que cree que tiene que hacer alguna cosa, siente una inquietud, un joven por ahí siente inquietudes.

Cuando era niño se celebraban mucho las fiestas patrias, y toda esa presentación nos hacía querer ser militar, y muchas veces, llevados por el entusiasmo, viviendo alguna experiencia en un grupo, haciendo una vivencia en un ámbito comunitario y nos sentimos fuertemente atraídos hacia eso. Queremos ser como lo que vemos, no basta con un entusiasmo y decir que queremos ser sacerdotes, o queremos casarnos y formar una familia. Pero ¿cuál es la situación? es un impulso que nace de ellos.

Cualquiera de estos ejemplos pueden seguir para comprender que si voy a una charla en la que dan testimonio quienes se dedican a trabajar entre los presos, o que se dedican a los barrios pobres, puedo tener una tentación, un deseo de pensar que por ahí pasa lo que Dios me pide, que esa es mi vocación. Sentir, podemos sentir lo que queramos, en la vida las personas siente de todo, no controlamos lo que sentimos, se siente, nace, viene, nos apasiona, nos subyuga, nos atrae, nos seduce algo, entonces creemos que muchas veces lo primero que sentimos es lo que debemos seguir.

Esto le sigue pasando mucho a la gente y nos puede pasar a nosotros aún estando en una vida delicada. A veces hemos hecho opción de vida y llega un determinado momento en la vida y digo “siento ahora otra cosa, siento atracción por otra persona o siendo sacerdote no se si quiero casarme por ejemplo, siento que estoy en esto que me han pedido pero yo siento que soy bueno para aquello otro, me atrae aquello otro. Todos sentimos que somos buenos en algo, sentimos que nos atraen otras cosas, que nuestras opciones nos tienen cansados.

¿Qué es lo que hay que hacer? Hay que usar un tiempo. Esos apasionamientos, esos impulsos, muchas veces son el signo que lo que necesitamos no es hacer una elección nueva o tomar una decisión y hacer una elección, una opción, quizás simplemente lo que esto nos está diciendo es que primero sentimos algo, segundo, que tenemos que tomarnos un tiempo, un espacio donde usemos la serenidad para calmar y donde usemos la cabeza para pensar y pongamos nuestro mundo interior disponible a una escucha. La escucha se desarrolla con el tiempo, no se escucha lo primero que viene.

Lo primero que viene es algo importante que tenga que ser atendido, pero que sea atendido, escuchado, tenido en cuenta, que palpite fuerte, que pulse el interior, no signifique que sea mi opción de vida, significa que es algo que yo siento. Si yo me pongo en actitud reflexiva, si me pongo a escuchar, si me pongo a orar, si dispongo mi interior para orar, si me dispongo a la escucha, me estoy preparando para orar porque la oración es escucha.

No es lo que yo le digo a Dios, lo que le digo porque lo siento, eso puede ser una oración si lo impulsa el Espíritu Santo, pero muchas veces lo que nosotros le queremos decir a Dios no lo impulsa el Espíritu Santo, lo impulsa nuestro yo interior, nuestra pulsión, nuestro apasionamiento, nuestra tristeza, nuestra soledad, nuestra mucha alegría, nuestra ansiedad. A veces estamos desbordados nosotros mismos por nuestros propios impulsos y creemos que eso es oración pero orar es sobre todo escuchar.

Cuando una persona se dispone no necesariamente a orar pero sí a escucharse en serio y a tenerse en cuenta está poniendo los principios de la relación de entendimiento, del descubrimiento, y está empezando a orar. Escuchar es muy importante, dar un tiempo a la escucha es muy importante. 

Que lástima que a veces los papás no sabemos acompañar las experiencias de los hijos, y no sólo no sabemos acompañarlos sino que no le damos el acompañamiento en prepararlos para las cosas importantes de la vida. Nuestro tiempo es un tiempo de las pulsaciones, de lo que uno siente, de impulsos, es una situación de la cultura en la que uno no puede se indiferente, uno es hijo de esta cultura. Necesitamos una clara orientación y acompañamiento para usar la cabeza, ser más reflexivo.

El Espíritu, el sentido, las definiciones de la persona, pasan por el corazón porque el corazón es parte de la persona pero el corazón tiene sobre sí un elemento que se llama cabeza, racionalidad, lo que lleva a la reflexión a la persona. La cabeza, si se deja dominar por los impulsos del corazón, no puede reflexionar. Cuando los chicos hacen lo que sienten, y más grave es cuando los grandes hacen lo que sienten, entonces estamos poniendo en grave riesgos nuestra vida y a veces nuestra vocación. Digo, uno puede sentir muchas cosas, no hay que dejarse llevar por lo que uno siente.

No importa lo que uno siente, no hay que asustarse tampoco, lo que se siente se siente, lo importante es que veamos que detrás de eso hay un llamado a una reflexión, quizás a orar, a tomarse un tiempo, un reposo, un descanso, un diálogo, una consulta, un abrir mi corazón. Son estos elementos muy importantes en nuestra vida para vivir la experiencia de la paz. Todo esto tiene que ver con lo que dijimos: “Estoy apurado pero en calma”

No siempre el entusiasmo debe ser la razón de nuestras decisiones. Muy importante para vivir en serio es pensar y orar. El corazón se debe calmar para poder la mente y el corazón juntos decidir. En esto la oración, la escucha, la consulta es muy importante. Cuando sentimos la invitación a un llamado muchas veces decimos sí, cómo no, con todo gusto, gracias por tenerme en cuenta.

Mejor diga: “bueno, dame unos días para pensarlo”. Hay que ser práctico en esto, saber respetar los tiempos de la escucha. Si usted no ha escuchado no comprometa. Salvo que sea algo muy evidente, muy urgente, y que no haya otra posibilidad y que haya que estar dispuesto y ser generoso, a dar respuestas ágiles, pero eso no sucede normalmente. Saber que no siempre lo que me gusta es lo que tengo que hacer.

A veces soy llamado a otras cosas. Cuántas veces digo no porque no escucho y porque además no me gusta, y ese “yo no soy para esto, esa idea que yo tengo de mi mismo hace que yo tome decisiones contrarias al plan de Dios. Lo que sí hay que saber que cuando uno recibe un llamado, Dios llama, es una invitación a vivir una forma de libertad más profunda, por eso es una invitación a vivir mucho más desprendido de otras preocupaciones permanentes para poner el corazón en cosas más importantes.

“Deja que los muertos entierren a sus muertos” parece una expresión que muestra que Jesús no tiene sensibilidad, que es inhumano, pero no es ese el sentido, yo creo que tenemos que darnos cuenta que hay un mensaje detrás de ésta expresión mucho más profundo. El primer mensaje es saber que escuchar un llamado es correr el riesgo de despojarse, y que hay que saber que estamos llamados a poner el corazón en cosas más importantes y eso me gusta, es sabroso es para algo más importante.

Y vale la pena, en lo concreto, haciendo aterrizaje lento de cuáles son la cosas más importantes que necesita tener mi corazón y mi mente y cuáles son las cosas secundarias a las que estoy tan aferrado y no me dejan vivir una respuesta. Escuchar también para ver, discernir y elegir. “Deja que los muertos entierren a sus muertos”, es a la radicalidad a la que me invita Jesús. Eso es la fe, eso es el amor de los novios, es la experiencia de los jóvenes cuando se ponen en algo, todo o nada, lo entrego todo hasta no dar más. Ese sabor absoluto que tiene el Evangelio, el corazón está hecho para eso, el corazón está hecho para vivir estremecidamente, no estrepitosamente, hay que animarse al vértigo de la fe, saber que la fe es algo maravilloso. No hay que imaginarlo al vértigo, nadie puede imaginar ni contener lo que Dios provoca.

Nos decía Pablo, no vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman. Ese vértigo de la profundidad de Dios nadie la puede elaborar ni contener, ni imaginar. Es el llamado a la confianza absoluta, poner mi vida en Dios. Que esta sea nuestra búsqueda en éste día.