“Misiono donde Dios me llama”, dijo Diego Gamberini, tecladista del grupo Filocalia

lunes, 25 de mayo de 2020
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25/05/2020 – Diego Gamberini es tecladista del grupo musical Filocalia, que en griego significa “amor de la belleza absoluta”. Vive en La Plata y en diálogo con Radio María presentó el tema “Buen José”, una canción que compuso junto a su novia Paula a san José.  “Nací en Berisso, en el seno de una familia humilde y trabajadora, constituida por mi papá Miguel Ángel, mi mamá María Cristina, y mis hermanos, Natalia y Gastón, mayores que yo, y Emanuel, quién nació algunos años después.  Al año de vida fui bautizado en la Parroquia Nuestra Señora de la Merced, de Ensenada, lugar donde también recibí los sacramentos de la comunión, confirmación e hice mi camino como explorador”, dijo sobre su infancia.

“Antes de cumplir mis 3 años de edad, mis padres decidieron mudarse a la ciudad de Ensenada, lugar donde residimos con mi familia. Ahí hice mis estudios primarios y secundarios. Recuerdo con alegría nuestro hogar, reunidos todos en la mesa, comiendo y compartiendo lo que había, o lo que se podía. Pero gracias a Dios, mis padres nunca nos hicieron faltar un pedazo de pan. Disfrutaba de jugar con mis hermanos. No abundaban los juguetes en casa, pero nos ingeniábamos para divertirnos y pasar un buen rato. Colaborar con la limpieza de la casa o  realizar los mandados, también era una tarea especial, pues cada uno se encargaba de algo distinto, y entre todos, le dábamos una mano a mi mamá. A papá, quien era chofer de larga distancia y estaba poco en casa, lo podíamos disfrutar en algún almuerzo, o cuando tenía su día de descanso. Ahí la alegría era completa, la familia completa en el hogar. Jugué fútbol con mis hermanos en el club del barrio, y ya un poco más grande, compartíamos las actividades parroquiales con mi hermana, quien iba a oratorio” rememoró.

“En Ensenada también es donde conocimos una familia que fue muy especial para nosotros, Beto y Ana. Ellos nos introdujeron en el camino de la fe, invitando a papá y mamá a hacer Cursillo de Cristiandad.  Ese momento fue un giro en nuestra vida cristiana familiar. A los 5 años me senté por primera vez a tocar un órgano que papá tenía en casa. Él vio que sacaba de oído las mismas canciones que el tocaba, y eso le llamaba la atención, y siempre me dejaba practicar un rato”, indicó Diego.

A mis 10 años de edad tomé mi primera comunión, momento que recuerdo con mucha emoción, ya que mientras cantábamos “Jesús, te seguiré”, mi garganta hacía fuerza para contener las lágrimas. Siento que ese mismo día Jesús me invitó a ser su amigo. A los 12 años, me inscribí en el Batallón 14 de los Exploradores Argentinos de Don Bosco, acompañado por Beto. Ahí realicé todas las etapas, de caminante a sol. El paso por el movimiento exploradoril me dejó sellados incontables valores, una marcada formación salesiana, y para destacar, el servicio, como un punto clave en el transcurso de mi vida, el tener un corazón Siempre listo, y el estar siempre alegre, aun en las dificultades. En uno de los últimos encuentros que tuve en mi vida como explorador, teníamos de lema  “Ser Sol, es una vocación para toda la vida”. Y es hasta el día de hoy que siento que es así. Uno nunca deja de ser explorador, uno nunca deja de estar siempre listo, uno nunca deja de servir”, agregó Gamberini.

“A mis 15 años me confirmé, eligiendo a Beto como padrino, aquel amigo de la familia que tanto nos guiaba en la fe. A los 16 años formamos  una banda católica con algunos amigos de la parroquia.  Cuando tenía 18 años comencé a trabajar en un negocio de insumos hospitalarios, ya que la necesidad en casa era grande, y ya no quería ser una carga para mis padres. También a esa edad empecé a estudiar el profesorado de música, carrera que abandoné al año y medio. Nunca pude estudiar música, de chico mi mamá había intentado llevarme a aprender, pero mi poca paciencia y constancia por sentarme a practicar fueron muy grandes, y me inquietud por sacar canciones de oído, mucho mayores”, expresó Diego.

“A los 21 años sentí que debía dar un paso al costado en el batallón y decidí dejar con mucho dolor el movimiento exploradoril. Esto no significó que dejara de participar de las celebraciones eucarísticas, pero si tuve un alejamiento al servicio pastoral. Ya por ese entonces, pasé a formar parte de algunas bandas de cover, y de temas propios, también con muchos amigos. Y de a poco mi fe se fue apagando. Aún así nunca dejé de rezar. Todos los días al despertar y antes de dormir, abría la Biblia que tenía en mi mesa de luz y leía algún párrafo, para ver qué quería decirme Dios. Y camino al trabajo, siempre hacía alguna oración sencilla, confiando a mis santos que me acompañen en ese día. Entre ellos estaban Don Bosco, Santa Cecilia, y la Beata Sor María Ludovica, de quien no conocía su obra, solo verla alguna vez de paso por el Hospital de niños. También, estudiE y me recibí de chef”, manifestó el joven músico.

Cerca de los 32 años, luego de algunas experiencias equívocas, siento un gran vacío en mi interior. Siempre creo haberme sentido en esa época como aquel hijo prodigo que se marchó de la casa del Padre.  He estado hundido en lo más profundo, triste y solo. Sin ganas de nada, abandonado en mí mismo. Con un corazón apagado. Y mis ansias por encontrar una solución me perturbaban, me asfixiaban. Es allí donde hablando con mi mamá, me propone que vaya a San Nicolás, a visitar a Nuestra Señora del Rosario. Mi felicidad fue instantánea, y sentí un gran desahogo. Las palabras de mi madre fueron un caudal de esperanza. Dios, se volvía a hacer presente por medio de mi mamá en la tierra, quien me invitaba a que vaya a reencontrarme con mi mamá del cielo. Y fue ahí que María, me volvió a tomar de la mano. El encuentro fue muy fuerte y especial. Me fui solo un fin de semana a San Nicolás, con un corazón predispuesto a la apertura y al encuentro. Recé incansablemente, lloré a más no poder, y volví a acercarme al sacramento de la reconciliación luego de muchísimos años. Fue Dios, Nuestro Padre, quien corrió a mi encuentro”, dijo.

“Por ese tiempo también tuve la posibilidad de tomar un café con Beto. Él estaba muy preocupado por mí, y quería saber cómo estaba. De hecho aquella mañana me dijo: “Se por boca de mis hijos como estás y todo lo que te pasó, pero quiero que me lo cuentes vos”. Cabe mencionar, que sus hijos son mis amigos. En la charla no olvido sus palabras y una frase que aun resuena en mi cabeza: “Dios te da una nueva oportunidad”. Ahí mismo me dice que empiece a estudiar el profesorado de Teología y Filosofía, pero por mi falta de tiempo en ese momento, me negué.  A lo que me sugirió hacer el curso de catequesis parroquial.  Dos días después, repentinamente, partió a la casa del Padre. El dolor fue inmenso, pero sentía que no podía fallarle, asique fui en persona a la parroquia, para inscribirme en el curso de catequesis. Hoy soy catequista. Empezado el curso, conozco a mi profesora que siempre comenzaba la clase hablándonos de una misión a la que había participado. Y era tanta su alegría con la que contaba lo vivido, que a mí me llamó mucho la atención. Y no había clase que no le preguntara. ¿Qué hacían? ¿Cómo hacían? ¿Dónde había que anotarse para participar? ¿Hay que hacer un curso previo? Tanta fue mi insistencia, que un día me mandó a hablar con la hermana Adriana, una de las responsables del grupo misionero, perteneciente a la congregación Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, y también, Superiora del Hospital de niños, Sor María Ludovica . Bendito el día que toqué el timbre en la casa de las hermanas. Ese día charlamos mucho con Adriana, tomamos mates y me preguntó algunas cosas sobre mi vida. Es ahí mismo, donde  me invita a participar de la misión de verano. Me sumé a las reuniones previas de la misión, fui conociendo a los misioneros, como también empecé a participar de la misa de la capilla del Hospital, colaborando con la guitarra. Servicio que sigo ejerciendo hasta hoy con mucha alegría. Y así emprendí mi primera misión en La Pampa, un enero del año 2014. Desde ahí nunca más dejé de participar en el grupo. Y tuvimos la gracia de misionar en muchos lugares. Bariloche, Neuquén, La Plata, San Justo, Isidro Casanova y hasta el Delta del Tigre”, sostuvo Diego.

Hoy continúo misionando donde Dios me llame, hasta en las pequeñas cosas. Los sábados yendo a misa a la mañana al hospital de niños, donde junto con mi amigo Richard tocamos la guitarra, y desayuno de por medio, si hay que hacer algún arreglo en la capilla o en la casita de las hermanas, lo hacemos. Y los domingos, sirviendo musicalmente junto a mi novia Paula, también en la misa de la capilla. Luego de unos mates con las hermanas, el sacerdote y algún laico que siempre hay, vamos a las salas del hospital, donde solemos ir a cantar un rato con los niños, llevar alguna golosina, o algún regalito. Sigo misionando con el grupo de la misericordia, y hoy, siendo parte de la Pastoral Misionera de la región  Buenos Aires en la congregación. Y con Filocalia lo hago participando en las obras, eventos y celebraciones a las que somos llamados”. Indicó.

Por último, Diego rezó esta oración misionera:

 

Bendito seas Dios por este llamado al servicio misionero

Déjame llevarte a todos aquellos hermanos que te necesitan.

A aquellos que te han olvidado y a quienes no te conocen.

Que estén mis manos siempre listas al servicio,

y mi corazón atento al prójimo.

Que por tu eterno amor, me guíes siempre por el camino del bien.

Y que la misericordia sea nuestra herencia.

Amén.