Por el camino de la verdad, libres de máscaras

miércoles, 16 de octubre de 2019
image_pdfimage_print

16/10/2019 – Miércoles de la vigésima octava semana del tiempo ordinario

“Pero ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!». Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros». El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»

Lucas 11,42-46

La verdad nos hace libres, y esa verdad incluye la mía, mi realidad, mi identidad, mis verdaderos intereses, quién soy y para qué vivo. Si yo oculto y disfrazo mi verdad y aparento ser lo que no soy, entonces me quedaré en la superficialidad y no podre llegar a lo profundo.

San Agustín decía. “Que me conozca Señor para que te conozca”. Ocultando nuestra realidad no podemos encontrarnos tampoco con Dios, porque estaremos presentándole a Dios una apariencia. ¿Porqué no tratar de ser nosotros mismos al menos en la oración? Nada mejor que estar ante Dios tal como somos, con nuestras intenciones reales, nuestras miserias, nuestros deseos, sin pretender engañarlo ni ocultarle nuestra verdad.

Nuestra vida en sociedad está llena de máscaras, barnices, adornos, disimulos. Tanto nos acostumbramos a presentar una imagen que llega un momento que ya no sabemos quiénes somos nosotros mismos en realidad. Cuando nos descuidamos, comenzamos a fabricar alguna máscara para evitar los cambios más profundos, o porque no nos atrevemos a ser nosotros mismos.

¿Cuáles son las máscaras que tenemos que entregarle al Espíritu Santo para que él nos libere?

Puede ser la máscara de la fuerza, que nosotros creamos para esconder nuestra fragilidad, en lugar de tratar de fortalecernos por dentro con el poder del Espíritu Santo. Esta máscara nos lleva a mostrarnos agresivos, rebeldes, autoritarios, ambiciosos, pero en realidad, de esa manera solo estamos ocultando nuestros miedos e inseguridades, que siguen haciéndonos daño por dentro.

Otra máscara puede ser la bondad, porque nos gusta que digan que somos buenos y humildes, no toleramos que piensen que somos egoístas u orgullosos. Entonces, para aparentar bondad, nunca decimos que no, siempre hacemos lo que los demás nos piden, nunca discutimos. Pero en el fondo del corazón sufrimos una gran violencia, porque todo eso no es auténtico. En cambio, el Espíritu Santo nos transforma para que nos atrevamos a ser respetuosos y amables, pero auténticos y sinceros, sin pretender dar más de lo que podemos ni esconder nuestras verdaderas convicciones.

Otra máscara muy común es la de la serenidad, como si fuéramos personas imperturbables, que no nos molestamos ni nos enojamos por nada. Pero la procesión va por dentro, y esa ira reprimida termina quemándonos íntimamente y enfermándonos. El Espíritu Santo nos enseña a expresar lo que sentimos, sin agredir a los demás no quejarnos permanentemente, pero sin la vergüenza de manifestar lo que llevamos dentro.

Nunca lograremos el verdadero amor que necesitamos vendiéndonos a los demás, tratando de hacer todo lo que esperan de nosotros para que nos quieran, violentándonos por dentro y tratando de ser lo que no somos.

Si renunciamos a ser nosotros mismos, ellos no amarán nuestro ser real; amarán sólo esa máscara, esa apariencia que hemos fabricado.

No seamos injustos con nosotros mismos y con Dios. Seamos lo que tenemos que ser, nuestro verdadero ser, el que Dios ha creado. Es cierto que tendremos que cultivarnos, pero sin dejar de ser nosotros mismos.

Por eso es mejor dejarnos amar por el Espíritu Santo. Cualquier amor verdadero no es más que un reflejo del Espíritu Santo, que es amor sin límites. Y es un amor que me quiere como soy, y que espera que sea yo mismo. Cuando él me toca por dentro para embellecerme, lo hace respetando esa identidad que él ama. Pidámosle entonces que libere nuestra máscara y haga brillar nuestra realidad más bella.

 

Catequesis completa