María, misionera de la alegría

martes, 12 de diciembre de 2006
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Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá.  Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.  Al oír Isabel su saludo, el niño dio un saltos en su vientre.  Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta  voz: ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor?.  Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas.  ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!”.  María dijo entonces:  Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque se fijó en su humilde esclava, y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz..

Lucas 1, 38 – 49
Dice San Lucas que María después de oír el anuncio del ángel se levantó y se fue presurosa a través de las montañas a una aldea de Judá, fue a saludar a Isabel, esta su parienta, su amiga, que a pesar de su edad el ángel le había dicho que estaba embarazada.

Dicen los que han conocido que en este lugar se puede observar a las mujeres con una cordialidad especial, con una viveza mas ferviente y mas ruidosa cuando se acercan los aniversarios de estos momentos de la vida de la Virgen y allí comparten, se abrazan, con una alegría ruidosa, se saludan, lo hacen a la manera de sus antepasados, en tiempos de la Virgen la paz del Señor, la paz sea contigo, ese gozo es el que ahora en la visita de su prima llena el alma de esta jovencita de Nazaret.

Nos podemos imaginar a María enamorada de su silencio, de aquel silencio con el que se encontró con el anuncio del ángel pero ahora tal vez queriendo tener alas para atravesar sin tocar el suelo aquellos campos de Samaría y llegar a la casa de su prima, pero seguramente se habrá unido como todas las mujeres, como todos los hombres de la época a una de las tantas caravanas de peregrinos galileos que iban hacia Jerusalén y nos ponemos también nosotros a caminar con ella, nos imaginamos ese momento, esta jovencita con el anuncio fresco en su corazón de que va a ser la Madre del Mesías, María que llega a la casa del Mesías, que la saluda y nos imaginamos como habrá sido ese saludo, la anciana Isabel quedó llena del Espíritu Santo y solo alcanzó a exclamar “Tu eres bendita, es bendito el fruto de tu vientre, quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a visitarme”, este sentirse humilde y pequeña de Isabel como nos sentimos nosotros cuando alguien nos viene a visitar y no nos creemos digno de tal visita, nos alegramos pero decimos qué he hecho yo para que el Señor me regale con esta visita, con esta presencia, y esta fue la primera vez que se reveló a los hombres el misterio de la encarnación “Quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a visitarme… y apenas oí tu saludo el niño que está en el vientre saltó de gozo”.

María que guardaba celosamente este secreto con humildad, sin terminar de entender qué es lo que estaba pasando ve que Dios se lo descubre en su prima. No es Isabel sola quien se alegra, también el niño que lleva en sus entrañas se ha estremecido de gozo y a su manera este niño que se está gestando ya ha comenzado a cumplir su oficio de precursor, parece sentir ya la presencia del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y tal vez lo podemos ver a Zacarías que contempla mudo la escena llena de prodigio, que tampoco termina de entender pero que sin duda también se llenó de alegría, de gozo profundo en el Señor que lo visita.

Juan Pablo II nos va a decir en la encíclica “ La Madre del Redentor” estas palabras nos presentan a María como la peregrina del amor, Isabel atrae la atención de su fe y refiriéndose a ella pronuncia la primera bienaventuranza de los evangelios “Feliz la que ha creído”, esta expresión es como una clave que nos abre a la realidad intima de María, nos va a decir Juan Pablo II, quisiéramos presentar a la Madre del Señor como la peregrina en la fe, ella sigue las huellas de Abrahán quien por la fe obedeció y salió hacia la tierra que habría de recibir en herencia pero sin saber a dónde iba como nos dice en Hebreos 11 cuando así lo define a nuestro padre en la fe, este símbolo de la peregrinación en la fe ilumina la historia interior de María la creyente por excelencia, nuestro modelo de fe y de perseverancia, esta fe de la Virgen que comienza en el día de la anunciación que se hace realidad en este camino hacia la casa de su prima Isabel pero que se mantuvo fiel hasta la unión con su Hijo al pie de la cruz, como nos lo recuerdan los Obispos en el Concilio Vaticano II “La anunciación es el punto de partida donde se inicia todo el camino de María hacia Dios”, un camino de fe que conoce también el presagio de la espada que atraviesa el alma, esta espada que va a provocar sufrimiento, dolor, este camino de fe que pasa por los senderos también de la oscuridad de no entender muchas veces, de no entender porqué este niño de 12 años se queda  en el templo y les hace pasar este mal rato, pero llegamos también con María al final de esta peregrinación terrena en la fe, tal vez el momento mas doloroso, el Gólgota donde María vive íntimamente el misterio pascual de su Hijo y por eso en cierto sentido muere como Madre al morir su Hijo, pero para abrirse a la resurrección con una maternidad para con nosotros, sus hijos, para con la Iglesia.

Este niño que está en su seno ya llena de alegría por donde va pasando, por donde va compartiendo.

La visita a Isabel concluye con el Magníficat en medio de la alegría, la fe y la alegría van de la mano, aun cuando la Virgen María tiene que acompañar el camino de la cruz vive alegre, muchas veces nos cuesta vivir alegres, a veces nos confundimos y pensamos que ser fieles a la voluntad de Dios no siempre es vivir alegres por aquello de tener que cargar con la cruz, pero solamente en Jesús encontramos motivos para la alegría, esto no lo entendió solamente la Virgen, Isabel, Zacarías, lo entendió también, mas tarde, San Pablo cuando escribió en el capítulo 7 a los Corintios en el momento que relata los padecimientos que está sufriendo a causa de la fe declara abiertamente “Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en medio de todas nuestras tribulaciones”, esta alegría que si nos detenemos a verlo en Jesús resucitado es la alegría especial que llena a los discípulos cuando se les aparece resucitado, es la alegría que se convierte en promesa en la Ultima Cena “Yo les voy a dar una alegría que nadie les podrá quitar”, y con la alegría el cristiano hace mucho bien, porque la alegría lleva a Dios, esta alegría que llevó María a Isabel es la que hoy también tenemos que dar nosotros a nuestros hermanos, tal vez la alegría a los demás será una de las mayores muestras de caridad para este tiempo, tal vez el tesoro mas valioso que podemos dar a los que nos rodean, muchas personas se van a encontrar con Dios si nos ven alegres, felices de tenerlo a Dios, a María como nuestra Madre, María llevó alegría a Isabel y se alegró toda la familia, el Resucitado llenó de alegría a los apóstoles. Cuáles son los motivos de tu alegría, será Dios el motivo de mis alegrías, de lo que puedo tener en este momento en mi corazón, qué hermoso es encontrar todos los días razones para estar alegres en medio de un camino que a veces se puede convertir en un camino lleno de baches pero que sin embargo con Dios se hace mas llevadero, con Dios se hace como en María presuroso para llevarlo a los demás.

Juan Pablo II decía “La alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente porque es espiritual y también forma parte del misterio, no apaguen esta alegría que nace de la fe en Cristo resucitado que también testimonia la alegría a sus hermanos. Testimonien la alegría, habitúense a gozar de esta alegría”.

Tenemos que aprender de María, ella que se hizo semejante a cada uno de aquellos que vivían en esta tierra, ella que quiso estar con nosotros hoy nos invita a que tengamos la misma actitud, que nuestra actitud ante aquellos que están a nuestro lado no sea de ponernos por arriba, sino de acompañar, de caminar, de llenar de alegría, también quiere llenar nuestro corazón, dejémonos amar por la Virgen, dejemos que nos visite, dejemos que así como llena de alegría el corazón de cada uno de nosotros con sus visitas también hoy nos llene el corazón, dejar que ella en este momento pueda cambiar tu día y decirle  al Padre del cielo “Quién soy yo para que nuestra Madre venga a visitarme”, vivamos la alegría del encuentro, de la gracia.   

María sigue manifestándose a nosotros y nos pide que la hagamos presente en medio del mundo, el mundo que se entristece cuando Dios no es el centro, porque hoy muchos hombres y mujeres ponen su mirada, su seguridad en ídolos que tienen pie de barro, que se caen fácilmente, cuando ponemos nuestra confianza en el poder, en el tener, en el placer nos caemos, creíamos tener el cielo en nuestras manos porque alcanzamos tener aquello que tanto anhelábamos pero si no está Dios esto se cae, hoy también al mundo le preocupa la imagen y cuantos problemas nos está trayendo cuando solamente nos preocupamos por lo que se ve, por tener lo ultimo.

Hoy es buenos que recuerdes las palabras de la Virgen a Juan Diego ¿No estoy aquí yo que soy tu Madre” sentir esta presencia, esta Madre que nos cubre con este manto lleno de estrellas, esta Madre que te vuelve a decir ¿No estas bajo mi sombra y mi cuidado? Si la Virgen llenó de alegría a Isabel y al niño, hasta donde estamos dispuestos a dejarnos mover por Jesús para salir a anunciarlo.