¡Señor, enséñanos a orar!

viernes, 23 de febrero de 2007
image_pdfimage_print
Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb. Allí se le apareció el Ángel del Señor en una llama de fuego que ardía en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse Moisés pensó, voy a observar éste grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume? Cuando el Señor vio que el se apartaba del camino para mirar lo llamó desde la zarza diciendo: -“Moisés, Moisés”.    –“Aquí estoy” respondió él. Entonces Dios le dijo:-“No te acerques hasta aquí, quítate las sandalias porque el suelo que estás pisando es una tierra Santa”. Luego siguió diciendo:-“Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”. Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios.

Éxodo 3, 1 – 6

En éste tiempo de la cuaresma el Señor nos regala su Gracia invitándonos a la conversión, llamándonos por el camino de la oración, del ayuno, también de la entrega generosa del amor, de la caridad, en el gesto de la limosna. Jesús y su presencia transformante en nuestra vida, queremos seguirlo discipularmente, aprendiendo con El como lo hicieron los discípulos hace 2000 años, a orar. Enséñanos a orar Señor.

Se lo pedimos de todo corazón y el Señor nos regala, a través de la enseñanza de la Iglesia y muy particularmente desde el catecismo de la Iglesia Católica ese don maravilloso de la oración que brota de la Gracia del Espíritu Santo que El nos ha entregado como promesa hecha realidad y que viene a inspirar todas y cada una de nuestras palabras y gestos en la oración. Nadie puede orar si no es en el Espíritu.

La oración sólo ocurre en nosotros en la medida en que nosotros nos familiarizamos, nos amigamos con el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que inspira nuestro corazón y que guía nuestro camino de oración. En la oración y desde la oración el Señor nos regala sus gracias, inspira nuestra vida.

Cuando nosotros oramos lo que recibimos es la presencia de Dios que ilumina nuestro camino. Que nos libera de lo que nos tiene atados en el andar, que cura nuestro corazón herido y nos permite vivir íntegramente, como Dios quiere que vivamos, en plenitud. Por eso el camino de la oración en el seguimiento de Jesús discipularmente es el lugar desde donde el Señor nos va formando y el Espíritu Santo se transforma en el gran pedagogo que acompaña nuestro camino. Nuestro maestro interior es el Espíritu Santo. En el Espíritu queremos renovar nuestra oración.

Cuando la promesa comienza a ser realidad en la Pascua, éxodo y la recepción de la Ley en el corazón del pueblo elegido por Dios, la oración de Moisés es la figura cautivante de toda oración, particularmente en la oración de intercesión que tiene su cumplimiento definitivo más acabado en el único mediador de Dios ante los hombres. Así es presentado por Pablo Cristo Jesús en 1Timoteo2,5.

El es el único mediador entre Dios y los hombres. Dios interviene primero llamándolo a Moisés desde la zarza ardiendo:-“Moisés, Moisés” Este acontecimiento va a quedar, dice el Catecismo de la Iglesia Católica, como una de las figuras principales de la oración en toda la tradición espiritual tanto judía como cristiana.

Es el encuentro entre Dios, su grandeza, su poder, su misterio, y el hombre pobre, frágil , que se siente despojado y desvalido frente a sí mismo, de cara a la luz de Dios que en la zarza ardiendo se manifiesta rodeando al hombre todo de su presencia. “Descálzate porque estás en un lugar que es Santo”. Este descalzarse, en la presencia de Dios por parte del orante es entrar en la dimensión de la grandeza, de la omnipotencia, del poder, de la cercanía, la familiaridad, la presencia amiga de Dios con una actitud confiada.

Se descalza, se despoja el orante dejándose llevar por éste encuentro del todo significativo entre Dios y su amigo Moisés en esa clave de amistad, de cercanía, de encuentro, con el que Dios invita a todo el que lo busca, lo anhela, lo desea, lo espera. Dios invita a la oración, llama a ella y pone éste regalo en el corazón, éste regalo de la humildad interior , que como dice bien Anselm Grüm no es una virtud moral sino teologal. ¿Qué quiere decir esto? Que no corresponde tanto a un esfuerzo por humillarse, por abajarse que nosotros hacemos, cuanto por una presencia de Dios que, siendo grande, nos pone en el lugar que nos corresponde, nos ubica.

Cuando Moisés intenta apartarse para ver que es lo que ocurre frente aquél fenómeno de la zarza que arde y no se consume, busca tomar distancia como para dimensionar lo que está ocurriendo y Dios le pide otra actitud, no de la distancia sino la del despojo, la del caer de rodillas, la del dejarse tomar por el misterio llevado Moisés por ésta moción interior de ir contemplativamente de cara a lo incomprensible, empieza como a percibir de que se trata aquello que está ocurriendo. Es algo que lo supera, que está más allá de su racionalidad.

Que aún cuando él quisiera entenderlo tomando distancia, pensando, sólo se puede abordar éste misterio desde el silencio, desde el despojarse, el descalzarse. Es la grandeza de Dios la que mueve a todo esto.

Dios silencia el corazón, Dios despoja la interioridad, Dios introduce en el misterio de la contemplación abandonando en cierto modo el raciocinio, instrumento poderoso que tenemos para comprender la realidad, y entrar en una dimensión de comprensión de lo que ocurre desde donde Dios nos conduce. Moisés, que se encuentra con Dios cara a cara como un amigo, obedece, no llevado tanto por su determinación de seguir lo que Dios le está mostrando cuanto cautivado, seducido, movido por Dios hacia éste mismo encuentro. Es no solamente la iniciativa de Dios, es Dios que aparece en la mitad del camino de la oración y el que completa la oración.

¿Qué nos toca a nosotros si Dios lo hace todo en la oración? Nos toca una cierta pasividad. Cuando nosotros nos metemos realmente en la presencia de Dios, todo lo que rodea nuestra atención fuera y dentro de nosotros mismos, preocupaciones, sueños, heridas, historia, futuro, proyectos, promesas, queda como estáticamente detenido en el tiempo y la presencia de “Sólo Dios que basta” diría Teresa de Jesús, pone nuestro corazón en quietud interior y todas nuestras fuerzas y todo lo que rodea entra como en una verdadera armonía, en cierto modo estática, pero con un vínculo con el Señor que se hace diálogo, que incluye algún susurro de palabra o que sencillamente se hace mirada que se detiene frente al hecho de ver éste fenómeno como lo hace Moisés: la zarza arde y no se consume.

Estamos en presencia de Dios, todo parece detenerse y ocupar su lugar desde dentro “nuevo”, lo que ocurre fuera y lo que nos acontece dentro. Y sólo el silencio termina por ser el mejor aliado esperando que Dios no solamente pronuncie alguna palabra significativa sino que con su presencia le de verdadero sentido a todo.

A veces eso se percibe en el momento mismo en que la oración va transcurriendo, otras veces, después de que ha pasado, nos damos cuenta que como cuando estamos al sol y después se aquietan los rayos que han tomado nuestro cuerpo, adquirimos un color distinto.

Así pasa cuando frente a éste sol, a ésta luminosidad de Dios permanecemos en silencio los efectos de luz, de color nuevo que hay en nuestra interioridad se ven con el paso del tiempo. Y de verdad que tomamos un color nuevo. La vida toma un sabor nuevo cuando nos ponemos en la presencia de Dios.

A eso te invito, a entrar en su presencia, a despojarte, a descalzarte. Cada uno de nosotros se despoja y se mete en la oración desde algún lugar donde necesita despojarse. Por ejemplo uno cuando entra en la oración entra con un montón de preocupaciones, de ideas, de cosas por hacer, y entonces, al poquito tiempo, si no se despojó, si no entregó esto la oración es habitada, ocupada por todo esto que va con cada uno a la oración.

Tienes que despojarte de lo que te preocupa, de la ansiedad de encontrar una respuesta pero no al modo como vos la esperas sino como El sabe que la necesitas, tienes que despojarte de un modo de orar donde vos hablas y no escuchas y sos invitada más a escuchar que a hablar, tienes que despojarte de tu propia palabra para que la Palabra de Dios ocupe el centro.

Como hablaba Moisés con Dios y como hablaba Dios con Moisés, la Palabra tiene un modo para expresar esto en Éxodo 33, 11. Su modo de encuentro era ciertamente familiar. Es un Dios cercano el que se encuentra con Moisés.

Un Dios amigo podríamos decir. La amistad, la familiaridad, la cercanía, es el rasgo que identifica el estilo y el modo de vincularse Moisés con Dios, Dios con Moisés. En el verso 11 la Palabra de Dios dice así: -“ El Señor conversaba con Moisés cara a cara como lo hace un hombre con su amigo. Después Moisés regresó al campamento pero Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba del interior de la carpa. Moisés dijo al Señor:-“Tu me ordenas que guíe éste pueblo pero no me has indicado a quién enviarás conmigo a pesar de que me dijiste “Yo te conozco por tu nombre y te he brindado mi amistad”. Si me has brindado tu amistad, le dice Moisés a Dios, dame a conocer tus caminos y yo te conoceré, así me habrás brindado realmente tu amistad.

¡Cuánta confianza, cuánta cercanía!. “Ten presente que ésta nación es tu pueblo. No es mi problema, es tu problema. Como diciéndole a Dios que se haga cargo de lo suyo. No desde un lugar de altanería sino desde un lugar realmente de confianza, de como uno habla con un amigo. El Señor no se queda a mitad de camino: “Yo mismo iré contigo y te daré el descanso” Como diciéndole:-“ Si yo estoy con mi pueblo, créeme que realmente es así, estaré con vos. Moisés agregó: -“Si no vienes personalmente no nos hagas partir de aquí” como diciéndole que lo que dice se cumpla. “¿Cómo se podrá conocer que yo y tu pueblo gozamos de tu amistad si tu no vienes con nosotros? Lo invita realmente a caminar con el. “Así yo y tu pueblo nos distinguiremos de todos los otros pueblos que hay sobre la tierra”. El Señor respondió a Moisés:-“ También haré lo que me acabas de decir, porque te he brindado mi amistad y te conozco por tu nombre” .

Amistad, cercanía, confianza, diálogo íntimo, abierto, ubicado, es el que mantiene Moisés con Dios, Dios con Moisés. “Éste, ha dicho Dios, es el hombre más humilde que hay sobre la tierra” con lo cual Dios está indicando donde está fundada su relación con Moisés. Desde Moisés en la humildad, desde Dios, en su infinito amor.

En Moisés la humildad brota del infinito amor de Dios que pone en su lugar las cosas y Moisés no tiene dificultad de decir como son las cosas: -“Éste pueblo al que yo he librado es tu pueblo y lo hago porque soy tu amigo y soy tu amigo porque me has brindado tu amistad”. Ven con nosotros si no, no podremos caminar. Tal vez esto sea lo que estés necesitando decir de tu familia, de tu trabajo, de tu estudio.

Esta expresión tan llena de familiaridad, cercanía, de confianza, de entrega, de abandono, de despojo por parte de Moisés quiere tomar tu corazón y también el mío para decirle a Dios: “Hacé de Dios y dame la gracia y la oportunidad de ubicarme en el lugar que me toca para que no me desubique para que no salga de mi cauce, para que esté verdaderamente donde tengo que estar para ser realmente humilde que es vivir en la verdad de mi propio ser manifiéstate con mayor claridad sobre éste, tu pueblo Señor, y sobre mi propia vida.” Esta oración al estilo de Moisés nace de un dejarse tomar por Dios, dejarse abrazar por Dios, dejarse invadir por Dios. 

Dice la Palabra que cuando Moisés bajaba del monte a hablar con Dios era tan grande el resplandor de su rostro, la brillantes de su mirada que debía taparse la cara porque era como si un sol estuviera encendido delante de los demás. Y de hecho, cuando las personas vivimos en el Espíritu de Dios y en oración tenemos éste don maravilloso de aparecer realmente iluminados por su presencia.

¿Para eso que hay que hacer? Entrar en su presencia. Como lo decíamos ayer, según la enseñanza de Santa Teresa de Jesús y de los maestros de la vida interior, la ponemos a ella como ejemplo porque es doctora de la Iglesia en el camino de la oración particularmente, “el primer movimiento del alma en la oración es entrar en la presencia de Dios” Si uno se dispone a orar, antes de pensar en que decir o hacer tiene que disponerse interiormente a darse cuenta que es Dios con quien va a hablar, es un amigo, está cerca, pero es Dios.

Es alguien con el que puedo hablar como hablo con la persona a la que más quiero y en la que más confío, pero ésta persona es Dios y merece que yo esté delante de El de un modo en el que solamente delante de Dios se puede estar, tomado todo por su presencia.

¿De qué me tengo que despojar para entrar en oración? “Descálzate le dice Dios a Moisés en el Horeb. Descálzate porque estás en presencia de Tu Dios”. “Yo Soy el que Soy” le va a decir, despójate, estás frente al misterio.

Para entrar en la presencia de Dios, para permanecer en su presencia hay que animarse a soltarse desde adentro. Soltar la propia seguridad, el propio discurso, el mundo de palabras con el que creemos entender y explicar la realidad, los propios pensamientos con los que hasta aquí hemos intentado ubicarnos frente a la vida, los sentimientos, despojarme de lo que siento de lo que quisiera sentir, entrar libremente en su presencia no es entrar a la nada, al vacía, no, delante tuyo está el Dios que le da verdadera consistencia a tu vida.

La consistencia, la fuerza de tu vida está en la presencia de aquél que te pide que te libres de todo. ¿Cómo se hace éste ejercicio de liberación de todo lo que nos ata para poder entrar en la presencia de Dios? diciéndolo: te entrego mi tiempo, te entrego mi apuro, te entrego lo que me preocupa, te entrego lo que no me deja dormir, hago entrega y ofrenda de mis malos recuerdos, te entrego las tentaciones con las que a veces soy sorprendido cuando estoy delante tuyo, te entrego mi búsquedas, mis preguntas, las incertidumbres, todo lo que forma parte de aquello que hace ruido, obstáculo en la relación y el vínculo, te lo entrego y espero en tu Palabra, en tu presencia, en tu amor, en tu certeza, en tu alegría, en tu gozo, en tu fuerza. Mis debilidades te entrego.

¿Qué deberíamos entregar antes de la oración para que verdaderamente el encuentro con el Señor sea al modo de Moisés, cara a cara con él como habla Dios con un amigo? Así Dios nos quiere, como un amigo.

Este estilo de oración insistente de Moisés, diría es casi hartante, es tanta la confianza que tiene en Dios y tanta la certeza de que Dios va a dar respuesta a su pedido, porque tiene la absoluta mirada de que en lo que Dios lo ha puesto es de Dios.

Me puso en el medio pero es de Dios el problema, luego, yo tengo que ubicarme y con la confianza que el me da de lo que el mismo me ha confiado y se haga cargo de lo que es de El. Entonces aparece Moisés orando en un momento de combate, de lucha del pueblo.

El texto en Éxodo 17, 8 la Palabra de Dios dice así:-“ Después vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Rifidím. Moisés dijo a Josué: – Elige alguno de nuestros hombres y que mañana vayan a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie sobre la cima de la montaña teniendo en mi mano el bastón de Dios apoyado en su báculo. Josué hizo lo que le había dicho Moisés y fue a combatir contra los amalecitas. Entretanto Moisés, Aarón y Jur, habían subido a la cima del monte y mientras Moisés tenía los brazos levantados vencía Israel pero cuando los dejaba caer prevalecía Amalec. Como Moisés tenía los brazos muy cansados ellos tomaron una piedra y la pusieron donde el estaba. Moisés se sentó sobre la piedra mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos uno al lado del otro. Así sus brazos se mantuvieron firmes hasta la puesta del sol. De ésta manera Moisés derrotó a Amalec y sus tropas al filo de la espada. El Señor dijo a Moisés: escribe esto en un documento como memorial y grábalo en los oídos de Josué. Yo borraré debajo del cielo el recuerdo de Amalec. Luego Moisés edificó un altar al que llamó “El Señor es mi estandarte” y exclamó: “Porque una mano se lanzó contra el trono del Señor, el Señor está en guerra contra Amalec de generación en generación.”       

Esta fuerza en la oración por parte de Moisés, ésta certeza de que el bastón de Dios, la cercanía, la compañía, el lugar de apoyo que es Dios para él, vence, lo manifiesta así. No es que Moisés dice Josué andá vos al frente que yo me quedo acá de brazos cruzados mientras vos llevas adelante la lucha. No lo manda al frente a Josué, se pone en el lugar donde tiene que estar. Como sabe que Dios viene con él y con Su pueblo, lo pone a Dios en la lucha. El que va adelante en el combate no es Josué, es Moisés que lo pone a Dios frente al mismo combate. Dice la Palabra “cuando se le cansan los brazos parece que todo se termina y empieza a perder el combate.

Cuando se dan cuenta de esto los que lo acompañan sostienen sus brazos. Esta es la oración comunitaria. Esta es la oración en común. Nos sostenemos unos a otros mutuamente y Dios nos sostiene unos a otros cuando oramos en comunidad y vencemos con Dios. En todo aquello que no parece no poder Dios puede en nosotros y con nosotros junto con El.

Si bien es verdad que la oración de despojo, de contemplación, la oración de Moisés de cara al misterio dejándose tomar por El es el primer movimiento del corazón orante y es rico en cuánto que allí se manifiesta fuertemente la amistad de Dios, la fuerza de la oración tiene un particular poder cuando lo hacemos en esa misma confianza, en esa misma amistad, en común. Nos sostenemos mutuamente los brazos y entonces nuestra súplica elevada al cielo sostiene a Dios en su lucha. Dios es el que hace el combate u elige a Moisés para que lo ayude con su oración, lo soporte con su oración.

Digámoslo así: si Moisés se hace “hartante”, Dios es “insoportable”, no se puede soportar la presencia de Dios si no estamos unidos unos con otros. Dios se asienta sobre nosotros y puede asentarse en medio nuestro, es decir bajar hacia nosotros cuando estamos en comunión. La experiencia la tenemos en Moisés, le resulta insoportable la presencia de Dios. Cuando decimos insoportable no nos referimos a un Dios hartante sino que no se lo puede soportar, contener.

El camino de la comunión en el amor, de la fraternidad en el amor, de la vida en común es lo que hace que uno, más que soportar a Dios entra en la dinámica de Dios que es comunión de amor dónde las personas se vinculan desde éste lugar. Es como cuando uno ora con otros y ora en común en un mismo corazón, en un mismo sentir, está entrando en la dinámica de Dios amor que todo El es comunicación de personas en ese mismo amor.

El valor de la oración se define en función de cuánto de diálogo tenemos con el Señor. Una oración mecánica, hecha sin pensar en lo que se dice o en qué se está haciendo es como una palabra suelta al aire que no tiene ningún destino, no va a nadie. Cuando uno va a orar, sea una oración vocal la que hace o una oración contemplativa o una oración de lectura orante con la Palabra, tiene que buscar el modo de estar en la presencia de Dios. Para eso hacen falta unos segundos, unos minutos, un recogimiento interior determinado que nos ponga en la presencia, y después a partir de allí hacemos la oración prevista. No está mal orar caminando sino lo importante es hacerlo dándose antes un tiempito para darnos cuenta que vamos a hacer, entrar en la presencia de Dios.

Este Moisés que ora con su Dios amigo, cara a cara con El, a quien le resplandece el rostro, el que se siente tan seguro de la presencia de Dios y que Dios lo ha puesto en la situación en la que se encuentra, frente a un pueblo que le pertenece a Dios y que Dios le dice: “Te pertenece a vos Moisés”, es porque en la amistad se produce esto: en la amistad que es como un alma en dos cuerpos las pertenencias resultan familiares y comunes, es el Dios de Israel pero igualmente es el Dios de Moisés, es el amigo de Israel, es el amigo de Moisés. Dios es Dios de éste pueblo y Moisés es el guía también de este pueblo. En esa familiaridad de encuentro y pertenencia mutua que existe entre Moisés y Dios, Moisés aparece aplacándole la ira a Dios.

Está por recibir la Alianza Moisés y el pueblo se ha hecho un becerro de oro entonces Moisés interviene delante de Dios para decirle: “Pará la mano” porque Dios estaba dispuesto a terminar con ese pueblo abandonándolo, es decir, no acompañándolo más por el desierto lo cuál era como dejarlo en la muerte.

En el desierto Dios le regalaba al pueblo en la noche la luz que lo guiaba para que pudiera caminar, durante el día le regalaba la nube que cubría el rayo del sol y también le regalaba el maná, el alimento que le hacía falta, cuando tuvo sed el pueblo recibió de una roca agua que Dios le daba.

Cuando Moisés tocó la roca brotó agua con la cuál el pueblo pudo saciar su sed. Si Dios se apartaba, y ésta era la amenaza de Dios, abandonar al pueblo a su sola suerte, la suerte del pueblo era el fin. Dios le dice a Moisés que va a hacer esto y Moisés le dice: Pará un poquito, cálmate, como quien serena a un amigo que está dispuesto a tomar una decisión que sabe que trae consecuencias dolorosas para otros.

Moisés, dice la Palabra, trató de aplacar al Señor con éstas palabras: “¿Por qué Señor arderá tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que tu mismo hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa?, ¿Por qué tendrán que decir los Egipcios: El los sacó con la perversa intención de hacerlos morir en la montaña y exterminarlos de la superficie de la tierra? Deja de lado tu indignación y arrepiéntete del mal que quieres infringir a tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac, de Jacob, tus servidores a quienes juraste por ti mismo diciendo “Yo multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo y les daré toda ésta tierra de la que hablé para que la tengan siempre como herencia. Y el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo. En realidad Dios no se apartaba del pueblo, el pueblo se apartaba de Dios.

Es como si Moisés estuviera apostando a que Dios redoble su apuesta. Vos sos fiel, sacaste a éste pueblo, lo libraste, éste pueblo te responde de la peor manera, que no se salgan con la suya. Hacé sentir tu presencia siendo misericordioso, dándole más sobreabundantemente de lo que el pueblo hasta aquí ha recibido.

El arrepentirse de Dios es doblegar su apuesta por la misericordia y esto es lo que logra Moisés con su oración. Por eso cuando nosotros oramos misericordia, lo que le pedimos a Dios es que sea fiel y que en su fidelidad cambie nuestro corazón que se hace infiel y busca apartarse de El.

Que su presencia pueda más que nuestro deseo y nuestra inclinación de apartarnos de la presencia de Dios. Que su presencia pueda más que lo que en nosotros tenemos como movimiento interior de salir de la mirada de Dios.