María escucha e intercede por los gemidos del mundo

jueves, 7 de noviembre de 2019
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07/11/2019 – “Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». Jesús le respondió: «Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía». Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga». Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: «Llenen de agua estas tinajas». Y las llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete». Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: «Siempre se sirve primero el bu en vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento». Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, descendió a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí unos pocos días”

Juan 2,1-12

Podemos comenzar con una anotación muy hermosa de Teresa del Niño Jesús que, en su autobiografía, cuando relata su infancia, escribe: “Tenía yo un carácter alegre, pero no sabía jugar a los juegos de mi edad; muchas veces durante el recreo me apoyaba en un árbol y desde allí contemplaba el panorama, abandonándome a reflexiones serias” (Manuscrito A, 115). Este párrafo es una preciosa imagen de las dotes manifestadas por María en el banquete de Caná.

En la narración evangélica, todos tienen algo que hacer: quien en la cocina, quien en el servicio, quien con los instrumentos musicales. Solamente María ve el conjunto, el panorama y entiende qué cosa esencial está faltando. Este es el Espíritu contemplativo de María, su don de síntesis, la capacidad de ocuparse de las cosas en detalle. Seguramente también ella habrá tenido alguna obligación de ayuda material; sin embargo, se ocupaba de cada cosa y, como apoyada -en un árbol según la expresión de Santa Teresita- contemplaba el panorama captando la situación.

Es un don de síntesis saber ver el centro de atención con la inteligencia del corazón y no a través del razonamiento o del análisis inmediato y puntual de todos los elementos.

María percibe el gemido inexpresado del mundo y lo expresa simplemente: “No tienen vino”. Es la única que dice esto. Tal vez los demás se dieran cuenta pero como en un sueño: ven que algo está faltando, y al no saber cómo hacer para remediarlo, prefieren seguir como si nada ocurriese.

Como María estamos llamados a cultivar, incluso en los detalles más pequeños, la mirada de conjunto de las situaciones de la comunidad, de la familia, de la sociedad, de la Iglesia, para poder captar con amor los momentos difíciles, delicados, y ocuparse de resolverlos, de proveer con discreción y eficacia.

Este maravilloso don contemplativo deberíamos desearlo cada uno, no es la pericia, la destreza en hacer esto o aquello, la especialización de las capacidades humanas, sino que es una percepción más de conjunto, que sabe conservar el sentido de la totalidad. El don contemplativo es algo sutil, que da unidad, gusto, sabor, consistencia al conjunto. Es el don de María y, si llegase a faltar, la Iglesia correría el riesgo de volverse en una sociedad de expertos, de competentes, de especialistas, donde cada uno llevaría adelante su visión particular, tal vez peleando con los demás y justamente en nombre de su saber.

El carisma de María es la mirada reconfortante al conjunto del cuerpo eclesial, que la vuelve atenta a todos los aspectos dolientes y pronta a expresarlos, a proveer avisando a quien corresponda, haciendo intervenir a otros. En efecto, en Caná, María no provee directamente a la necesidad de vino, sino que la hace notar, la pone de relieve y la confía a su Hijo.

Le pidamos a la Madre que mire cada comunidad, cada familia, la Iglesia, la sociedad y nos haga atentos a lo que falta, que ponga en nosotros la mirada contemplativa, benévola y sincera con que ella ha mirado en las Bodas de Caná. Pidamos a María que no permita que nuestro corazón no se entristezca por pequeñeces y mezquindades, sino que nos haga vibrar al unísono con el gran banquete de la humanidad, captando e interpretando la situación de todos los que no tienen vino, pan, alegría, los que no están involucrados en el banquete.

 

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