Madre Teresa y los niños

viernes, 9 de septiembre de 2016
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09/09/2016 – A partir de sus propio escritos y anécdotas, seguimos conociendo la vida y obra de la Madre Teresa de Calcuta.

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

Mt 5,1-12

 

Un dolor atroz en el alma

Últimamente me encontré con una mujer que hace ocho años había cometido un aborto. ¿Qué les parece que me dijo?

Esto:
-Madre, cada vez que veo un niño, mi corazón se invade de pena. Cuando veo a un niño de ocho años pienso en mi hijo, que ahora tendría esa edad. El año pasado tenía siete. Es un dolor atroz para mí, créame.

Era una mujer hindú. Una mujer no cristiana. Con otro grado de sensibilidad, por consiguiente. Pero allá en lo íntimo de su alma, cristiana o no, esa angustia está presente. Hasta el final de sus días mantendrá esa sensación:
-¡Yo he matado a mi hijo! ¡Yo lo he eliminado de mi vida!.

Pidamos a Nuestra Señora que entre a nuestros hogares. Pidámosle su protección para que nos ayude a convertir nuestros hogares en otros Nazaret donde reinen la alegría, la paz, el amor, la unidad.

 

Por qué Jesús murió en la cruz

Si damos cabida a la oración en nuestras vidas, ya no creo que haya razones para tener por nosotros, no hay razones para sentirse preocupados ni temerosos.

Tengo la seguridad de que el amor de Cristo penetrará en ustedes y les dará fuerzas. Para eso murió Él en la cruz. Miren a la cruz. Estoy convencida de que no faltan cruces en sus familias. Observen la cruz. Se darán cuenta de lo que Él los ama a ustedes y me ama a mí. Porque nosotros le pertenecemos. Porque Él nos ha hecho a su imagen: para amar y ser amados.

Por esa razón contamos con muchos jóvenes Hermanas y Hermanos que han consagrado sus vidas por completo a ese único propósito: es decir, a alimentar a Cristo que tiene hambre, a vestir a Cristo desnudo, a dar cobijo a Cristo que carece de él.

No pierdan la alegría de amar a los niños. No renuncien a la alegría de tener la presencia del niño en sus hogares. Si es necesario, tratemos de contar con un hogar donde puedan unirse estos niños. Es posible que no se los quiera. Es posible que sus padres no puedan afrontar el esfuerzo de cuidar de ellos. Cuidemos de ellos nosotros.

Con ello, ustedes y yo realizaremos algo hermoso para Dios. Ofreceremos así un hogar maravilloso a un niño que, de lo contrario, no sería querido. Haremos que el corazón de esa madre se llene de alegría. Porque, allá en lo profundo de su alma ella se siente tan infeliz.

Espero que recen para que Dios se instale también en sus familias. Y que recen por sus hijos, para que su hijo sea ofrecido a Dios para su servicio. Para convertirse en su amor, en su bondad. Para ser el resplandor de su vida en el mundo. Para ser la esperanza de felicidad en el mundo. Para ser la llama ardiente de Dios en el mundo de hoy. El mundo no ha experimentado nunca una necesidad tan grande del amor de Dios como hoy.

Toda familia necesita orar, necesita volverse hacia Dios, necesita creer en Dios. Necesita creer en el amor de Dios.

 

El hijo es el mayor regalo de Dios

Cuando se sientan molestos, cuando se sientan turbados, cuando experimenten la tentación de hacer algo malo, cuando sientas el deseo de prescindir de tu hijo, pide, ora a Dios.

-Dios mío, ayúdame! Protégeme en este trance de pecado.

Él estará allí para ofrecerles guía y ayuda para mantenerse en su presencia. Los hijos constituyen el regalo más hermoso de Dios. Por haberlos queridos sus padres y sus madres, ustedes están hoy presentes aquí. También podrían no haberlos querido, pero sí los quisieron y los amaron.

Demos gracias a Dios por encontrarnos aquí, por poder compartir con otros este mismo amor, por poder permitir a Dios brindar a otros su amor y su misericordia.

El amor del don

Pido a Dios que puedan conservar en sus corazones la alegría de amar a Dios, la alegría del amor y de la bondad, y de compartir esa alegría con todos aquellos con los que nos encontremos, con los que trabajan a nuestro lado, ante todo los miembros de nuestra misma familia. Lo que importa no es la cantidad de nuestro don, sino la intensidad de amor con que lo damos.

Hay algo más de lo que les puedo hablar: de mi experiencia con los pobres más pobres. Aun tengo que tropezar con la primera mujer pobre dispuesta a abortar. Sin duda, traerá al mundo a su hijo. Es posible que abandone a su criatura en la calle, pero no será ella quien elimine a su hijo. Es algo que tenemos que aprender de los pobres: la grandeza de su amor por los hijos.

Oremos:

Pidamos a nuestro Señor que no se aparte de nuestro lado en el momento de la tentación. Porque de la misma suerte que fue tentado Jesús, el diablo nos tentará a nosotros. No debemos tener miedo, porque Dios es amor. Si Dios nos ama, puesto que Él es un Padre amoroso, no dejará de ayudarnos. Cuando nos demos cuenta de haber cometido una equivocación vayamos a Él y digámosle: -¡Dios mío, lo siento! Estoy arrepentido.

 

Tener el corazón limpio

Dios es una Padre que perdona. Su misericordia es mayor que nuestro pecado. Él nos perdona. Tomemos la resolución de no volver a cometerlo jamás.

Hay por todas partes infinidad de personas que tienen hambre de Dios. Con tal que recemos, seremos capaces de convertirnos en amor y en bondad de Dios para con todos los que entran en contacto con nosotros. ¿En razón de qué? Porque Él está ahí, y esto nos permitirá darlo a los demás.

Jesús dijo:
-Por el amor que se tengan unos a otros reconocerá la gente que son mis discípulos.

Los mártires fueron mártires a causa del amor profundo que se tenían unos a otros. También nosotros tenemos la misma oportunidad de ser ese amor y ejemplo de un vivo amor de Dios para los nuestros.

Para poder serlo, repetiré una vez más que tenemos necesidad de orar. Tenemos que orar a Nuestra Señora. En las familias católicas tenemos la hermosa costumbre de rezar juntos el rosario.

Tenemos necesidad de devolver a la Virgen al seno de nuestras familias para rezar con ella. Y de la misma suerte que ella se cuidó de Jesús, también cuidará de nuestros hijos, de nosotros y del niño no nacido, igual que lo hizo con el niño Jesús cuando aún no había nacido.

Ella fue con solicitud a llevarlo a los demás. Apresurémonos también nosotros para dar a Jesús a toda la gente, a través de la alegría que nos embarga y la santidad de nuestras vidas.

Debemos esforzarnos por ser santos. Ser santos consiste en dejar que Dios viva su vida en nosotros y hacer lo que a Él le agrada. Ser santos consiste en tener el corazón limpio. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

Padre Javier Soteras