Padre Nuestro: la oración nos transforma

jueves, 20 de junio de 2019
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Catequesis en un minuto

20/06/2019 – Jueves de la undécima semana del tiempo ordinario

Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados.
No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

San Mateo 6,7-15.

La oración del Padrenuestro nos libera de la esclavitud y nos hace hijos. Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de un modo mecánico. Como en toda oración vocal el Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no solo nos enseña las palabras de la oración filial sino que nos da también el Espíritu por el que ésta se hace en nosotros, como dice Juan, Espíritu y vida. La prueba y posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama Abba Padre, papito como dice Gálatas 4,6.

Nuestra oración interpreta nuestros deseos de Dios, el que escruta los corazones, el Padre quien conoce cuál es la aspiración del Espíritu y que su intercesión en favor de los santos según Dios nos regala ésta posibilidad de liberar el corazón a los deseos grandes con lo que lo más profundo nuestro ser hay nostalgia y anhelo de paternidad.

La oración del Padrenuestro libera el corazón de ésta nostalgia, de ésta angustia, de éste deseo no del todo expresado por la gracia del Espíritu que clama en nuestros corazones, en nuestra interioridad llamándolo a Dios Abba, es decir Padre.

Hay en el corazón nostalgia de paternidad y ¿donde se nota esto? En la ausencia de la vida fraterna, en la ruptura en la vida social cuando vemos las distancias que nos separan de los que deberían ser hermanos que como hemos contemplado estos días siguiendo la Palabra muchas veces aparece como adversarios cuando no como enemigos.

La fragmentación en la vida social es un clamor nostálgico de paternidad universal. El Espíritu que conoce y escruta los corazones nos pone en sintonía con ésta realidad y nos invita a expresarlo desde lo más hondo nuestro para liberar la angustia que supone la ausencia de comunión con la vida de los demás. Dios el Padre viene a sanar la herida profunda que hay en nuestro corazón regalándonos a su hijo Jesús para que en El seamos hijos en el Hijo y podamos expresar desde el Espíritu que El nos ha incorporado a su familia, el clamor con el que siempre se vincula al Padre eternamente Abba Padre, papito.

Si el pecado ha dejado alguna consecuencia grave en nuestro corazón es la esclavitud, es decir esa dependencia que tenemos con todo lo creado que nos inhabilita para trascender en la vida, es decir para estar en comunión con aquel que da sentido genuino a nuestra existencia y entonces no teniendo Dios, esto es lo que hace el pecado, todo se constituye rápidamente como en un dios al cual seguir. Cualquier cosa puede constituirse en dios. Cuando la debilidad de un mortal se hace presente delante de Dios entonces surge de lo más íntimo de nosotros éste ánimo que el Espíritu suscita en el corazón .El ánimo de vivir y vincularnos a Dios como Padre liberándonos de toda esclavitud, de todo pecado. Este poder que el Espíritu nos da nos introduce en la oración del Señor, se expresa en la liturgia tanto oriental como occidental con la bella palabra típicamente cristiana parresia que es simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser amado. La expresión Dios Padre no había sido expresada jamás a nadie, Cuando Moisés le preguntó a Dios quien era El oyó otro nombre; soy el que soy. A nosotros éste nombre nos ha sido revelado en el Hijo porque éste nombre implica de nuevo una nueva realidad, Padre, dice Tertuliano. Podemos invocar a Dios como Padre porque El nos ha sido revelado por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos hace conocer.

Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El, con su Hijo por la vida del Espíritu entonces participamos de la familiaridad de Dios y todo el mundo se nos hace cercano, se rompen las barreras que nos separan, nos hace uno en el Espíritu por ésta oración de clamor interior que tiene el don de la reconciliación escondido a si misma. Lo conocemos y reconocemos con admiración nueva, con la novedad que trae su presencia. La primera Palabra de la oración del Señor es una bendición de adoración antes de ser una imploración porque la gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como Padre, Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su nombre que es paz y reconciliación, por habernos conocido y concedido creer en El, conociéndolo, amándolo, por haber sido habitados por su presencia que nos hace clamar Abba, Padre.

La oración del Padrenuestro nos mueve a la conversión. Este don gratuito de la adopción que Dios hace en la persona del Hijo como Padre nos invita a la conversión continua, es decir que nuestra vida en el Espíritu vaya cada vez más configurándose a la vida de Cristo. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales. Una, el deseo y la voluntad de asemejarnos a El en la persona de su Hijo, la otra, un corazón humilde y confiado. El deseo y la voluntad de asemejarnos a El creados a su imagen y semejanza. La semejanza es la que se nos ha deteriorado, la imagen está intacta.

 

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