“Servir”, verbo que marca el ADN de la vida cristiana

miércoles, 15 de enero de 2020
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15/01/2019 – “Jesús  salió de la sinagoga, y fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.

Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era Él.

Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando.»
Él les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido.»

Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios”.

 San Marcos 1, 29-39

Un milagro que todos necesitamos. Acontece en la casa de Simón y Andrés, en la casa adoptiva de Jesús, en el lugar físico donde comienza a visibilizarse esta comunidad nueva que el Señor está congregando. Y está una mujer, enferma, en cama. No sabemos de qué está enferma, pero si que tiene fiebre. Más que la enfermedad, la fiebre nos indica un estado: cuando está con fiebre está decaído de ánimo, sin fuerzas, con un malestar corporal que repercute también en lo espiritual. Uno se siente pesado, sin ganas… de ahí que la cama sea como el centro al cual uno está atado.

Ya hemos planteado la escena del milagro. Ahora podemos avanzar con los verbos. Las acciones que realiza Jesús, y el verbo que la hace levantar a la mujer.

Empecemos por el Maestro Bueno, como veíamos ayer: “El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar”. Trilogía bendita de un Dios que en su infinita Misericordia sabe hacerse cercano, nos toma de la mano y nos levanta. No nos resulta extraño, ya que seguramente muchos de los oyentes, y yo el primero, hemos experimentado esta experiencia de un Dios que se acerca, nos toca, y nos levanta.

Cercanía… algo que todos necesitamos. No tenemos que mirar para lo alto. No tenemos que subir. Zaqueo lo ha experimentado vivamente aquel día el Señor lo sorprendió haciéndose invitar a su casa.

Jesús nos levanta… como aquel paralítico llevado por otros ante la presencia del Señor, en aquella casa que de tanta gente lo tuvieron que bajar abriendo el techo.

Pongamos ahora la mirada en la suegra de Pedro. El texto con sencillez nos dice: “Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos”. En el evangelio de Marcos aparece por primera vez el verbo servir: DIAKONIA… Y lo conjuga una mujer!

El Verbo “Servir” es fundamental para nuestra vida cristiana, para la Iglesia, para preservar nuestra identidad de discípulos misioneros.

Pero justamente esta mujer parte de una experiencia vital. Ella ha sido sanada por el Señor, ahora la fiebre no la domina, la mueve el amor que supo hacerse cercanías, gesto, sacramento.

Podemos contemplar el texto de hoy en vinculación con el lavatorio de los pies… Hay más de un punto en común y ambos se complementan, y lo que acontece en el cenáculo de Jerusalén plenifica las primicias que se dan en la casa familiar de Cafarnaún.

En aquella bendita Ultima Cena, también realizada en una casa de familia, es Jesús el que una vez más se acerca, se abaja, con sus manos, ya no toma las manos de una mujer, sino los pies de sus doce apóstoles para invitarlos a que a lo largo del tiempo y del espacio, perpetuaran su entrega de amor, su mandamiento de amor, su servicio a todos, especialmente a los más pobres.

El Señor, también nos deja su bandera, su toalla, como ícono de esa revolución de amor, que iba a vencer a lo largo de la historia, a regímenes y poderosos que pretendieron y aún hoy pretenden que los seguidores de Jesús arriemos su estandarte, su testamento.

Revolución del servicio, de la ternura, de hacer lío al cual tantas veces el Papa Francisco nos invita y que seguramente en la próxima Jornada Mundial de la Juventud en Panamá les confiará a los jóvenes del mundo entero.

Nos dice el Papa Francisco en Evangelii Gaudium: “(…) El entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción. Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor.”