Pastoreo y Liderazgo

martes, 24 de abril de 2018
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24/04/2018 – En el mensaje que hoy el Señor nos regala nos invita a asumir nuestra responsabilidad de liderazgo, de conducción, de acompañamiento de las personas que Dios nos confía en distintos ámbitos. Amigos, compañeros de trabajo, compañeros de estudio, hijos, hijas, a veces también cuando los hijos tienen la responsabilidad de acompañar a sus padres por su situación de fragilidad en la salud, todo lo que tiene que ver con el pastoreo, sobretodo si vos sos un agente pastoral en la catequesis o tenés un servicio de caridad en alguna obra que Dios te confía, aquél al que Dios puso bajo tu cuidado.

 

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno, y Jesús se paseaba por el Templo, en el Pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: “¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si eres el Mesías, dilo abiertamente”. Jesús les respondió: “Ya se lo dije, pero ustedes no lo creen. Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí, pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”.

Juan 10, 22 – 30

El pastoreo desde la comunión con el Padre

Una vez más, y de manera parabólica, Jesús sale al encuentro de sus interlocutores quienes cuestionan su lugar dentro de la comunidad de Israel como maestro, pidiéndole y exigiéndole que les manifieste su mesianismo.

Él revela esta condición suya en clave muy simple, muy sencilla, en aquella que en la sencillez le da autoridad al que la ejerce. Jesús se identifica con Dios a tal punto que dice “el Padre y yo somos uno”.

El Cristo, el Mesías, revelado en la persona de Jesús de Nazaret, llama a este lugar de comunión desde el ejercicio de la caridad que se expresa en ese “conocer”. “Yo conozco al Padre y el Padre me conoce a mí, yo conozco a mis ovejas, ellas me conocen, yo las llamo por su nombre, ellas me responden”; es este conocimiento que brota de la caridad. Es la caridad una ciencia que permite ahondar la vida de los demás y la propia vida a fondo, hasta lo profundo, y desde este lugar el ejerce un buen pastoreo, una buena conducción, un buen liderazgo.

Un liderazgo, un pastoreo y una conducción que están marcadas por este signo, el de la caridad. Y entre este estilo de Jesús y aquel que ejercen quienes tienen la autoridad en ese tiempo hay una grandísima diferencia. El habla como quien tiene autoridad, decían quienes lo escuchaban y la autoridad nacía justamente entre la coherencia de su discurso y el ejercicio del mismo en la caridad, particularmente para con los desposeídos de su tiempo. Jesús vive en y desde la fuerza del amor el misterio del Padre que lo pone en contacto con todos, sin excluir a nadie, pero particularmente con los más pobres.

Un verdadero educador, pastor, sacerdote, religioso, catequista, mamá, papá, amigo, compañero de trabajo, vecino, ese don de pastoreo ejercido en cualquier ámbito, supone un contacto con lo eterno, con el cielo como telón de fondo de la vida, como lugar que hay que alcanzar y en la medida que lo hagamos más cerquita lo pongamos más comprensible, a la mano de los demás, sobretodo con el testimonio de la caridad, con el ejercicio del amor fraterno, más accesibles se hacen los caminos para alcanzar la meta y se encuentran más caminos de los que a veces encontramos cuando hemos perdido el horizonte del cielo del telón de fondo del escenario de la vida.

Justamente decimos que lo acercamos cuando ejercemos la caridad, será eso, será amor. “Sólo será amor” dice San Pablo, “todo lo demás va a desaparecer”, sólo va a quedar el amor. Por eso en el ejercicio de la caridad, de la vida entregada al amor, el cielo se pone más cerca.