Los rostros del Espíritu Santo

martes, 22 de mayo de 2007
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En efecto, nadie nos conoce como nuestro espíritu, porque está en nosotros. De igual modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios.

1º Corintios 2, 11

“Cuando venga el Espíritu les recordará todo lo que yo les he enseñado”, dice Jesús en el Evangelio de San Juan al final de su vida, y nos pone en contacto con la experiencia del Espíritu que hace el apóstol Pablo cuando afirma que nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios, no basta estar cerca de Jesús para tener conocimiento íntimo del Señor sino que solo en el Espíritu somos capaces de entrar en la profundidad del misterio de Dios.

El Espíritu Santo es el nombre propio de aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo.

El término Espíritu traduce el término hebreo ruja, que en su primera acepción significa soplo, aire, viento, Jesús utiliza esta imagen sensible del viento para sugerirle a Nicodemo la verdad trascendente del que es el soplo de Dios, el Espíritu Divino, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes al Padre y al Hijo también, a las personas divinas, pero unidos ambos términos en la Escritura, en la liturgia.

En el lenguaje teológico estamos designando a la tercera persona de la Santísima Trinidad, de Dios se puede decir que es espíritu y que es santo, y las tres personas son, pero el Espíritu Santo, la tradición, la Palabra, el magisterio, la enseñanza teológica, el sentido del pueblo de Dios lo identifican en la tercera persona de la Santísima Trinidad.

Este Espíritu Santo aparece en la Palabra de Dios bajo distintos símbolos, distintas figuras que representan la obra del Espíritu, tal vez el mas significativo, que hace a la gracia primera que recibimos en el sacramento que abre la puerta a la vida de Dios en nuestra vida es el agua, el Espíritu Santo es simbolizado en el agua, es significativa la acción del Espíritu Santo en el bautismo.

Después de la invocación del Espíritu Santo el agua se convierte en el signo sacramental y eficaz de la Nueva Alianza, del nuevo nacimiento, es la gestación de un nuevo nacimiento que en el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento en la vida divina será justamente por la obra del Espíritu Santo.

Estamos bautizados en un solo Espíritu, el Espíritu es personalmente el agua viva, dice Jesús, que brota de Cristo crucificado como en un manantial que llega hasta la vida eterna, el agua que da vida, que purifica, que es identificada como vida y que hace presente al Espíritu.

De allí que Jesús, siguiendo la tradición de su tiempo, identifica a la obra de Dios vinculada con este símbolo vital para sostenernos en la vida y para purificarnos, con lo cual estamos diciendo que la acción del Espíritu que brota en nosotros como agua viva hace eso, nos da vida y nos purifica.

Cuando imaginamos un territorio desierto donde hace tiempo no cae el agua, lo imaginamos agrietado, abierto, como esperando que llegue la bendición del cielo, el agua que renueva y vivifica. Así muchas veces nos encontramos nosotros, como desiertos, abiertos, agrietados, a la espera que se derrame el agua que convierta nuestro desierto en un lugar de vida, son las regiones de nuestro ser que emparentan nuestro sentir interior con la

desazón, con la tristeza, con la angustia, con la muerte, con el sin sentido, cuando nuestro corazón está así desierto, abierto, el Espíritu viene justamente a derramarse sobre esos lugares para cerrar las grietas y hacer resurgir en nosotros la vida nueva.

Las zonas interiores desérticas y agrietadas en nosotros se identifican con las situaciones determinadas de nuestra existencia que generan sentimientos de desazón, de tristeza, de angustia y de situación ya no habitable, donde desde dentro no nos sentimos cómodos porque no estamos en conformidad con nosotros mismos, a veces esta disconformidad, queremos trasladar sobre otros esta falta de concordia interior y rápidamente ponemos la culpa fuera de nosotros como diciendo es fulano/a, es lo que rodea el ambiente en el que me muevo, en el que vivo familiarmente, en el que trabajo que me genera esta angustia.

Esa es una forma de proyectar hacia fuera lo que cada uno de nosotros lleva en lo mas íntimo de su ser como experiencia desértica, es ese desierto no trasladable, no proyectable sobre otros, donde el Espíritu viene a derramarse para hacer resurgir en nosotros la alegría y la esperanza, para que venga a nosotros el don de la vida, para purificarnos de todo lo que es muerte en nosotros.

A veces esto tiene historia en nuestro ser mas hondo y mas profundo, el desierto se ha ido construyendo con los granitos de arena que se arrastran no por el viento del Espíritu sino por los vientos de la propia historia sobre nuestro territorio interior, y se han instalado en nosotros la sed y el anhelo de la vida nueva.

Identificar estos territorios es muy sano a la hora de ir preparando nuestro camino hacia Pentecostés, son territorios históricos que arrastramos desde hace tiempo en la vida familiar y de los cuales somos herederos que se comunican generacionalmente bajo el signo de la muerte, y que llegado un determinado momento hay que ponerlos en las manos de Dios, hay que permitirle a Él que realmente actúe con poder sobre este lugar del eslabón de la historia que soy yo dentro de un proceso que me trasciende y donde Dios puede comenzar a cortar una cadena y armar una nueva historia, una nueva genética, la genética de la vida de Dios, para marcar un ADN interior nuevo, distinto.

¿Vos te das cuanta cuáles son esas líneas históricas generacionales que se han ido comunicando de unos a otros donde no esta presente la vida sino que son signos de muerte?, eso que hemos recibido como señal de comunicación de una generación a otra, en la propia familia o en el pueblo en el que vivimos, al que pertenecemos, del que formamos parte como familia, la lectura se puede hacer desde lo macro a lo micro, lo importante es hacerla para que sobre ese lugar invoquemos “Ven Espíritu Santo” como agua que viene a derramarse en este desierto de sentimientos de desazón, de sentimientos de muerte, de sentimientos de tristeza, de falta de proyección de la vida.

“Vení a derramarte, Espíritu de Dios y comenzá a generar una nueva historia”, de ustedes brotarán torrentes de agua viva, dice Jesús, con lo cual van a cambiar el rumbo de una historia de muerte y de sinsentido.

Posiblemente vos o tu familia en ella pueden haber entrado en esas corrientes de desierto, uno muy nuestro en la Argentina es el “no te metas”, sabemos que las cosas no están bien y que haría falta decir una palabra o expresar un sentimiento respecto de lo que no estamos de acuerdo sobre un determinado compromiso pero no te metas. 

Dice Aguinis que el tango muestra el corazón de los Argentinos melancólicos del pasado, con una cierta perspectiva sombría y con una historia que se hace llanto.

La ausencia de poder meternos en las cosas concretas, aquella crítica que decía Ortega y Gasset cuando visitaba la Argentina y decía: “Argentinos a la cosa”, con un discurso demasiado floreado pero poco concreto a la hora de asumir compromisos.

Otro costado es esto de que lo público es de nadie y las cosas de todos están en las manos del Estado, como un ser casi sin rostro, cada vez mas desdibujado, estos son lugares desiertos de la nación, del país, de lo que hay que cambiar por dentro.

Además de esto que es mas global en la vida de cada uno de nosotros, en la familia hay realidades que hay que transformar y cambiar, te invito que pienses donde, como y en que lugar, no como quien puede forzar la historia, sino como quien reconoce que allí la vida no tiene lugar y que hace falta que brote un torrente de agua que cambie la historia, que la purifique y que le de una nueva vida.

Además del simbolismo del agua, en las Sagradas Escrituras y en la tradición de la Iglesia, igualmente asumido por el magisterio y la práctica sacramental de la vida de la Iglesia, está el símbolo de la unción con el óleo, es presencia significativa del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo.

Sinónimo del Espíritu es el aceite con el que somos ungidos, esto se nota en la iniciación cristiana, es el signo sacramental de la confirmación, llamada por la Iglesia de oriente crismación, pero para captar toda la fuerza que tiene es necesario volver a la unción primera realizada por el Espíritu Santo, esta es la de Jesús, el Cristo.

Mesías en hebreo significa ungido, ungido del Espíritu de Dios, en la Antigua Alianza hubo ungidos del Señor, especialmente el Rey David entre los ungidos por Dios, pero Jesús es el ungido de Dios de una manera única, la humanidad que el hijo asume está totalmente ungida por el Espíritu Santo, el texto de Lucas 18, 19 dice: “Jesús es constituido Cristo, es decir ungido, por la acción del Espíritu Santo”.

La Virgen concibe a Jesús del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo, como ungido en su nacimiento, y es ese mismo Espíritu el que impulsa a Simeón a ir al templo, a ver al ungido, al Cristo.

Cristo está lleno de la presencia de este Espíritu, “el Espíritu del Señor está sobre mí”, dice Jesús cuando inicia su práctica de predicador y su misión liberadora en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de la vida pública, es el Espíritu mismo quien primero ha conducido a Jesús al desierto.

Después del bautismo, el Espíritu se ha manifestado y desde ese lugar de desierto donde Jesús es purificado y transformado por la presencia del Espíritu, lleno de ese Espíritu va a proclamar el Reino de Dios que se acerca, “el Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido para anunciar la buena nueva, me ha constituido Mesías para proclamar un tiempo de gracia del Señor, para liberar a los cautivos, para dar vista a los ciegos, el Espíritu del Señor está sobre mí”, con poder el Espíritu Santo emana de Jesús por medio de las curaciones, en toda la acción salvífica que Jesús actúa en su tiempo y sigue actuando hoy.

Es el Espíritu el que resucita a Jesús de entre los muertos, Pablo dice en la Carta a los Romanos 1, 4; 8, 11: “Por tanto constituido plenamente Cristo en una humanidad victoriosa de la muerte”, es el Espíritu el que unge a Jesús, el que lo resucita del lugar de los muertos, ese mismo Espíritu es el que viene a marcarnos con su sello y a renovar esta unción en nosotros para que seamos otros Cristos y con Él hacernos igualmente corredentores, completando lo que falta a su cuerpo en el misterio pascual de muerte y resurrección.

Esta es nuestra colaboración a la gracia de la redención de Jesús, unidos nosotros a la cabeza, como cuerpo necesitamos igualmente resucitar a la vida nueva, es lo que ocurre en la comunidad de los once reunidos con María en Pentecostés, Jesús ha resucitado, esto se los ha comunicado, se los ha hecho saber: “He vencido a la muerte, soy yo, miren mis manos, mis pies, mi costado, pongan aquí su dedo, no soy un fantasma”.

Una y otra vez dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles que Jesús se manifestó con esta gracia de la resurrección, para definitivamente regalarles esta misma gracia después de pacificar su corazones y resucitarlos con Él.

También a los que de algún modo estamos incorporados a Él como cabeza, el Padre quiere renovar, para que la vida nueva se derrame sobre todo el mundo y todos se incorporen a Jesús y con Jesús metidos en el misterio de Dios sean definitivamente redimidos, transformados, salvados, hechos hombres nuevos en Cristo Jesús.

Es la obra del Espíritu que se adelanta y va mucho mas allá de lo que nosotros nos podamos imaginar; es saber descubrirlo y entrar en contacto con Él, lo que nos permite sumar a nuestros hermanos a este camino de pertenencia en Jesús, de ser uno en Cristo, el Ungido, el lleno del Espíritu Santo.

Nosotros somos ungidos en la gracia bautismal por el Espíritu, con lo cual se nos dice con la crismación que le pertenecemos a Jesús por la marca que ha dejado en nosotros y por el aroma del crisma que brota de nuestro corazón, que habla de la presencia de Jesús.

En el momento de la crismación, en el bautismo, nosotros somos marcados por el sello de Dios, ahora le pertenecemos, llevamos el sello de Dios en nuestro ser, somos objeto de su pertenencia, desarrollemos esta gracia de pertenencia en nosotros.

Esto que hoy por hoy se busca mucho a la hora de configurar identidades, cuando el mundo las ha perdido, porque en muchos casos el rumbo del hacia dónde no está claro, como cuando una persona o una sociedad pierden la propia identidad.

Una persona tiene identidad cuando sabe de dónde viene, y el que sabe de donde viene sabe hacia donde va, el que tiene historia, que es el que sabe de donde viene, cual es su pasado, reconoce su presente y sabe donde van sus pasos, sus caminos.

Una de las crisis de la posmodernidad es haber roto el discurso de la historia, no hay historia, todo se resuelve en un aquí y ahora, tan compulsivamente que no supone un reconocimiento del pasado y por lo tanto el futuro se hace un tanto incierto.

Cuando no tenemos identidad no tenemos pertenencia, y entonces construimos las pertenencias alrededor de discursos marketineros, y si vos llevás un determinado pin es porque perteneces a esta asociación, a esta institución, a este grupo, pero está muy basado sobre lo externo, sobre el marketing, sobre lo publicitario.

Esta necesidad de construir desde ese lugar de desierto es porque en el mas hondo sentido del corazón, la sociedad ha perdido esta identidad que le da una conciencia clara de la historia que nos muestra un hacia donde, cuando hay identidad es porque hay historia, cuando hay historia es porque se sabe a dónde vamos, un pueblo sin historia es un pueblo sin futuro, como una persona sin historia es una persona sin futuro, un mundo que rompe con la historia es un mundo que rompe con el futuro.

Juan Pablo II, antes de decirnos vamos mar adentro, a lo profundo, a lo que viene, a lo que forma parte de nuestro desafío en los próximos años, dice: primero, antes de meternos allí, hagamos una memoria agradecida y sanante de la historia.

Esto es lo que nos propone el Papa cuando nos dice que nos metamos mar adentro, dice: hagamos memoria agradecida de la historia y pidamos perdón por los pecados que en la historia hemos cometido, esto es purificarnos, sanarnos interiormente, en esta sanidad interior, en este reencuentro con nuestra propia historia está la posibilidad del futuro, es la tarea de la evangelización, esto que lo decimos de la Iglesia lo podemos decir de vos también, hacé el ejercicio de agradecer lo bueno, lo bello, lo noble y lo hermoso que has recibido en tu vida y en tu historia, anímate a reconocer en tu historia personal y familiar las cosas que no han estado bien puestas, de las cuales hay que pedir perdón y seguramente el futuro será algo que te podemos convidar y en el que debemos creer.

Caminemos hacia el futuro guiados por esta unción que es pertenencia a Jesús, que no es cualquier cosa, sino una clara identidad personal que nos revela quiénes somos, porque Dios nos ha dado lo que nos da y a Él debemos agradecerle, y si hay algo que en nosotros no está acomodado es para acomodarlo desde el reconocimiento del perdón que purifica.

El fuego es tal vez el signo mas llamativo en el que se hace presente el Espíritu Santo, en Pentecostés es eso lo que ocurre, es una llamarada de fuego, es el viento que ha soplado en el corazón de la comunidad y se ha derramado en el corazón de cada uno de ellos, como una llama de fuego, el agua significa nacimiento, como decíamos, fecundidad de la vida dada por el Espíritu, el fuego simboliza la energía que transforma los actos de la vida del Espíritu.

Un signo de esto en el Antiguo Testamento es Elías, que surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha, hay gente que enciende con su palabra el corazón y con su gesto la vida de otros, hay gente que le pone luz a la vida con su decir, con su hacer, con su compromiso, hay otros que con su silencio significativamente nos encienden el corazón.

Con la oración atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del Monte Carmelo el profeta, figura del fuego del Espíritu Santo que transforma todo lo que toca.

Cuando uno busca que la historia cambie de rumbo hay que pedirle a Dios que encienda un fuego y que lo pálido tome color, que lo oculto, oscuro, tenebroso y triste salga a la luz, para que identificándolo podamos ponerlo en su lugar, para que el futuro que no se ve comience a vislumbrarse con esa lámpara encendida que es presencia del Espíritu que muestra lo que vendrá.

Juan Bautista, que precede al Señor con el Espíritu y el poder de Elías, anuncia que Cristo como el que bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego, Jesús dice esto de si mismo: “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra y cuanto desearía que ya estuviera ardiendo”, este Espíritu se manifiesta así en la comunidad, como lenguas de fuego se posaron sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de Él.

Ellos, que estaban encerrados y temerosos por temor a los judíos, en un mismo cuarto, después de haber recibido numerosas manifestaciones del Señor, sin terminar de poner en tono su corazón para salir hablar de todo lo que habían visto, oído, tocado y entendido de Jesús en lo mas hondo de su ser, reciben la gracia del Espíritu y esa gracia hace que Pedro con los once se pongan de pie y él tomando la voz cantante comience a decir a mas de tres mil hermanos: “aquel que ustedes mataron en la cruz, Jesús de Nazaret, a ese, Dios lo ha resucitado con el poder del Espíritu Santo y ha venido para que tengan vida y vida en abundancia”.

Y en aquel momento se produjo lo que Jesús había dicho, fue mejor el comienzo de los discípulos que el mismo comienzo de Jesús, porque cuando Jesús comienza su predicación es todo un fracaso, anuncia la Buena Noticia y buscan despeñarlo de la sinagoga de Nazaret, a pesar de que todos lo miran con admiración.

Jesús les decía a los discípulos:  “Harán obras aun mas grandes que yo si creen en mí”, los discípulos creen por la obra del Espíritu y tres mil personas se convierten en aquel mismo momento, en esa mañana de Pentecostés donde Pedro toma la voz cantante movido por el Espíritu que ahora lo que toca lo transforma.

Toda la tradición espiritual de la Iglesia conserva este simbolismo del fuego como uno de los mas expresivos de la acción del Espíritu Santo, tal vez lo mas hermoso que tengamos de toda la espiritualidad en este sentido está en boca de San Juan de la Cruz, en la llama viva del amor, no hay que extinguir la acción del Espíritu Santo.

A veces corremos este riesgo, porque tenemos miedo de que la historia cambie de rumbo y nosotros perdamos el control, de verdad que eso ocurre cuando viene el Espíritu, no nos engañemos, dice la Palabra: “Después de aquella manifestación parecían borrachos”, estaban como dados vuelta por la presencia de un Dios que venía a terminar de generar una nueva manera de vínculo, en general por la gracia de la alianza que se estaba celebrando.

La primera alianza es en Pentecostés, ahora hay una segunda alianza, un nuevo modo de vincularse con Dios, con los demás, con el pasado, con el futuro, con la creación y consigo mismo.

En aquel Pentecostés había gente de todos lados y también de distintas ideologías, todos movidos por la gracia del Espíritu escuchaban hablar a los apóstoles y estos se hacían entender, como le pasa a los chicos se hacen entender mas allá de un discurso inteligible, es el amor el que se ha derramado y el que permite que nos entendamos, esto nos viene bien para cuando no nos entendemos.

Fijate si no habrá en tu casa, en tu vida matrimonial o en tu vida comunitaria espacios donde verdaderamente hace falta que se derrame mucho esta gracia de un Espíritu que siendo uno solo, a pesar de que hablamos en categorías distintas, con intenciones diversas, con expectativas y búsquedas distintas nos podamos entender.

Cuando se derrama el Espíritu con gracia de amor, hace que la persona pueda salir de sí misma y empezar a entender con una inteligencia que es la que da la sabiduría del amor.

Ellos entendían lo que se decían, manejaban este lenguaje que es el que comunica verdaderamente, el lenguaje del amor.

Que se derrame en tu vida y en tu historia este Espíritu de amor.