Maestra del abandono y la confianza en el Dios providente

miércoles, 29 de junio de 2016
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29/06/2016 –  Santa Teresita, la pequeña santa, descubrió en la carta de San Pablo a los Corintios su lugar en la Iglesia. Quería ser soldado y predicadora, sacerdote y misionera. En ese texto encontró luz. “He elegido ser el corazón, presencia del amor de Dios en la Iglesia”.

“Del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo con ser muchos forman un cuerpo, así también Cristo. Porque todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, fuimos bautizados en un sólo espíritu para formar un sólo cuerpo y todos hemos recibido el mismo Espíritu, porque el cuerpo no es un miembro sino muchos. Dijera el pie:” como no soy mano no soy del cuerpo”, no por eso dejaría de ser del cuerpo y si dijera la oreja: “ya que no soy ojo no soy del cuerpo”, no por eso deja de ser del cuerpo. Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? y si todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero Dios ha puesto a cada uno de los miembros del cuerpo como ha querido”

1° Corintios 12, 18

 

 

Este texto de la 1º Carta a los Corintios representa claramente la espiritualidad de Teresita del Niño Jesús. Esta hermana carmelita es maestra del abandono y la confianza en el Dios Providente. Hay un hecho particular en la vida de Teresita, que tiene que ver cuando ella esperaba cosas grandes de Dios porque su alma así se lo estaba pidiendo en ese vínculo particular que tenía con el Señor. La Virgen de la sonrisa la sana de su tristeza profunda a partir de la muerte de su madre.  Entonces ella, en un acto de arrojo, de confianza absoluta hacia Dios, decide ser un jueguito en sus manos: “Desde hace algún tiempo yo me había ofrecido al Niño Jesús para ser un juguete, le había dicho que no me tratase como un juguete caro, que los niños se contentan con mirar sin atreverse a tocarlo, sino como a una pelotita sin ningún valor a la que Él podría tirar al suelo, golpear con el pie, agujerear, abandonar en un rincón o bien estrechar entre sus manitas si le venían las ganas. En una palabra yo quería divertir al pequeño Jesús”.

La sorpresa que recibe Teresita en esta ofrenda de su vida es que el Señor, como siempre, se toma en serio cada ofrecimiento, cada entrega. Así es como Teresita cuenta que “Él había escuchado mi oración” de ser como una pelotita en las manos de Dios. Hay un hecho muy puntual en su via. En Roma, después de que ella le va a pedir al Papa ingresar al Carmelo, “Jesús agujereó su jueguito, quería ver lo que había dentro y después de haberlo visto, satisfecho de su descubrimiento, dejó caer al suelo su pelotita y se quedó dormido”.

“Esta ha sido su experiencia de encuentro con la Iglesia en Roma, al pedir junto a su papá que la acompañó, que fuera admitida para ingresar al Carmelo. Sintió que las preguntas que se le hicieron, la indagatoria al verla tan pequeñita, de alguna forma con ellos Jesús quiso agujerear su juguetito, y después Jesús se durmió. Qué hizo Él mientras dormía dulcemente y qué fue de la pelotita abandonada, soñó que Jesús seguía divirtiéndose con su juguete dejándolo y tomándolo alternativamente, y luego soñó que después de echarlo a rodar muy lejos lo estrechaba contra su corazón sin permitir que ya nunca más se alejara de su manito”.

Ella hace una experiencia de mucho desasosiego de todo esto. Después de aquella visita, entre comillas, “frustrada” a Roma, después de la indagatoria, sintió que verdaderamente ella era ese juguetito que había sido ofrecido a las manos de Jesús. Pero el Señor, como siempre, en la oscuridad de la fe, le da una respuesta: “Una Navidad, la hermosa fiesta de Navidad llegó, y Jesús no se despertó -dice Teresita- dejó en el suelo a su pelotita sin dignarse a echar sobre ella ni siquiera una mirada. Ella tenía la ilusión de poder pasar la Navidad dentro del claustro, y no fue así, Dios sostenía su esperanza con delicadeza”. ¿Cuál fue la delicadeza? Ella la cuenta: “Al volver de la misa de medianoche encontré en mi habitación una palangana muy bonita y en medio un barquito que llevaba al pequeño Jesús dormido, con una pelotita a su lado. Lo había puesto mi hermana Celina y en la vela del barco había escrito estas palabras: “Duermo pero mi corazón vela”. En el barco, en la quilla, había puesto una palabra “Abandono” a modo de nombre del barco. Si Jesús no hablaba a su pequeña prometida – dice Teresita- si todavía sus divinos ojos seguían cerrados, al menos se revelaba a ella por medio de almas que comprendían toda la delicadeza y todo el amor de su corazón”.

barquito

Otro costado que Teresita nos muestra en su magisterio es la confianza infinita en la Misericordia de Dios. Dice: “Yo me considero débil, cubierta de un ligero pulmón, no soy un águila, sólo tengo de ella los ojos y el corazón”. Qué hermoso este conocimiento de sí que tiene Teresita, se reconoce frágil, se reconoce débil como un pájaro pero sabe que tiene dos elementos que sí son de águila: sus ojos y su corazón.

“Porque a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar fijamente al sol divino, el sol del amor, porque mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila, el pajarillo quisiera volar hacia ese brillante sol que embelesa sus ojos, quisiera imitar a las águilas, sus hermanas, a las que ve elevarse (acá se está refiriendo Teresita a los santos que ella conoce) lo más que puede hacer es alzar sus alitas, pero en cuanto a volar, no está en su débil poder, ¿qué será entonces?, ¿cómo hacer?, ¿morirá de pena al verse tan impotente?, de ninguna manera, Él ni siquiera se afligirá, nada sería capaz de atemorizarle, ni el viento ni la lluvia. Y si oscuras nubes llegaran a ocultarle el astro del amor, el pajarillo no se mueve, no cambia de lugar, sabe que más allá de las nubes, su sol sigue brillando, a veces, es verdad, el pajarillo se ve asaltado por la tempestad, le parece creer que no existe otra cosa más que las nubes que lo envuelven, entonces llega la hora de la alegría, de la alegría perfecta para el pobre y débil pájaro, qué dicha para él permanecer allí, no obstante, y seguir mirando fijamente la luz invisible que se oculta a su fe”.

Y también Teresita habla del pecado: “Yo lo sé, tú también lo sabes, muchas veces la imperfecta criatura se deja distraer un poco de su única ocupación, toma un granito acá y allá, corre tras un gusanillo, luego encontrando un charquito de agua, moja en él sus plumas apenas formadas, ve una flor que le gusta, y su diminuto espíritu se entretiene con la flor, en fin, no pudiendo aliar, como las águilas, el pobre pajarillo vuelve a ocuparse una y otra vez de las bagatelas de la tierra”.

Está hablando de como siente una aspiración grande por lo que Dios le pide y las limitaciones que encuentra dentro de sí misma para alcanzar aquello que siente como inspiración en su corazón. Ella tiene plena conciencia de que Dios sabe de su pequeñez y entonces dice como entiende que Dios la está contemplando en su fragilidad. “Después de todas sus travesuras, en lugar de ir a un rincón para llorar su miseria y morir de arrepentimiento, el pajarillo se vuelve hacia su amado sol, presenta a sus rayos bienhechores sus alitas mojadas, gime como una golondrina, y en un dulce canto confía”. Aquí cuenta detalladamente sus infidelidades, pensando en su temerario abandono conquistar así más dominio, atraer más plenamente el amor de aquél que no vino a llamar a los justos sino a los pecadores, y termina diciendo: “¡Oh Jesús como se alegra tu pajarillo de ser débil y pequeño, ¿qué sería de él si fuera grande? nunca tendría la audacia de comparecerse en tu presencia, de dormitar delante de Ti”.

“Todas las tardes, decía ella, cuando veía a Sor San Pedro agitar el reloj de arena sabía que ese gesto quería decir ´vamos`. Es increíble cómo me incomodaba sobre todo al principio, sin embargo, lo hacía inmediatamente y enseguida comenzaba toda una complicada ceremonia. Había que tomar y llevar el banquillo con el que se agarraba de una cierta manera y de otra sobre todo sin prisa, luego venía el paseo, se trataba de seguir a la pobre enferma sosteniéndola por la cintura. Yo lo hacía con toda la dulzura posible, pero si por desgracia ella daba un paso en falso, inmediatamente le parecía que yo la sostenía mal y que se iba a caer: ´Dios mío, usted va demasiado a prisa, me va a hacer caer`; cuando trataba de ir más lentamente ella se quejaba: ´Ponga atención, sígame, no siento más su mano, me ha soltado, voy a caer, ya decía yo que ustedes son demasiado jóvenes`”. Y en el encuentro con esta persona tan difícil de la comunidad, Teresita va ejercitando su corazón para poder vivir en esa ternura y en esa abnegación y dulzura con la que Dios la va formando. “Llegamos al comedor – cuenta ella- y allí surgían nuevas dificultades, allí había que hacer sentar a Sor San Pedro y obrar muy hábilmente para no lastimarla y luego había que recogerle las mangas también de una manera determinada y después yo quedaba libre, me podía ir”.

Ahí terminaba su misión, lo tenían bien claro tanto la viejita enferma como Teresita. Sin embargo, sigue relatando: “Ni tardé mucho en darme cuenta de que con sus pobres manos deformadas echaba el pan en su plato como mejor podía y entonces ya, ninguna noche la dejaba sin prestarle también ese sencillo servicio. Cuando ella no me lo había pedido, quedó muy conmovida por mi solicitud y con este medio que yo no había buscado me gané completamente su corazón. Sobre todo lo supe más tarde, porque después de haberle cortado el pan para despedirme le dirigía la mejor de mis sonrisas”.

Aunque a veces uno tiene la impresión que tiene los ojos cerrados porque no puede ver mucho más sino esto que se ve delante suyo, eso nos pasa cuando caminamos en la fe. Dios nos permite ver unos pocos metros por delante. Teresita en este sentido es una maestra. Ella dice “me quedo con la belleza de la oscuridad de la fe”, donde Dios la trata con una delicadeza que después ella traduce en gestos tiernos y misericordiosos hacia los demás.

 

Padre Javier Soteras