María: la mujer laboriosa

miércoles, 29 de agosto de 2007
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Todo árbol bueno da fruto bueno, el árbol que no es bueno no los da, el árbol bueno no puede dar malos frutos ni el árbol malo dar buenos frutos, por lo tanto reconocerán al árbol por sus frutos. El árbol que no da fruto se corta y se echa al fuego.

Mateo 7, 17

El árbol se lo conoce por los frutos.

Cuando contemplamos a Jesús y lo descubrimos como el hijo del carpintero, como el carpintero de Nazaret, no podemos si no referirnos a la paternidad de José y a la maternidad de María y terminar por descubrir ese tronco familiar los frutos que surgen de esa identidad que el pueblo tiene con éste humilde servidor, maestro de la ley, pero con características tan distintas, las de su tiempo.

Jesús es de los que se arremangan y trabajan y en el trabajo hacen de el un lugar lejos de la maldición, un lugar de santificación, un lugar de redención. Ganarás tu pan con el sudor de tu frente.

Casi que el texto del Génesis en el Antiguo Testamento aparece como la penosa consecuencia que deja el pecado después que nuestros padres allá en el Edén han caído y han roto el vínculo con Dios Sin embargo desde otra perspectiva el trabajo es como una condición del modo de ser de Dios que a su imagen y semejanza nos ha hecho y por lo tanto aún cuando no hubiera estado de por medio, el pecado hubiera formado parte también de nuestra condición de ser humanos por estar hechos con el sello de identidad que Dios ha dejado en nuestro corazón.

Pero el Génesis la Palabra lo muestra a Dios creando en actitud laboriosa, en actitud de trabajo. Pareciera que el que trabaja es Dios. Y el que nos hizo a su imagen y semejanza nos invita a hacer del trabajo como ese lugar donde lejos de cargar con la pena de su peso que lo tiene de suyo por las consecuencias que el pecado ha tenido en nosotros que lo hagamos por la gloria y por lo que el trabajo en si mismo tiene de recreativo y formativo como nos hace madurar y crecer. Dios aparece en el Antiguo Testamento en el libro del Génesis creando, trabajando y dándose un tiempo de descanso porque el trabajo también lo merece.

Este Dios que trabaja ha querido quedarse entre nosotros en la persona de Jesús asumiendo la condición de trabajador y nos ha regalado en María una imagen, una figura clara de esa laboriosidad, de esa condición de ella como trabajadora. Por eso te invito a que hagamos un recorrido si te parece de cómo sería un día de una mujer en el tiempo de Maria y por lo tanto como sería su día de trabajo como para que podamos entrar en contacto con la realidad del trabajo mariano.

El día para una mujer comenzaba en Nazaret con las cosas del oficio de la casa. Preparaba la harina que había que moler en un rudimentario molino del que Jesús habla en el evangelio para amasar y cocer el pan, el pan de cada día. La mujer muele el trigo, hace la harina y además amasa el pan que se sirve sobre la mesa.

De allí que Jesús ore con ésta familiaridad que le regala el contacto con su madre y su condición laboriosa. Danos el pan de cada día, el pan se hacía cada día en la casa y estaba en las manos de la mujer el amasarlo.

Más tarde tendría que traer agua de la fuente. Tarea en la que más de una vez seguramente Jesús niño, Jesús adolescente ha colaborado con ella. Jesús tiene esta experiencia, en el Evangelio, en el capítulo cuarto de San Juan, aparece en ese vínculo con esa mujer que va, viene, busca, saca agua la cual le pide que le de de beber.

Seguramente esto mismo lo ha hecho en más de una oportunidad con su madre. Cuando se levantaba a la mañanas temprano en Nazaret recogían las esteras que se tiraban sobre el piso para dormir allí y se las recogía para ponerlas en un lugar que en la casa estaba previsto para eso, era un armario empotrado en la habitación.

Después de esta tarea de limpieza, de ordenar, se preparaba la comida, se limpiaba la casa, el trocito de patio que le correspondía dentro del vecindario, tejía, hilaba y más.

También con la tarea de la oración que es un trabajo, es un don de Dios pero que también es una respuesta humana que pone en marcha mecanismos internos nuestros que nos hacen experimentar la laboriosidad que supone el orar.

Como decía un padre del desierto: orar es ir al combate y el combate, la lucha es eso, un trabajo.

La vida de María ha sido una vida laboriosa. En ella la semejanza con Dios trabajador adquiere como una clarísima, una particular manera de verse reflejada. Con esta mujer trabajadora queremos hoy vincularte de nuevo. ¿Como es un día de trabajo? ¿Como es tu rutina de trabajo?.

Te invito a que se lo ofrezcamos hoy a María. La mujer trabajadora que le da un sentido nuevo a tu trabajo. Nuestra rutina de trabajo y allí donde encontramos gozo en el trabajar Yo tengo una rutina amplia de trabajo pero el gozo está en este espacio que compartimos en este momento. ¿Porqué?, ¿donde encontramos gozo en el trabajo?, Porque ponerlo en el conciente nos ayuda a afrontar lo que no es tan gozoso en el trabajo con mejor decisión o mejor predisposición, con un espíritu distinto.

José María Pemán tiene una gran precisión en su escritura y en su modo de expresarse. El decía respecto del trabajo. El trabajo es algo más que un tópico legal o sociológico, es una pieza entrañable perteneciente a la teología de la creación y de la redención.

La teología de la creación la veíamos recién cuando compartíamos en la memoria el texto de la creación y Dios trabajando, cuando llama las cosas por su nombre y las crea y aparece en el ejercicio de la Palabra, trabajando.

Y la redención porque todo lo que en el trabajo hay de doloroso después del pecado y de las penas que ha dejado, cuando lo compartimos con el misterio de Jesús en la cruz el trabajo se hace redentor, dice Juan Pablo II y entonces compartimos el dolor de la pena que el trabajo ha dejado haciéndonos en el sudor de la frente ganar el pan pero también compartimos el gozo que supone el trabajo bien hecho, terminado, llevado a su término, su fin, donde que como el corazón humano encuentra reposo y descanso porque como que en la naturaleza misma de nuestro ser creado está el orillo éste de ser del trabajo, para el trabajo.

Te cuento una historia que nos puede ayudar para disponernos mejor a la hora de trabajar y de hacerlo junto a ella, a María. Para tener una buena predisposición junto a María, la mujer del trabajo nosotros para el trabajo.

Alguien intentó una especie de encuesta sobre como entendían su labor los obreros de un edificio en construcción.

Envió a un comisario, un periodista que inició su labor con el primer obrero que encontró.

Este estaba intentando dar forma a una enorme piedra a base de martillo y cincel y le preguntó: ¿amigo que haces? Levantó el obrero la cabeza, lo miró con desprecio y contestó: ¿no lo ves? Trabajar como un burro sudando la gota gorda para que otros mudos señoritos se la pasen molestando a nosotros pobres tipos que tenemos que trabajar.

Hizo unos pasos más adelante e hizo el periodista la misma pregunta a otro que hacía el mismo trabajo que el que había dejado atrás, labrar la piedra.

Alzó éste la cabeza lo miró y dijo: ya ves, estoy luchando para sacar adelante a mi familia, para que mis hijos puedan tener una carrera que yo no pude hacer. Trabajo para que ellos tengan una vida mejor que la mía.

Continuó los pasos más adelante nuestro protagonista en su misión y se paró ante un tercer obrero que como los anteriores se ocupaba en la labra de la piedra. Le hizo la misma pregunta y éste le contestó con la mirada confiada, transparente y llena de satisfacción: estoy construyendo la catedral.

Tres maneras distintas de entender el mismo trabajo: como castigo, como un modo noble de cumplir la tarea, la misión, como una obra de arte.

María pertenece a éste tercer modelo. Lo suyo es como un labrar, un construir en lo de lo de todos los días el espacio para que la familia pueda más que vivir en una catedral, hacer de ese espacio el gran templo en la persona del hijo: Jesús, el que educa, el que forma junto a José. Para nosotros el modo de colaborar con Dios es justamente completar y perfeccionar la tarea que el hizo y sentirnos en ésta línea del tercer modo haciendo con El la gran obra de arte de la creación

Cuenta el libro del Génesis que cuando Dios creó a nuestros primeros padres les dijo: crezcan, multiplíquense, llenen la tierra, dominen a los peces del mar a las aves del cielo y a todo animal que pisa sobre la tierra y dice además: Tomó Yahvé al hombre y lo puso en el vergel del Edén para que cultivase y guardase la tierra o trabajase la tierra se podría traducir también.

Esto lo hace Dios compartiendo con el hombre esta condición suya de ser un trabajador para que con su trabajo no solo se realice sino que vaya como haciéndose al modo de Dios.

Juan Pablo II comenta el pasaje con éstas palabras: esta verdad según la cual a través del trabajo el hombre participa en la obra de Dios mismo su creador ha sido puesta particularmente, decía el Papa, de relieve por Jesucristo, aquel Jesús ante el que mucho de sus primeros oyentes en Nazaret permanecían estupefactos y decían: de donde le vienen toda éstas clases de cosas y que sabiduría es esa que le ha sido dada, no es acaso el carpintero. Jesús, dice el Papa, no solamente lo anunciaba sino que ante todo cumplía con el trabajo.

El Evangelio, confiaba El, la buena noticia que El trae, la Palabra de sabiduría eterna, pone manos a la obra. La vida de Jesús es inequívoca, decía el Papa. Pertenece sin duda al mundo del trabajo. Tiene reconocimiento y respeto por el trabajo humano.

Se puede decir un incluso más, el mira con amor el trabajo. Sus diversas manifestaciones, decía Juan Pablo, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios creador y Padre.

Este Jesús que trabaja, lo muestra El desde el trabajo un camino de realización, de plenitud. Te invito a que le cambiemos la mirada al día respecto del trabajo que tenemos y que lo hagamos descubriendo y redescubriendo en el fuego escondido que tenemos en lo más hondo del corazón la pasión con la que Dios nos ha creado para el trabajo y que sea justamente desde ese amor, desde esa pasión que ha puesto el amor de Dios podamos vencer aquellos lugares de tedio, aquellos lugares de cansancio, aquellos lugares de dificultad que nos ofrece el trabajo como desafío más que como traba, como posibilidad más que como impedimento.

Yo estoy seguro que en algún lugar de tu corazón vos tenés gusto por lo que hacés. Tal vez no sea de esos días que lo que estoy diciendo te resulte muy cercano, muy familiar porque a veces el peso viene con tal carga que no podemos ir sobre éste lugar de pasión, de gusto, de fuego, de deseo que el trabajo pone en nuestro corazón solo por el hechote haber sido creado a imagen y semejanza de aquel que hizo del trabajo su modo de presentación .

Dios el Creador, es un trabajador y nosotros creados a imagen y semejanza suya también lo somos .Es una mirada nueva sobre el trabajo. María te la acerca. Ella que fue visitada por Dios, que fue particularmente bendecida con el don de la maternidad del hijo de Dios.

Que recibió al Angel en su casa, que el Espíritu Santo la habitó toda su vida y la acompañó con gracias grandes de misterio de contemplación grandes. Ella puso manos a la obra, supo del trabajo como lugar de realización.

Un gran santo, San Benito, ha dejado una máxima que muestra un camino de equilibrio en el seguimiento de la vida del Espíritu: Ora et labora, reza y trabaja. Aquí hay una clave mariana que nosotros hoy queremos compartir desde la pasión y el gusto por el arte de trabajar.

Es en nuestro trabajo diario cualquiera que sea intelectual, manual, brillante, oscuro, llamativo, oculto donde tendremos que vivir y desarrollar nuestra vida junto al misterio de María. Como el Señor de nosotros los cristianos estamos invitados a compartir con ella ese camino diario corriente que aspira a lo mejor, a la santidad, la santidad que brota del ámbito del mundo laboral.

Es un don que el cielo da, regala, con el que nos bendice y es una tarea que nos toca de respuesta. La palabra respuesta tiene una raíz común con la palabra responsabilidad. Somos responsables de nosotros mismos y el camino a la plenitud al que Dios nos llama con su invitación amorosa depende de El y en parte de nosotros y nuestra capacidad de respuesta laboriosa a la invitación que Dios nos hace, particularmente la de confiar en El y en su obra en medio de nosotros haciendo todo absolutamente todo, decía San Agustín como si dependiera de nosotros.

Eso es manos a la obra sabiendo que todo depende de Dios. Que nada podemos hacer sino gracias a su presencia. Ustedes son incapaces de hacer algo bueno si no lo hacen en aquel que trabaja en ustedes. Es un camino, un camino de santidad el del trabajo y particularmente porque en el se da el misterio de la Pascua. Pascua es cruz y resurrección, dolor y gozo y en el trabajo encontramos de esto.

En el trabajo encontramos penas y alegrías, fatiga y consuelo. El trabajo es el lugar humano más parecido al misterio pascual donde Jesús entrega la vida. Es interesante poder mirar el trabajo desde ésta perspectiva compartiendo el misterio pascual y entonces poder decir nosotros que cuando me siento en la silla de mi oficina, cuando me subo al volante y conduzco mi taxi, mi remis, mi colectivo, mi camión.

Cuando me paro frente a las máquinas de mi carpintería, cuando estoy en la carnicería o en el almacén detrás del mostrador, cuando cumplo mi servicio en la oficina pública, cuando hago mi tarea de maestro o maestra con tiza en mano, cuando preparo mi tarea como científico, cuando desarrollo mi tarea como intelectual, cuando agarro la pala y la meto en la tierra para trabajarla, cuando tomo el tacho y le paso para que sea la pared una buena pared hecha con un buen revoque, cuando cualquier cosa que haga como trabajador forjando el hierro, trabajando sobre la reja, como herrero, como carpintero, como lo que sea que me toque hacer como trabajador es bueno saber que lo que pasa por mi mano en el ejercicio del trabajo.

Que bueno que cuando nos ponemos manos a la obra sepamos que verdaderamente se cumple en nosotros aquello que dice la Palabra: completo en mi carne lo que falta al sufrimiento de Cristo Jesús. Es decir participo del don pascual de la redención. María esto lo sabe e intuye en su corazón y acompaña su trabajo cotidiano con la certeza de que va hacia aquel lugar donde alcanza su plenitud, la entrega de la vida, la Pascua, donde verdaderamente se termina por nacer aprendiendo a morir. El trabajo es una escuela pascual y aprenderlo es un oficio cotidiano, un arte en la que Dios nos invita hoy a renovar