Pedir con confianza e insistentemente

jueves, 10 de octubre de 2019
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“Jesús agregó: «Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan»”.

 

Lc 11,5-13

 

Pedir con insistencia, predispone el Corazón:

Pidan, busquen, llamen. Estaría indicando este modo de expresión en el evangelio, insistencia. Insistencia en el Clamor. Pidan, busquen, llamen. Como diciendo: no se queden quietos. Muévanse en función de lo que esperan de Dios.

La insistencia orante, acrecienta la capacidad receptiva. Y madura el deseo y despliega el fuego del Amor en nosotros, para encontrarse no sólo con lo pedido, sino por sobre todo con el que dona, el que da lo que estamos pidiendo se nos dé. Léase Dios. Sí, cuando nosotros pedimos y clamamos, llamamos y buscamos con insistencia, lo que hacemos en el fondo, en nuestra capacidad orante constante es disponer la interioridad y el creciente y maduro deseo del fuego del Amor de Dios y, por eso también, en lo pedido llega en su tiempo. Cuando no solamente reconocemos en Dios, aquello que pedimos sino que al mismo tiempo, podemos reconocer al dador de ese don, a Dios.

Porque más importante que encontrarnos con lo que se nos da, es encontrarnos con quien nos lo regaló.

Cuando uno va a la fiesta de un niño y le hace un regalo, un niño que recibe muchos regalos en su cumpleaños. Llega el abuelo, el niño con el fútbol. Y el niño agarra el fútbol, y se olvida del abuelo, y se olvida de los otros regalos, y se olvida (diría yo), hasta de todos los que están; se queda con el juguete que recibió como regalo. ¿Por qué? Porque su madurez afectiva lo vincula a ese objeto casi de una manera única. Casi como ha captado toda su atención este objeto llamado fútbol. Y entonces todo lo demás queda como en una sombra, está allí, pero su vínculo es con el objeto.

Cuando nosotros, de manera adulta, confiamos en Dios, que le pedimos lo que le pedimos, Dios que nos quiere maduros y adultos en nuestra fe, nos da lo que le pedimos. Pero a veces, demorándose en darnos lo que le pedimos, para que no nos quedemos sólo con lo que le hemos pedido, sino que al mismo tiempo y además de recibirlo en gratitud, no perdamos de vista el resto. Particularmente no lo perdamos de vista a Él.

Pedimos salud, pedimos trabajo, pedimos bienestar vincular, pedimos mejorar en nuestra persona. Tener mejor humor, carácter, ser más humildes.

Lo pedido comenzamos a recibirlo en el momento de pedirlo, pero no terminamos de recibirlo en ese mismo momento, sino que esto que dice Jesús “cuando pidan crean que ya lo han recibido”, podríamos traducirlo así, crean que ustedes ya empezaron a recibirlo. Y terminarán de recibirlo cuando la recepción que hicieron de ese pedido, y la insistencia que hacen sobre ese pedido haya madurado de tal manera que, a la hora de recibirlo sea inconfundible el modo de entender que es Dios quien lo dio, que es Dios quien lo donó. Y que más importante que lo recibido es Dios mismo que está detrás de lo que ha dado y ha donado.

 

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