María de Nazareth, modelo de camino discipular en el Espíritu

viernes, 11 de agosto de 2006
image_pdfimage_print
En el sexto mes, el ángel del Señor, Gabriel, fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazareth, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David llamado José. El nombre de la virgen era María. El ángel entró en su casa y la saludo diciendo: -”alégrate llena de Gracia, El Señor está contigo”. Al oír éstas palabras ella quedó desconcertada y se preguntaba que podía significar ese saludo. Pero el ángel le dijo: -“no temas María porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al ángel: -“¿cómo puede ser eso si yo no tengo relaciones con ningún hombre?”. El ángel le respondió: -“el Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra porque el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril hoy se encuentra en el sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios”. María dijo entonces:-“Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. Y el ángel se alejó.
Lucas 1, 26 – 38

Contemplar la familia de Nazareth es contemplar a María y a José como padres de Jesús y como maestros del mismo Maestro en su infancia. Pero fueron, por sobre todas las cosas, María junto a su esposo los primeros discípulos que desde el momento de la encarnación grabaron en su corazón El Evangelio. Lucas en el capítulo 2 de éste Evangelio que acabamos de compartir en el verso 19 dice respecto de María y el crecimiento de Jesús, que todo lo que ocurría con su Hijo, ella lo iba guardando en su interior, en su corazón. Como madre nuestra María también nos enseña a encontrar a Jesús, a convertirnos a El y a ser discípulos de tal manera asimilados a Jesús, que también nosotros lleguemos a ser en El un evangelio vivo del Padre, una proclamación del Padre para el mundo. En María encontramos todas las características que están dadas en el corazón del discípulo, la escucha de la palabra, la obediencia sin límites a la voluntad del Padre, la fidelidad hasta acompañar a su Hijo al pie de la cruz. Escucha, obediencia, fidelidad. Proclamando en la experiencia de la resurrección de su Hijo la bienaventuranza de todos los cristianos que se convierten después de Pentecostés: -“dichosos los que han creído sin haber visto”, ella continuó fiel junto a la comunidad apostólica, la anima en la oración, busca reunirlos en torno a Jesús su Hijo, reza, implora con la comunidad la venida del Espíritu. Como nadie, María fue la mujer de la eucaristía asociada por Dios mediante el ofrecimiento de su sufrimiento al sacrificio de su Hijo para la salvación de todos. Y vive como nadie en profunda comunión con El, también en el cielo como Madre de nosotros los hermanos del primogénito de Jesús, su Hijo. Con este título de discípula que nos abre una perspectiva desde la cual acceder a la contemplación de María, queremos en la Catequesis de hoy, entrar en una nueva dimensión del corazón Mariano, para entrar por aquí no nos vamos a salir del camino que La Biblia, la Palabra de Dios nos acerca de lo discipular, sino por el contrario, siguiendo lo que la Palabra de Dios nos habla acerca del ser discípulo, vamos a ver como pintado en un icono bello estas características del discipulado en la figura de María. Dos características definen a María como discípula, la respuesta obediente a la Palabra de Dios y también el seguimiento de Jesús hasta el final. María obediente en la escucha de la llamada, María seguidora de Jesús.

El discípulo de Jesús es discípulo no por iniciativa propia sino en respuesta a una llamada: -“no son ustedes los que me eligieron a mí, soy Yo quien los elegí a ustedes”. Todo empieza por una iniciativa del Señor, El es quien llama, y todo sigue si encuentra plena disponibilidad el mismo Señor en el llamado que hace. Así ocurrió con los primeros discípulos, El los llamó y la Palabra dice: -“dejándolo todo”, con lo cual muestra el corazón disponible de los discípulos, “lo siguieron”. Así fue también en el caso de María, ella escuchó su voz, y aún cuando no entendía lo que significaba aquél saludo, en la fe, María sin terminar de entender cuál es el plan de Dios, dice sí, dice amén. Podríamos nosotros tomar el texto que acabamos de compartir, de la Anunciación, como el texto de la vocación de María y donde está la respuesta de Fe como expresión de absoluta disponibilidad. Ahora la llamada del Señor al discípulo siempre conlleva de suyo una misión, El Señor llama y llama para algo, envía al mismo tiempo. Vocación y misión son inseparables, por eso, hacia la 5ª Conferencia Episcopal Latinoamericana y de los Obispos del Caribe nos encaminamos en el carácter discipular y misionero que hay en cada uno de nosotros, no como dos cosas separadas sino juntas. Somos discípulos de Jesús, llamados por El para la misión que El Señor nos confía.

En el Antiguo Testamento aparece clarísimo esto y también en el Nuevo Testamento, en Marcos 1, 17 aparece la llamada del Señor a los discípulos: -“vengan conmigo y Yo los haré pescadores de hombres” dice Jesús. La respuesta de una total disponibilidad que el discípulo tiene lleva como consecuencia la obediencia a esa misión. Su sí no es sólo un sí al Señor que llama sino también un sí a aquello para lo que El Señor llama. Ocurre que el discípulo cuando lo deja todo, se pone en camino, no conoce en realidad aquello a lo que El Señor llama. ¿Qué es eso de ser pescadores de hombres? ¿De qué se trata?. Puede imaginárselo de alguna manera pero la fantasía de la imaginación, ante semejante dimensión de misión puede hacer que el discípulo proyecte mal su andar y entonces se equivoque en el camino, de ahí que el camino discipular es un camino de fidelidad en la Fe más que de un hacer en la misión algo que creemos que entendemos que estamos haciendo. Es creerle, en todo caso, a Dios que sabe por donde nos conduce. Sencillamente, porque el discípulo no conoce a Jesús todavía ni a donde lo conduce en el seguimiento al que lo llama. El reino es el final de la propuesta, el discípulo lo aprende a descubrir mientras se pone en camino. Podríamos decir así:-“ El es el Maestro”, el discípulo es por definición uno que aprende. Marcos define bien éstos dos momentos, el del Maestro y el del discípulo. Dice Marcos: -“instituyó los doce para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar”. El estar con Jesús y el envío a la predicación son como dos movimientos que muestran éste carácter discipular y misionero. Esa es la peregrinación. Se trata de peregrinar, de andar, y en el andar obediente en el peregrinar aprender del Maestro. No se aprende de otra forma, se aprende andando detrás de El. No hay un curso intensivo de discipulado ni hay una universidad de discípulos. La escuela es la vida en el espíritu de seguimiento a Jesús donde El Señor nos va marcando rumbos, nos va dejando huellas para que vayamos detrás de El.

El llamado a María está en la Anunciación, y la respuesta de ella en el Sí y en el “Hágase en mi” que María da a Dios en la oscuridad de la fe, como dice Juan Pablo II: -“en la noche oscura de la fe María responde que sí, ella que no entiende como puede ser esto si no convive con ningún varón”. El ángel intenta explicarle de que se trata pero no es que las cosas se transformen en un mensaje más claro por lo que el ángel dice. La claridad con la que el ángel expresa a María la voluntad de Dios en la fe de María se vive en la incertidumbre propia que da el no saber de qué se trata todo aquello pero en la certidumbre que da el hecho de creer verdaderamente en lo que Dios dice y porque Dios lo dice. Desde ese lugar de mujer creyente como tantas en la Palabra y como ninguna en la Palabra, María responde:-“Hágase en mí”, y en el hágase en mí comienza a recorrer un camino discipular. De Nazareth a Belén, de Belén al templo de Jerusalén, del templo de Jerusalén a Nazareth, de Nazareth de nuevo al templo, ida y vuelta, Egipto de por medio María es peregrina, y en el peregrinar va haciendo este aprendizaje en torno y alrededor de su Hijo, siendo ella madre. La condición de “madre” nos condiciona para terminar de entender el carácter discipular de María sólo que María no es madre sino del Hijo de Dios y esto es lo que la hace discípula, aprende a ser Madre del Hijo de Dios, de Jesús, y esa es justamente su condición de discípula. Es discípula Madre o Madre discípula. En el momento en que María dice que sí, en el momento en que empieza a caminar comienza ese admirable aprendizaje como discípula cuando se ve sorprendida, admirada, perpleja, ante lo que va ocurriendo, incluso dejándose reprochar por su Hijo ella todo lo guarda en su corazón y es allí en el corazón de María donde está el lugar donde se asienta el carácter discipular con el que Dios a través de Jesús va marcando su camino. Al mostrarla así se va configurando nuestro corazón y el de todos los que forman parte con nosotros de la comunidad en la que estamos a mirarla y a comprender lo que nosotros mismos vivimos como discípulos. Ella nos precedió en el camino hasta llegar a la misma experiencia Pascual, aquella que había ya ocurrido en Belén de un abajamiento total, para que después con el mismo Jesús, los discípulos después de haber pasado por la cruz, resucitar y recibir la gracia del Espíritu. Todo porque en el corazón de María hay una fe obediente, una fe obediente en el camino y por eso en un proceso de ahondamiento María va comprendiendo con mayor profundidad cuál es el lugar que le toca como discípula termina de entenderlo al pié de la cruz porque en realidad el discípulo no es engañado en el camino, de entrada Jesús invita “a seguir” identificando el seguimiento con su suerte “la Pascua”. María termina de entender después del largo peregrinar junto con su Hijo como Jesús termina de entender después de Su peregrinar entre nosotros, que lo que vino a hacer El también como un peregrino es a entregar la vida. Esto termina por comprenderse absolutamente en la Pascua pero no se puede terminar de hacer si no se lo “va haciendo”. María como maestra de los discípulos y como madre de los discípulos, siendo ella discípula de su propio hijo, nos enseña a nosotros al pié de la cruz, cuál es el lugar de plenitud del discípulo: “la Cruz”, como fue el lugar de mayor plenitud de su Hijo, y la resurrección y la vida que brota del corazón de Jesús, es el lugar desde dónde Dios nos invita a nosotros a entregarnos sin reservas mientras caminamos. Claro que en nuestras vidas, mientras caminamos, hay cosas que no sean del todo claras, pero aún así no dejemos de caminar, y no de cualquier manera sino creyéndole a Dios que camina con nosotros como lo hizo María para terminar de entender en la Pascua el sentido de nuestro andar. El camino discipular que hacemos tiene un sentido progresivo, vamos aprendiéndolo mientras lo andamos. Si uno va siendo discípulo para la misión allí está lo que Dios nos va revelando.

El primer gran paso que tuvo que dar María en el seguimiento de Jesús fue el de pasar de Madre a discípula aunque en realidad esto está dado en el comienzo mismo de su vida porque el hecho de ser madre de Jesús acontece en el mismo momento en que María se hace discípula del Señor en la Anunciación. Este ser Madre según la carne a una relación creyente según la fe, es el tránsito constante que María recorre en su carácter de discípula. Lo sufre de algún modo y lo revela el Evangelio cuando lo busca ella con José, preocupados los dos porque no encuentran al niño que se ha perdido en el templo entre los doctores de la Ley mientras ellos habían ido a este lugar de peregrinación como todos los años, como cada judío, como cada israelita. “Tu padre y yo te andábamos buscando” . –“¿acaso no saben que debo dedicarme a las cosas de Mi Padre? María va a prendiendo a ser madre del Maestro y entonces a ser discípula madre de Jesús. Este aprendizaje no es sin dolor y sin preguntas y sin oscuridades aunque siempre con la certeza de que es Dios el que guía en el camino. Al modo de Abraham que sale hacia la tierra que Dios le promete con la certeza que Dios lo guía sin saber a donde va. María es un pilar de fe que nos muestra a nosotros como el camino discipular se aprende en el andar y como en el andar vamos haciéndonos nosotros también discípulos como ella. En el camino que vamos recorriendo de la vida ella nos adelante, se adelante. En este ir viviendo permanentemente en el Espíritu María es la mujer del Espíritu y por eso puede desprenderse de ser la madre de Jesús según la carne para hacer realidad en ella aquello que Jesús dice de los que mantienen vínculo de familiaridad con El. Mi madre, mis hermanos, mis parientes son los que escuchan La Palabra de Dios y la ponen en práctica. María es discípula de Jesús desde la vivencia en el peregrinar en la fe por el Espíritu, de la Palabra que es su mismo Hijo y que se ha hecho carne en ella y que la va como ahondando cada vez más. María vive de la Palabra. Tal vez lo que más refleja esto es el canto del Magníficat. El Magníficat es un canto síntesis de un montón de palabras contenidas en el antiguo testamento que hablan de lo que hay en el corazón de la Madre discípula. Cuando María dice: -“mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha mirado la humillación de su esclava” y sigue en este canto de alabanza y de gloria a Dios, lo que está haciendo es entresacar de lo más hondo del corazón, de sus entrañas, todo lo que la Palabra de Dios ha ido grabando en ella en la meditación, en el rumiarla, en el contemplarla, en el hacerla propia, en el vivirla hasta que se la hizo carne y en ella de verdad se cumple lo que Jesús dice que de la boca salen las palabras que están en el corazón. Lo que abunda en el corazón se expresa en la boca. En la boca de María está compenetrado, se expresa un corazón compenetrado en La Palabra de Dios. María es discípula seguidora de Jesús en la Palabra, desde siempre, hasta que se le hizo carne en ella para darla al mundo.