Somos misioneros, llamados a evangelizar

viernes, 18 de octubre de 2019
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Catequesis en un minuto

18/10/2019 – Viernes de la vigésima octava semana del tiempo ordinario

Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!». Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: «El Reino de Dios está cerca de ustedes»”.

Lucas 10, 1-9

Hoy San Lucas nos relata que además de los doce apóstoles, el Señor envió a otros discípulos, los 72. Estos setenta y dos eran probablemente todos los que Él había reunido hasta ese momento, o al menos todos los que le seguían con cierta continuidad.

Jesús, por lo tanto, envía a todos sus discípulos.

Esos 72 de los que habla el Evangelio, nos representan a todos los cristianos laicos. Cada uno de nosotros, somos misioneros, llamados a evangelizar.

Esto nos muestra que la tarea de anunciar el evangelio es un compromiso de todo bautizado. Ésta es una misión que no debe, ni puede reducirse sólo a la vida consagrada (sacerdotes y religiosos).Por el contrario, debe asumirse generosamente en la vida de todo discípulo de Cristo.

Por eso los laicos, una vez que se encuentran con la palabra de Dios, deben descubrirse como discípulos y misioneros de Jesús, asumiendo su compromiso de bautizados enviados a anunciar el Reino.

El mundo necesita discípulos y misioneros, y no hay duda que todos estamos llamados a serlo. Hay mucho por hacer en este mundo para que, como rezamos en el Padrenuestro, “venga su Reino” entre nosotros.

En el documento de los obispos de Aparecida, en los números 144 y 145 se nos invita justamente a aceptar gozosos esta misión:

144: “Al llamar a los suyos para que lo sigan (Jesús) les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (Cf. Mt 28, 19; Lc 24, 46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión, al mismo tiempo que lo vincula a Él como amigo y hermano. De esta manera, como Él es testigo del misterio del Padre, así los discípulos son testigos de la muerte y resurrección del Señor hasta que Él vuelva. Cumplir este encargo no es una tarea opcional, sino parte integrante de la identidad cristiana, porque es la extensión testimonial de la vocación misma.”

145: “Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo” (Cf. Hch 1, 8).

En este sentido es muy interesante también lo que dice el padre Raniero Cantalamessa:

Al respecto, una enseñanza importante se contiene en el hecho de que Jesús les envía de dos en dos. Eso de ir de dos en dos era habitual en aquellos tiempos, pero con Jesús asume un significado nuevo, ya no sólo práctico. Jesús les envía de dos en dos –explicaba San Gregorio Magno— para inculcar la caridad, porque menos que entre dos personas no puede haber ahí caridad.”

Cristo no vino para realizar una proeza personal; no quiso ser un meteorito que atraviesa el cielo para después desaparecer en la nada. No vino, en otras palabras, sólo para aquellos pocos miles de personas que tuvieron la posibilidad de verle y escucharle en persona durante su vida. Pensó que su misión tenía que continuar, ser permanente, de manera que cada persona, en todo tiempo y lugar de la historia, tuviera la posibilidad de escuchar la Buena Nueva del amor de Dios y ser salvado. Por esto eligió colaboradores y comenzó a enviarles por delante a predicar el Reino y curar a los enfermos.

Al respecto, una enseñanza importante se contiene en el hecho de que Jesús les envía de dos en dos. Eso de ir de dos en dos era habitual en aquellos tiempos, pero con Jesús asume un significado nuevo, ya no sólo práctico.

Jesús les envía de dos en dos –explicaba San Gregorio Magno— para inculcar la caridad, porque menos que entre dos personas no puede haber ahí caridad.

 

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