San Juan de la Cruz: ordenar la casa

viernes, 10 de junio de 2016
image_pdfimage_print

10/06/2016 – Continuamos recorriendo el camino de San Juan de la Cruz en su “Noche oscura”.

“Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, lo tengo por pérdida, a causa de Cristo. Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a Él, no con mi propia justicia -la que procede de la Ley- sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe. Así podré conocerlo a Él, conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a Él en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos. Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia delante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús”.

Filipenses 3,7-14

 

 

San Juan de la Cruz explica en la “Subida al Monte Carmelo” lo que expresó en “Noche Oscura”: “Para que un alma llegue al estado de perfección, ordinariamente ha de pasar primero por dos maneras principales de noches, que los espirituales llaman purgaciones o purificaciones del alma, y aquí las llamamos noches, porque el alma, así en la una como en la otra, camina como de noche, a oscuras. La primera noche o purgación es de la parte sensitiva del alma (…). Quiere, pues, en suma, decir el alma en esta canción que salió -sacándola Dios- sólo por amor de él, inflamada en su amor, en una noche oscura, que es la privación y la purgación de todos sus apetitos sensuales acerca de todas las cosas exteriores del mundo y de las que eran deleitables a su carne, y también de los gustos de su voluntad. Lo cual todo se hace en esta purgación del sentido”. (1)

Es decir que llama “noche” al proceso de purificación o la vía purgativa. Y agrega: “por tres cosas podemos decir que se llama noche este tránsito que hace el alma a la unión de Dios. La primera, por parte del término donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre. La segunda, por parte del medio o camino por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término adonde va, que es Dios, el cual, ni más ni menos, es noche oscura para el alma en esta vida. Las cuales tres noches han de pasar por el alma, o, por mejor decir, el alma por ellas, para venir a la divina unión con Dios”. (2)

En base a esto, se pueden hacer algunas distinciones. La primera noche es una noche de los sentidos; es decir, hay una cierta extrañeza en el modo de percibir las cosas: en lo que antes la persona se sentía cómoda, como pez en el agua, ahora comienza a sentir que su alma no está saciada. Se siente como en la noche; esta es la noche de los sentidos. En este estadio, la persona comienza a variar el modo de apreciar y de vincularse con las cosas que rodean su sensibilidad. Se deja de gustar lo que antes se gustaba y se desea tener un mayor gusto que vaya más allá del encuentro con la manera sensible de vincularse a las cosas. Así se siente el que va peregrinando por estas noches, como si pasara por un mismo paisaje pero no lo reconociera, porque Dios lo va llevando por otro camino mientras lo va transformando. La persona que ha iniciado este proceso empieza a sentirse raro por no apreciar y sentir lo que antes gustaba; y, al mismo tiempo, la sensibilidad, el vínculo con la propia realidad a través de los sentidos, comienza a purificarse.

La segunda es la noche de la espiritualidad, la cual va guiada por la fe; es lo que San Juan llama la “noche oscura de la fe”. En tanto, la tercera es la “noche establecida sobre el mismo Dios”; en este estadio se percibe que es más lo que no se conoce que lo que se conoce de Nuestro Señor. Aquí, Dios es un misterio siempre a develar. El converso que va avanzando en las noches percibe que ya tiene algo de luz acerca de cómo es lo divino, pero lo poco que sabe es nada frente a lo mucho que le queda todavía por descubrir acerca de Dios. Y, desde esta perspectiva, también hay noche.

Una cuarta noche es el modo de ver a Dios, actuando más allá de nosotros mismos. En este caso, se aprecia a Dios operando en nuestras vida, casi sin que nos demos cuenta. Sin embargo, lo que se ve es que el Señor se mueve activamente en todo nuestro ser, llevando adelante las cosas sin que nosotros hagamos mucho en ese sentido.

 

San Juan de la cruz

 

Sosegar la casa

Dice Juan de la Cruz que “estas tres partes de noche son una noche; pero tiene tres partes, como la noche. Porque la primera, que es la del sentido, se compara a prima noche, que es cuando se acaba de carecer del objeto de las cosas. Y la segunda, que es la fe, se compara a la media noche, que es totalmente oscura. Y la tercera, al despidiente, que es Dios, la cual es ya inmediata a la luz del día”. (3)

La primera noche es cuando se va el sol y en la penumbra no se puede diferenciar entre objeto y objeto. La segunda noche implica que los sentidos, puestos ya en un lugar distinto de percepción de la realidad y de sensibilidad para el encuentro con ella, van dejando lugar a la fe como la que realmente guía todo el camino. La tercera -es decir, la noche avanzada o principio de la aurora- sería como la noche de los discípulos en el mar de Tiberíades que narra el Evangelio, cuando habiendo llegado ya la madrugada y sin pescar nada, mientras la aurora mostraba un hombre que estaba en la orilla diciéndoles “muchachos, tiren la red a la derecha”, obedeciendo por la fe, recibieron la luz de la gracia de la Resurrección y la cercanía de Dios.

Una cosa a tener en cuenta es que la noche – en el sentido que lo plantea San Juan de la Cruz- puede transcurrir a lo largo de un día o puede pasar por etapas. No es que en esto haya un orden cronológico, sino más bien un orden por secuencia, según como Dios lo va construyendo. Al final del proceso se dará una consolidación en Dios, tras el ascenso a la cima, cuando se llega a la unión más profunda con Él. A este lugar sagrado llegaron Juan de la Cruz y Teresa de Jesús y, al igual que todos los santos, entendieron que a donde Dios llama no es a cualquier lugar, sino al profundo encuentro en comunión y unión con Su Persona, en desposorio interior con Él.

En uno de sus poemas, afirma San Juan:

“En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada”. (4)

 

¿Qué quiere decir cuando manifiesta que la casa estaba sosegada? Es justamente la culminación de este proceso de purificación de los sentidos y lo explica así: “Estando ya su casa sosegada, conviene a saber, la parte sensitiva, que es la casa de todos los apetitos, ya sosegada por el vencimiento y adormecimiento de todos ellos. Porque hasta que los apetitos se adormezcan por la mortificación en la sensualidad, y la misma sensualidad esté ya sosegada de ellos, de manera que ninguna guerra haga al espíritu, no sale el alma a la verdadera libertad, a gozar de la unión de su amado”. (5)

Sobre esto, Santa Teresa de Jesús dice que a veces la sensibilidad se traduce en imágenes diversas que llevan nuestra mente de aquí para allá. Hay mucha inestabilidad cuando hacemos depender nuestro vínculo con lo trascendente de las emociones y erróneamente consideramos que por no sentirlo a Dios en determinado momento, Él no nos está acompañando en el camino. En todo caso, lo que se debe hacer es tener un alma más sensible, sencilla y contundentemente capaz de captar el modo con el que Dios nos va guiando. Así, la “casa queda sosegada”, al decir de San Juan de la Cruz, cuando la sensibilidad con la que nos vinculamos en nuestro camino del seguimiento del Señor se va purificando y se va ordenando nuestra afectividad.

La persona ha logrado un cierto orden en sus pasiones y en sus afectos, con un vínculo ordenado con las cosas y consigo mismo. Cuando nuestro vínculo con lo trascendente está sostenido en demasiada sensibilidad afectiva se complica. San Ignacio habla del gustar interior. A veces la “sensibilidad a flor de piel” se ve atrapada en imágenes que no colaboran en nada con el trato con el Señor. Así nuestra relación con Él queda enclenque y va a ir dependiendo a “si me pinta o no” “si siento o no”. Esta relación con el Señor es la que hay que ordenar para no quedar a la merced de los vientos, sin un timonel que conduzca la barca. 

A la casa hay que sosegarla de manera constante, porque nuestra sociedad también exacerba la sensibilidad artificial en el mercado, a través del marketing por ejemplo, hiriendo la sensibilidad. Tenemos que crear el tiempo para el silencio, para el buen reposo y que así el alma esté en calma. No podemos salir al mundo del trabajo y de la sociedad de cualquier modo, sino con alma sosegada.

El poema de San Juan de la Cruz dice que Dios puso al alma inflamada. ¿Por qué “por amores inflamada”? El alma está inflamada sólo porque el Señor nos da su amor para poder caminar en la oscuridad de la fe, privándonos de una sensibilidad superficial para ir sobre un nuevo modo de sentir. En este proceso de transformación interior es donde se van purgando y purificando todos los apetitos sensuales sobre las cosas exteriores, que nos presenta el mundo; los deleites de la carne y los gustos de la voluntad comienzan a perder importancia.

Así lo explica San Juan de la Cruz:

“Dice, pues, el alma que con ansias, en amores inflamada pasó y salió en esta noche oscura del sentido a la unión del Amado. Porque para vencer todos los apetitos y negar los gustos de todas las cosas, con cuyo amor y aficción se suele inflamar la voluntad para gozar de ellos, era menester otra inflamación mayor de otro amor mejor, que es el de su Esposo, para que, teniendo su gusto y fuerza en éste, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros. Y no solamente era menester para vencer la fuerza de los apetitos sensitivos tener amor de su Esposo, sino estar inflamada de amor y con ansias. Porque acaece, y así es, que la sensualidad con tantas ansias de apetito es movida y atraída a las cosas sensitivas, que, si la parte espiritual no está inflamada con otras ansias mayores de lo que es espiritual, no podrá vencer el yugo natural, ni entrar en esta noche del sentido, ni tendrá ánimo para quedarse a oscuras de todas las cosas, privándose del apetito de todas ellas”. (6)

Cuando el pueblo de Israel camina por el desierto se ve guiado por una columna de fuego que lo acompaña en el camino. De alguna manera nosotros, mientras salimos en la búsqueda de la plenitud, necesitamos ir también guiados por la luz, el fuego del Amor que nos conduce en la noche. Es el amor de Dios que habiendo puesto nuestra casa en orden se manifiesta con mayor claridad, y así en las noches podemos guiarnos como si estuviéramos en plena luz del día. Es frágil nuestra naturaleza, que el apetito sensible, osea nuestra sensibilidad, necesitamos de mucho trabajo para poner el alma en sosiego. 

Así, quien va recorriendo este camino de ascenso espiritual, va dejando de lado un modo de querer y de gustar y comienza a recorrer un sendero nuevo, guiado por Dios. En la sociedad en la que vivimos es tan fuerte la perspectiva hedonista imperante, que debemos hacer un gran trabajo de purificación en este sentido. ¿Qué es el hedonismo? Es vivir el placer como un valor absoluto que guía la vida. Esto puede afectar la espiritualidad. Así, una persona puede realizar esta reflexión: si yo siento y me emociono, entonces camino; si dejo de sentir y de emocionarme, entonces ya no puedo caminar, porque pareciera que Dios se ha corrido de mi corazón está imposibilitada para caminar.

Pasa que mi dios no es el Dios verdadero, sino que constituí en dios a mi experiencia trascendente y me quedé con la sensibilidad exacerbada de lo que significó el paso de Dios en mi vida. Pero no me animé a dar un paso más allá, hacia donde Dios me quería conducir. Entonces, como hijo de este tiempo que exacerba lo placentero y hedonista, no puedo dar un paso más allá porque mi dios es el placer. Sin embargo, tengo que aprender a gustar de un modo distinto. No se trata de no gustar, sino de gustar la presencia de Dios de un modo distinto. En esto sirve de mucho la indicación de San Ignacio: “No el mucho hablar harta y satisface el alma, sino en el gustar interiormente las cosas de Dios”. 

 

Padre Javier Soteras

 

Citas:
1- MAXIMILIANO HERRAIZ GARCIA o.c.d – San Juan de la Cruz, obras Completas – Ediciones Sígueme (Colección El rostro de los santos) – Salamanca, 1992 –  pág. 150-151.
2- Ib. pág. 152-153.
3- Ib. pág. 154.
4- Ib. pág. 190.
5- Ib. pág. 190-191.
6- Ib. pág. 190.