Programa 9: El Tercer Milenio en búsqueda de su espiritualidad

martes, 22 de mayo de 2007
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Estamos transitando el comienzo de un nuevo siglo que coincide a su vez con el comienzo de un nuevo milenio. Nos reconocemos en el comienzo de un nuevo comienzo, en un momento singular, inmersos no sólo en una época de cambios sino en un cambio de época, en una “curva” de la historia en la cual -como en toda curva- no se puede ver lo que se ha dejado atrás, ni tampoco lo que aún está por venir.

Nos asaltan preguntas, incertidumbres, dudas, perplejidades, desconciertos pero también todo esto nos impulsa a nuevos desafíos, a emprendimientos de caminos no explorados, al ingenio con creatividad en nuevas y alternativas búsquedas, a retos todavía no asumidos.

Cuando la historia nos permita -en medio de sus sinuosos caminos- transitar más rectamente, contemplaremos con mayor claridad lo que está por delante. Mientras estemos en esta “curva” del tiempo, en la transición de un siglo a otro y de un milenio a otro, prevalecerán los claroscuros y tendremos que vigilar más atentamente nuestro andar para captar las señales del camino.

Mientras navegamos en el tiempo, los creyentes como pacientes peregrinos, tenemos que mantener vivas las palabras del Apóstol San Pablo, válidas para cualquier momento: “… He sido alcanzado por Cristo Jesús, aunque continúo mi carrera por si yo consigo alcanzarlo, sabiendo que no lo he alcanzado todavía. Sin embargo, olvido lo que dejo atrás y me lanzo a lo que está por delante para tomar lo que Dios me ofrece…” (Flp 3,12-15).

También en el “hoy” de nuestro presente tenemos que lanzarnos “a lo que está por delante” y discernir todo lo bueno que se nos ofrece que, por otro lado, es siempre mucho. Todavía hay abundante luz, sólo hay que abrir los ojos y sentirse inundado de tibieza…

 

En medio de esta historia tenemos que sentir el “soplo de Dios” que transita por inescrutables caminos y, saber que «el Espíritu de Dios sopla donde quiere» (Jn 3,8) Ciertamente nadie puede hacer futurología, nuestro profetismo tiene que ver con la esperanza y no con las predicciones y la videncia. Nosotros seguimos expectantes en los primeros años de inauguración del nuevo milenio, aunque todavía no se vean claras muchas cosas

Es preciso hacer un sencillo y fundamental acto de fe en el Dios de la historia, contemplar toda la  realidad bajo su luz sabiendo que el “nuevo milenio se abre como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse…”[1]Tenemos que sumergirnos y bucear en las profundidades abismales de este recóndito “océano” del tiempo, llegar al corazón de nuestra época y de su mundo que ya está salvado por Dios:No es tiempo de detenernos, la esperanza nos tira hacia delante, nos empuja hacia arriba.

Ciertamente existen muchas realidades -en esta globalización de la cultura- que resultan extremadamente preocupantes en el proceso histórico de este presente y que nos afectan directamente. Todas estas cuestiones pueden verse como planteos éticos de nuevas formas en la construcción social del mundo. No podemos renunciar a una mirada comunitaria desde una perspectiva ético-social,  hay que “rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista”.[2]

La fe en el misterio de la Encarnación nos ubica en las coordenadas de la realidad de Dios, del hombre y del mundo. Sólo es posible la esperanza si existe un criterio de aceptación de la realidad. Muchos piensan que basta el optimismo, el buen humor, la ilusión, la fantasía, la utopía, la energía o la “buena onda”. Se puede tener todo eso y no ser verdaderamente esperanzado. La esperanza se define por su adecuación a la realidad, no la disfraza ni la maquilla distorsionándola y caricaturizándola para que sea más “digerible”.

Es conveniente asumir una mirada realista del mundo y comprometerse con él sin ninguna posible evasión, poniéndonos corresponsablemente frente al destino de la historia. Hablamos de una “esperanza ética”. Muchos en la cultura actual postulan una mera esperanza humana, sin ninguna responsabilidad en la construcción solidaria del mundo. La “esperanza ética” nos debe permitirnos actuar con una “ética de la esperanza” en todas las cosas, especialmente en nuestra mirada del mundo y en nuestra participación en él.

Debemos contemplar los escenarios del mundo y sus conflictos con el dinamismo “siempre dramático” que tienen. No hay que cerrar los ojos. Es un mundo “siempre dramático” porque en su construcción interviene la libertad -muchas veces- en conflicto del hombre. La esperanza es compatible con el drama del mismo modo en que son compatibles la fe y las crisis. Esto es posible -desde el horizonte cristiano- porque creemos en un Dios hecho hombre asumiendo el drama del mundo y resolviéndolo desde adentro en la crisis de la Cruz.

Hay un sufrimiento que asciende en círculos cada vez más amplios, abriéndose hacia arriba. En cambio hay otro sufrimiento que se encuentra lastimado y clausurado, encerrado en sí mismo, sin posibilidad de ninguna apertura, mostrando la fatalidad irremediable de la finitud y la contingencia. Esto se puede observar literariamente en todas las tragedias clásicas. Se narran sucesos fatales, desgraciados e infaustos con un desenlace generalmente funesto entre espada, sangre y veneno.

Nuestra esperanza es que Dios se ha hecho hombre. El mundo ya está irrevocablemente salvado; se encuentra absolutamente redimido. Aunque a nuestros ojos aparezca opacado por tantos signos de muerte, la fe nos dice que el mundo ahora es indeclinablemente posesión de Dios; ha entrado definitivamente en el ámbito de la gracia; en el horizonte de lo divino.

Los cristianos en cada fragmento de la historia debemos redimir nuestra frágil esperanza para que   -en medio de los sufrimientos del mundo- siempre estemos sostenidos por un anhelo que no defrauda: Dios sigue soñando en nuestros sueños.

 

Hay quienes piensan que, como mundo estamos tan mal que más bajo no podemos caer y si cabe alguna tímida esperanza es la “esperanza del rebote”. Así como cuando se arroja una pelota para abajo sólo vuelve a saltar hacia arriba en una altura y fuerza proporcional a la caída que tuvo, de igual manera piensan que ésa es la única esperanza que nos queda: La de seguir rebotando después de la caída, con el mismo impulso, proporcional al se tuvo pero en la dirección contraria. 

Ojalá que después de cada caída nos quede el impulso del “rebote” aunque más no sea como “mecanismo” de salida. Sin embargo, eso sólo no basta. Necesitamos la fuerza de una verdadera transfiguración del mundo. No solamente que nos tire hacia arriba sino que también nos empuje hacia adelante. Hay quienes creen que basta con “anhelar que ocurra algo” –ya que la angustia y el estrés, el cansancio y el agobio, las decepciones y las desconfianzas, los escepticismos y las frustraciones, las incertidumbres y los fracasos van erosionando nuestras ultrajadas energías- no obstante, más que una actitud pasiva deseosa de que ocurra algo, tenemos que abocarnos “en hacer efectivamente que algo ocurra”.

Es preciso tener una actitud activa y dinámica. Lo mejor está aún por venir y nosotros desde la fe sabemos que verdaderamente es así. Toda la historia del mundo es un solo adviento. Mientras creemos y trabajamos en medio de nuestras circunstancias estamos expectantes, sabiendo que siempre la suerte puede cambiar, teniendo la convicción -como reza el salmo- que “los que siembran entre lágrimas, cosechan entre canciones” (126,5).

Éste es el aporte que los cristianos en la actualidad podemos dar a una cultura en vertiginoso proceso de transformación. Hay muchos que sostienen que existe una verdadera y profunda “crisis de valores”. En vez de hablar de “crisis” es más apropiado afirmar una necesidad cultural de “re-significar” los valores, darles nuevas y necesarias significaciones para la sensibilidad y el lenguaje de la cultura actual. En vez de sostener una irremediable “pérdida de valores”, tenemos que procurar “nuevos sentidos”. Los valores no están en crisis. Lo que está en crisis -en la actualidad- son los modos en cómo se han vivido hasta ahora. No es cuestión de valores sino de conflicto de culturas por el desfase del tiempo al producirse el cambio de una época a otra. Tenemos que dar con nuevas significaciones acordes a este tiempo para los valores de siempre. La justicia será siempre justicia; lo que tenemos que ingeniar es la propuesta de una significación con la cual la justicia pueda ser verdaderamente un “valor” -algo “valioso”- para el hombre y la sociedad de hoy. Encontrar nuevas maneras -en el traspaso de una época a otra- para el proceso de adaptación a nuevos códigos culturales, otorgando apertura a otros significados, abriendo los espacios vitales a renovados sentidos, lenguajes y perspectivas.

Tenemos que ensayar un diálogo entre el Evangelio y el tiempo histórico que vivimos. Tal vez la tan mencionada “crisis de valores” no sea de nuestra parte otra cosa que pretender hablar con el mundo de hoy utilizando códigos culturales que pertenecen a otra época. Los valores no pertenecen a otra época. Los valores, en sí mismos, no pertenecen a ninguna época. Aunque en cada momento asuman códigos culturales con las características de esa época.

Esta empresa que puede parecer socialmente titánica es un trabajo comunitario, cada uno desde su humilde lugar. Tenemos que intentarlo entre todos: Buscar horizontes más amplios, otros indicios, nuevas señales para continuar el camino…

 

Algunos creen que vivimos en época un tanto desanimada y desabrida, sin sueños, sin esperanzas colectivas, sin ideologías. Un mundo sin “utopías” que impulsen la marcha de la historia.

Ojalá los creyentes de todas las religiones del mundo sepamos mostrar una genuina “audacia profética” y encontremos -entre tantas grietas de la realidad- alguna rajadura que permita el ingreso de la luz. Sabemos que hay transparencias de sueños que sólo renacen después del dolor. Sólo el “factor humano” resolverá la crisis de nuestro mundo. Hay que darnos “otra oportunidad”. Entre los desafíos actuales tenemos el de recrear los sueños mutilados de los hombres que transitan esta hermosa y dramática época. También nosotros podemos -en estas circunstancias- tomar las palabras del Apóstol San Pablo: “… Estamos atribulados en todo, pero no aplastados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados…” (2 Co 4,8-9).  

El nuevo milenio que amanece “es una nueva oportunidad que Dios mismo nos está ofreciendo" (JSH 2)[3]. Estamos andando un tiempo de desafíos históricos y profundas transformaciones. Sabemos que en medio de todas los vaivenes, Dios está presente y nos hace "mirar con esperanza el futuro" (JSH 2). Es preciso ver los signos de vida y de belleza, a pesar de “las sombras que con frecuencia los esconden a nuestros ojos " (JSH 19). Tener miradas de discernimiento realistas y positivas, sin falsas expectativas e ilusiones superficiales, con sentido crítico y, a la vez, esperanzador. Sólo así es posible "trabajar en la edificación de un mundo cada vez más humano" (JSH 16).

 Este tiempo es un regalo que la Providencia de Dios nos concede. Por algo estamos viviendo en este instante de la historia. Este tiempo se llevará de nosotros la marca que podamos en él imprimir. No lo desaprovechemos. Sólo dura lo que nosotros duramos.

       Si así vivimos la esperanza -entonces- surgirá como “la otra cara”, el “reverso” de la crisis. En definitiva, tenemos que darnos cuenta que –de parte de Dios- el mundo está llamado a ser más feliz y nosotros estamos en el mundo para eso.

 

Oración ante el Tercer Milenio que comienza…

Querido Jesús

Señor de la historia y Dios Peregrino,

nuestro Camino está en el tuyo.

Nos toca en este mundo y este tiempo

ensayar una mirada de dilatada esperanza

tan vasta como tu corazón.

Te pedimos que tu Madre

-Mujer del Nuevo Milenio,

Estrella de esta reciente aurora,

Lucero virginal de la alborada

y Centinela de este reciente amanecer-

nos regale el nacimiento de una buena nueva para este tiempo.

Nosotros creemos que la esperanza es aquél soplo de tu belleza

que se levanta sobre la bruma del mundo

y nos invita a seguir bendiciendo la luz.

Esa luz sin ocaso que eres Tú,

Señor que siempre brillas.

Amén.

 

Hay una esperanza que Dios hace nacer para cada momento del mundo. Nada está perdido. Todo está salvado de parte de Dios. Cuando hay oscuridad es porque hemos cerrado los ojos del alma. Este tiempo tiene su propia oportunidad. Posee su gracia de parte del Espíritu. Estamos en el hoy de la fe, en el mañana de la esperanza, en el siempre del amor. Hay que abrir el arcón y descubrir los secretos. Hay que interpretar los signos. Hay que deletrear las palabras escritas en el libro de Dios. Lo que viene es siempre una profecía, una promesa por cumplirse. Dios está siempre en la historia. Hoy la está escribiendo, ¿quién de nosotros la está leyendo?…



[1] Juan Pablo II, NMI, 58.

[2] Ibíd. Nº 51-52.

[3] Conferencia Episcopal Argentina, “Jesucristo Señor de la Historia”.