Misericordia; un cambio de raíz

jueves, 23 de agosto de 2007
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En su magníficat, María reza; “Él colmó de bienes a los hambrientos, despidió a los ricos con las manos vacías, socorrió a Israel su servidor acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia por siempre”.

Y también unos versos antes, reza María: “su Misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen y le aman”.

Juan Pablo II, en Divis y Misericordia, ha proclamado a María, siguiendo la tradición de la Iglesia, de dos mil años, como la Madre de la Misericordia.

Es decir en quien se ha engendrado La Misericordia, en quien la Misericordia ha dado a luz. En donde la Misericordia sigue dándose a luz.

María como Madre de la Misericordia viene a engendrar la Misericordia en aquellos lugares de la vida, donde nosotros todavía no hemos alcanzado la Gracia de la reconciliación. Porque ésta es un proceso que se desata en algún momento de la historia personal, o comunitaria, y en la medida en que sabemos sostener ese proceso en el tiempo. Si nos dejamos acompañar por este don y sabemos darle cauce alcanza todos y cada uno de los estamentos de la vida, donde Dios quiere hacerse presente Y con ese rostro (el que ya comienza a vislumbrarse en el A.T. y termina por plasmarse en Jesús, cuando nos presenta a Dios como el Padre), el Padre de la Misericordia.

El ser Madre de la Misericordia María lo mama, lo aprende en el contexto de Israel. Israel ha vivenciado la misericordia, y María, como la hija de Sión, la hija predilecta de Israel ha encarnado en sus entrañas a la misma Misericordia de Dios, dando a luz a Jesús, el que nos revela este rostro: el que le da la verdadera identidad al Padre. Lo que es novedad absoluta, en términos de un proceso, que nace en Israel del rostro verdadero de Dios: Dios es el Padre de la Misericordia.

Israel ha sido el pueblo de la Alianza con Dios. Alianza que se rompió muchas veces. Cuando a su vez adquiría consciencia de la propia identidad y a lo largo de la historia, Israel, no faltaron los hombres y los profetas que despiertan esta consciencia, de ser surgidos de la Misericordia.

Ojala puedas encontrar este don maravilloso, que es una Gracia que te da vuelta. Y en la que Dios quiere regalarte inmensidad de bendiciones con la cual darle verdadero sentido a tu vida.

Vos me dirás, “Pero, yo ya estoy convertido!”. Te puedo asegurar que hay mucho más por el camino. Siempre es posible reorientar una y otra vez en hondura y en profundidad, la vida de cara a Dios.

Las consoladoras garantías ofrecidas por Isaías. Esta súplica de los hebreos desterrados, la renovación de la Alianza, después de la vuelta del exilio.

Sobre todos los profetas en su predicación, ponen a la misericordia en el lugar justo. En donde el pueblo tiene que pegar la vuelta hacia Dios. El Señor ama a Israel. Con el amor de predilección; semejante al amor de un esposo y por esto perdona sus pecados y sus culpas. E incluso, sus infidelidades y sus traiciones.

Cuando se ve de cara a la penitencia, y a la conversión auténtica, Dios le devuelve al pueblo, la Gracia que el pueblo en el camino había perdido. No se trata de un barniz, en el que Dios dice: “borrón y cuenta nueva”. Es verdaderamente un compromiso de alianza renovado.

Con la iniciativa de Dios que lo busca a su pueblo que se ha perdido. Con la decisión del pueblo de volver al Dios del que perdió el camino.

Es un encuentro del querer y la voluntad incansable de Dios por atraer a su pueblo hacia sí, y una decisión y una determinación del pueblo de Dios de recuperar el camino perdido, porque se olvidó de la alianza que había establecido con Dios.

 Son voluntades que se deciden.

La de Dios desde siempre. La del pueblo que se renueva, en su opción y en su elección. No hay camino de encuentro de la misericordia de Dios, de reconciliación, si no está en el corazón de los que sienten el llamado a volver a Dios, la decisión, la elección, la determinación de ir a aquel lugar de donde se había perdido el rumbo.

Los profetas son los que llaman como boca de Dios, al pueblo a volver por los caminos que habían perdido.

De esta rica tradición, de esta honda tradición, israelita, María es portadora de ella, es como quien ha mamado de ella y desde ese lugar, y desde esa vivencia de Israel, donde ella asume su maternidad misericordiosa. María conoce la historia de Israel. Y por eso dice, “Él ha extendido su Misericordia de generación en generación y también reza, que Dios se acuerda de su misericordia cuando contempla su pueblo.

Las experiencias que Israel ha vivenciado, a lo largo de su camino como pueblo en torno a la Misericordia de Dios, hay una que es fundante. Y es la experiencia que el pueblo de Dios hace de cara a la esclavitud en Egipto. A lo largo de los siglos se coloca la experiencia fundante de la misericordia del pueblo de Dios, cuando en los tiempos del éxodo, el Señor vio la miseria de su pueblo, reducido a la esclavitud, oyó su grito, conoció su angustia, y decidió liberarlo.

Escuchemos la Palabra; “El Señor dijo; Yo he visto la opresión de mi pueblo que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Si, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios, y a hacerlos subir desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa. A una tierra que mana leche y miel. Al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los prisitas, los gibitas, los jebuseos.

El clamor de los Israelitas ha llegado hasta mí, he visto como son oprimidos por los egipcios. Ahora ve, yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a Israel.

Esta es como la raíz de la gran vuelta de Israel a Dios. Es una decisión de Dios, a partir de la escucha en el corazón de Dios, del clamor y el dolor de un pueblo que, está en situación de esclavitud y de opresión.

Yo he escuchado dolor, el clamor de mi pueblo. Y la palabra misericordia que expresa esta condescendencia que es un ir hasta donde el otro está para sacarlo de ella, mueve a Dios a ir al encuentro de ese dolor, de ese sufrimiento, de esa queja, y liberar a Israel de aquel lugar de perdición, de aquel lugar de desconcierto. De ese lugar de esclavitud. Para eso Dios elige un instrumento suyo. Lo elige a Moisés.

Esta historia se repite a lo largo de todo el camino de Israel.

Y podríamos nosotros decir, parafraseando el texto que acabamos de compartir, que así como en un momento Dios lo envió a Moisés, para expresar su Misericordia, así también Dios ahora, en estos tiempos, ha escuchado el dolor de su pueblo, y nos ha enviado a la Madre de quien va a ser La Misericordia. A María.

María es la madre de Jesús Misericordioso. Dios escuchó el clamor de su pueblo allí, y le puso a Moisés un callao en su mano, para que se abriera camino por las aguas del Nilo; y pasara él y su pueblo, abriéndose un sendero que lo conducía a la tierra prometida.

Dios ha escuchado el dolor de este pueblo, de nosotros como pueblo suyo, y nos ha regalado a María, quien nos lleva un callao en su mano, sino un rosario. Que es el misterio de su hijo, en su mano, el que abre camino y nos hace vencer toda situación de esclavitud, de pecado.

Cuando decimos del Rosario, no hablamos sólo de las cuentas que hacen al instrumento de piedad. Hablamos del misterio que en el Rosario contemplamos. Con María a Jesús. El que viene verdaderamente a liberarnos de toda opresión, de toda esclavitud. De todo pecado.

Es justamente María quien nos acerca desde el rosario, desde la oración del rosario este rostro nuevo de Dios para nuestra vida. El rostro misericordioso. En todos y en cada uno de los misterios, orados y contemplados, tenemos la posibilidad de encontrarnos y emparentarnos con este rasgo, que le da nueva identidad a nuestra persona. La Misericordia.

Dios Misericordioso, se nos presenta a través de las manos de María, y la oración del rosario, como aquel que viene a repetir una historia antigua. Yo he escuchado una historia antigua. Y por eso te envío.

Yo he escuchado el dolor de este pueblo, Madre, y por eso te pongo delante de él. Para que desde tu mano y desde este encuentro de oración, puedan juntos, vivenciar en tu hijo Jesús, la Misericordia.

Nos lo da el Padre en el Espíritu.

Te invito a que vos también puedas encontrar en este día, esos lugares fundantes de la Misericordia de Dios. Eso donde vos dijiste, “aquí Dios me abrazó para siempre, en sus entrañas, me devolvió la vida, y yo puedo, a partir de ese momento decir que, hay en mi vida un antes y un después.

La experiencia de quiebre a favor de la Misericordia, la ruptura con lo que nos hizo vivir el hombre viejo. La aparición del hombre nuevo desde las entrañas de la Misericordia de Dios que se expresa en María.

El pueblo de la Antigua Alianza, conoció su propia miseria.

Al poquito tiempo de haber sido sacado de Egipto, experimentó que el camino de la conversión, no es magia. Que el camino de la vuelta a Dios nos es automático. Cuando después de haber caminado por un tiempo por el desierto y haber sufrido las consecuencias del duro camino, del duro sol, de los grandes fríos, construyeron un becerro. Con Aarón.

Moisés conversaba con Dios cara a cara y al volver con las tablas, escritas por el dedo de Dios, se encontró con que el pueblo, en ese mismo momento en que Dios estaba estableciendo una nueva alianza con ellos, ahora establecida sobre la ley, estaba de espaldas a Dios.

Entonces Moisés rompió la tabla de la alianza, y Dios que no se dejó llevar por la ira ni por la cólera, se mostró ahí mismo. Al toque, como dicen los chicos, como un Dios de ternura; un Dios de Gracia, lento a la ira, rico en Misericordia, fiel, que no se arrepiente de la decisión que tomó.

Es en este punto, donde el pueblo de la revelación y cada uno de sus miembros van a empezar a encontrar, después de toda culpa, la fuerza y la razón para dirigirse al Señor con el fin de recordarle, lo que Él había rebelado de sí mismo. Y para implorar su perdón.

Él es un Dios fiel, un Dios misericordioso. Que nos se arrepiente de la decisión que ha tomado.

Así también en el N.T., la experiencia de vuelta a Dios, de los hombre que perdieron el rumbo, se encuentran bajo la figura de aquel que surgió del ceno de María, la Madre de la Misericordia, Jesús, quien con una palabra con un gesto, y por sobre todas las cosas con su presencia, como hijo de Dios, hecho uno de nosotros, se acerca a publicanos y pecadores, para acercarnos al Reino, al banquete ofrecido para todos. Y particularmente dedicado para aquellos que están más lejos.

Hay textos que son verdaderamente conmovedores. En las parábolas con las que Jesús busca expresar esta novedad, que nos es novedad, porque Israel si algo experimentado de Dios es su Misericordia. Ahora viene a ser, definitivamente sellada, como el rostro real de Dios.

Jesús lo hace estrictamente de un modo tan plástico, tan artístico, en la parábola que la podemos llamar como vos quieras. Del hijo pródigo, del que perdió el camino y volvió, del padre incomprendido, del Padre bueno, o del mayordomo que mete “fichas”, como vos quieras.

Podemos llamarla como vos quieras pero esta rica imagen que nos ofrece el capítulo 15 de Lucas, donde hay una descripción exacta de qué es lo que ocurre, alrededor de un encuentro de uno que perdió el camino, y Dios que lo recupera del camino. La experiencia personal de quien así va volviendo al camino perdido, y lo que ocurre alrededor de él. Lo que pasa en quien bien lo recibe, lo que ocurre en quien no se esperaba semejante gesto, y lo que ocurre en quienes quieren sacar ventajas de situaciones en cada oportunidad.

El mayordomo, todo un personaje a analizar en esta parábola.

Jesús muestra allí, como, para pegar la vuelta, hay que caer en la cuenta como dice el libro del Apocalipsis, a donde has caído. Fíjate hasta donde has caído, y vuelve al primer amor.

De esto se trata, cuando nos reconciliamos encontramos que es nuestra esencia, nuestro ser más íntimo. Reviviendo, respirando hondo; clarificando la mirada, encontrando libertad. ¿O acaso no fue lo que experimentaste cuando dijiste, acá está ocurriendo algo que va a cambiar mi vida? O cuando te diste cuenta de que pasó algo que cambió tu vida. Y que empezó a ser distinta no sólo como un sentimiento hondo y profundo, conmovedor, de la Gracia de Dios que revivió cosas que estaban dormidas, en todos los ámbitos de tu vida. Sino como actitud constante, permanente, de búsqueda de reparación y de reconstrucción, de tomarte la vida entre las manos más en serio, y buscar cambiarla toda ella, en todos los aspectos que hacen a tu ser, de Jesús. Para con vos mismo, en tu salud, en tu situación corporal, en tu situación psíquica-física-espiritual, en tu vuelta a la vida sacramental y en tu compromiso como ciudadano, desde Jesús por hacer del mundo en el que vivís un mundo nuevo. En tu vínculo familiar, en todo, absolutamente en todo lo que hace a tu existencia.

La conversión de la que estábamos hablando, como decíamos recién, no es una pintadita por arriba, barnizada. De un poquito de color más cristiano a la propia existencia, con un ir a misa, rezar un poco más, no pifiarle tanto, hacer buena letra en casa, y con los amigos tratar de mantener una distancia que me permita no caer donde antes caía… No se trata de eso la conversión.

Es una experiencia existencial. Que toca toda tu vida. Y si no todavía no has llegado a saber de qué se trata todo esto de convertirse. De tu Metanoia, es la palabra que habla de transformación desde la raíz misma de la propia existencia. A veces hay experiencias que son fuertes y conmovedoras, emocionalmente que nos sacuden, y porque está tocando algo que en fondo está invitando a ser distinto y a cambiar. Guarda, no sea que esta experiencia de un cierto desborde emocional, se lleve puesto lo importante que está, allí hasta donde llegó. La Gracia te conmovió en lo profundo.

Es la vida la que tiene que cambiar. Claro que la vida tiene en los sentimientos un punto clave. Que moviliza nuestras determinaciones y decisiones. Pero atención, porque puede que hay veces, la emoción, la conmoción, termine por llevarse puesto lo que no se puede llevar puesto para que halla verdadera conversión. Que es la determinación y la decisión de voluntad de cambiar la cosa por la Gracia de Dios.