Pentecostés: la revolución del amor

lunes, 21 de mayo de 2007
image_pdfimage_print
Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si por influjo del Espíritu Santo no es movido.

1 Corintios 12, 3

Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama “Abba”, es decir Papá.

Gálatas 4, 6

Nos vamos preparando hacia Pentecostés y nuestros corazones se abren poco a poco en la gracia de renovación en la que el Señor quiere transformar nuestras vidas.

Después de un fin de semana compartido en familia, después de que se han asentado las experiencias de encuentro y de desencuentro, de búsquedas y de caminos que se cierran, de alegría y también de alguna tristeza que por allí se puede haber instalado en el corazón de la vida matrimonial o familiar, después de caminar un tiempo en el fin de semana asentado, podemos decir que necesitamos ser renovados en nuestras vidas. Hay un lugar en donde nuestras vidas necesitan volver a nacer, volver a comenzar, volver a intentar, volver a florecer, volver a intentar.

Pidámosle a Dios, que en el Espíritu Santo venga a hacernos volver a la alegría, a renacer a la esperanza, a renacer al espíritu de lucha, a fortalecernos en el espíritu de la oración, a renovar en nuestros corazones la gracia de la fraternidad, el don de la reconciliación, la capacidad de perdonar, el deseo de volver a empezar.

El Señor nos quiere renaciendo en Él por la gracia que en este Pentecostés se va a derramar en abundancia y es bueno irse preparando para recibirla. Cuando captamos esta necesidad se la planteamos al Señor y el Señor va respondiendo hasta que se derrama efusivamente en Pentecostés una vez más.

El contenido de nuestra catequesis de hoy tiene que ver con el conocimiento de fe a la que el Señor nos llama, a la profundidad del Misterio, “el conocimiento interno de Nuestro Señor Jesucristo”, dice San Ignacio de Loyola en la primera semana de nuestros ejercicios, que sólo es posible por el don del Espíritu Santo.

A Jesús lo podemos haber visto, como ocurría en el tiempo en que caminaba entre nosotros, ahora vive pero está presente de un modo distinto, de hecho podemos estar en las cosas de Dios o lo podemos haber visto como ocurrió hace dos mil años, o podemos tener asiduidad en el contacto con El, pero posiblemente, como nos pasa entre nosotros también, no siempre terminamos de conocernos, de profundizar, de entendernos.

¿O acaso no nos pasa que a veces, viviendo bajo el mismo techo, no nos encontramos?, ¿que estando al lado uno de otro no nos entendemos?, esta experiencia de estar sin vivir en el otro y que el otro no viva en mí ocurre también con el Señor si no recibimos esta gracia en el espíritu que nos da el interno conocimiento de la persona de Jesús y nos permite también a nosotros conocernos más honda y profundamente.

El Espíritu es quien nos precede y nos despierta en la fe y en el conocimiento de Dios, recibimos la Gracia del Espíritu Santo por el don del Bautismo, es el primer sacramento, el de la fe, el de la vida, y tiene su fuente y su origen en el Padre, y se nos ofrece por Jesús.

El Hijo se comunica íntima y personalmente por la gracia del Espíritu Santo, en la comunidad de la Iglesia, son el Padre, el Hijo y el Espíritu quienes actúan para que nosotros seamos incorporados al misterio de Dios y formamos parte de la familia de Dios.

Dios que es familia, Dios que es misterio de Trinidad y de Amor, y el Espíritu Santo, con su presencia y su gracia, es el primero que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es, como dice Jesús, que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo.

“Nadie puede decir:  Jesús es el Señor, dice Pablo, si no está movido por el Espíritu”. Esto es lo que compartíamos al principio en 1 Corintios 12, 3.  También yo me animaría a decir, nadie puede decir quién es él mismo si no está profundamente habitado por el Espíritu de Dios, que tiene esta gracia de penetrar en lo hondo, en lo profundo.

El Espíritu Santo viene a mover nuestros corazones y a preparar el terreno para que podamos recibirlo con una muy buena disposición, para que se derrame efusivamente, para que transforme nuestra vida, vamos disponiéndonos ya desde hoy lunes para que en el fin de semana el Espíritu de Dios pueda actuar y trabajar en nosotros en una muy buena predisposición a recibirlo. 

Nadie conoce lo íntimo de Dios, dice Pablo en 1Corintios 2, 11, sino el Espíritu de Dios, y esto es así. El Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, es el que penetra en el misterio de Dios, de allí la indicación de Gracia que Ignacio de Loyola pide en el comienzo de los ejercicios, en la primera semana, gracia que hay que pedirle al Espíritu Santo.

Pidamos conocimiento interno de Nuestro Señor Jesucristo y de sus sentimientos, para nosotros meternos en Él y llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, pero sobre todo aquellos que tienen que ver con la compasión, con el vivir metidos en los más necesitados, porque compadecerse es sufrir y gozar con el otro, de allí la expresión de Gaudium et Spes en el Concilio Vaticano II, cuando hablando acerca del lugar de la Iglesia en el mundo, dice:  “Los gozos y las esperanzas, las alegrías y las tristezas de los hombres de este tiempo son los gozos y las esperanzas, las alegrías, las tristezas, las búsquedas, los anhelos, los sueños, los deseos y las luchas de los hombres de Iglesia”.

En estos días el Padre Ángel Rossi me compartía en una hermosísima charla que tuvimos unas palabras del Padre Hurtado que decía algo así:  “Nosotros podemos ser testigos del amor de Dios para con ustedes porque conocemos sus dolores, conocemos sus sufrimientos y desde ese lugar nos hacemos sus instrumentos”, como diciendo:  “solamente puede hacer presente el misterio del amor de Dios en el corazón del pueblo el que ha penetrado en el corazón mismo de su pueblo y entiende cuales son sus grietas, cuales son sus sueños, cuales son sus anhelos, cuales son sus deseos, sus horizontes, sus luchas y sus sufrimientos, que no vienen de otro lado sino de esta presencia del Espíritu que penetra lo íntimo de Dios y también penetra lo íntimo del corazón de los hermanos”.

De allí que no puede haber tarea de la nueva evangelización si no es por la gracia de la renovación del Espíritu Santo en nosotros y en la comunidad eclesial en su conjunto.

Cuando Juan XXIII cayó en la cuenta de esto, viendo la movida que el Espíritu realizaba en el ámbito de la pastoral, de la Biblia, en el trabajo social, en la formación, en la teología, en la pastoral en su conjunto, dijo:  “de verdad que se está gestando un nuevo Pentecostés y hay que abrirse en la Iglesia a la recepción de la gracia de una nueva efusión del Espíritu, para que la Iglesia esté a la altura de los tiempos”.

La expresión maravillosa y llena de lucidez del Cardenal Bergoglio en la V Conferencia Episcopal Latinoamericana, dio una claridad absoluta en este sentido, “no estamos cambiando los muebles de la casa, estamos cambiando la casa”.

Una verdadera renovación y transformación toca la raíz de la vida y afecta a la persona toda, como cuando se hace un injerto sobre la planta, lo nuevo que viene no es ni lo que se injerta ni lo que era, es una nueva planta.

Así también nosotros, cuando recibimos la efusión del Espíritu Santo estamos llamados a cambiar de adentro y a ser nuevos, verdaderamente nuevos, que lindo sería despues del fin de semana en el que celebramos Pentecostés, que cuando nos vean nuestros compañeros de trabajo, familiares, amigos, compañeros de estudio, de deportes o vecinos, nos digan: “¡Qué cambiado que estás, que distinto, qué bien que se te ve!”, que sea justamente el signo de la alegría, del gozo, de una actitud nueva y positiva frente a la vida, la que hable de esa novedad, y que los otros puedan a través de nuestro rostro, de nuestra actitud, de nuestros gestos y de nuestro compromiso, descubrir el ADN de aquella transformación que no es otro que el Espíritu de Dios.

Esto se nota cuando hay paz, cuando hay alegría, cuando hay lucha, cuando hay espíritu de oración, cuando hay compromiso de caridad, ojalá podamos terminar de descubrir donde y como estamos llamados a ser transformados, en que y de que manera Dios quiere hacer un camino nuevo en nosotros, hay realidades, particularmente en la vida cotidiana, en la convivencia, donde Dios nos está queriendo soplar su Gracia para que la vivamos en plenitud, por ejemplo el don de la fraternidad, el don del servicio, el don de la alegría, el don de la fortaleza, el don de la pureza, el don de la caridad y el interés por lo que pasa en el mundo de hoy y el don del querer construir un mundo nuevo, el no bajar los brazos, el no ignorar la búsqueda de lo que verdaderamente hace falta.

Ayer leía artículo sobre la nueva trova rosarina liderada por Juan Carlos Baglietto, Fito Paez, Silvina Garré, y algunos más, el artículo los mostraba a ellos mirando hacia atrás y reconociendo en su adolescencia y juventud el espíritu que les hacía ir al Luna Park a tocar por primera vez y tener que elegir entre pagar el flete para que lleve los equipos o comer, y dicen: ¿y por qué lo hacíamos?, porque queríamos cambiar el mundo.

Cuando verdaderamente el ideal es alto, cuando el corazón se mueve con intenciones grandes, cuando a nosotros se nos apaga el fuego de querer transformar las cosas, los sacrificios que hacemos no cuentan, no son tenidos en cuenta porque puede más el sueño, el anhelo, el deseo y la búsqueda, que los límites que nos marca nuestra propia naturaleza, lo que nos parece una locura se va haciendo realidad en la medida que le damos rienda suelta a lo que verdaderamente importa.

Y cuando uno vive en el mundo tiene dos posibilidades, como dice Mafalda: “paren un poquito porque me quiero bajar”, o se acomoda a él y deja que la realidad siga ocurriendo como ocurre y ya nada impacta, es cuando la muerte se ha instalado en medio de nosotros y compartimos con ella sus códigos, o nos quedamos dentro, y permaneciendo dentro decimos y nos decimos, con nuestra actitud y con nuestros gestos de vida, con nuestro compromiso con la realidad: “Hay que cambiar el mundo”, y el Espíritu de Dios viene a encender el fuego.

Es verdaderamente una revolución la que hace falta para cambiar el mundo, la que Teresa de Calcuta proclamaba al final de su vida: “La globalización de la caridad, la revolución del amor, la que el Espíritu de Dios viene a encender con su fuego”.

“El desconocido” se le dice al espíritu, el que no tiene rostro, le ponemos rostro en estos días de la preparación a Pentecostés, en una catequesis que nos va guiando hacia un nuevo vínculo con Él, que nos disponga a recibirlo teniendo noticias de quién es.

Pregunta Pabloa la comunidad de los Efesios: ¿Recibieron ustedes al Espíritu Santo?. Nunca nadie nos habló de El, dice la comunidad. Nosotros no queremos llegar a esa instancia como comunidad que todos los días se reúne para compartir el misterio, sino que de verdad mi anhelo y mi deseo es que vos tengas noticias del Espíritu para que cuando venga sepas quién es el que te visita en Pentecostés y como siendo la promesa del Padre, el que viene a hacer nuevas todas las cosas quiere actuar en vos de una manera nueva, transformarte y hacer de tu vida una vida en Jesús más plena.

Conocemos al Espíritu en la comunidad de la Iglesia por la gracia del Bautismo, se hace presente en la Escritura, en la Tradición viva de la Iglesia en la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales. En el Magisterio de la Iglesia actúa el Espíritu Santo, allí asiste, ilumina y sostiene; en la Liturgia, cada vez que nos reunimos para compartir la Cena del Señor y para celebrar alguno de sus ministerios, en las palabras, en los símbolos, es donde el Espíritu Santo nos pone en comunión con Jesús, con Cristo.

Conocemos al Espíritu en la oración, en la cual intercede por nosotros, como dice la Palabra “con gemidos inefables”, pidiendo lo que nosotros no sabríamos como pedir si no fuera por su presencia en medio nuestro, dentro nuestro, por eso lo invocamos y le decimos “Ven Espíritu Santo, ven, ven y llena nuestros corazones para que podamos encontrar las palabras que necesitamos para vincularnos con el Padre en la persona de Jesús”.

También el Espíritu se hace presente en los carismas, en los distintos ministerios y servicios entre los cuales se edifica el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, en los signos de la vida apostólica, en los signos de la vida misionera, en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de salvación, y vos también descubrir dónde se hace presente el Espíritu en tu vida, a la mañana llenándote el corazón de gozo, de alegría, de entusiasmo y de deseo, a la noche cuando cae la jornada y con la puesta del sol se despierta el corazón a la oración y al encuentro, en el abrazo fraterno, en el compartir la vida con los que Dios te lo permite cada día, en tu trabajo, en el ámbito de la vida familiar, en el sacramento del matrimonio, en el servicio misionero que Dios te invita a hacer en el mundo de hoy.

La presencia del Espíritu a veces se encuentra también mucho más allá del ámbito de la Iglesia, aunque en la Iglesia lo conocemos, es verdad que en el mundo está Jesús con su Espíritu derramado en el corazón de la humanidad.

Cuantas veces decimos “he encontrado el rostro de Dios, por la presencia del Espíritu, mucho más allá de la comunidad en la que estoy, en la celebración litúrgica de la que participo cada domingo”, nos sorprende descubrir a veces que Dios está en ámbitos tan distintos, tan diversos, tan más allá de los lugares en donde nosotros queremos encajonarlo o encorsetarlo.

El Espíritu Santo no es un Dios de menor categoría, es Dios, con el Padre y el Hijo. 

En la misma naturaleza forman el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Son distintas personas y un único Dios.

El Espíritu Santo es inseparable del Padre y del Hijo, también en la vida íntima del Misterio Trinitario, como en su don de amor para con nosotros, vienen juntos, actúa uno y los tres están presentes aunque una parte de la historia de la redención le toque particularmente a uno: el Padre crea, el Hijo redime, el Espíritu Santo santifica, nos hace santos.

¿Qué es ser santo?:  es vivir en plenitud lo que estamos llamados a ser en el proyecto que Dios tiene para nosotros.

Ya tiene un proyecto el Padre, cuando te creó, cuando te formó desde el vientre materno, y antes aún de esto, como le dice a Jeremías, Él tenía un plan, un proyecto para vos, para tu vida, y ese proyecto es de vida en plenitud, que supone una capacidad para darse cuenta de que hay dificultades para ir hacia adelante pero estas dificultades, más que ser un obstáculo que nos frena, son la posibilidad de fortalecer ese mismo proyecto.

El proyecto tiene que ver con la vida más que con el desarrollo de una actividad o el ejercicio de una profesión, tiene que ver con un estado de vida, y para entenderlo hay que leer la historia, entonces el Espíritu viene en nuestra ayuda, viene a llevarnos a hacer realidad y plenitud la lectura de aquello que para nosotros es lo que Dios quiere, el proyecto de Dios.

Y en ese hacer el proyecto de Dios nos vamos santificando, nos vamos haciendo plenos, plenamente nosotros mismos, y en este hacernos plenos en el Espíritu Santo, en este santificarnos, nuestra vida va dando Gloria a Dios y se pone al servicio de los hermanos, es la razón por la cual Dios nos ha creado, para dar Gloria a Él y para servir a los hermanos, allí está nuestra alegría.

Necesitamos renovarnos en este cometido, permitirle a Dios que actúe en nosotros haciéndonos llevar adelante este cometido de plenitud.

Por eso es bueno reconocer donde esta el Espíritu, para entrar en comunión con Él, por eso es bueno hacer alianza con el Espíritu donde el Espíritu está presente por la paz, el gozo y la alegría que deja.

Renovarnos, darnos cuenta donde está y entrar en alianza con Él para que se pueda cumplir en nosotros el plan y el proyecto de Dios.

El Espíritu Santo no es una deidad que se derrama etéreamente, es una persona que vive en medio de nosotros, que está siempre con nosotros, y saber captar su presencia y entrar en comunión con Él es permitirnos en lo cotidiano, en lo de todos los días, hacer nuestro el proyecto de Dios en el aquí y en el ahora.

¿De qué necesito ser renovado?, ¿dónde descubro que el Espíritu Santo está?, y ¿cómo hacemos alianza con Él para que nuestra vida sea plena y santa según el proyecto del Padre?.

Sin mí no pueden hacer nada” dice Jesús, “y para puedan hacer lo que yo les mando les enviaré el Paráclito, que es el Espíritu de la Verdad”.

Sin el Espíritu Santo no podemos hacer nada, en Él todo lo podemos.

Jesús hizo esta experiencia de ser ungido por el Espíritu de Dios, su unción y todo lo que sucede a partir de la encarnación mana de esta plenitud. Cuando por fin Cristo es glorificado puede a su vez, junto al Padre, enviarnos a nosotros el Don del Espíritu que lo ha acompañado toda su vida, durante todo su ministerio.

El Espíritu Santo, el que Jesús prometió, vive en medio nuestro, y en esta celebración de Pentecostés el fin de semana, viene a renovar su presencia, viene a renovarnos a nosotros en Él y viene a derramar en abundancia su gracia, por eso nos queremos detener en esta semana en conocerlo más, para que no nos pase como a los Efesios, y cuando nos pregunten: ¿han recibido ustedes el Espíritu Santo?, no digamos que nadie nos habló de El.

Que podamos en estas catequesis a partir de hoy ir descubriendo el rostro de aquél que aparece como “el desconocido” nos va permitir disponernos a la celebración de Pentecostés de una manera nueva, como cuando para plantar los nuevos plantines en la huerta de la casa necesitamos sacar lo que estuvo puesto antes, dar vuelta la tierra, zarandearla, y después de la zaranda purificarla y en la purificación regarla, y después de que hemos abonado la tierra, entonces sí podemos plantar los plantines que le vayan bien a nuestros canteros y que la pongan linda a la casa.

Pero para eso hay que trabajar la tierra que es lo que hacemos cuando vamos a recibir una gracia que el Señor de algún modo que nos ha anticipado, nosotros trabajamos la gracia generando las disposiciones interiores que nos permitan recibir esa gracia y hagan que estas penetren en el corazón y se asienten verdaderamente en nosotros.

A un vino nuevo le hace falta un odre nuevo, para que el vino no reviente el odre y se pierda.  Así nosotros, para recibir la gracia de este vino nuevo que es la gracia del Espíritu Santo necesitamos trabajar nuestra naturaleza, trabajar nuestra persona, y nos preguntamos: ¿en qué tengo que disponerme para recibir en plenitud el don del Espíritu?, ¿qué parte de mi vida debe cambiar?, ¿qué parte de mi historia debe transformarse?, ¿qué parte de la vida que debe transformarse pueden hacerlo ya anticipadamente por la gracia del Espíritu?, solo al responder estas cuestiones podré irme disponiendo para recibirlo a Él en plenitud en una nueva efusión en Pentecostés. Este es el tiempo y el modo de prepararnos para Pentecostés.