San Pablo y una espiritualidad del discernimiento

viernes, 1 de agosto de 2008
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Examínenlo todo, y quédense con lo bueno.

1 Tesalonicenses 5; 21

Para alcanzar el discernimiento le pedimos a Dios la gracia interior de la docilidad, de dejarnos guiar y llevar por su Espíritu que nos muestra los caminos. Que ponga orden en nuestra vida y que nos enseñe a vivir según su Voluntad.

El discernimiento de espíritu es el conocimiento íntimo del actuar de Dios en el corazón de cada uno de nosotros. Es un don del Espíritu Santo y un fruto de la caridad. Estas dos dimensiones, gracia espiritual, don del cielo y ejercicio conciente y libre a partir de ese don de la caridad, es lo que nos va a permitir descubrir de qué se trata esa gracia que Pablo recibió profusamente de parte de Dios como don divino llegado del cielo y ejerció con tanta lucidez, a la vez que trabajó con mucha dedicación para poder, en medio de todos los desafíos que el Señor le ponía por delante, descubrir los cómo, los por dónde, los con quién recorrer los caminos que Dios le pedía abrir con Él.

El Apóstol Pablo, en Filipenses 1 9-11 dice: “Y en mi oración pido que el amor de ustedes crezca cada vez más en el conocimiento y en la plena comprensión, a fin de que puedan discernir lo que es mejor. Así serán encontrados puros e irreprochables en el Día de Cristo.”  Cuando el amor crece en nosotros, nos da la medida justa del juicio que debemos tener sobre los acontecimientos para que, eligiendo bien, obremos como Dios quiere que obremos.

No es algo fácil, sino que supone vida interior, vida de oración y caridad. No se trata de un método para descubrir la voluntad de Dios, sino de un modo de madurar nuestra fe y de vivir según el Espíritu Santo.

El discernimiento de espíritu puede referirse a nuestra conducta personal, a nuestras actitudes espirituales, al campo de nuestras opciones concretas. También se aplica a la conducta global de la comunidad cristiana, a la lectura de los movimientos de espiritualidad y al ejercicio de la vida pastoral en la comunidad eclesial, a las tendencias de renovación dentro de la Iglesia, a las diversas ideologías que atraen a los hombres de nuestro tiempo, a las corrientes de pensamiento, a las líneas de acción.

Todo esto puesto bajo la mirada del Espíritu, nos permite descubrir qué viene de Dios y qué no, para quedarnos con ese camino que Dios transita, entre luces y sombras en medio nuestro. Y apartarnos de todo aquello que no habla de la presencia de Dios que guía y conduce, sino que proviene de aquellas fuerzas que operan detrás de toda acción e impulso que desvía del camino de Dios: la fuerza de la concupiscencia de la carne, que es el ser humano herido bajo el signo del pecado; la presencia del espíritu del mundo en el que vivimos, que niega la luz de Dios y prefiere permanecer en las tinieblas, que se opone al proyecto de Dios y ese ambiente lejos de Dios, que nos influye también a nosotros en nuestra manera de leer y de ubicarnos en la realidad. Apartarnos también de la acción directa del maligno operando en las sombras, escondido, siempre al acecho, que ronda buscando a quien devorar (como dice el Apóstol Pedro en la primera de las cartas), y por eso debemos estar atentos.

Estas fuerzas de la acción del mal espíritu operantes en tiempos distintos, buscan apartarnos de ese camino que Dios quiere para cada uno de nosotros, porque allí está la felicidad. Debemos, entonces, aprender a leer los movimientos interiores que nos conducen según ese camino de Dios y apartarnos tanto del espíritu del maligno que opera en nosotros cuanto del espíritu del mundo que niega a Dios y resiste a su proyecto, cuanto de la fuerza de la concupiscencia de la carne que -dice el Apóstol Juan- también trabaja resistiendo a la tarea de la presencia del Dios vivo.

El discernimiento es una gracia carismática. Eso significa que es un carisma, un don del cielo, una gracia que viene de lo alto y que trabaja en nuestro corazón, que nos da una luz de repente para penetrar casi intuitivamente sobre una realidad que nos permite leer los acontecimientos y nos dice por dónde ir. Es una gracia interior, una moción recibida sin previo aviso que nos muestra, nos abre el andar. El camino de la oración, de la caridad, de la vida interior ajustada según los valores del Evangelio y particularmente la vida de la caridad como el camino que Dios nos muestra son los que nos ponen bajo el foco de esta luz y nos hacen caminar por donde Dios nos invita a ir.

El discernimiento es por una lado una gracia carismática, un don del Espíritu; y es también una habilidad que brota y se desarrolla desde la caridad, desde el amor.

El discernimiento como carisma
El discernimiento como carisma es un don gratuito del Espíritu Santo. San Pablo lo menciona en 1 Cor. 12, 10 “otro reconoce lo que viene del bueno y del mal espíritu”. Está hablando de estos dones carismáticos que Dios reparte en la Iglesia para que cada uno de ellos actúe a favor y en bien de todos. Entre todos estos dones está éste tan maravilloso de discernir entre lo bueno y lo malo. Como todo carisma, está dado de manera gratuita por parte de Dios, a alguna persona cuando lo juzga oportuno o para el bien de la comunidad.

El Padre Aldunate definía a este don de la siguiente manera: el carisma del discernimiento de espíritu es una iluminación divina o una manifestación del Espíritu Santo por la que reconocemos cuales espíritus están motivando o impulsando determinada actuación; y se nos concede para proteger del engaño a la comunidad y para guiarla por el buen camino. Como un mensaje que viene de afuera, que no surge de la persona misma sino que se forma súbitamente en la mente y de manera espontánea y completa, permite tener una visión sobre lo que está ocurriendo. No depende de la iniciativa, del esfuerzo o de los conocimientos previos. Lleva una propia convicción. No se trata de perspicacia, de instinto sicológico. Tampoco es el espíritu crítico con el que a veces se a confundido al discernimiento.

Este don del Espíritu permite conocer con certeza si un impulso, una actuación, provienen o no del Espíritu de Dios. Es dado en general a la comunidad, y a las personas en particular, cuando estamos en oración. Es un medio por el que Dios da a conocer el origen de lo que está sucediendo en un grupo, una reunión de personas, en un ejercicio de algún carisma. Esta iluminación se da para provecho del cuerpo de Cristo que es la comunidad de la Iglesia. Puede darse en forma colectiva, que es la más corriente. Cuando el grupo está en oración, unido en el espíritu, siente instintivamente lo que es o no de Dios.

Según Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, es un cierto instinto sobrenatural que permite sentir la dulce presencia del Santo Espíritu cuando es Él quién actúa, o que experimenta la desazón que produce la presencia del espíritu del mal.

“Nosotros, decía Pablo en 1 Corintios 2, 12 no hemos recibido el espíritu que viene del mal, sino el Espíritu que viene de Dios, para que reconozcamos los dones gratuitos que Dios nos ha dado”.  San Pablo está hablando aquí de la gracia del discernimiento interior. El Espíritu en nosotros reconoce al Espíritu en el hermano. Es una gracia de penetrar también en la vida de los demás, no por un razonamiento intelectual según nuestra experiencia previa, sino más bien es como una certeza interior semejante a la inspiración profética. Se siente en el espíritu que algo es o no es de Dios.

Para que no nos quedemos con una primera impresión, para no dejarnos confundir por nuestra propia naturaleza herida que tiene una cierta manera de ubicarse frente a las cosas, para que verdaderamente lo que hagamos como lectura corresponda a lo que Dios está queriendo mostrar, a esta intuición interior deben acompañarla signos externos que hablan de aquello que interiormente hemos recibido como inspiración en el momento de ver lo que se está viendo y de descubrir lo que se descubre: que algo verdaderamente viene de Dios o es algo que está lejos de pertenecerle a Él. En este sentido, la confirmación en signos de las mociones interiores son las que van permitiendo avanzar según el modo en que Dios quiere que avancemos.

Por eso, debemos considerar tres grandes aspectos de este don carismático de discernimiento. Por un lado, la gracia de inspiración interior que nos viene dada de afuera. Esta gracia, que es tomada por nuestro corazón, genera paz, alegría, gozo (por más que lo que se nos muestre no sea tan fácilmente reconocible bajo estos estados); tiene además que estar acompañada por algún signo externo que hable de aquello mismo que estamos recibiendo como inspiración. Y al mismo tiempo es bueno ponerlo bajo la consideración de la comunidad.

Por ejemplo: cuando una persona siente que está llamada a consagrar su vida a Dios, como sacerdote o religiosa/o, lo primero que hace –en el proceso de discernimiento- es compartir el sentir interior, qué es lo que la persona sintió en la presencia de Dios para decir que Dios la está llamando a consagrar su vida. Lo segundo es considerar los signos concretos. Pedir signos externos que hablen de aquello mismo. Por último, poner bajo la mirada de la Iglesia, de la comunidad, estos signos internos y externos para que ella confirme o no, o pida mayor tiempo para discernir.

Cuando la Virgen se le aparece a Bernardita y ella dice que una luz en la montaña de Lourdes ha tomado todo su ser y que una mujer la invita a rezar con Ella el Rosario que tiene entre sus manos, no se sabía si aquel acontecimiento era una fantasía, una proyección, un deseo, un anhelo, una mentira. Por el gozo, por la alegría, por el hecho de que otra gente comenzaba a acercarse a aquel lugar, fue que de a poquito se fue abriendo un camino.

Pero, igualmente, corría más riesgo aún lo que estaba ocurriendo, porque eran más los que se sumaban. ¿Cómo poder confirmar realmente si aquello que estaban viviendo era o no de Dios? El Señor dio un signo externo: el agua que cura. Primero sanó a un niño, después a un ciego. Y a partir de allí, todos los milagros que en Lourdes ocurren para hablar de la presencia cierta de María que, con su Hijo, actúa a favor –en este caso- de los enfermos que por miles de millones han pasado desde el año 1858 a este tiempo.

Además de la gracia interior que Bernardita Soubirous recibió de estar ante la presencia de María, para que ella y los demás se desprendieran de la sospecha de que era una fantasía o un engaño de esos con el que el demonio suele a veces confundir a las personas, hubo un signo externo (el agua) que salió a confirmar aquel acontecimiento y una gracia que viene de ese lugar que trasciende a la persona. Ello habla justamente de la presencia de María actuando con su Hijo Jesús en medio de su pueblo

El discernimiento como fruto de la caridad
El discernimiento como ciencia adquirida es el juicio prudente que nos formamos acerca del posible estado interior por el que atraviesa uno mismo o alguien que está puesto bajo nuestro cuidado pastoral, fundándonos en la Palabra de Dios, la doctrina de la Iglesia y la experiencia de la vida como fruto de la caridad.

El discernimiento supone siempre un verdadero aprendizaje y, en este sentido, lo llamamos un arte o una ciencia que consiste en identificar o reconocer qué espíritu está actuando en una persona, a partir de ciertas señales externas (objetivas) e internas (subjetivas). Lo más importante es descubrir si lo que estamos contemplando, viendo, percibiendo, corresponde o no al dato de la Revelación con la que se confronta todo discernimiento. “La Palabra de Dios,dice Hebr. 4, 12 es viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz del alma y el espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.

Por eso un conocimiento vivo de la Palabra de Dios es indispensable para reconocer la mano de Dios en la historia y en los acontecimientos, y para no dejarse engañar por imágenes falsas con las que el mal espíritu y Satanás busca confundir.

Frente al misterio de la cruz se realiza el mejor discernimiento. Allí los secretos del corazón se revelan y cada uno manifiesta cuál es el espíritu que lo está guiando, que lo está conduciendo. A este respecto, el Apóstol Pablo dirá: “El mensaje de la cruz es una locura para los que se pierden (…) Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos.” (1 Cor. 1, 18 22-24).

La sabiduría de Dios, el saber desde Dios, se nos revela desde la cruz. La cruz es el lugar más alto desde donde Dios mira y observa con misericordia la realidad del corazón humano y desde allí pone luz para que nosotros podamos entender de qué se trata el momento de la vida por el que vamos atravesando, qué actitudes, qué gestos, qué compromisos asumir para con Él en este momento puntual de la vida y de qué debemos apartarnos para no perder el vínculo de alianza con Dios.

Pablo dice que esta gracia de sabiduría de la cruz nos pone en contacto con “el Espíritu que lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios” (1 Cor 2, 10). Entonces, el discernimiento es la capacidad de penetrar a través de las apariencias exteriores y llegar hasta lo que hay en el fondo y en el origen de una moción. Si es de Dios, si es del hombre o si el impulso ya no natural o del mundo viene en todo caso de la acción misma del mal.

En realidad, lo que buscamos a través del discernimiento, además de descubrir de dónde y cómo es que se ha originado aquella moción, aquel pensamiento, aquel movimiento, aquello que interiormente impulsa a nuestro ser a obrar; además de saber de dónde, elegirlo a Dios y apartarnos de lo que no es de Dios.

Por medio del discernimiento intentamos reconocer la acción de Espíritu Santo en nuestra vida y en la de nuestros hermanos y tratamos de cooperar con nuestra respuesta al plan y al proyecto de Dios. La cooperación con el Espíritu supone que por la contemplación de la Palabra hemos adquirido ya la “mentalidad humana de Cristo”, que nos familiariza con la manera de ser y obrar de Dios. Es una forma connatural de estar vinculados a la gracia de la presencia de Jesús en medio nuestro.

La gracia del discernimiento supone también una actitud fundamental para dejarnos guiar por ella en la caridad: la actitud de la docilidad.