¿Por qué criticamos?

lunes, 22 de junio de 2015
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criticar

22/06/2015 – Jesús dijo a sus discípulos:No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes.

¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Deja que te saque la paja de tu ojo’, si hay una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.

Mt  7,1-5

La crítica afecta a todas las personas en cada una de sus áreas. La crítica destruye y perjudica a las personas. Tiene como trasfondo a la bronca y al enojo. La ira actúa como efecto bumeráng y vuelve hacia quien lo hace, destruye a quien busca destruir. Muchas enfermedades psicosomáticas son producto de grandes episodios de enojo que no han salido sanamente, no hemos podido ponerle objeto y palabras. Sacarlo es curar la herida que nos han dejado las situaciones dolorosas de la vida. Debe sacar mi bronca pero no generando más dolor hiriendo a otros, sino conversando con quien corresponda… Como cristiano en primer lugar tenemos que tratar de hablar con Jesús en la oración, y si tenemos con quien conversar que nos pueda acompañar también.

A las palabras se las lleva al viento pero no se vuelve atrás, como cuando se rompe un almohadón al viento… es imposible recuperar todas las plumas. Lo mismo pasa con nuestras palabras tantas veces filosas, agudas y malintencionadas.

¿Cómo hacer para neutralizar? Generando espacios para el diálogo, tomar sanas distancias cuando comienza a surgir la crítica, no minimizando lo que se dice… Ayuda a quien está criticando a que piense en ella misma: “¿por qué querés sacarle la paja al ojo de tu hermano cuando tenés una viga en el tuyo?”.

Algunas causas: frustraciones personales relacionadas con el mal humor y la crítica aflora. Cuando la persona se siente frustrada, sobretodo en ámbitos emocionales, necesita volcar hacia afuera agrediendo y entonces la crítica con espíritu de negatividad que mira lo que falta va ganando el corazón. En la mayoría de las veces se hace inconscientemente. Cuando esto ocurre hace falta

Un adulto que ha sido criticado y juzgado con dureza de niño, lo más probable es que sea así de adulto. De ahí la importancia de cómo educamos a los niños. Suele aparecer el dedo acusador, criticón y desacreditador cuando lo que se pone como exigencia en la vara educativa no está en la medida del educando sino del deber ser. Suele pasar a quienes son idealistas que por momentos son desconsiderados con quienes van haciendo camino. Muchas veces detrás de un gran ideal no contemplamos las posibilidades reales, en donde a lo grande sólo se llega paso a paso. Pasa en las organizaciones con grandes ideales, o en las que trabajan con el espíritu

Las críticas nos roban la autoestima y esto arrastra la vida sobre un lugar de poco gozo y alegría donde no disfrutamos lo que vivimos y se nos amarga el corazón por lo que falta. 

Hay casos en que los papás traspasan o delegan al niño alguna meta que soñaron y no alcanzaron. Como los que gritan en las canchas de fútbol creyendo que sus hijos son super estrellas. Hay padres o maestros que aplican exigencias desproporcionadas en relación a la edad. Y los niños también se frustran llenándose de tristeza.

La crítica lo que hace es frenar los procesos de madurez en las personas y en los grupos. Si neutralizamos su acción insana en medio nuestro lo que hacemos es mirar y construir un futuro esperanzado.

Si yo critico y si dejo rodar rumores sobre determinadas personas, eso me da un cierto poder… suele ser el ansia del poder lo que alimenta la crítica insana, como si el valor de uno dependiera de cuánto me impongo sobre los demás, y para ello, limpio el terreno dominando. En algunos casos las personas hacen de la crítica la manera de “ganarse” un lugar remarcando los supuestos errores o defectos, sobretodo de los superiores.

Hay compulsión en el hablar, como si fuera un deporte. Mientras tanto quedan personas dañadas. La palabra tiene fuerza, poder e implicancias. La palabra tiene fuerza creadora y destructiva.

El peligro de los rumores que van y vienen

 

Cuentan que, una vez, una mujer se fue a confesar con el Santo Cura de Ars, y ella confesó que había regado un chisme tan feo contra una pareja, que había provocado el divorcio de esta. Además, dijo que ella no mataba, no robaba, solo regaba rumores o hablaba de más. Pero, según ella, su falta no era tan grave. Después de esto, ella pidió que la absolviera. El Padre le ordeno a la señora que hiciera algo muy sencillo: comprar una gallina en el mercado y, luego, subir al campanario, comenzar a quitarle las plumas una por una y arrojarlas desde lo alto.

Cuando la mujer terminó de hacerlo, el Santo Cura le dijo que el siguiente paso era ir por las calles del pueblo y recoger las plumas que ella había arrojado desde el campanario de la Iglesia. A lo cual, la mujer respondió que esto era imposible, pues el viento las había dispersado por todo el pueblo. “Así es” le dijo el sabio sacerdote. “De la misma manera, un simple comentario puede ser arrastrado por el viento, destruir el honor de un hombre, y, luego, ya es imposible reparar el mal que se ha hecho. Cuando usted le roba el honor a alguien ya no se lo puede devolver, pues la critica ha volado por todo el pueblo.”

 

 

* Reflexión elaborada en base al material del P. Gustavo Jamut, “El poder destructor de la crítica”

 

 

San Francisco de Asís y el cuidado de la creación

Encíclica “Alabado seas” del punto 10-14

 

“(San Francisco) es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.

Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19]. Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.

Por otra parte, san Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor de tanta belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.

El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar.

(…) Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios»[22]. Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.