Tengan Paz

martes, 19 de febrero de 2008
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Al sexto mes fue enviado por Dios, el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David.  El nombre de la virgen era María.  Entrando el ángel, le dijo:  “Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo”.  Ella se conturbó por estas palabras y discurría que significaba aquel saludo.  El ángel le dijo:  “No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios.  Vas a concebir y a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús.  Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo.  El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su Reino no tendrá fin”.  María respondió al ángel:- “¿Cómo será esto si no convivo con ningún varón?”.  El ángel le respondió:  “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra.  Por eso, el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios.  Mira tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y está en el sexto mes aquella que consideraban estéril.  Porque ninguna cosa es imposible para Dios”.  Dijo María: “ Aquí está la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra”.

Lucas 1, 26 – 37

Una alegría grande nos deja Dios, en el día de María Reina de la Paz. La alegría que nos da su presencia. La presencia de María en el corazón con este mensaje de paz, con el que Dios se comunica con ella y con el que ella se comunica a nosotros.

Hay un mensaje de todos los que el ángel le va diciendo, que esconde particularmente este don de los muchos que María comunica con su vida, el de la paz. “No temas María”. Ella se conturbó, dice la Palabra.

Es decir, quedó como confundida ante la grandeza de Dios y el reconocimiento de su pequeñez. Y el ángel del Señor le invita a recuperar la confianza. A no perderla, a poner su mirada en el Señor, invitándola desde adentro del corazón a guardar el don de la paz, propio de aquellos que se comunican con Dios. A los que Él les comunica su Gracia y son invitados a dar, generosamente, a la llamada que el Señor les hace.

Este texto vocacional, podríamos decir así, de María, aparece también en otros momentos en las Sagradas Escrituras, por ejemplo en Jeremías, “no temas”; en los Hechos, “no tengan miedo, soy Yo”. Este no tengan miedo, este no teman, invitan a descansar en Dios, a la confianza, y en la oscuridad de la fe, a poner sólo en Él la mirada. Para que sea el mismo Señor el que conduzca por esos senderos de paz, mientras se va abriendo camino el tiempo nuevo que se inaugura para quien sigue su invitación, su llamada.

Su camino es la fe, donde se construye la paz. Es una liberación de todas las tensiones que hay dentro de nosotros, las que operan conscientemente y las inconscientes, en nuestro corazón, para poner todo nuestro ser sobre aquel punto donde, a pesar del tironeo que tenemos en la vida, nuestra vida se construye o gira sobre un mismo eje: la presencia de Dios que conduce en el camino.

Tengan paz, tengamos paz. La tengamos en el corazón de María, que reina, que comunica el don de la Paz.

Yo no he venido a traer la paz, dice Jesús, sino la guerra. He venido a poner enfrente al padre con los hijos, a la madre con las hijas, con los hijos, con el marido, con la nuera. He venido, dice Jesús, a traer conflicto, si se quiere. ¿Y cómo? ¿No es que Él es el príncipe de la paz? ¿Cómo se entiende esta conflictividad que se da en la vida, ante la presencia de Jesús, en relación a este contenido fundamental del mensaje que Él acerca, el don de la paz?

A ver, cuando nosotros no ponemos las cosas en su lugar, se produce el conflicto. Puesto en su lugar, en la presencia de Dios, cuando no respondemos ante esta iniciativa de centralidad de Jesús en nuestra vida, entonces tenemos problemas. Y si genera problema la presencia de Jesús, entonces Él ha venido a traer la conflictividad.

¿Qué está diciendo Jesús con esto? ¿Está contradiciendo aquella profecía, de que sería el príncipe de la paz, el que gobernaría en el tiempo mesiánico? No. Lo que Jesús está diciendo es que la primacía de Dios, en los mensajes que Él comunica, hace que las personas, en la medida en que responden juntas a este misterio, conservan el don de la paz.

Cuando esto no ocurre, se arma el lío. Y es así. Si uno analiza la vida de una comunidad, de una familia, los enfrentamientos, conflictos o dificultades surgen cuando los intereses no son compartidos. Cuando las miradas no son conjuntas, cuando los valores son disonantes, entre los que unos sostienen y otros intentan vivir. Cuando, en definitiva, falta orden. La ausencia del orden es la presencia de la ausencia de la pacificación. Cuando no hay orden, cuando no hay armonía, se empieza a producir la ausencia de la paz. Comienza el conflicto, la dificultad.

Jesús ha venido a poner un nuevo orden. Y este nuevo orden hace que todo se movilice. Y en cierto sentido, el Señor hace que el conflicto forme parte del camino de la vida, hasta que logramos resolverlo poniendo en Él toda nuestra confianza, todo nuestro primer interés. Es el camino de todos los días.

¿Le pedimos al Señor esta Gracia? La de poder seguir sus mociones. La de poder vincularnos a lo importante. La de apartarnos de las cosas que son superficiales, que no le dan sentido a la vida. Donde nos perdemos, donde perdemos particularmente la paz. Donde nos gana el conflicto. Tal vez este tiempo de vacaciones sea una oportunidad de ésas, para poner las cosas en su lugar. Y darle el lugar a Dios que se merece: el primero. Como de hecho, nos lo sugiere en la Palabra.

El primer don que comunica Jesús, después del escándalo de su entrega, su traición, su Pasión, su Muerte y su Resurrección, el primer don es la paz. Tengan paz. Los discípulos están confundidos, sienten culpa, han abandonado a Jesús, lo han negado, lo han entregado, se han apartado de Él y entonces el Señor, lejos de recriminarles esta actitud evasiva por parte de ellos frente al misterio de la Pascua, les invita a la confianza. Los llama a la esperanza, y hace que se suelten, desde dentro de ellos mismos, las fuerzas que movilizan sus corazones para hacer, de aquí en adelante un camino de paz, de serenidad, de armonía, de orden.

“Tengan paz en su corazón”. No tengan miedo, dice Jesús. El miedo paraliza. La paz que da Jesús no es una paz de cementerio, es una paz movilizante, es una paz comunicativa, armoniosa y vital. Por eso, cuando queremos identificar la paz que deja el Señor, de otra sensación de equilibrio en nosotros, de fuerzas opuestas que logren en algún punto una cierta equidistancia de los ejes conflictivos; cuando queremos distinguir la paz de Dios de esta realidad, la claridad, la luminosidad, la serenidad, la oportunidad para expresar con sencillez, con profundidad, con transparencia lo que nos pasa, lo que pasa, son signos realmente de la presencia pacificadora del Señor.

Tal vez vos no tengas grandes conflictos, y no estés pasando un momento donde la angustia, por la tensión vincular esté ganando tu corazón. Sin embargo, eso no quiere decir que tengas la paz de Dios. Porque la paz de Dios brota del misterio de la Pascua. Y de la Pascua de Jesús, que no es externa a nosotros, sino que es proceso nuestro también de muerte y resurrección con Él, para dar vida con Él. Para tener paz hay que caminar al estilo de Jesús, por el misterio pascual como Jesús caminó. Es decir, hay que aprender a morir a aquello que nos aparta de Dios y de los hermanos, para resucitar a la Vida Nueva de Dios, que se nos ofrece por el don de la Resurrección en las cosas de todos los días.

Encontramos así a María, como la que reina en la Paz. La que gobierna, lidera, lleva adelante el proceso de paz. En nuestra propia vida, de la vida familiar. Dale el lugar que se merece hoy María en tu vida. Pedile que sea ella la que ponga la casa en orden. La que reine con el don de la paz. Una paz que ya en el comienzo de su pontificado, Juan Pablo II anunciaba, como la que debería estar al frente de todo el camino que la Iglesia recorría hacia el 2000. Juan Pablo asume en el año 1978 su pontificado, y en aquel momento desde la plaza de San Pedro, cuando se anuncia que el cardenal Wojtila, es el nuevo sucesor de Pedro, y su nombre es Juan Pablo II, el abre su discurso diciendo, no tengan miedo, no temáis. Esta expresión; no tengan miedo, Jesucristo está cerca, crean en el hijo de Dios, es la misma expresión que Jesús utiliza con los discípulos cuandose aparece en medio de ellos, atravesando las puertas, las paredes y sobre todo, el miedo que hay en su corazón, el encierro que hay en ellos, para decirles tengan paz. No temáis. Tengan paz, soy yo. No he muerto, estoy vivo. He resucitado!.

Esta resurrección de Jesús, que vence la oscuridad y la muerte bajo todas sus formas. Que termina con la conflictividad, cuanto tensión interior de fuerzas opuestas dentro de nosotros, en la comunidad, en la familia, es un regalo que viene del cielo.

Y hay que abrirse a ese regalo pidiendo que, anide en nuestro corazón. De todo corazón deseo, anhelo y le pido al Señor, que en vos, haya paz.

Su presencia resucitada en medio de nosotros, no es la paz de los cementerios, lo decíamos. Es una paz que moviliza. ¿Dónde se puede descubrir esto en la Palabra de Dios? Lo descubrimos en Pentecostés. Y en todo el acontecimiento de las manifestaciones de Jesús después de su muerte en la resurrección, cuando se aparece a los discípulos.

Cuando él comunica la paz, los discípulos salen del temor, abren las puertas, y terminan por proclamar la buena noticia, aquella de la cual tenían vergüenza y miedo, porque la suerte que le siguió a Jesús por comunicar esta novedad de doctrina, entre el pueblo judío, le costó la muerte.

Es razonable que los discípulos se encierren. Pero es igualmente y más razonable que los discípulos se abran, por semejante movida con que Dios toca su corazón. La paz que Jesús comunica no es la paz que paraliza. No es la paz de los ojos blanqueados y la mirada perdida. Es una paz que pone en movimiento. Es una paz que es capaz de afrontar el conflicto. Es una paz que da la fortaleza para afrontar el stres que genera, la separación, el desencuentro, la misma muerte. O si se quiere alguna ausencia importante de la vida familiar. O la pérdida de un trabajo, todas situaciones que ponen en tensión nuestra vida, y nos hacen entrar en el mecanismo del stres que destruye, y el Señor al encuentro nuestro viene a ese lugar para decirnos, Yo estoy. 

Este estar del Señor no es para dejarnos en el estado que estamos, sino para sacarnos hacia delante. Para ponernos en marcha. Para movilizar nuestra vida y hacer que vaya hasta donde tiene que ir. Sólo así podremos madurar si entendemos que adonde vamos el proyecto es del Señor que nos guía y nos conduce.

Este don maravilloso de la Paz, que comunica Jesús por su Gracia, a nuestra vida, que la ordena y que le comunica la paz, tal vez sea hoy el momento para pegar la vuelta sobre aquel lugar fundamental de tu vida, donde el Señor te está esperando para encontrarte y para regalarte este don; el primero que nace de su boca cuando se comunica con nosotros: Soy Yo, tengan paz.

Que el Señor derrame abundantemente este don en tu casa, en tu familia, en tu trabajo, entre los tuyos.