¿Quién es mi prójimo?

lunes, 5 de octubre de 2020
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05/07/2020 – En el Evangelio del día, Lucas 10, 25-37, el texto nos sale al encuentro con la parábola del Buen Samaritano. Jesús nos muestra a un hombre que ha sido víctima de un asalto y ha quedado mal herido. Muchos judíos pasan a su lado pero pasan de lado, ignorándolo. Un buen hombre de Samaría, al pasar se detiene, lo carga sobre sí, lo lleva a un albergue haciéndose cargo de su recuperación, poniéndo inclusive de su dinero para conseguirlo.

Allí el Señor nos invita a detenernos, en el camino, para dar de nuestro tiempo, de nuestro dinero. Nos exhorta a comprometernos porque la realidad de la pobreza es grande y solamente si nos ponemos manos a la obra para curar las heridas, podremos encontrar el futuro mejor al que aspiramos.

18 millones de argentinos viven debajo de la línea de la pobreza,  allí somos invitados a servir y dar lo mejor que tenemos: tiempo, compromiso y  dinero, el poco o mucho que tengamos para ayudar a los que menos tienen.

 

 

 

“Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?». Jesús le preguntó a su vez: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?». El le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo». «Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida». Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?». Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino. Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: “Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver” ¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?». «El que tuvo compasión de él», le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: «Ve, y procede tú de la misma manera».

Lucas 10, 25-37

 

El doctor de la ley pregunta a Jesús sobre lo que es necesario para heredar la vida eterna, y Jesús “le invita a encontrar la respuesta en las Escrituras”: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo».

Sin embargo, había diferentes interpretaciones de quién debía ser entendido como “prójimo”. De hecho, ese hombre todavía pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?” Jesús responde con la parábola del Buen Samaritano:

«El protagonista de la breve narración es un samaritano, que a lo largo del camino encuentra a un hombre, robado y golpeado por ladrones, y cuida de él. Sabemos que los judíos trataban a los samaritanos con desprecio, considerándolos extraños al pueblo elegido. No es, pues, una coincidencia que Jesús escogiera precisamente a un samaritano como personaje positivo de la parábola».

También quien no conoce a Dios puede actuar según su voluntad

Escogiendo a un extranjero Jesús quiere superar el prejuicio, demostrando que “incluso uno que no conoce al verdadero Dios y no frecuenta su templo, es capaz de comportarse según su voluntad, sintiendo compasión por el hermano necesitado y socorriéndolo con todos los medios a su alcance”.

Por ese mismo camino, antes que el samaritano, habían pasado un sacerdote y un levita sin detenerse, probablemente para “no contaminarse con su sangre”. La reacción de estas personas, “dedicadas a la adoración de Dios”, fue de anteponer “una regla humana ligada al culto”, a saber, el no contaminarse con la sangre, al “gran mandamiento de Dios”, que, sobre todo, “quiere la misericordia”:

«Jesús, pues, propone como modelo al samaritano, precisamente uno que no tenía fe. También nosotros pensamos en tanta gente que conocemos, quizás agnóstica, que hace el bien. Jesús escoge como modelo uno que no era un hombre de fe. Y este hombre, que ama a su hermano como a sí mismo, muestra que ama a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas – ¡el Dios que no conocía! – y al mismo tiempo expresa la verdadera religiosidad y la plena humanidad».

Jesús invierte nuestra lógica

«¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de ladrones?». Con esta respuesta de Jesús a su interlocutor, tras la narración de la breve parábola, el Maestro “invierte nuestra lógica”. Esto porque nos hace comprender “que no somos nosotros los que, a partir de nuestros criterios, definimos quién es prójimo y quién no, sino que es la persona en necesidad quien debe ser capaz de reconocer quién es su prójimo”. Es decir, “quién tuvo compasión de él”:

«Ser capaces de tener compasión: esa es la clave. Esta es nuestra clave. Si no sientes compasión frente a una persona necesitada, si tu corazón no se conmueve, significa que algo anda mal. ¡Está atento, estemos atentos! No nos dejemos llevar por la insensibilidad egoísta. La capacidad de compasión se ha convertido en la piedra de comparación del cristiano, ante la enseñanza de Jesús. Jesús mismo es la compasión del Padre por nosotros. Si vas por la calle y ves a un sin techo tirado allí, y pasas sin siquiera mirarlo tal vez, o si piensas: “Bueno, es el efecto del vino, es un borracho”, pregúntate a ti mismo no si ese hombre está borracho, pregúntate si tu corazón no se ha endurecido, si tu corazón no se ha convertido en hielo».

Ser capaces de tener compasión como Dios

«Esta conclusión indica que la misericordia hacia una vida humana en estado de necesidad es el verdadero rostro del amor. Así se llega a ser verdadero discípulo de Jesús y se manifiesta el rostro del Padre: “Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Es así como el mandamiento del amor a Dios y al prójimo se convierte en una regla de vida única y coherente».

“ Dios, nuestro Padre, es misericordioso, porque tiene compasión; es capaz de tener esta compasión, de acercarse a nuestro dolor, a nuestro pecado, a nuestros vicios, a nuestras miserias ”.

 

Fuente: Papa Francisco, Ángelus 15 de Julio 2019