María, vive y obra en la paz

miércoles, 29 de octubre de 2014
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María (2)

29/10/2014 – Tres días más tarde se celebraba una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. También fue invitado Jesús a la boda con sus discípulos. Sucedió que se terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino.»  Jesús le respondió: «Mujer, ¿por qué te metes en mis asuntos? Aún no ha llegado mi hora.» Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan lo que él les diga.»

Había allí seis recipientes de piedra, de los que usan los judíos para sus purificaciones, de unos cien litros de capacidad cada uno. Jesús dijo: «Llenen de agua esos recipientes.» Y los llenaron hasta el borde. «Saquen ahora, les dijo, y llévenle al mayordomo.» Y ellos se lo llevaron. Después de probar el agua convertida en vino, el mayordomo llamó al novio, pues no sabía de dónde provenía, a pesar de que lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua. Y le dijo: «Todo el mundo sirve al principio el vino mejor, y cuando ya todos han bebido bastante, les dan el de menos calidad; pero tú has dejado el mejor vino para el final.» Esta señal milagrosa fue la primera, y Jesús la hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Jesús bajó después a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí solamente algunos días.

 

 

“Ven Señor Jesús”

El don de la paz es fruto de la Pascua. La Pascua de Jesús, su pasión, muerte y resurrección son nuestra paz. Esto acontece en el momento en que el Señor entrega su vida y expira dándonos al Espíritu Santo que completa la obra en Cristo que Él mismo ha venido a regalarnos. El texto de las bodas que compartimos hoy es un texto pascual. Allí Dios celebra el misterio de alianza de Dios con su pueblo que en el Antiguo Testamento estaba vinculado a una boda y a un banquete. Que su primera aparición pública sea en una boda, indica una presencia pascual, redentora y de alianza. Aquí Jesús se anticipa a su gran alianza en la cruz.

En ambos acontecimientos está María, tanto en el banquete nupcial signo de la alianza como en la cruz. María aparece como la mujer de la alianza. Ella es la primera copartícipe del misterio de la alianza de Dios en Cristo. Es algo que después San Pablo seguirá profundizando diciendo que somos coredentores con nuestros dolores junto a Cristo. Con nuestras pascuas nos sumamos al único misterio redentor, el de Jesús. Allí el Señor obra gracia de paz.

El texto nos sorprende con una expresión de María “No tienen vino” y también es sorpresiva la respuesta de Jesús “¿qué tenemos que ver nosotros?”. No es que María organizaba la fiesta y por eso se preocupaba del vino. Su “no tienen vino” hay que entenderlo simbólicamente desde esta alianza; no puede faltar el vino estando Jesús porque Él es la presencia de la gracia mesiánica de Dios. Ese banquete con Jesús es el anticipo del cielo o del reino de Dios, por lo tanto no puede faltar el vino.

El “¿qué tenemos que ver nosotros?” de Jesús habría que traducirlo en un “mi hora no ha llegado todavía”. La “hora de Jesús” en el evangelio de San Juan se refiere al misterio de la Pascua, todavía no ha llegado su tiempo. Pero María adelanta ese acontecimiento con su intercesión. “Hágan lo que Él les diga” dice ella. Nos invita a la confianza y el Señor obra.

Así se cambian 600 litros de agua sucia en vino. ¿Hacía falta tanta sobreabundancia? ¿no bastaba con sólo una botella? Dios nunca muestra su acción misericordiosa si no es con sobreabundancia. No solamente Jesús transforma el agua en vino sino que lo hace de manera desbordante, tal y como lo hizo en la multiplicación de los panes (sobraron 12 canastas) o como en la pesca milagrosa (casi se hundían las barcas). El Señor obra y lo hace en sobreabundancia, por eso cuando uno ora tiene que pedirle al Señor un corazón suficientemente grande para recibir lo que nos quiere dar, porque Él siempre es más grande.

Estamos frente a un hecho prodigioso de Jesús, un signo que anticipa el misterio pascual de lo que va a ser el misterio de la cruz; una boda con sobreabundante vino añejo que habla del banquete; María interviene lo que la hace co redentora y que luego descubriremos que nosotros también somos co redentores con Cristo; Dios en sus prodigios obra de manera desbordante.

 

 

Orar

Orar con insistencia

El Espíritu clama “ven Señor Jesús, maranhatha”. De alguna manera esto es lo que muestra el texto, María como esposa, signo del pueblo de Dios que clama para que se adelante el tiempo, que se apuren los pasos. Cuando nosotros oramos intercesión por una situación determinada de vida en donde sabemos que Dios quiere algo diferente y circunstancias varias impiden que se concrete, necesitamos orar con intercesión para que Dios actúe. Es la comunidad orante, junto con María, la que pide en el Espíritu Santo a Jesús qu eno demore más. El tiempo y la plenitud tiene que ver con la Alianza, signo de la presencia reconciliadora con la que Dios pone en armonía todo. El profeta Isaías, hablando del tiempo mesiánico, dice que el niño podrá poner la mano en el hueco de la vívora sin que lo pique, y el lobo jugará con el cordero, como demostrando que lo imposible o lo contrario va a entrar en una misma sintonía.

Que bueno hoy podernos sincerar con las realidad contradictorias que tenemos para interceder y que Dios reviertas las circunstancias de por qué estamos distanciados. “Mateamos por la paz” para disponernos al encuentro y en cada mate pedimos “Vení Jesús”, es decir una alianza de amor en Dios. El misterio de la alianza que celebramos nos viene facilitado por la presencia de la Virgen del buen mate.

María nos enseña el camino de la oración incesante, de la súplica incansable y de la intercesión constante sin desfallecer, con el único sentido de disponer el corazón para recibir las gracias que Dios siempre quiso darnos y que por diferentes motivos personales o comunitarios hemos comenzado a descreer que Dios lo puede dar. La oración lo que hace es despertar de nuevo el deseo. A la oración entramos por el camino del deseo. La oración se hace súplica desde lo más hondo de nuestras entrañas, “con gemidos inefables”, sino no hay oración y son palabras huecas; es lo más hondo de nuestro ser lo que clama. De nada vale, dice Jesús, repetir largas palabras si no es el corazón lo que ora. “Cuando ores entra en tu cuarto (lo más intimo de tu ser) y ora al Padre que está en el cielo”. Es una intimidad abierta a todos.

Es necesario insistir en la oración porque eso nos hace permanecer en el clamor más escondido en nuestro corazón. Por eso oramos insistentemente. Jesús nos dirá “recen, no se cansen de orar… el espíritu está cerca pero la carne es débil”.

María nos muestra ese camino y en las bodas de Caná es una insistente intercesora. Lo dice con una palabra y con su actitud de Madre. Para llegar a permanecer en la paz de Dios y en su voluntad, no solamente basta buena disposición interior, sino insistencia en la oración hasta desfallecer. Dios recibe nuestras síplicas y dispone el alma para recibir sus dones. La oración dispone bien la tierra para los dones de Dios y nos prepara el corazón. Estamos llenos de nosotros mismos, hartos, y de alguna manera la oración nos vacía de nosotros y nos dispone a recibirlo todo de Dios.

 

Rezar8

Pedir y entregarse

Cuando la Virgen advirtió que no tenían más vino no se lo presentó a cualquier al problema. No fue a los mozos, sino a Jesús. Ella sabía que Jesús lo podía resolver. Nosotros muchas veces demoramos en ir a Jesús. Se nos presenta un problema, nos quejamos de lo que nos sucede, lo hablamos con todo el mundo menos con aquel que tiene en sus manos la fuerza para cambiar el rumbo de lo que ocurre… ventilamos el problema en distintos lugares, lo conversamos con otros, pero no vamos desde la dificultad a Jesús.

Jesús no había realizado todavía ningún signo ni milagro en los textos comparados; María se pone de frente a su Hijo y le pide que adelante las señales que hablan de su mesianismo. ¿Por qué no creemos que también lo puede hacer en nuestras vidas, que Dios es capaz de adelantar las señales de su presencia mesiánica en nuestra propia historia? ¿por qué no le creemos al Señor? Tener un corazón mariano y en profunda comunión con María es tener un corazón creyente y como ella animarnos al Señor a pedirle que obre, que manifieste su poder, que actúe más allá de lo esperado. El Señor nos va a dar una respuesta, nos va a acercar su mirada.

“¿Qué tenemos que ver nosotros?” le dice Jesús a María. Sin embargo ante el aparente silencio, María confía. Se hizo lo imposible, se puso todo en las manos de Dios y ahí el corazón encuentra paz. Sólo estamos en paz cuando habiendo agotado todas las instancias y habiéndolo entregado todo a Dios, ahí confiamos y nos entregamos.

Hay un momento en la vida, cuando estamos en situaciones que no podemos resolver, después de haber agotado todas las instancias decimos “listo, ahora está en las manos de Dios”. Lo mismo dice Jesús en la cruz “todo se ha cumplido” y expirando entrega su vida. El Señor nos quiere entregando y confiando. Tenemos que orar en confianza y entrega sobre lo que nos cuesta… cada uno sabe dónde más le aprieta el zapato con situaciones, historias donde no terminamos de reconcialiarnos y nuevamete presentárselos al Señor. Pedir al Espíirtu poder desprendernos de eso que nos cuesta. Queremos también nosotros hacer entrega de nuestra propia vida, junto con María, para encontrar con ella y desde ella el don de la paz.

 

Padre Javier Soteras