Lo que estoy llamado a entregar

miércoles, 31 de julio de 2019
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Catequesis en un minuto

31/07/2019 – Miércoles de la decimoséptima semana del tiempo ordinario

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró”.

 Mateo 13, 44-46

Con estas dos expresiones parabólicas, Jesús nos abre al valor supremo del Reino y la actitud del hombre para alcanzarlo. Abrirse a la generosidad con la que Dios se vincula con el hombre a partir de la perspectiva del Reino es el tesoro, es la perla. Han sido imágenes empleadas por Jesús para expresar la grandeza del llamado a la vida nueva que Él nos tiene preparada en el vínculo con esta dimensión valórica nueva del Reino de los cielos que Él preside. El camino para alcanzar esta vida nueva para siempre, este permanecer eterno, corre por este lugar de gratuidad y de ofrenda con la que Dios viene a invitarnos también a nosotros a la entrega.

El tesoro del que habla la Palabra significa abundancia de dones que se reciben, gracia para vencer los obstáculos, para crecer en la fidelidad día a día. La perla indica la belleza y la maravilla de Dios en la vida. No solamente es algo de altísimo valor, sino también el ideal más bello y perfecto que el hombre puede conseguir: vincularse al Reino. El Reino de los cielos es Jesús y lo que Él comunica. Vincularse a Jesús es la novedad de vida que Él trae.

Justamente hay una novedad en la segunda parábola con respecto a la del tesoro: el hallazgo de la perla supone una búsqueda esforzada; el tesoro se encuentra de improviso. Así puede pasar con Jesús y su llamada: muchas veces viene después de un tiempo de ardua búsqueda. En otros momentos el encuentro es impetuoso, furtivo, inmediato, sorprendente. Dios irrumpe, dice presente, es inconfundible su estar allí, no hay dudas de que es Él, y casi sin pedir permiso. El hombre que descubre esta presencia, este llamado y este encuentro, no puede sino darlo todo para quedarse con aquello, y sentir que nada se pierde sino que todo se transforma. Una vez descubierta la perla, el tesoro, es necesario dar un paso más. La actitud que se toma es idéntica en las dos parábolas, y está escrita con los mismos términos: ir, vender todo cuanto se tiene y quedarse con lo que se ofrece. El desprendimiento, la generosidad, es la condición indispensable para alcanzarlo.

Este pasaje del Evangelio cae dentro de nosotros echando raíces. Uno lo ha leído tantas veces sin terminar de darse cuenta de qué se trata, y poco a poco va como cayendo en la cuenta de que no se trata sino de la donación de Dios y la entrega que Él hace de sí mismo, y como correlato no espera sino algo semejante, a la medida de nuestras posibilidades, en tiempo, en capacidad de transformación y de cambio, en hacer nuestra vida más al modo como Él nos la propone en el Evangelio, en actitud solidaria y comprometida con los que esperan sin tal vez poder dar nada, los más pobres entre los pobres; en la búsqueda de una actitud nueva para estar a la altura de lo que hoy es exigencia para ser mamá y papá, de ser un buen ciudadano, comprometido con la transformación de la realidad, saliendo de esos lugares de comodidad, donde muchas veces teniendo capacidades, no las ponemos al servicio de la sociedad ni en las manos de Dios sin animarnos a tomar en nuestros manos aquellas realidades de las que somos críticos, “poner el cuero” y cambiarlas.

Es en el darse, el donarse, en la entrega y el compromiso donde el Reino de los cielos nos invita hoy a dar lo mejor de nosotros para responder a su presencia.

¿Qué estoy llamado a entregar en este tiempo en el que Dios viene a mi encuentro y me pide más? De más tras más va Dios por nosotros, haciéndonos crecer en ese más, no con la exigencia del deber ser, sino involucrándose con nosotros desde el amor que transforma.

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