La voluntad de Dios: misericordiados para misericordiar

martes, 21 de julio de 2020
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21/07/2020 – En el Evangelio de hoy San Mateo 12,46-50 a Jesús le dicen “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte” y Jesús les dice “¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos? (…)  el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Los vínculos que plantea Jesús estan refundados en el descubrir el querer del Padre en el Espíritu y en la verdad.

Es tiempo de buscar y hallar la voluntad de Dios, que se reconoce cuando en nuestro corazón hay paz y gozo.

Abrite al Espíritu Santo que nos muestra el querer de Dios para que tu vida se llene de paz y  gozo.

 

Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte”. Jesús le respondió: “¿Quién es mí madre y quiénes son mis hermanos?”. Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

San Mateo 12,46-50.

 

 

Cuál es la voluntad de Dios (CIC 2822-2827)

La voluntad de nuestro Padre es “que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1 Tm 2, 3-4). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que “nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado” (Jn 13, 34; cf 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).
Él nos ha dado a “conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en Él se propuso de antemano hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza a Él, por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad” (Ef 1, 9-11). Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la tierra como ya ocurre en el cielo.

En Cristo, y por medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: “He aquí que yo vengo oh Dios, a hacer tu voluntad” (Hb 10, 7; Sal 40, 8-9). Sólo Jesús puede decir: “Yo hago siempre lo que le agrada a Él” (Jn 8, 29). En la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por qué Jesús “se entregó a sí mismo por nuestros pecados  según la voluntad de Dios” (Ga 1, 4). “Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10, 10).

Jesús, “aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia” (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en Él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29).
Por la oración, podemos “discernir cuál es la voluntad de Dios” (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener “constancia para cumplirla” (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino “haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21).

Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ése le escucha” (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14).

“Rezar para querer seguir la voluntad de Dios, rezar para conocer la voluntad de Dios y rezar –una vez conocida– para ir adelante con la voluntad de Dios”.

Había  una la ley hecha de prescripciones y prohibiciones, de sangre de toros y cabras, ‘sacrificios antiguos’ que no tenían ni la ‘fuerza’ de ‘perdonar los pecados’, ni de dar ‘justicia’. Después en el mundo viene Cristo y con su subir a la Cruz, “el acto que una vez para siempre nos ha justificado”, Jesús ha demostrado cuál era el ‘sacrificio’ más agradable a Dios: no el holocausto de un animal, sino la ofrenda de la propia voluntad para hacer la voluntad del Padre.

La obediencia a la voluntad de Dios es el camino de la santidad, del cristiano, es decir, que se realice el plan de Dios, que la salvación se cumpla, lo contrario comenzó en el Paraíso, con la no obediencia de Adán. Y esa desobediencia ha llevado el mal a toda la humanidad. Y también los pecados son actos de no obedecer a Dios, de no hacer la voluntad de Dios. Sin embargo, el Señor nos enseña que este es el camino, no hay otro. Y comienza con Jesús, sí, en el Cielo, en la voluntad de obedecer al Padre. Pero en la tierra comienza con la Virgen: ella ¿qué dijo al ángel? ‘Que se haga lo que tú dices’, es decir, que se haga la voluntad de Dios. Y con el sí al Señor, el Señor ha comenzado su recorrido entre nosotros.

Pero cumplir la voluntad de Dios no es fácil. No fue fácil para Jesús que fue tentado en el desierto y en el huerto de los olivos. Tampoco lo fue para algunos discípulos, que lo dejaron porque no entendieron que quería decir hacer la voluntad del Padre.

No lo es para nosotros desde el momento que “cada día nos presentan en una bandeja muchas opciones”.

¿cómo hago para hacer la voluntad de Dios?  pidiendo la gracia de querer hacerlo.

Hay que rezar para conocer la voluntad de Dios sobre mí y sobre mi vida, sobre la decisión que debo tomar ahora. Sobre la forma de gestionar las cosa. La oración para querer hacer la voluntad de Dios, y oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando conozco la voluntad de Dios, también la oración, por tercera vez: para hacerla. Para cumplir esa voluntad, que no es la mía, es la suya.

Hacer la voluntad de Dios nos hace ser parte de la familia de Jesús, nos hace madre, padre, hermana, hermano.

Actitudes básicas para entrar a un proceso autentico de discernimiento buscando la voluntad de Dios.

  1. Apertura: Tenemos que confrontar la decisión corazón abierto. No podremos encontrar la voluntad de Dios para nosotros si entramos en el proceso de hacer decisiones con un resultado preconcebido basado en nuestra propia voluntad, prejuicios y lo que Ignacio llama “apegos.
  2. Generosidad: Para entrar en el proceso de discernimiento con una apertura así requiere un espíritu generoso con el cual con un corazón grande no ponemos condiciones a lo que Dios nos llame. Esto es como dar a Dios un cheque en blanco permitiendo a Dios llenar la cantidad y contenido en el cheque. Solo una persona generosa haría esto.
    3. Coraje: Tanta apertura y generosidad requiere coraje, porque Dios a lo mejor pida algo difícil. Uno necesita coraje para dejar el control y poner la decisión en las manos de Dios con toda confianza buscando la voluntad de Dios sobre la nuestra. Ser tan abierto y generoso implica tener coraje.
    4. Libertad interior: Hacer una decisión generosa con valor en oración tal requiere libertad interior. Ignacio describe tres tipos de personas y sus diferentes formas de abordar la decisión. (Ejercicios Espirituales, [149-155]:
    a. El primer tipo es “todo hablar y nada de acción.” Este tipo de persona está llena de intenciones sin embargo se queda tan distraído por sus actividades en tantas cosas inconsecuentes que nunca llega a la única cosa necesaria: La voluntad de Dios para ella. No decidir llega a ser su decisión.
  3. El Segundo tipo de persona hace todo menos la cosa más necesaria. Esta gente puedan hacer todo tipo de cosas buenas en sus vidas sin embargo no confrontan el asunto central de que Dios les está llamando. Ponen condiciones dentro de las cuales Dios puede llamarles. Harán cosas buenas con tal que no se pida demasiado de ellos—especialmente pedir un compromiso total que implicaría ajustar sus prioridades a lo que Dios pida de ellos y así poner la voluntad de Dios en primer lugar en sus vidas.
  4. El tercer tipo de persona es la única que está verdaderamente libre. Su deseo entero y más profundo es hacer lo que sea que Dios quiera para ella sin condiciones algunas. Este es la actitud necesaria para encontrar auténticamente y seguir la voluntad de Dios.
    5. Un hábito de reflexionar en oración sobre su experiencia: Para hacer una decisión orando, tenemos que orar primero, apartando un tiempo significante (veinte minutos o más) diariamente para tranquilizarnos, ponernos en la presencia de Dios, y escuchar lo que Dios nos dice en el interior de nuestros corazones.
    6. Tener las nuestras prioridades en orden: Hay una lógica inflexible en la espiritualidad ignaciana. Si servir a Dios, nuestro Creador y Señor, es el último fin de nuestras vidas, entonces todo lo demás en nuestras vidas ha de estar subordinado a ser un medio hacia ese fin. Esto significa que cosas como oportunidades, experiencias y relaciones estén valorados y elegidos solo en cuanto contribuyan al fin último de nuestras vidas y rechazados en cuanto nos desvían de ese fin. “Lo que queremos más que nada es la habilidad de responder libremente a Dios y todos los demas amores de gente, lugares, y cosas se mantienen en su propia prospectivo con la luz y fuerza de la gracia de Dios. Al llegar a una decisión, sola una cosa es realmente importante – buscar y encontrar cómo me llama Dios en este momento de mi vida. Dios me ha creado desde el amor y mi salvación se encuentra en la forma en que respondo a este amor con mi vida. Todas mis decisiones, entonces, tienen que ser consistentes con esta dirección dada en mi vida.” (Ejercicios Espirituales, [16, 169,23]).